viernes, 24 de junio de 2011

Radiacción


Otra vuelta de tuerca y volvió a girar el dial. Eran las siete de una mañana gris y calurosa. Los coches pasaban en largas hileras hacia el trabajo, se abalanzaban hacia un poniente aún inconcebible, un far west. En algún lugar del mundo las calles ardían. La noche era un trozo de bolsa de basura retirándose con los camiones hacia el vertedero.

La fanfarria de la emisora terminó por crisparle los nervios. Se giró en la cama y tuvo que contener el resuello, que se le aceleraba. No sé quién eres, pensó sin entrar en más supuestos filosóficos, sólo que no la reconocía, no acertaba a ver los lunares del cuello o el extraño pliegue de su oreja. Buenos días amor, pensó, esta vez en voz alta, y se adentró en el baño como quien entra en una niebla que por un momento abole tiempo y espacio. Todavía se escuchaba la radio a través de las paredes y de la mampara de la bañera. Rasuró su barba sin saber para quién lo hacía, con quién se encontraría al cruzar de nuevo el umbral de su habitación.

No encendió la luz. Se sentó en el borde de la cama y enlazó el cordón de los botines. Ella se levantó por su lado, se puso el camisón -que no podría jurar que era suyo-. Lo único que escuchó después fue el agua de la ducha entremezclada con las opiniones de los tertulianos. Giró la cabeza y vio el display parpadeante del radio despertador, las voces incesantes, el agua de la ducha. Extendió la mano y la apagó.

Ella ya no volvió del baño.

lunes, 20 de junio de 2011

Desintonizarse


Avestruces, todo el día veo avestruces. Esta mañana he girado la rueda de mi radio-despertador, como una brújula ha dado vueltas, ha recorrido en unos segundos geografías posibles e imposibles, dialectos que a través de las ondas eléctricas han rodeado el cuerpo de mujeres y hombres lejanos, pero en los que me reconocería a poco que mirara, cuerpos, bosques, bloques de edificios, también distintas lenguas a través de cámaras amplias, salones vacíos donde hacían eco, atmósferas, mataderos, museos, el páncreas de un funcionario que segregaba bilis al organismo; hasta que de pronto ha encontrado su norte y ha empezado a sonar una música distinta, algo que yo podía y sabía tararear.

La noticia del mundo era la luz de sol -a las siete de la mañana la luz del sol siempre es una bendición-, coches en una voraz carrera al trabajo, el bostezo de un perro con el dogal laso, como una gorguera señorial, olfateando alrededor de un tocón de madera, la lectura de dos páginas de la biografía de Emil Zápotek, qué tío, mientras me tomo el café, el dinero del autobús, el autobús, los pantalones cortos o largos, la comida, que si tu padre tal, que si tu hermano esto, que si lo mucho que te echo de menos, que si rozar con los dedos las paredes de ladrillos, la porosidad del mundo, los bordes que se quiebran.

Así que he pensado, a la mierda los especuladores, los bancos centrales, los políticos, todo eso de lo que hablan los informativos y las radios que no ponen música y los creadores de opinión. Mamma mía. Todos los que con la cabeza hundida en esa mierda, hocican, venden, compran, hablan, regatean, estafan, engañan y manipulan en mi nombre.

Entonces he girado también la rueda de la vida y por un momento otro mundo ha sido posible.

jueves, 9 de junio de 2011

La noche doble

Foto de Gerald Uferas

Estaba limpiando, ya lo sabes, cuando la encontré. ¿Por qué estaba guardada, me dije, por qué esta caja de música estará en el altillo de un armario? Después de limpiarla cuidadosamente me di cuenta de que estaba rota. Una hendidura recorría la parte de atrás.

Le di cuerda y escuché la música. Era un sonido sencillo, una pestaña, un torno dentado. Envolví el resto de objetos y los guardé. Sin embargo, la caja de música se quedó fuera, sobre la mesilla.

¿Qué es esto? –me dijiste– ¿Y qué hace aquí? No sirve para nada. No sé si fue por esas palabras por lo que me vi en la obligación de demostrarte que sí servía, que pese al tiempo y a la hendidura aquella caja servía para algo. Me pareció divertido aventurar que aquella fisura no era azarosa, que estaba allí porque tenía que estarlo. Pues, –empecé – esta hendidura no es obra casual, muy al contrario de lo que pudieses pensar es una puerta, más que una puerta –corregí –
el ojo de la cerradura que cierra esa puerta.

Cierra, dije, porque sabía que inmediatamente ibas a saltar. O abre. O abre, asentí. Sin embargo la dificultad no estriba en que te lo creas o no, aún más, ni siquiera que te lo plantees, no, la dificultad estriba en encontrar la llave.

Miré alrededor buscando algo con lo que continuar. Entonces me acordé de un cuento de Borges, más bien de una idea de un cuento de Borges. La única palabra –dije- que no puede aparecer en una adivinanza es la propia palabra que se oculta. Así que la llave de esta hendidura es otra hendidura. Sonreíste de inmediato. Aquella historia no podía llevarnos a la cama así como así. Entre otras cosas, –añadiste– Porque creo que te estás esforzando muy poco.

Volvamos al principio. Bien, –continué– era una caja de música y a la vez no lo era. Era una caja de música en manos de una niña y a la vez no era una caja de música en manos de esa misma niña. Aquella noche la niña se quedó dormida con la caja en su regazo. Imaginó que por aquel espacio minúsculo, de una forma vaporosa, se iría filtrando todo un mundo fantástico procedente del otro lado. Pero eso fue sólo una visión, ya que cuando se despertó en mitad de la noche
comprobó que todo seguía igual. Avanzó descalza hasta la cocina para beber un poco de agua
y al volver a la habitación sintió curiosidad de mirar por la abertura, curiosidad de asomarse al otro lado. Había encontrado la llave.

Tal vez porque aún estaba dormida no se planteó que aquello era absurdo y miró durante un rato. ¿Y sabes lo que vio? Se vio tumbada en la cama, igual que estás tú, mayor, treinta o cuarenta años mayor. Se vio como una mujer madura, tumbada con la caja de música entre sus manos, y un hombre también mayor a su lado, contándote milongas que no lo son, igual que la caja, que es una caja y no lo es.

Entonces comprobé que tú también te habías quedado dormida, podría decir que abrazada a la caja de música, a aquella caja de música que yo había sacado del altillo y sobre la que tú me habías pedido que te contara una historia, tal vez porque la historia auténtica no te satisfacía o la hubieras, voluntariamente, olvidado, quién sabe. Pero no, eso no es cierto. La caja había caído al suelo, y la bailarina se había desencajado. La recogí y apagué la luz. Luego me fui al estudio en silencio y escribí este poema, extraño, largo, narrativo, para que cuando despertases pudieras recordar todo lo que había pasado.

lunes, 6 de junio de 2011

Largo fin de semana literario

Ginés Sánchez, Raúl González, Fina Tafalla, Antionio Aguilar y Javi Murcia en Lugarextraño hace muchos años.


Desde aquí os escribo. Es un lugar extraño -dios mío, cómo me gusta esta palabra-. No sé por donde empezar, aunque sí por donde terminar. Pero todavía es pronto. Desde Lugarextraño pienso en lo que mueve la amistad (la de tantos, pero sobre todo la de Tomás y Carmen y Alberto...) El viernes leí en Sangonera la Verde, un sitio extraño donde mis padres han puesto su primera residencia, dicen, aunque hacienda no esté de acuerdo. Un pianista-alpinista, ocho años, interpretó una pieza entre las lecturas de los poetas -que éramos numerosos, pero no tantos como en Cieza, al día siguiente-, ocho años, un metro de estatura, las piernas le colgaban del banco, pero ahí estaba, interpretando una pieza de Mozart, y claro no pude dejar de acordarme también de Charly García, que a esa edad, según dicen las crónicas, ya daba clases de piano.


Un momento de mi lectura en Sangonera la Verde. Foto de Sebastián Mondejar

El sábado nos embarcamos para Cieza, Olaya pilota la nave espacial y Ginés copilota. Es un ser extraño también, que teme que el coche tome las curvas y lo transmite, dos metros de tío, que no se curva con la carretera, que permanece recto, pese a que su poesía es flexible, como una ola entre las cañas de la orilla, expansiva, cimbreante. Curvas, rectas. De pronto el tiempo sí que toma una curva y me golpea la espalda, me dice a que no sabes quién soy, que es casi tanto como decirme a que no sabes quién eres, porque el recuerdo es parte de nosotros, pero es esa voz la que me canta una canción de entonces y me alegro de reencontrarme con Francisco León y con Juan Carlos, que se han casado, que están en Archena, que les apetecía vernos y nos vamos de tapas y de cascaruja y los ilustro sobre el lanzamiento de huesos de oliva y las marineras. Y hablo con Fina, que sí, que leímos hace muchos años en la puerta falsa los poemas de mi amigo Ives de la Roca. Y está Soren que se declara del PP... P, es decir, de Pier Paolo Pasolini. Y yo que aparezco en el cartel de la entrada como Antionio Aguilar, que me gusta, porque me recuerda a Antinoo. Y así van pasando las cosas entre otras cosas más que me callo porque son de otro sitio menos extraños, más íntimos.

Y bueno, hemos llegado al final, al final de todo esto y eso es lo que quería decir, que después del final, está también el principio, porque las cosas se curvan y los extremos se tocan como un arco que nos lanza después hacia el futuro y más allá.

sábado, 4 de junio de 2011

Nuevo número de la Revista Periplo

Acaba de salir una nueva entrega de la Revista Periplo. Es el volúmen IX. Este número está dedicado al humor y recoge dos micro-relatos míos entre otras cosas más que me parecen realmente interesantes.
Los relatos (no se asusten) son: El lémur de mi vida y Si te comes un limón.

A mí me haría ilusión que los leyeran a ustedes no lo sé, pero seguro que consiguen al menos esbozar una sonrisa.

Para leerlos basta con sumergirse entre las páginas digitales de


miércoles, 1 de junio de 2011

Diálogos de las tres culturas


Se acaba de publicar el libro que recoge las ponencias presentadas el año pasado en Las noches de las Tres Culturas que coordina mi amigo Soren Peñalver. Entonces yo leí un texto titulado Una cosa increible y cierta de contar, donde intenté emular con este título, creo, algo cervantino, a Enrique Vila-Matas, enredando al cantante argentino Charly García con la dibujante iraní Marjane Satrapi, Israel y una extraña y confabuladora sociedad de escritores por la multiculturalidad literaria. No sé si salió algo que mereciera la pena, pero salió.

En su día lo publiqué en mi blog, ahora lo enlazo de nuevo, por si os atrevéis, por si tenéis tiempo y cariño y aprecio por estas palabras que puestas unas detrás de otras están dedicadas, todas y cada una, a mi amigo Antonio Sánchez-Carrasco, que aguardó estoicamente con su familia a que terminase el acto que no fue cosa vana.

Basta con pinchar aquí.

Gracias, a todos gracias. También a mi Nuria, a Diego Morales que se fue furtivamente, como siempre, a Isabel, Felipe y Ana, y no sé, pero seguro que me dejo a alguien, pues a ti también, de quien seguro que me acuerdo en cuanto ponga punto final.