Me dice María Jesús que llevo unos días pajizo. Es verdad. Sólo contestaré en mi defensa que es esta vida perra que a veces te hace pasear por páramos que nunca hubieras deseado transitar. Por eso esta noche te has regalado a Michael Nyman. A Michael Nyman band y la soprano Marie Angel. No lo sabías pero de pronto te has visto en la necesidad de salir de ese claustro interminable, más de tres horas, y de llegar al auditorio donde aún quedaba por venderse tu entrada, una entrada azul que te ha abierto las puertas a dos horas de vuelo. Y además en patio de butacas. Cansado, muy cansado. Pero las expectativas son grandes. Empiezo a escribir estas notas. Me resulta curioso no conocer a nadie entre tanta gente, me resulta curioso estar solo entre tanta gente. Es una sensación rara y familiar a la vez, como si estuviera de viaje, como si me sintiera en casa.
Y me acuerdo del poema de Kavafis, La Ciudad. Ese poema que viene a decirnos que la vida que hemos malogrado en esta ciudad la hemos perdido en todas las ciudades, pues la ciudad es siempre la misma. No busques otra. Y pienso que ésta es mi ciudad, que estoy a menos de diez minutos de mi casa, que ahora podría estar viendo la tele en vez de estar aquí, en esta sala, a mil kilómetro de toda preocupación, rodeado de gente extraña -menos Isa, que llega y me saluda, cuánto tiempo, cuándo David Lynch-. Esta ciudad que fundo ahora, como en el poema de Konstantino Kavafis, pero al revés, para que la vida que aquí retoña lo haga en todas las ciudades.
Y me acuerdo del poema de Kavafis, La Ciudad. Ese poema que viene a decirnos que la vida que hemos malogrado en esta ciudad la hemos perdido en todas las ciudades, pues la ciudad es siempre la misma. No busques otra. Y pienso que ésta es mi ciudad, que estoy a menos de diez minutos de mi casa, que ahora podría estar viendo la tele en vez de estar aquí, en esta sala, a mil kilómetro de toda preocupación, rodeado de gente extraña -menos Isa, que llega y me saluda, cuánto tiempo, cuándo David Lynch-. Esta ciudad que fundo ahora, como en el poema de Konstantino Kavafis, pero al revés, para que la vida que aquí retoña lo haga en todas las ciudades.
Y cuando Nyman se ha retirado la gente sigue aplaudiendo. Tú aplaudes como el que más. Estás fascinado. Y solo. Y fascinado de nuevo. Entonces sale ya sin sus músicos, avanza hasta el piano, se sienta, toca. Y la lluvia empieza a caer en tu corazón.