
Hablando francés me hago un lío, casi tanto como interpretando los mapas de carretera. Y si el mapa está en francés mi confusión aumenta. Las cosas que serían fáciles se vuelven complicadas. Un libro de poesía es un enigma. La música, como una nube de tabaco, inunda el coche. Cruces, desvíos a izquierda y derecha. De pronto noto cómo tu mano oprime mi mano mientras cambio de marcha. Miro por el retrovisor. Veo mi ojo derecho, parte de mi cara, el pañuelo palestino que me regaló Agustín.
Nadie nos sigue y sin embargo juraría que un instante antes había visto la nube de polvo de otro coche. Sacas el brazo por la ventanilla, dibujas la línea de los cables de alta tensión que van paralelos a la carretera. El cielo es azul. Francia es un país precioso.
Y sólo dices una cosa. Ves, dices, ya nuestra vida es una película.
Nadie nos sigue y sin embargo juraría que un instante antes había visto la nube de polvo de otro coche. Sacas el brazo por la ventanilla, dibujas la línea de los cables de alta tensión que van paralelos a la carretera. El cielo es azul. Francia es un país precioso.
Y sólo dices una cosa. Ves, dices, ya nuestra vida es una película.