martes, 29 de marzo de 2011

Si te comes un limón...

Foto de Harry Gruyaert

Lo descubrió el otro día. Lo hacen para que sea más fácil. Tú escribes las primeras palabras y ellos terminan, a veces es suficiente con las primeras letras, saben lo que quieres, a dónde vas a ir a parar, qué destino de vacaciones buscas, cuál es tu caja de ahorros, tu actriz porno favorita. Piénsalo, se dice, saben a dónde quieres ir a parar, y lo repite porque siente un escalofrío al decirlo. Pero él termina siempre de escribir lo que quiere escribir, por más que el buscador se empeñe en ofrecerle el atajo, el camino rápido. Sencillamente no quiere. Teclea cada una de las letras como si no pudiera existir esa realidad de no nombrarla él, dando su palabra de que eso es así. Si te comes un limón escribe y enseguida aparece sin hacer muecas.

Así que ha empezado una curiosa variación al escribir en joogle, y comete erratas, cambia las letras, se hace imprevisible. Escribe Si se coge un millón, por ejemplo, y espera. Cree que ha ganado, que ha encontrado la clarividencia frente al control del mundo.

Pero curiosamente, desde hace unos días apenas nadie lo comprende, en clase sus alumnos piensan que ha perdido la cabeza, los padres no entienden sus amonestaciones, el equipo directivo lo esquiva, su novia hace muecas de hastío al escuchar que ella, sólo ella es su ramo, su roma, su rama.

Pero él sabe lo que hace y cuando en mitad de la frase cambia la entonación o busca la palabra más imprevisible solamente él sabe lo que se lleva entre manos y sonríe, sonríe como si detrás de la risa estuviera el absurdo.

domingo, 20 de marzo de 2011

Escribir, andar con furia. Andar, escribir con furia.

Página manuscrita de un cuaderno de Robert Walser

Escribir con furia y andar. Robert Walser andaba. Dylan Thomas escribía con furia. Ni uno ni otro están vivos, pero los puedes recordar. Los puedes encontrar entre los libros de una estantería o entre las líneas de un relato. A Robert Walser que no quiso ser un héroe, un escritor mediático, a Robert Walser que andaba sobre la nieve como quien anda sobre un lienzo demudado. A Dylan Thomas, con la voz de Richard Burton en Under milk wood, a Dylan Thomas con su propia voz de energía telúrica en cualquier grabación sonora. Es fácil recordar a Dylan Thomas que murió en el Hotel Chesea. Borracho. A Robert Walser en el manicomio de Herisau. Cuerdo.

Andar y escribir con furia. Un ideario. Lo he visto con una claridad meridiana. Madrugar más, comer menos. Andar. Escribir con furia. Me levanto, me lavo la cara. Pienso en Robert Walser del que acabo de leer una reseña, pienso en Dylan Thomas, en un Dylan Thomas que se mira en mi espejo frotándose la cara, la barba áspera. DT mesándose los cabellos desordenados. DT apartándome de una forma ruda del váter, orinando, subiéndose de nuevo los pantalones. Andar. Escribir con furia.

Leo que a Richard Burton lo enterraron con un libro de Dylan Thomas, con su Collected poems, leo también que Bod Dylan tomó este nombre por Dylan Thomas y pienso también en Tom Waits, en el hotel Chesea. Leo que David Foster Wallace saca una nueva novela y tengo ganas de leer La broma infinita. Leo que Shelley murió ahogado con un libro de Keats en el bolsillo. Lo dijo Trelawny. Leo que hay fotos que documentan el último paseo de Robert Walser sobre la nieve, su cuerpo muerto sobre la nieve blanca.

Leo, escribo, ando al principio de todo, bajo el bosque lácteo de esta noche en que la luna está más cerca de todas las corduras.

martes, 15 de marzo de 2011

Biblioteca pública



Secuencia de El cielo sobre Berlín. Cinco minutos que merecen la pena.


El domingo me entretuve en la biblioteca. Busqué unos suplementos culturales, una revista con Tao Lin en la portada. Dios mío, qué aburrimiento. Dentro una serie de adolescentes que hacen crítica literaria con un "mola", los escritores viejunos", etc. (Tal es el tedio, que me entran ganas incluso de poner puntos suspensivos, saltándome las convenciones de la ortografía).

Pero no era de eso de lo que me apetecía hablar. Mientras ojeo varios cómic, uno de Robert Crumb, me acuerdo del primer poema de Charles Bukowski que leí en la edición, creo, de mitos de mondadori. Un largo poema sobre la biblioteca donde descubro algo sobre mí mismo. En el texto el escritor juega con títulos, como El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers, que leí sólo por la belleza de esas palabras en el largo poema de Bukowski, claro que también leí La senda del perdedor y otros libros que iban redescubriéndose a partir del minúsculo libro, apareciendo, mostrándose, como en un palimpsesto. Y todo a partir de un libro de poesía en un formato pensado para leer en los parques o en el transporte público. Libros y libros. Algo parecido a lo que hizo después la poeta Isabel Pérez Montalbán en Siberia propia, en un juego desesperadamente ingenioso.

Libros y silencio. Me senté recordando la mañana del sábado. La biblioteca estaba asediada por cientos de críos que corrían dislocados, obviamente, de un lado para otro, mientras sus padres hablaban en corros o contestaban a sus teléfonos entre la sección de novela y la de poesía, junto a la edición en bolsillo de los poemas de Bukowski. Y por primera vez en mi vida lo pensé, pensé que no todo era para todos, que sería mejor, pensé desconociéndome, que los llevaran a un campo de fútbol o a unos grandes almacenes -el espacio para el que están lamentablemente educados-, y que si, para desgracia de todos, se empeñasen en traerlos de nuevo a la biblioteca, res publica, hicieran un gesto sencillo, los enseñaran, los cogieran de la mano, mirando los anaqueles, viendo libros, buscando e incluso que alquilasen un dvd, que fueran el ejemplo, el guía que con el más sencillo de los ademanes -tal vez coger un libro- les estuviera abriendo las puertas de un mundo mágico al que hay que entrar en silencio, en el que hay que respetar el silencio de los demás, porque ese silencio está lleno de palabras.

Entonces podrían leer el hermoso poema de Bukowski, ese tío soez, o los ingeniosos artefactos de Isabel Pérez Montalbán. Y quién sabe, tal vez así descubrieran que público escrito después de un sustantivo no sólo significa que se pueda romper entre todos.

jueves, 3 de marzo de 2011

Completamente viernes

Otra imagen de Jan Saudek

Hoy te siento viernes todas las horas. Viernes por la noche. Como si la noche del jueves no existiera, como si las ordenanzas la hubieran prohibido. Imposible sentirse jueves por la noche, sentirse en mitad de la nada cuando dentro de unas horas hubiera que madrugar, sentarse frente al café, encontrar una línea de baldosas amarillas.

Complemamente viernes, y no ser Luis García Montero y no estar en Granada sino aquí, completamente tuyo.