jueves, 30 de octubre de 2008

El cuerpo




Se puede amar a una persona por su cuerpo. Igual que se la puede amar por su inteligencia. A veces hay un cuerpo que se independiza y no es que la persona de la que forma parte sea una extraña o lo desmerezca, en absoluto. Pero el cuerpo a veces sutilmente se declara en rebeldía, cobra una vida propia, su propia dirección, su pasado, su presente. Hay cuerpos blancos de piel sedosa, con pechos que flotan en el agua, que parecen cambiar de forma y se mueven más lentos en la densidad del líquido, que se endurecen, que bailan, que te reciben, cuerpos que tienen párpados y vientre, que tienen boca y labios y hombros torneados, que huelen, que saben, que te marcan el camino con sus lunares, que te dicen toca aquí, pon tus manos, siente.

De entre todas las cosas del mundo
-parecen decirte con sus ojos entornados, con su sonrisa- esto es lo que quieres y yo te lo voy a dar.

sábado, 25 de octubre de 2008

El origen cierto de las cosas inciertas

Foto tomada del blog almaack.blogspot.com

Empiezo esta entrada sin saber lo que voy a decir. Empiezo esta entrada, sin embargo, sabiendo sobre lo que quiero decir. No siempre sabemos a dónde vamos, dónde vamos a parar, qué o quién nos esperará al final, pero es más fácil saber de dónde venimos, desde dónde partimos, qué hay detrás que nos empuja hacia delante. Eso también pasa con las palabras. Aunque parezca extraño, sabiendo de dónde venimos es más fácil saber dónde vamos a parar. Sabiendo de dónde vienen las palabras es más fácil saber dónde van a parar ellas y nosotros, usándolas, beneficiándonos aún del aliento de la primera persona que las pronunció o las esbozó sobre una libreta, para comprar una barra de pan o para escribir un poema en un avión de papel que arribe en la ventana de una joven con pecas.

Recordar viene del término latino recordari, y este a su vez de la palabra cor, corazón, dice Joan Coromines en el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, que estos días se puede comprar conjuntamente con varios periódicos, los sábados con La verdad, los domingos, con el ABC.

Hoy he llamado a una amiga por teléfono y me ha hecho recordar quién fui, cómo me sentía hace años, cuando era más joven y más audaz y más tonto. Y de pronto me sucede lo mismo que con las palabras, que nunca sé dónde voy a terminar, que nunca sé dónde vamos a terminar, por eso he buscado su nombre en el diccionario y he encontrado nuestro origen, hace unos días, apenas unas semanas, un tiempo relativo y entonces he escrito esto, sobre el futuro y las cosas por venir.

lunes, 13 de octubre de 2008

Los viajes virtuales


Aunque quede cursi hay que decirlo, a veces uno viaja en la ilusión de los demás. Por ejemplo, coges el teléfono y llamas, y luego, lo más normal, alguien descuelga y contesta. Seguidamente escuchas una voz dulce que te encanta y esa voz y no otra te transmite la ilusión del viaje, de partir a otros destinos, que sí, es cierto, la alejan de ti, pero claro, tampoco es esa voz algo que puedas considerar tuyo, o que consideras algo tuyo pero en un grado íntimo y privado. En otras ocasiones abres el correo y ves un mensaje, ves que el mensaje cita Groenlandia, que habla de julio, de diecisiete días, que quieren que vayas, o simplemente otro día te sorprendes desplazando el dedo sobre la cornisa cantábrica de un mapa siguiendo el camino de los peregrinos hasta el finis mundi.

Hace unos años asistí a uno de estos viajes virtuales, como espectador. Habíamos programado una excursión a Almagro, al Corral de Comedias, para ver una obra de teatro y convivir con nuestro alumnos por las Lagunas de Ruidera o el Castillo de la Orden de Calatrava que está en Aldea del Rey y al que fue imposible llegar. Como me gustan las bibliotecas tengo alumnos-amigos lectores, gente friki, no nos engañemos, y ese año conocí a dos personas muy especiales. Uno se apuntó sin pensarlo, pero yo veía al otro indeciso. Al final se quedó en tierra, con una excusa que parecía poco convincente, pero sus razones tendría.

A lo largo del viaje yo observaba cómo su amigo le mandaba mensajes de forma continua. Me di cuenta de que estaban viajando los dos. El que se había quedado estaba sentado frente al ordenador e iba introduciendo en los buscadores de internet los lugares donde recalábamos, y así leía y miraba las imagenes, seguía las geografías planas de los mapas, dándoles los volúmenes que su imaginación suponía, se adelantaba a los lugares, a las paradas previstas, aprovechaba las informaciones más pequeñas, los detalles que pasaban desapercibidos para los demás.

Siempre he tenido el recuerdo de que viajó con nosotros. Otra manera de faltar a la verdad. Como la de este fin de semana. A veces uno está en Cabo de Palos con Diego y María Luisa, con Javi y Laura, con Tole y José Óscar, pero en realidad, para qué engañarnos, está en otras partes, en viajes virtuales hacia los que ya hace unos días que ha partido o hacia los que pronto partirá.

sábado, 4 de octubre de 2008

Las mujeres infinitas


Una noche me salvó del aburrimiento Robert Crumb. Me salvó del aburrimiento o de algo peor, la nada cotidiana. Mis problemas con las mujeres cuenta desde cierta ironía la relación del dibujante con esas mujeres hiperbólicas que lo habían enamorado, ignorado, pataleado, excitado, a lo largo de su vida.


Me sonroja leer a Robert Crumb cuando hay gente alrededor, igual que me sonroja quedar con una chica -no sé, cierta infancia que aún se cuela por los patios de mi vida como un niño que entra en las estancias más oscuras buscando una pelota-. Así que esa noche me fui pronto a dormir alejándome de mi familia con el álbum debajo del brazo. Y entonces lo vi. Yo no era, por supuesto, Robert Crumb, ni siquiera creo que fuera posible que nos pareciéramos, pero hubo algo que me llamó la atención, algo en lo que sí que éramos iguales, porque no sé cómo, pero había notado ya desde la adolescencia que cuando quedaba con una chica, a tomar café, por ejemplo, me veía después como un crío pequeño hablándole a una mujer infinita.


Hoy se lo he dicho a mi amiga María Dolores, con la que comparto algunas cionfidencias, mientras iba creciendo poco a poco, estirándome, llenando de nuevo la camisa con mis brazos que poco a poco iban cogiendo su musculatura, sus manchas, la marca del reloj. Durante un rato había sido un niño y ahora estaba volviendo a la madurez, adoptando de nuevo los vicios de la edad en este cuerpo de treinta y tantos años, dejándome crecer la barba, hasta el momento exacto en el que escribo esto.


Tenía que decírselo a ella, mi amiga, tenía que decirle que esta tarde la vida había sido un jardín donde me estuve tirando por el tobogán de un sueño infinito. Y Robert Crumb lo sabía.