miércoles, 30 de abril de 2008

Una de besos. Una lectura en voz alta

16/04/08
IES Ricardo Ortega
Escrito para ser leído por
Maribel Navarro y Ana García



Qué tendrán los besos.

Sobre los besos se han dicho muchas cosas, pero también se han puesto muchas otras, incluso, como decía mi abuela, rombos en las películas antiguas. Uno, si el beso era entre marido y mujer; dos, si se trataba de un beso entre amigos; y bueno, un tijeretazo directamente si ya se trataba de otra clase de besos.

El beso, ese peligro, podríamos titular esta lectura en voz alta. No conviene olvidar que Platón echó de su República perfecta a los poetas, y no precisamente por lo que escribían, ya que nadie leía sus libros, entre otras cosas porque no se había inventado aún eso del libro, sino por su afición a ir dando besos a troche y moche, algo que no quedaba bien del todo en los saraos de la jet-set de la época.

Así que ahora que llega la navidad y todos nos volvemos locos por demostrar lo buenos y cariñosos que somos, no estaría de más, prestarle algo de atención a eso de los besos.

Está el beso de lado, el beso de cine, el beso casto de un amigo, y los besos pringosillos de la tía de la hermana de tu prima, esa señora mayor que te deja la cara hecha unos zorros.


Hay también, como dice Gabriela Mistral, una señora de Chile a la que le dio por escribir poemas:

… besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.
... Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Al beso le pasa como a los cuentos de la infancia, que cada uno los cuenta como quiere. Ramón Gómez de la Serna, un tipo extraño que escribió a principios de siglo cosas también extrañas, dice que:

El beso es un paréntesis sin nada dentro o (Sucede con los besos) como con los sellos de correos (…) que los hay que pegan y los que no pegan.

Aunque de entre todas sus greguerías nosotras nos quedamos con esa que dice:

Como daba besos lentos duraban más sus amores.

Catulo, el poeta latino, se enamoró de Lesbia, una señora que le daba mala vida, entre otras cosas porque era la señora de otro y, a veces incluso, la señora de otros. Así que el hombre le escribió este poema que en traducción más o menos libre dice:

Lesbia, mi niña, a vivir y a amar,
y los cotilleos de viejos gruñones
al cuerno, todos, al cuerno.
Los soles mueren y regresan (porque pueden)
,pero una vez se consume el candil de nuestra vida
hemos de dormir la noche más larga (vaya que sí).
Venga, dame el pico mil veces, luego cien,
luego mil de nuevo, cien más de propina,
luego, después de darnos tropecientos,
liaremos la cuenta hasta marearnos,
no sea que algún malvado pueda echarnos mal de ojo
conociendo la cuenta exacta de los besos.


Vaya empacho de besos.

Sin embargo los besos dicen muchas cosas, aunque yo tengo una amiga, que no soy yo, que dice que hay otros besos que lo que te dicen mejor te lo podrían decir por carta y a dos metros como mínimo de distancia. Pero sigamos, que cuando hablo de esa amiga, que no soy yo, que conste, se me dispara la mala leche por lo tonta que es.

Mario Benedetti en un poema titulado Mass Media dice que de todos los medios de comunicación de este mundo tan codificado el prefiere el viejo beso artesanal que desde siempre comunica tanto.

Besos, besazos, besitos, pero ninguno como el primer beso:

Entonces el beso conocía el norte y el sur,
el este y el oeste de toda cartografía
como si antes de labio en medio de la lluvia
hubiera sido rosa de los vientos
o brújula del corsario de los siete mares.

Dice Almudena Guzmán en el poema Entonces

O como dice Ana Rosetti en Hubo un tiempo:

Era un tiempo adolescente e impreciso, el tiempo del
amor sin nombre, hasta casi sin rostro, que merodeaba,
como un beso prometido, por el punto más umbrío de la
escalera.


Y todo esto para qué.

Para contar finalmente la historia de un niño. La historia de un niño de un pueblecito italiano en el que el único pasatiempo era disfrutar de las películas del Cine Paradiso. Han pasado muchos años y un mensaje le comunica que debe volver a casa donde le espera un secreto. Su amigo Alfredo, el viejo operador de cine, le ha dejado un regalo, un regalo muy especial hecho con los cortes que el cura del pueblo censuraba de las viejas películas.

Así que ahora entremos en la sala y veamos ese regalo.





domingo, 13 de abril de 2008

Chez Asclépios


La nuit Passe lentement

Sur les champs labourés.

Les chiens aboient et la couleur du monde

S’éteint dans un quinquet à huile.

Rien n’est plus vieux que la sphère de la nuit

Avec ses étoiles sur le mur

De la maison endormie.

Rien n’est plus vieux que cette sensation

D’avoir toujours vécu.



Traducción al francés de Diego Morales

______

En la casa de Asclepio


PASA la noche lenta / sobre los campos agostados./ Ladran los perros y el color del mundo/ se apaga en un quinqué de aceite.// Nada es más viejo que la esfera de la noche/ con sus estrellas sobre el muro/ de la casa dormida.// Nada más viejo que esta sensación/ de haber vivido siempre. (Allí donde no estuve. Rialp. 2004)


La baie du trésor

Il est fatigué, mais la musique de la mer

arrive à ses oreilles.

Dans l’odeur des pommes mûres du port

Il scrute la nostalgie des bateaux

Échoués, le craquement de vieux cordages.

Et le coeur se souvient

De ce qu’il avait lu dans sa jeunesse

Dans un roman de pirates :

Les étoiles ne mentent jamais, suis-les.



Traducción al francés de Diego Morales

____________

La bahía del tesoro


ESTÁ cansado, pero llega a sus oídos/ la música del mar./Escruta, en el olor a manzanas maduras / del puerto, la nostalgia de los barcos/varados, el crujir de las maromas viejas./Y el corazón se acuerda/de aquello que en su juventud leyó/en alguna novela de piratas:/las estrellas no mienten nunca, síguelas. (Allí donde no estuve. Rialp. 2004).


Como convertirse en Alberto Manguel (Presentación)

Premio Mandarache. Cartagena.
28/11/2007

Hubo una mañana, hace algunos años, en la que me levanté con una extraña determinación. Es frecuente, siendo profesor de literatura y siendo, cosa que no siempre van de la mano, lector apasionado, que tenga sueños con los personajes de las novelas que leo, con los argumentos, con las situaciones que continúo dándoles a veces soluciones inverosímiles, e incluso que sueñe con los escritores, aunque sinceramente en este punto tengo que decir que prefiero los sueños con las escritoras. Pero lo que me sucedió entonces nunca me había pasado. Me desperté con la convicción, extraña, de querer convertirme en Alberto Manguel. No le habría dado más importancia a este extravagante deseo de no venir acompañado del suceso más extraordinario que ha sucedido en mi vida. Cuando todavía algo dormido, con las zapatillas de arrastrar por casa, llegué al baño, salté del susto y volví a la vigilia con una vigencia desacostumbrada. Una espesa barba blanca, como la de papa Noel, poblaba mi cara.

¿Pero qué sabía yo de Alberto Manguel aparte de que era el autor de una serie de libros tales como Una historia de la lectura, Guía de lugares imaginarios, Diario de lecturas, El amante extremadamente puntilloso o La biblioteca de noche? Ni siquiera tenía claro si era argentino o canadiense, si escribía en español, inglés, francés, o en todos los idiomas. Así que encendí el ordenador, entré en la wickipedia y empecé a indagar. Recuerden que no se trataba de una investigación azarosa o liviana, no, porque la intención que había detrás era no la de parecerse a Alberto Manguel, no la de interesarse por las mismas cosas que Alberto Manguel, sino la de convertirse literalmente en Alberto Manguel.

El hecho en sí no era insólito al menos. Hacía años que había leído el relato de un hombre que había tratado el tema. No sabemos si este hombre habría querido convertirse exactamente en Alberto Manguel, al que conoció cuando éste trabajaba de dependiente en una librería, ya que en realidad el relato de este vetusto escritor versaba sobre otra transubtanciación, al menos igual de descabellada, la de un tal Pierre Menard que quiso ser si no Cervantes en su totalidad, al menos en esa parte de él que se reconocía autor del Quijote.

La cuestión de su nacionalidad y de su origen me resultaba especialmente perentoria de resolver. Sobre todo por si tenía que aprender alguna lengua nueva. ¿Un argentino que escribe en inglés?, recuerdo que dije indignado, mientras rellenaba la instancia de la escuela de idiomas.

El hecho de que, siendo argentino, escriba en inglés tiene una explicación. Cuando Manguel tenía un mes, su padre fue enviado a Israel como embajador. Allí tuvo una nodriza checa de lengua alemana que le enseñó alemán e inglés. Y no aprendió español hasta volver a Argentina a los siete años.

(Tomado literalmente de la entrevista de Javier Rodríguez Marcos, en el El País 10/01/2002, a propósito de la aparición del libro de ensayos En el bosque del espejo).

La realidad que me encontraba cada vez ponía más difícil mi empresa. Qué se podía esperar de un muchacho que tuvo como mejor amigo en la escuela de primaria un libro, La isla del doctor Moreau de Well.

Así que tracé un plan y realicé, casi como un decálogo que guiaría mis días futuros (pero no se apuren, que es casi como un decálogo, pero no uno):


EL INVENTARIO DE PASOS PARA CONVERTIRSE EN ALBERTO MANGUEL

-Lo primero de todo fue falsificar la fecha de nacimiento que me resultó fácil, ya que mi padre también nació en 1948, y sólo se trataba de ocultar el nombre y pasar a ser el sr. Aguilar, hasta el cambio definitivo.

-Rompí el título de la universidad sin nostalgias, por qué no, como pensaba Maguel la universidad podía resultar aburrida y carente de interés, y aunque yo había conocido cosas interesantes, entre ellas el amor, me desprendí de mi encorsetada educación académica y me hice autodidacta.

-Atribuirme ciertos premios fue relativamente sencillo. El power point y algo de desparpajo juvenil me los proporcionaron. Luego entré en algunas páginas y dejé caer los datos como el que no quiere la cosa. Como es sabido de todos, si está en Internet es que es verdad, y bajo esa premisa obtuve pronto los primeros resultados.

-Con estas mismas tretas comencé a apropiarme de una biografía, que a poco comprendí que se iba a forjar a través de los libros que iba leyendo y de los lugares que visitaría siguiendo los pasos de Alberto. Una biografía, “como una de aquellas bolsas de libros que los viajeros solían llevar consigo hace siglos” (Diario de lecturas), porque “los libros son curiosamente un reflejo del lector y no del autor” (Entrevista de Javier Rodríguez Marcos, El País, 10/01/02), había dicho mi guía, mi Virgilio en este si no divina, sí comedia en la que se había convertido mi vida.

-Visitar en tan solo un año Londres, Calgary, Turín, Terranova, Valladolid... y Buenos Aires, se me hizo más arduo. Amén de que para sufragar estos viajes tuve que desempeñar trabajos insospechados que nada tenían que ver con mi sueño y a los que llevaba libros para redoblar mis horas de lectura en un empeño casi quijotesco.

Al cabo de unos meses estaba rodeado de libros, sin embargo nada que ver con los 50.000 ejemplares que confiesa tener, con cierto pudor, el otro Alberto, el auténtico, en cajas que va desembalando en su casa de Francia. Había libros por todos lados, unos para leer, otros para releer, libros apilados en la mesilla, en el suelo, en el sofá, libros en contacto que me transmitían por osmosis su aventura, su razón de vida. Cambié de costumbres, dejé de frecuentar viejos hábitos. Había leído que Alberto, al que empecé a tutear con esa extraña complicidad que da la identificación, en una entrevista comentaba que “a la cama no nos llevamos cualquier cosa. Los franceses tienen la expresión jouir de la lecture, gozar de la lectura, en el sentido del orgasmo. La expresión es justa”, decía finalmente. Empecé por llevarme a la cama a Borges, a Cortázar, o la pobre María Alcofarado de las Cartas de una monja portuguesa. Hasta que mi mujer algo rezongona a mis insinuaciones de que se trasladara de cuarto hizo un donoso escrutinio y fue despachando de nuestra cama los volúmenes que nos separaban en un mar de letras y papel no siempre encuadernado en tapa dura.

Aquello finalmente se estaba convirtiendo en una locura. Y desistí. Llegué a la conclusión de que sólo se puede ser Alberto Manguel siendo Alberto Manguel. Pero las determinaciones que vienen del mundo de los sueños tienen una tozudez extremada e intratable, así que me resistía en mi fuero interno a no ser aquel por el que había trabajado tanto. Tantas vueltas di que finalmente encontré una solución a medio camino entre la cordura y su hermana la locura, y fue ser nuestro invitado a ratos y de una forma muy sencilla, a través de sus libros, de sus palabras, de sus anécdotas, de sus historias. Que para ser Alberto Maguel, para estar uno definitivamente en casa, como él mismo dice, sólo hace falta un libro y una cama.

'Sé lo que te he dado; no sé lo que has recibido', escribió Antonio Porchia. Y yo quería terminar con esta frase. Tal vez porque no encuentro vuelos a la isla de Nueva Suiza, donde quiero construir una casa sobre el cabo Desilusión, mirando a la bahía Segura. Es mi último deseo, seguir a Alberto Manguel por los mundos imaginarios. Puesto que me he aficionado a leer, sería una lástima no continuar este viaje.