jueves, 12 de octubre de 2023

Reseña de Arturo Tendero en su blog El mundanal ruido. Octubre 2023

Arturo Tendero

El mundana ruido

 



«Hace un calor asfixiante. / Parece que estemos perdidos / en un océano de palabras confusas y oscuras». 

Antonio Aguilar Rodríguez (Murcia, 1973) ha construido este poemario hilvanando las anotaciones de un día sobre otro. Ha usado el taller como motor de la escritura y lo reconoce desde el título. También en algunos pasajes: «Esta manera de escribir diariamente / no deja de tener algo de dripping. / Pienso en Jackson Pollock / dejando que la brocha gotee…». Por afinidad, alude a otros escritores que han usado la misma fórmula, como el Margarit póstumo de Animal de bosque. Aguilar es un poeta de los que tratan de capturar el tiempo, de salvar en sus poemas la vida que fluye con la luz del mundo, sin dios y sin que nadie se percate de ella. Arriba está la luna y abajo nosotros «y estas incomodidades que llamamos vida». Este afán se condensa en «Resina», un poema que aprieta el beatífico presente dentro de una gota de resina que con el discurrir de los siglos alguien podrá apreciar convertida en ámbar: «Salvo por el canto de unos pájaros / todo parece / sumido en la quietud / de una resina fresca». Como escritor y profesor, Aguilar es también un lector aplicado que integra las lecturas en su vida, o en su aspiración de vida: «nunca he visto luciérnagas salvo en los libros». Tanto como la metapoesía, la lectura es una actividad que aflora muy a menudo en estas escenas cotidianas: «trazo una marca con mi lápiz / sobre las páginas que leo / y a las que volveré. / Migas de pan». En la lógica variedad de los poemas, destacan especialmente aquellos en los que expone dos sensaciones, a veces de pasado y presente, y las va alternando hasta que se pierde el contorno y estalla la expresión. Él mismo formula el sortilegio: «como los sentimientos, la vida gana / cuando los límites se vuelven imprecisos». Ocurre, por ejemplo, en «Zagajewski» y en evocaciones familiares como «Linotipistas» o «Pájaros y lluvia»: «Y pienso en mi abuela, / sorteando los charcos de la posguerra. / Una niña que arroja a escondidas / las mondas de naranja, / para que nadie sepa / qué hambre las robó».

Reseña De Francisco J. Díez de Revenga en La Opinión de Murcia. 6/10/2023

 LA LUZ DE LAS PALABRAS

Entre Letras

Francisco Javier Díez de Revenga


Antonio Aguilar Rodríguez (Murcia, 1973), tras una sólida trayectoria como poeta prudente acaba de publicar en Huerga y Fierro (La Rama Dorada) su último libro de poemas, Diario oblicuo, que reúne un centenar de poemas agrupados en cuatro amplias secciones numerada con romanos. Lo cierto es que todo el libro se muestra fuertemente cohesionado porque descubre las reflexiones de un caminante detenido en el tiempo, que observa su alrededor y recapacita sobre el sentido de la existencia, entrando en la madurez, cuando la memoria, los recuerdos, las vivencias lejanas, recuperadas con una serena emoción, descubren trozos de una existencia que han de atraer al lector. Porque todo es posible en este diario oblicuo y todo penetra en sus páginas como objeto de evocación de existencia, porque cada una de las estancias de este diario constituye una consagración del tiempo recuperado desde los recuerdos y la memoria. Si la cohesión del libro está garantizada por la compacidad de esos objetivos, no está reñida con la expresiva variedad de las representaciones que construyen el intenso y bien nutrido universo poético de este libro.


Un libro que se titula diario, aunque ese diario sea oblicuo, es un libro que ha de contener en sus páginas el sentido del tiempo revelado en el trascurrir de los días evocados en cada uno de sus poemas, porque, en efecto, los días protagonizarán reflexiones para revelar los cambios acaecidos a consecuencia del tiempo y de la edad de un poeta que inevitablemente está entrando en una fecunda madurez. El día, la noche, la luz, unos paisajes familiares, espacios que sobrevienen con las sucesivas evocaciones, ponen todos de manifiesto que el poeta quiere legar fragmentos de su existencia envueltos en las escenas retenidas del paso de los días, desde su propia infancia a la infancia creciendo de su propio hijo, protagonista de algunas de las estancias. Porque de lo que se trata es de ver pasar el tiempo y el mundo a través de la ventana y descubrir que todo merece ser retenido y eternizado por una palabra tan fértil como la de este poeta tan original.


El lector recorrerá las estancias de este libro acompañado de muchos personajes que han enriquecido la vida intelectual, el mundo y el pensamiento del escritor, como si fueran dioses protectores, manes que comparecen porque contribuyen con su estela a entender el mundo, aunque sea con las gotas con las que se construye una pintura mítica, o los dibujos japoneses de un artista enigmático, mientras suena el Bolero de Ravel, con su aceleración, desde la batuta insolente de Frank Zappa, y contraste con la evocación de los versos indelebles de Leopardi o Emily Dickinson, plenos de sosiego y sentimiento. Es el mundo propio del poeta en el que se divisan los retratos de sus héroes particulares, cada uno evocado con una devoción especial.


Le interesa a Antonio Aguilar, poeta y desde luego filólogo y profesor de Lengua, investigar sin descanso sobre el milagro de la palabra, sobre la labor y la función ser poeta, el sentido de los nombres o la indagación de la metáfora exacta. Muchas de las composiciones de este libro descubrirán la metapoética implícita de un escritor anonadado ante el milagro de la escritura y la afirmación de la eternidad de un verso, indeleble como un tatuaje, surgido del chispazo instantáneo que enciende con su palabra el poema. Porque a la poesía atribuye nuestro autor la capacidad de detener el tiempo, aunque sea tan solo un instante, como en un parpadeo, porque luego la vida continúa. Conjuntar las letras para crear mundos nuevos y para revelar la necesidad imperiosa de decir y de escribir diariamente, como muy bien surgiere el título de este libro, como diario oblicuo. Porque ser poeta es vaciarse y ser poeta es ser otros, y seguir viviendo y seguir leyendo hasta alcanzar el mundo alumbrado con la luz de las palabras.


La vida continúa hasta el final y la realidad del designio la conoce bien el poeta que acaba de leer a Francisco Brines y sabe que hay un destino al que se ha de llegar imparablemente. Por eso no ha de extrañar al lector que también la muerte esté presente en este diario, porque el trascurrir de las jornadas conduce imparablemente a su final, tal como en otro poema se avisa; y es que tras la luz y cuando esta se extingue viene la noche. Son evocaciones de autenticidad que dotan poesía de este Diario oblicuo de mucha verdad, que solo es posible conseguir cuando el poeta protagoniza su propia historia y hace suyo el dolor de sentir trascurrir los días que construyen este hermoso poemario.

Entrevista en La verdad de Murcia. 9/10/2023


 Fuente

Antonio Aguilar: «La escritura es mi yoga»






El autor presenta este lunes su nuevo y «más personal» poemario, 'Diario oblicuo', en la Feria del Libro de Murcia



Antonio Arco
Lunes 9 de octubre de 2023


«No soy el poeta que soñé a los veinte, ni el que fui de una forma fugaz a los treinta...», reconoce Antonio Aguilar, nacido en Murcia en 1973 y cuyo nuevo poemario, 'Diario oblicuo' (Huerga&Fierro), será presentado este lunes, a las 19.00 horas, en la caseta de Libros Traperos de la Feria del Libro de Murcia –paseo Alfonso X el Sabio–. Al poeta, cuya camiseta protagoniza una marinera y a quien le gusta recordar que Mark Strand defiende que «nuestra obra maestra es la vida privada», le sucede que «todas las noches» le interroga «el mismo pájaro, siempre de una manera intempestiva». Y él, «incapaz de reconocerlo entre las ramas de los árboles», lo escucha. Y se inquieta «si enmudece». Curioso: a veces a sus sueños se asoma un ciervo, y en otras ocasiones en ellos «vuelan los cuervos hasta posar sus alas negras en las últimas páginas de un libro».




En las páginas de 'Diario oblicuo', publicado en la colección 'La rama dorada' que dirige Mercedes Monmany, habitan poemas muy sencillos, cotidianos, por ejemplo sobre el día en que su hijo, Alonso, empezó con las clases de tenis y él observaba sus movimientos y no podía dejar, tampoco, de pensar en cuando creciera y «un día se vaya de casa y lo observemos a través de los ventanales, sin saber acaso si lo habremos hecho bien o lo mejor que hubiéramos sabido, y eso será importante para su vida». Poemas sobre su experiencia de profesor, sobre el cansancio al final del día, los tatuajes, los bienaventurados padres, la poda de las moreras, el ladrido de los perros, la nieve, el calor, los futbolines...

'Diario oblicuo' recoge, explica su autor, «casi un centenar de poemas que muestran las consecuencias de adentrarse en el espacio interior». «Es un diario indirecto», añade, «impreciso en cuanto al dato pero preciso en las emociones y las sensaciones que incitan a un diálogo con el lector». Poemas, precisa Aguilar, «hechos en el camino, atravesados por la contemplación del paseante solitario. Palabras que tocan con un lenguaje sencillo la electricidad de la vida no necesariamente cotidiana».


 El poeta se propuso «escribir un poema diario durante un año. Había leído 'Poema' de Rafael Argullol». Obviamente, aclara sin que haga puñetera falta, «yo no soy Rafael Argullol». «Me sorprendió», cuenta, «ese intento de escribir un poema diario durante cuatro años. El libro es sorprendente, cualquier poema es una iluminación».

Su propósito era «más modesto». Quería demostrarse que «pese a todas las premuras de la vida cotidiana se podía escribir poesía. Decidí, además, buscar el ritmo de los poemas en otros espacios en los que aún no había transitado, dejé la métrica relegada al oído, a la intuición». Y un día, de repente, descubrió, «citando a la gran poeta portuguesa Ana Luisa Amaral, que todo es poetizable». Y aquí están estos nuevos poemas. «No he escrito un libro más personal que este 'Diario', que pese a todo es oblicuo, por necesidades del guión», asegura. 

Agujero negro

Su admiración por la poesía de Ana Luisa Amaral, fallecida en 2022, y a la que el festival poético Deslinde de Cartagena le rindió homenaje en 2021, le llevó a incluirla en estos versos de 'Agujeros negros': «Dice mi hijo que un agujero negro puede con todo y Ana Luisa Amaral que todo ese todo es poetizable. / A bordo de su cama orbitamos por el espacio interior. Como agujeros negros nada puede con nosotros».


–¿Por qué escribe?

–La escritura es mi yoga, la forma de poner mis cosas en claro, así es que en primera instancia escribo para mí, y luego para un público no definido; es decir, un público no experto, no literario, ni necesariamente iniciado en el mundo de la poesía. 

–¿A qué está atento?

–Me preocupa que no estemos realmente preocupados por dejarles a nuestros hijos un mundo más habitable, y que no nos hagamos cargo de las consecuencias de nuestras acciones. 

–¿Presente qué tiene?

–Mis orígenes, por ejemplo. No renuncio a la mirada al pasado, no necesariamente nostálgica. Yo nací en el barrio de Los Rosales de El Palmar, y llegué a trabajar allí como profesor de instituto durante once años. Los alumnos de este barrio no siempre tienen las mismas oportunidades que todo el mundo. Ahora que vivo en una zona de Murcia medianamente acomodada, de gente acomodada, no puedo olvidarme de la existencia, apenas separados por cuatro o cinco kilómetros, de dos mundos con una realidad tan distinta. Me inquieta mucho la desigualdad, la injusticia que conlleva. Me preocupan las circunstancias en las que mucha gente sigue viviendo, y reconozco que desde que fui padre, el futuro me preocupa mucho más, y no tanto por mí; yo tengo ya la vida más o menos solucionada, y voy entrando en una edad en la que podría ir relajándome un poco y que ya me diesen más igual muchas cosas, pero no me lo puedo permitir porque tengo un hijo y tengo que hacer lo posible para que el mundo no se vaya a la mierda. En mi mano está, al menos, procurar no ser egoísta, porque creo que como generación sí lo estamos siendo.


–Algunos de los mejores poemas de 'Diario oblicuo' están dedicados a su hijo, precisamente. 

–Alonso va camino de cumplir once años. En esos poemas hablo de mi relación con él y del hecho de intentar también ver el mundo, con una mirada diferente, a través de él.

Complicidad

–¿Y cómo es esa relación?

–Pues hoy no muy buena, porque estamos un poco enfadados [risas], pero en general excelente. Tengo con él una relación de gran complicidad, porque necesita en determinados espacios un poco de ayuda. Existe entre los dos mucha empatía, pero yo intento, y eso es algo que debo reconducir un poco, ponerme a su nivel como amigo, y él mismo, desde que era muy pequeño, algo que me hacía mucha gracia, me decía a veces: 'Tú eres mi padre, pero no eres mi amigo'. Y ese aviso me viene muy bien, porque está claro que se está formando y que como padre tienes que ponerle límites, aunque te cueste. 

–¿Logró vivir en paz?

–Yo no he llegado a vivir en paz, ni me atrevo a decir que he encontrado la felicidad, lo que siento es que vivo en equilibrio, y que cuando llegue justo lo contrario voy a tener el aplomo de buscar la forma de seguir siempre adelante. 

–¿Qué le ayuda a usted tomar decisiones?

–Cuando voy a hacer algo, sigue apareciendo en mí el niño pequeño que fui, el que piensa en cómo mis padres van a percibir lo que hago. Estoy dentro de una línea que va del antes, mis padres, al ahora, mi pareja y mi hijo. Quiero que todos ellos estén bien con mis decisiones y mis actos, y me gusta que se sientan orgullosos de mí. Mis padres están teniendo una vejez muy feliz, con sus achaques pero muy agradable, y eso es todavía mejor que si les hubiese tocado la Lotería.