miércoles, 28 de septiembre de 2011

Estado de dignidad 1


Ni macroeconomía, ni crisis mundial, si supra ni micro mercados, lo que realmente está en peligro es la dignidad del ser humano, algo que para la bolsa tal vez nunca haya existido o no como un valor al alza o tal vez sí y por eso estamos como estamos.

A partir de ahora este blog estará en lo que podríamos llamar ESTADO DE DIGNIDAD, de la dignidad humana. Prometo, en la medida en la que uno pueda no serlo, no ser demagogo y reconocer llegado el caso, que llegará, las equivocaciones. No te preocupes, que aunque me ponga serio -más serio- (hubo una chica que me dejó precisamente por eso, pero tú por favor no me dejes) no perderé el sentido del humor.

Obviamente entraré en el plano personal, porque se trata de una cuestión personal, no lo olvido, de dignidad personal. Y te invito a que participes, a que comentes o a que me envíes directamente un texto para que lo suba como entrada, a que me enlaces y a que si quieres y no te parece una chorrada (a mí posiblemente me lo hubiera parecido de haber llegado a estas alturas de una entrada ajena titulada así) declares también tu blog en estado de dignidad.

Me olvido por un momento de ciertas terminologías, olvido eso de la clase media, por ejemplo, olvido lo de la crisis del mercado, la "innecesidad" de la bolsa, la inflación, las regulaciones salariales. Aquí se trata de algo más sencillo. Se trata de ti y de mí, en concreto, y de lo que toca con nuestras vidas, de lo que somos, de si albergamos una esperanza, tal vez ser algo más que consumidores programados, algo más que un medio para el fin de la gran manzana, y lo más importante, me digo, de si sabemos todo esto o lo hemos, desgraciadamente, olvidado.

lunes, 26 de septiembre de 2011

FOTO 1

Camera: Canon EOS 500 D
Lens: Canon EF 16-35mm f/2.8 L II USM
Focal length: 27 mm
Aperture: f/6,3
ISO: 100


Son dos ancianos. Ella va de negro, recoge el luto del invierno en sus ropas, pero aún es verano. Hace calor. Él lleva una gorra roja y un peto amarillo, de esos que se ven a kilómetros en caso de emergencia. Andan escorados, con pasos pequeños que apenas acompasan con el balanceo del cuerpo. Las piernas, los brazos envarados.

Empujan el carro de unos grandes almacenes por un camino que en realidad es una explanada de tierra irregular. Se atasca. Ella se adelanta unos metros y recoge del suelo una cuerda que ata a la parte delantera del carro y tira mientras él empuja. No sé a dónde van. Cruzan de esta manera el terreno en barbecho. Al final hay una alambrada, al otro lado discurre la autovía. Les empuja una ciega determinación.

Paso la página del libro que estoy leyendo apoyado en el alféizar de la ventana. Dos jóvenes se hacen confidencias de amor.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Guldrum y las horas extrañas


Guldrum -es en realidad un nombre encubierto- vivía en una isla. Rodeada de sal. Usaba los platos para comer, los días para descansar, la vida para acumular cosas, por ejemplo, amantes, camisetas, cosas que sí y cosas que no, amigos en el facebook, enemigos en el facebook, cosas cuyo valor era un secreto en la bolsa de sus emociones, valores potenciales, de recuerdo o de acto.

En aquella isla, Guldrum lo notó un día que iba de camino a casa, no había tiempo. Esa sensación, la constatación de que el tiempo había desaparecido en algún momento, le hizo sentirse agobiada y abocada a un caos sin precedentes. Siguió haciendo lo mismo que había hecho siempre, pero tuvo que ceder a la tentación y empezó a crear lo más parecido al tiempo que pudo. Empezó a repetir cosas, todos los días, secuencias de cosas en el mismo orden. Aún tengo que hacer esto y aquello antes de comer, leer cincuenta páginas antes de dormir, se decía, aún me queda que hacer la comida, preparar la mesa, y ya será medio día, y luego descansar la siesta, recoger la colada, leer un rato y será la noche. Y así empezó a sentirse poco a poco de nuevo como en casa.

No es que podamos suponer un final feliz a la historia de Guldrum, tampoco uno que sea muy triste. Ustedes decidan.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Septiembre también


Fue ayer. Serían las cuatro de la tarde. El viaje desde Norfolk no había sido especialmente tedioso. La siesta envilece la conducción. Llegamos a la Torre derribada, donde los camaleones viven su paciente invisibilidad. Había oleaje. El mar había levantado una pátina oscura de algas. ¿Es el mar un camaleón? Y nos adentramos hacia el norte entonces.

Pasamos unas viejas casas frente al pequeño malecón que resiste al azul y al mar.

Como un guijarro, canto rodado, las olas nos zarandeaban.

Y no nos importó.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Mapas en Ida y Vuelta


Begoña Callejón dirige la editorial Fin de viaje de Granada. Para iniciar su andadura ha recurrido a una antología sobre el viaje, Ida y vuelta. En esa ida y vuelta está mi poema El Mapa. Soplan vientes propicios.


EL MAPA


De pronto tienes que construir un mapa,
doblar la superficie del papel
de tal manera que parezca viejo,
dibujar unas manchas de café,
el trazo de los dedos,
cruces, un punto de partida, extrañas
complicaciones que llamar el tiempo
pasado, el tiempo que vivimos.

Pero un mapa también
debe tener sus puntos cardinales,
no lo olvides, un punto al menos
al que poder llegar, de noche,
con los ojos cerrados
como quien vuelve a casa.

viernes, 9 de septiembre de 2011

El movimiento perpetuo de las cosas


Este blog solía ser otra cosa, me dice, solías hablar más en primera persona, era, cómo decirlo, más íntimo, añade mientras apoya uno de los dedos de su mano izquierda sobre su labio superior. Y es verdad, le digo, así de pronto, y ya no sé si para que se calle o porque lo crea así. En los dos casos no se trata de que la ningunee, es simplemente que necesito unos segundos para pensar.

Más que verdad, reconsidero, es cierto, lo que parece tener otros matices. Hace unos años este blog se convirtió en una especie de diario encubierto del alquimista. No sé si has leído el libro de Coelho, el autor que ahora se atreve con el Aleph de Borges -primero Fernández Mallo, ahora Coelho. ¿Se podría decir que la cosa va de mal en peor?-, pero entonces El Alquimista me pareció un libro bonito, de esos sobre la búsqueda del sentido de la vida, libros que por cierto con el tiempo he terminado por odiar, como los de Jorge Bucay, al que tengo en el sancta sanctorum de mi papelera. ¿La salvación como negocio, como encubrimiento de la carencia artística?, me vuelvo a preguntar. Aunque la verdad es que también cuentan cosas que más allá de la calidad o no literaria son un punto de empatía con personas que están también en ese camino. Yo prefiero el poema de Palabras para Julia de José Agustín Goytisolo, incluso cantado por Los Suaves, que me pone.

Pues eso, que aparecía por aquí y por allá notas dispersas sobre una vida en expansión y a la vez, aunque parezca paradójico, de recogimiento y concentración. Lo dejaré aquí, que al final termino pareciéndome a Bucay. Y será cierto, me barrunto. Y hago acto de constricción y me prometo volver a contar cosas de esas, siempre a mi manera, porque el mundo, al menos el interior, siempre está en perpetuo movimiento.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

De bares y premios literarios


Hace unos días recibo por error un correo electrónico que iba dirigido al ayuntamiento, pienso, de Almendralejo. No lo sé a ciencia cierta, pero es lo más probable por los datos que da y por las circunstancias. En un primer momento decido borrarlo, presionar el botón. Delete. Olvidarme. Pero no sé por qué enseguida pienso que a lo mejor no es tan azaroso que ese correo haya llegado a mi bandeja de entrada y decido, tal vez movido por el cansancio y cierta premura por irme a la cama, publicarlo en este blog. Darle al botón. Control+V.

Buenos días, hace unos meses, movido por cierta ilusión, imprudente, también hay que decirlo, decidí presentarme a los premios literarios que promueve su ayuntamiento. Di por finalizado mi libro –cosa que en realidad nunca sucede-, hice cinco copias y las encuaderné (unos treinta euros aproximadamente), fui posteriormente a una estafeta de correos, amablemente, tras guardar cola, compré un sobre (cinco euros), metí dentro las cinco copias con el sobre de la plica, los cerré, cerré el sobre de la plica y el otro más grande, retirando la tira de papel que salva la zona encolada para tal efecto. Pagué el envío, (otros diez euros). Cuando salía de la oficina decidí tomarme un café o un refresco, algo tranquilo, y poner cara de escritor del diecinueve, tal vez del veinte, mientras el camarero solícito me ponía la coca-cola (dos euros), así de esa manera tal vez concitara a las musas, pero está visto que la coca-cola y las musas no se entienden del todo. En vez de eso sentí un profundo dolor de estómago, un subir y bajar súbito de tripas que no auguraban nada bueno. Y así hasta hoy. Dos meses y medio después de la fecha prevista para el fallo la cosa sigue igual. En su página suspenden el acto de entrega sine die. Releo las bases y no encuentro el punto donde dice que las contingencias políticas podrían alterar el devenir de la poesía, es decir, que la política jodiera a la poesía. Pues eso. Señores, que en su prestigio lo llevan. Por mi parte, me doy por desconcursado, aunque eso, creo, ya lo han decidido ustedes.

Atentamente, J. A. G.

Por cierto, Antonio -concluye con una postdata- no creo que pueda pagarte el dinero de las cervezas de la otra noche.

sábado, 3 de septiembre de 2011

El camaleón


Llegué al lavapiés. Después de la última tabla del pasadizo desde la playa estaba el lavapiés, metálico, de líneas rectas, con surtidores de agua para quitarte la arena de entre los dedos, la arena de los talones, del empeine. De pronto veo que en la maleza que invade parte de la plataforma de cemento algo se mueve, es un pequeño camaleón. Yo no sé qué hace ahí. Tal vez tenga, en el mejor de los casos, una vaga idea de lo que yo hago. Nos miramos. Al principio sólo lo miro yo, él parece no percatarse de mi presencia, pero algo hay en sus movimientos que lo delatan. Se gira lentamente, duda pero alarga sus pies, extiende sus músculos con una seguridad pegajosa y de pronto me mira, primero con un ojo, luego con el otro.

Detrás de nosotros un hombre mayor espera a que nos quitemos la arena. Nos mira preocupado, cuidado, dice, que vienen los salvajes. Un grupo de niños avanza con sus cubos de agua y sus palas. Vuelvo a mirar al camaleón, pero ya no está. Y pienso mejor estos salvajes que un concejal de ayuntamiento, un consejero de medio ambiente, un constructor. Joder, pienso, lo que podría haber pasado, pero me siento un poco incómodo porque quién nos asegura que estos niños no llegarán a ser equivocadamente concejales de esos ayuntamientos, consejeros de medio ambiente, constructores de dúplex con vistas a la playa.

Y entonces lo comprendo. Me mimetizo con el paisaje. Y lo hago.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Los amores del pulpo



Painlevé me explica, a su manera, que los motores a reacción están inspirados en las larvas de las libélulas. Es cosas extraña, pero lo es. Painlevé me explica también que él no come pulpo, porque sus ojos lo miran con una expresividad también extraña y cambia de color si está triste o nada alegre entre los corales del fondo del mar.

Es Painlevé quien, hablando así, desde el más allá, llena dos páginas del periódico sosteniendo una estrambótica cámara de cine submarina o subido en un avión de papel con Einsenstein. Son cosas de Peinlevé. Hace unas horas no sabía ni quién era este Peinlevé ni a qué dedicaba su tiempo libre, pero en verano se cuelan en las páginas de los periódicos estas cosas y de pronto es noticia que el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) de París le dedique una exposición importante, como ellos dicen, a Jean Painlevé, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Y leo estas páginas que de no ser así estarían ocupadas por el careto de un político o lo que es peor por un político entero.