martes, 24 de noviembre de 2009

Cuéntame un cuento


Cuéntame un cuento, le dijo. Cuéntame una historia antes de irte o cuando llegas o ahora mismo, venga, pero cuéntame algo.

Él entornó los ojos. Su cuerpo era como un campo nevado que se adentraba en la noche, con los pasos diminutos de los lunares dispersos por su vientre. Ante la belleza de este paisaje le resultaba difícil pensar. Pero nadie quería que pensara, al contrario, ella sólo quería que inventara para ella una historia o mejor que recordara para ella un cuento, como la nieve, que volviera hacia atrás por esos pasos diminutos y trajera el cuento de entonces, ese cuento que no iba, desde luego, a competir con el que le contaba su madre, un cuento con la bruja Coruja, o con Juan Sinmiedo o con María Sarmiento. Cuenta, dijo.

Y él pensó en un cuento donde la luz fuera un tesoro y donde los dos protagonistas asustados por la incertidumbre del camino que se adentraba en el bosque tuvieran a la luz como amuleto. Zapatos rojos de charol, brujas buenas y malas, baldosas amarillas, islas con agujeros para ver las cosas desde el otro lado, huertos de lechugas, trenzas que se destrenzan y habichuelas que crecen hasta el infinito y mucho más allá.

Y él se puso sus botas de contar y la cogió de la mano y se adentraron por ese bosque que les había quitado el resuello, y llamaron a la bruja con todas sus fuerzas y la bruja apareció con sus dedos de cosquillas y los estuvo torturando hasta la luz del alba que no estaba muy lejos. Y cuando ella no pudo más, cuando su cuerpo resplandeció con esa luz, cuando su cuerpo de nieve volvió a brillar con toda su belleza él le dijo, ves cómo la luz nos iba a salvar. Y ella se levantó descalza y sonrió, porque los zapatos rojos se habían esfumado por el camino de baldosas amarillas y le había hecho gracia la ocurrencia de él, que la miró de nuevo, boquiabierto, comprendiendo que con aquel cuento había vuelto a casa y que tenía un corazón que se expandía con cada instante que estaban juntos.

Entonces ella ya había vuelto a su lado y se había hecho un ovillo. Luz y claridad y tiempo y ganas de decirle tantas cosas que cuando se separaban apenas sabía esbozar. Y pensó que éste podría ser su cuento y fue a contárselo, pero se había quedado dormida y prefirió mirarla, dejar que entrase sola en el sueño, que estaba bien lo que tan bien terminaba.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Este año largo


Ha empezado a tocar Ryuichi Sakamoto. Estamos en el Teatro Circo de Cartagena. Son las nueve y media de la noche. Ahora ya es más tarde, pero ahora ya ha pasado todo. Ha pasado el tiempo, las horas, los minutos. Y ha pasado la música aunque se ha quedado con su largo fular de nostalgia entre nosotros. La música, la evocación, el tiempo.

De pronto he cerrado los ojos ahora, tal vez para recordar cómo los he cerrado entonces. No sé si ha sido simplemente un parpadeo más acentuado, más lento que de costumbre, si he demorado el momento siguiente, con los ojos cerrados, escuchando la música que subía desde los dos pianos. Con los ojos cerrados, me miro, me veo. Suena la música y de pronto me dan ganas de sonreír. Ahí está mi vida, ahí este año largo.

Tal vez el cansancio ayuda, ayuda la música seguro, ayuda que estoy tranquilo, que ando feliz a tu lado. Y pasa este año ante mis ojos. No es una secuencia continua, al contrario, son imágenes deslavazadas, instantáneas que un fotógrafo hubiera tomado sin que tú lo supieras. Calblanque. Un día de sol, estás desnudo. Lees El Quinto hijo de Doris Lessing. Recuerdas que unos años antes, el mismo día, se habían estrellado dos aviones contra las Torres Gemelas. El sol es insoportable. Te metes en el agua, rompes su cristal y el reflejo que te ofrece eres tú en multitud de sitios.

Luego estás en Londres con Alberto, Lili, Rircado, Juanlo, Antonio... En la mente From Hell de Alan Moore. Trafalgar Square. Hace sol, os hacéis unas fotos. O suena la canción de los ColdPlay y el mundo discurre a través de la ventana de Ícaro, es carnaval, suena después otra canción que celebra la alegría de tener una vespa. Tus amigos bailan a tu alrededor, tú les dices que todas las canciones hablan de ti esa noche. Cae la tarde y sales de los baños de Granada. Te deslizas por las calles de Mazarrón, te tomas un granizado en el puerto de Mallorca, pedaleas entre los campos de un oro mecido por el viento de Dinamarca. Descubres en el paseo de Los Urrutias que las palabras de Roger Wolf cantadas por Diego Vasallo te hacen flotar, pasar suspendido entre la gente, porque Los Urrutias son por fin el espacio de tu infancia redimida.

Y abro los ojos ahora, a tiempo de no citar los nombres de quienes te han acompañado, de quienes te acompañan, de los nuevos y de los antiguos. Y te alegras de no hacerlo, de no nombrar uno a uno a tus amigos, porque se te podría olvidar alguno y sería ¿imperdonable? Has estado atinado y sonríes por ello. Pero no obstante los nombras en conjunto, mis amigos, dices Tus amigos.

Y Ryuichi Sakamoto sigue tocando el piano y yo te miro presente, momento vivo, instante de vida y sé que esto soy yo, un hombre hecho de carne y de tiempo tan sólo y no por ello menos valioso.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Regalarnos el tiempo


Mi amigo José Antonio siempre se ponía malo por estas fechas. Era una enfermedad extraña, muchos de sus síntomas coincidían con los de otras: dolor de cuerpo, leve febrícula, malestar, dolor de cabeza por las tardes. Los diagnósticos eran variados: gripe, enfriamiento, mononucleosis...
Pero la verdad la supimos después, una tarde, mientras nos tomábamos unas cervezas (que nadie se asuste, que sigue entre nosotros), era simplemente agotamiento.

Y ahí estoy, como José Antonio, agotado y deseando que llegue un puente. Menos mal que los fines de semana los dedico a la gente que quiero y eso descansa y conforta y me hace feliz. Pero hay días que las horas no dan para más y me veo cenando a las once, a las doce, a las doce y media.

Así que he decidido regalarme un poco de descanso. Empecé ayer. A las once estaba en la cama. Intenté leer, pero no pude. El amor en los tiempos del cólera. Qué hermoso. Y hoy tal vez me salte el curso, el cuarto que hago en este trimestre, y tal vez me pasee o cene contigo y luego pierda el reloj y el sinsentido del mundo medido por las horas y me quede como Marco Antonio mirando tu belleza, esa paz salvajemente felina que me emociona y me descansa.

martes, 10 de noviembre de 2009

Copenhague


Hay ciudades que uno no sabe por qué terminan siendo puntos cardinales en su vida, un lugar al que ir o un lugar del que venir. Trenes que salen de madrugada -como dice la canción de Vetusta Morla- o bicis que llegan a medio día, entre los coches y la gente que pasea, alejándose un poco del mar que te ha acompañado durante los kilómetros que separan Copenhague del castillo de Kronborg en Elsinor.

El otro día en mitad del concierto te miré. Hacía unos meses que había estado en Copenhague, que había escuchado en el móvil de Encarna, por primera vez ,esa canción y pensé, mientras los demás daban saltos, en lo preciosa que eres siempre y especialmente cuando estás feliz, cuando saltas, cuando cantas en voz baja, cuando haces palmas y el vendaval de tu mundo interior aflora en tus gestos, en tus ojos, en tu sonrisa.

Copenhague, como Madrid, una ciudad para dejarse llevar, para jugar al azar, sin saber dónde podemos terminar o empezar, o empezar.

Y es cierto, suena demasiado bien.