martes, 15 de diciembre de 2009

Dos en la carretera


Hablando francés me hago un lío, casi tanto como interpretando los mapas de carretera. Y si el mapa está en francés mi confusión aumenta. Las cosas que serían fáciles se vuelven complicadas. Un libro de poesía es un enigma. La música, como una nube de tabaco, inunda el coche. Cruces, desvíos a izquierda y derecha. De pronto noto cómo tu mano oprime mi mano mientras cambio de marcha. Miro por el retrovisor. Veo mi ojo derecho, parte de mi cara, el pañuelo palestino que me regaló Agustín.

Nadie nos sigue y sin embargo juraría que un instante antes había visto la nube de polvo de otro coche. Sacas el brazo por la ventanilla, dibujas la línea de los cables de alta tensión que van paralelos a la carretera. El cielo es azul. Francia es un país precioso.

Y sólo dices una cosa. Ves, dices, ya nuestra vida es una película.

jueves, 10 de diciembre de 2009

OJOS


Como en un escándalo y no sé por qué, pero desde un tiempo a esta parte la gente, como en una extraña novela de Stephan Sweig, habla, sin ningún tipo de pudor y en mi presencia, de los ojos. Si fuera de los ojos de los otros lo entendería, lo aceptaría. Por ejemplo, hablar de tus ojos, de los ojos que copió Modigliani, no sólo me gusta sino que lo veo recomendable para el alma y para el cuerpo, porque son ojos que miran, que escrutan, que son piedras preciosas cuyo nombre hemos perdido, porque son sobre todo, como decía Machado, ojos no porque yo los vea sino porque me ven.

Pero mis ojos, dicen, son ojos limpios, una mirada limpia, inocente o no, puntualiza rápidamente Ángeles. Y yo le sonrío. Porque no sé hacer otra cosa en estas situaciones, me escondo detrás de la sonrisa, como una forma de decir, gracias, pero no me creo nada de lo que me dices, o sí, vale, pero sólo un poco de esas palabras.

El pequeño Frederick, en el cuento de Leo Leonni, termina reconociendo que es poeta. Pero Frederick, le dice un compañero, que días antes le echaba en cara que no hiciese nada, y ante sus palabras con las que lo conforta en los días de invierno, tú eres un poema y el pobre ratón se ruboriza antes de decir: ya lo sé.

Quizás mis ojos sean como los de ese ratón, ojos de poeta, que no sé, será por eso que miran y ven y a veces, incluso, tocan.