miércoles, 28 de diciembre de 2016

Duplicación de Jeannette L. Clariond

Por error, he puesto en escrito una entrada en este blog que en realidad debería de estar en la pequeña caja de tormentas. Se trata del poema del poema El champú de Elizabeth Bishop. Hasta ahí nada extraño, porque equivocarse es de sabios y de despistados. Me he dado cuenta al etiquetar el poema porque no aparecían los términos que buscaba. Así que me he ido al otro blog y esta vez he hecho las cosas como dios manda, y al introducir el nombre de la traductora he comprobado que ya aparecía antes.

Como un hilván he tirado del nombre de Jeannette L. Clariond y me ha llevado a otra de mis poetas queridas, a la tradccción de Decreación de Anne Carson.

¿Casualidad? No sé. Creo que podríamos llamarlo "configuración de un gusto particular".


Resultado de imagen de elizabeth bishop


domingo, 18 de diciembre de 2016

Música en la palabra

La profesora de la Universidad de Murcia Isabel Abellán Chuecos acaba de publicar la ponencia que hizo sobre La noche del incendio. Lo ha hecho en la revista Estudios de teoría literaria
Aquí os dejo el enlace.
Muchas gracias, guapa. Es un privilegio que lectores como tú lleguen a mi libro y me lo devuelvan a través del espejo de la inteligencia.

http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/etl/article/view/1774/1777

domingo, 20 de noviembre de 2016

Leyendo a Ángeles Mora en un mar de espuma

Hay algo que hace especial la poesía de Ángeles Mora, de sus Ficciones para una autobiografía (burtleby editores) y que ha merecido el Premio Nacional y el de La Crítica en este año, es algo familiar, cercano, un tono coloquial en apariencia, la sencillez que sin embargo no cae del lado de lo simple. A veces un poema empieza como desvaído, como si no fuera poema y fuera simple conversación del día a día, "Fue el primer día/ llamé a la puerta equivocada...", pero de pronto algo sucede, una realizadad poética somo sin querer, como sin que nos demos cuenta, se lleva la palabra a otro terreno, el del cuidado y el del respeto por el lector que no se ve apabullado por el alarde verbal o referencial pero tampoco por la ramplonería de la linealidad y lo plano. Será que pienso todo esto esta mañana porque le estoy leyendo los poemas en voz alta a mi hijo mientras se da un baño de espuma.

IN THE. WINDMILLS OF YOUR MIND
(O el hilo de una historia)

Fue el primer día.
Llamé a la puerta equivocada.
Pulsé el tiemble una vez y otra, impaciente,
y tú abriste a mi espalda.
Sabías que era yo quien apretaba en vano
el timbre del vecino.
Me dijiste " es quí"
y sonreías burlón.

Me volvÍ avergonzada.
Parecias un diablo divertido
ante la puerta de su infierno.
Tropecé  con tus ojos
y me precipité al vacío.
Aún me enciende el futuro
aquella puerta abierta,
aquella rendija
Por la que Alicia atravesó el espejo
y yo alcancé otro tiempo.

La Luz devora más que el fuego.
Hay una claridad
que no está a la vista, que gira
como un molino de viento en la cabeza.
Un pensamiento puede tener la llave
para cambiar de sitio
la noche.

En aquel mundo extraño, al otro lado del mundo,
sucede ti y de mí como no se anunciaba
en mi destino.
Pero existe un destino que sólo se conquista.
Un espacio de sueño y desafío
para escribir lo nuevo.
Aquel mundo distinto que en ti ardía
estalló en mi conciencia
Como definitivo.
Me trajo el argumento
para urdir la novela de una vida.

En aquel laberinto de luces de tu mente,
fui la invitada que se quedó a cenar.

martes, 8 de noviembre de 2016

Hoz en la espalda de Isla Correyero




Hace un mes estuve en Granada y dediqué la tarde del sábado a recorrer varias librerías mientras nos paseábamos, mala tarde para las librerías, pero el paseo nos deparó algunas sorpresas como la exposición sobre José Guerrero dialogando con Jesús Zurita, en una calle aledaña a la catedral, un lujo, además las cristaleras de la última planta proporcionan una vista impresionante del templo. Al final encontramos una librería abierta y pude comprobar algo que me resultó llamativo. En otras ocasiones en las que he visitado Granada la presencia de autores y editoriales granadinas en los anaqueles era notable, ahora no, no al menos en esta librería. Había un libro de segunda mano donde alguien le habia pintado un no muy favorable bigote a Rafael Espejo. Al final compré una antología de Javier Egea Y Hoz en la espalda (huerga y fierro) de Isla Correyero.

 Ahora ando por su páginas, ya lejos de Granada. Es un libro particular, es como ella lo subtitula, una Evolución de un divorcio -mi mujer me miró asombrada al leerlo mientras me dirigía a la caja a pagarlo-. Me resulta especialmente interesante, porque tiene que ver con mi poemario Canciones para el día de después, que así se titulará si alguna vez se publica. Cuando empecé a escribir este breve poemario no tenía, literariamente, nada claro sobre por dónde debía ir y de si era legítimo que yo pudiera contar esa historia sólo desde mi punto de vista, pero es que no tenía otro. Además pronto comprendí que la mayoría de aquellos poemas ya sólo tenían un protagonista y comenzaba justo después de la ruptura, por tanto no era un ajuste de cuentas sino un descubrimiento del vacío y del extrañamiento de uno mismo que experimenté en esos días. Pero el azar puso en mi camino a dos autoras esenciales que me enseñaron a enfrentar un tema en el que era difícil perderse y confundir el desahogo o algo parecido a una terapia, con la poesía. Esas autoras fueron Anne Carson y Margaret Atwood. Las dos con dos libros sobre el mismo tema, la ruptura, dos libros de poemas, uno La belleza del marido (lumen) otro Juegos públicos (hiperión), creo. En ellos encontré la posibilidad de poetizar sobre algo aparentemente inapropiado sin perder el norte del poema.

Ahora me encuentro con este libro de Isla Correyero, y me hace feliz formar parte de esta nueva tradición de la poetización de la ruptura. Una experiencia poética estremecedora de la que sólo nos puede salvar la ironía.

Hoz en la espalda de Isla Correyero


Hace un mes estuve en Granada y dediqué la tarde del sábado a recorrer varias librerías mientras nos paseábamos, mala tarde para las librerías, pero el paseo nos deparó algunas sorpresas como la exposición sobre José Guerrero dialogando con Jesús Zurita, en una calle aledaña a la catedral, un lujo, además las cristaleras de la última planta proporcionan una vista impresionante del templo. Al final encontramos una librería abierta y pude comprobar algo que me resultó llamativo. En otras ocasiones en las que he visitado Granada la presencia de autores y editoriales granadinas en los anaqueles era notable, ahora no, no al menos en esta librería. Había un libro de segunda mano donde alguien le habia pintado un no muy favorable bigote a Rafael Espejo. Al final compré una antología de Javier Egea Y Hoz en la espalda (huerga y fierro) de Isla Correyero.

 Ahora ando por su páginas, ya lejos de Granada. Es un libro particular, es como ella lo subtitula, una Evolución de un divorcio -mi mujer me miró asombrada al leerlo mientras me dirigía a la caja a pagarlo-. Me resulta especialmente interesante, porque tiene que ver con mi poemario Canciones para el día de después, que así se titulará si alguna vez se publica. Cuando empecé a escribir este breve poemario no tenía, literariamente, nada claro sobre por dónde debía ir y de si era legítimo que yo pudiera contar esa historia sólo desde mi punto de vista, pero es que no tenía otro. Además pronto comprendí que la mayoría de aquellos poemas ya sólo tenían un protagonista y comenzaba justo después de la ruptura, por tanto no era un ajuste de cuentas sino un descubrimiento del vacío y del extrañamiento de uno mismo que experimenté en esos días. Pero el azar puso en mi camino a dos autoras esenciales que me enseñaron a enfrentar un tema en el que era difícil perderse y confundir el desahogo o algo parecido a una terapia, con la poesía. Esas autoras fueron Anne Carson y Margaret Atwood. Las dos con dos libros sobre el mismo tema, la ruptura, dos libros de poemas, uno La belleza del marido (lumen) otro Juegos públicos (hiperión), creo. En ellos encontré la posibilidad de poetizar sobre algo aparentemente inapropiado sin perder el norte del poema.

Ahora me encuentro con este libro de Isla Correyero, y me hace feliz formar parte de esta nueva tradición de la poetización de la ruptura. Una experiencia poética estremecedora de la que sólo nos puede salvar la ironía.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Autor Regional Invitado Mandarache 2016

Esta semana se ha presentado la edición del Premio Mandarache 2016 y formo parte de ese proyecto como Autor Regional Invitado. Yo lo asumo como un premio y como una aventura. Os dejo el cartel del Premio. Así que este año a Leevolucionar

Premio Mandarache 2017 Cartel

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Sin saber muy bien por qué

A veces me compro un libro de poemas al azar, sin saber muy bien por qué, por qué ese libro y no otro, por ejemplo, una corazonada, como el otro día en la Montaña Mágica de Vicente Velasco Montoya. Así que le eché mano a "Línea de nieve" de Gabriel Issausti, de quien me habia hablado hace algún tiempo Soren Peñalver.

A veces ojeo u hojeo, que ya no me queda claro, ese libro y de pronto siento una profunda decepción. Y me dura un tiempo hasta que de pronto vuelvo a abrirlo. Es otro el tiempo y otra la premisa para leerlo, alejada de la urgencia de la primera lectura, de cualquier expectativa, otros también, por qué no, los ojos con los que leo, y entonces pienso en la suerte de haber vuelto a abrir ese libro y de haberme encontrado con un poema, en este caso, "Niebla en Aralar", la segunda parte de la serie "Preludios" Y del que a continuación copio un fragmento: "Ahora vivo, en más de un sentido, al otro lado y en las noches de invierno, al acostarme, siento el frío que llega de esos montes como una mano helada que tienta en las tinieblas. Dónde somos, y no de dónde somos, me digo, es la pregunta." En mi caso, ya he encontrado la respuesta.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Historia de un papiloma


Alguien va al médico de cabecera de la seguridad social. Le mira el pie. Tiene un pie bonito, como es temprano aún no están muy sudado. Huele a gloria, la verdad. Ese alguien ha esmerado su higiene porque enseñar el pie no es cosa banal, aunque aprecia que al descalzar su extremidad y desprenderla del calcetín no le habría venido mal un poco de atención al rasurado de las uñas. Pero con todo, valora que su estado es aceptable. Mantiene el pie en alto, la planta orientada al facultativo. La observa. No se atreve a tocar, a lo sumo con uno de esas tablillas de madera con las que los facultativos del mundo creen que pueden animar el corazón maltrecho de un niño después de una inyección -mucho mejor las piruletas, se lo aseguro-. Valora. Y después decide derivar a ese alguien, anónimo, pero de pies cuidados, al dermatólogo.
Y aquí empieza su odisea. En el mostrador de cita previa comprueba que alguien está sustituyendo a otro alguien, que obviamente no es el protagonista de este relato, porque no tendría mucho sentido, y que después de solventar varios escollos informáticos, le puede dar cita para el 23 de febrero. Acepta con normalidad esa cita, hasta que cae en la cuenta, y no es una cuenta pequeña. Sonrojado, porque no está acostumbrado a manifestar su malestar, pregunta por la oficina de atención al paciente, ya que el plazo le parece abusivo, y al otro lado del mostrador observa una mueca de incordio. Allí no existe eso, aunque este nuevo alguien que atiende al otro lado del mostrador, ha tenido que hacer varias preguntas para asegurarse. Finalmente se despacha, y con ello también despacha el texto, con un "pues esto es lo que hay".

jueves, 11 de agosto de 2016

El sabor de las cerezas.

A mi padre, lector de estos versos.

MIENTRAS crecíamos
 crecían con nosotros
las ramas del cerezo,
la fruta en esas ramas,
la sombra en estas frutas.

 Dejábamos las bicicletas,
las canicas, la trompa
y su cordel de nailon
en la bondad de aquellos días.

Y nos subíamos
por estas ramas,
probando aquella fruta,
y saltando como funámbulos
cuya suerte pendiese
 del hilo de las nubes.

___
Las horas de la noche
se hacían largas en octubre,
 y el invierno se presentaba como un largo
túnel entre dos valles,
o entre dos calles,
o entre dos años.

___
En las noches de luna llena
del mes de enero,
los gatos tristes
merodeaban los cerezos.
Sombras oscuras
que saltaban al sueño
por las persianas de madera,
donde mis manos azoradas
abrían paso lentamente
a mis ojos abiertos como platos.

Y una vez que caía de cansancio,
con la cara desnuda
sobre el cristal helado,
daban vueltas a la memoria,
como a un ovillo,
dibujando con tinta china
sombras de tigres negros
en las paredes.

___
Por las mañanas
una rama rojiza y tensa
golpeaba el alféizar,
y yo desde muy lejos,
pero como quien mira
para ser visto, la miraba
con sus trenzas de niña
y su uniforme
del colegio de paga.

Y aunque fuimos amantes
a los doce años
y sin hablarnos,
jamás grabamos nuestros nombres
dentro de un corazón
en la corteza de aquel árbol.

___
La plaza siempre se iluminaba
en los días de marzo,
con una flores párvulas
que el viento de mediados de ese mes
barría por las calles.

___
En los días de marzo me sentaba
 cerca de los cerezos,
y con las manos limpias los tocaba, y me sentía extraño,
como si el viento entre sus hojas
 cantase una canción
con cosas que se ganan
y cosas que se pierden.

____

Y te recuerdo
Podando con tus manos
las ramas jóvenes,
guiando su sombra
que se confundiría
al cabo de los años
con nuestra propia sombra.
tus manos firmes y flexibles
como las manos del cerezo
en las mañanas
azules de septiembre.

(Allí donde no estuve. Rialp. 2004)

miércoles, 10 de agosto de 2016

IES Marqués de los Vélez, reencuentro después de 25 años.


Ojalá este poema recuerde mínimamente a Jaime Gil de Biedma. Feliz de haber coincidido con vosotros, no sólo hace veinticinco años sino apenas hace una semana.



IN ICTU OCULI

 Reencontrarse entonces
después de tantos años,
no sin cierta inquietud,
con el temor de aquella
fragilidad de ser adolescente.

 Hoy que crees vencidas
las inseguridades,
y que no arrastras el acné
severo, el gesto taciturno
de quien apenas un momento
se atreva a preguntar.

 Ahora que has creado a tu medida
un recuerdo de todo aquello,
donde encajan tus dudas
y el oro de los años
es un telar bruñido
por el roce de las palabras.

 Reencontrarte ahora
contigo mismo, con el tú de entonces,
y estar en paz con todo
lo que te perturbó
después de tantos años,
y que haya sido suficiente
un parpadeo.

lunes, 20 de junio de 2016

Hoy en La Verdad

Bueno, pues eso, que Antonio Arco me ha entrevistado en La verdad, la otra, la de papel.

http://www.laverdad.es/murcia/culturas/libros/201606/20/trabajar-jovenes-alas-20160620003712-v.html

martes, 14 de junio de 2016

Una casa en el jardín

Estoy escribiendo un poema sobre una sensación de desarraigo que viví hace unos años. Sobre la prevención intuitiva del desarraigo, en realidad. Al escribir estas líneas no sé si corro el riesgo de no escribirlo nunca o de iluminar un pequeño camino que me lleve a su umbral.
Cuando preparaba mi equipaje para viajar al extranjero siempre echaba un par de libros en castellano, libros que se ambientaban en el lugar al que iba, como las novelas de Jaritos y el barrio de la la Exarchia. Quizás, ahora que lo pienso, no tuve esa sensación en ningún momento ni en Atenas ni en Tesalonica, pero sí en Londres o en Dinamarca o en Finlandia. Pero invariablemente en mi bolsa iba el libro, en estos casos preferiblemente una novela o un libro de cuentos.
El cansancio de vivir en un mundo donde no entiendes la lengua me aturde aún ahora, me asustaba en realidad, verdadero pavor sentirme perdido en una realidad configurada en una lengua que desconozco. Así que esa era, entre otras, la razón de llevarme un libro que me acompañaba a todas partes y que en algún momento de agobio me adentraba en un jardín, jardínes hay en todas partes y en todos los jardines es frecuente ver a alguien leyendo, y sacaba el libro y por un rato volvía a poner los pies en el suelo y sentía que ese suelo es de nuevo tu hogar.

Comprendí que él lenguaje era mi casa o al revés, comprendí que mi casa es el lenguaje.

lunes, 23 de mayo de 2016

Filemon y Baucis, Murcia, 2016

Ayer tuve una de esas conversaciones extrañas que a veces la vida propicia sin tener muy clara su intención. Aprovechando la tarde y como era especialmente calurosa bajamos al parque pero no fuimos al de siempre sino a uno algo más alejado, más pequeño, con unas acacias que dan sombra dispar pero que se mecen con el viento y acrecientan de esa manera la sensación de placer. Es un jardín pequeño con varias palmeras, una decena de moreras y algún olivo. Estaba en un banco del parque jugando con mi hijo a eso de hacer teatro con unos muñecos de Pepa Pig, Papá Pig y George.

La vi llegar desde lejos, era una vecina mayor, vestida de gris, como todas las mujeres de cierta edad en España, que abandonan el color para vestirse de negro. Me llamó la atención el hecho de que iba vestida con cuatro o cinco capas de ropa pese al calor. Detrás de una gafas de pasta oscuras se escondían unos ojos amables, se sentó a mi lado, sacó una bolsa con flores que había ido cortando por los jardines y me fue dando las más vistosas. No sé por qué esa tarde se puso a hablarme con una proximidad inusual, sacó su cartera y me enseñó las fotos de sus nietos, uno médico y otro militar, también la foto de su marido y la besó. Cómo lo echaba de menos, cuarenta y siete años juntos hasta que hace tres años se murió. Él, como uno de esos personajes de la mitología, como en Filemón y Baucis, le había dicho que no quería vivir si ella moría, que, me dijo, no tenía sentido seguir viviendo cuando el otro faltara. Yo pensé en Raymond Carver y en ese poema en el que piensa que es él, enfermo de cáncer, el que sobrevive a su esposa, Tess Galagher, porque lo contrario le parecía muy doloroso. A veces, me dijo, saco su foto y la pongo ahí donde tú estás, y le hablo como te hablo a ti ahora mismo.

lunes, 4 de abril de 2016

Machadiana





La lluvia en los cristales
dibuja ideogramas.

Es un telar de nombres
entre los que podría estar el nuestro.

Breve caligrafía
de una tarde de lluvia.

lunes, 21 de marzo de 2016

Frankenstein


Para que sea Navidad has puesto el Oratorio.
En la cocina o en salón tal vez,
Tu hijo repite ensimismado las palabras
Que aprende de los labios de su madre,
Ensimismado, aun cuando el lenguaje
Es un límite que se toca con los otros,
Tal vez por eso ella lo dota de sentido
Y musicalidad, para que entienda
La ternura en sus actos, y también el horror
Que está en el límite de sus palabras.

 Ahora oyes su risa entre el fraseo
de Johann Sebastian Bach, escuchas,
Prestas oído a lo que oyes
Una emoción no exenta de sentido religioso,
Pero que habla del hombre, del exilio,
De la huida, del miedo, del derecho
Y de la dignidad.

 Hay luces de colores que parpadean en el árbol.
La atmósfera que envuelve la lección
es cálida y amable.
Noventa años después de que el maestro
De Eisenach, muerto en Leipzig, compusiera
Esta música, al otro lado del salón,
En la verdad austera de un cuarto frío,
Alguien está escuchándola, y no eres tú,
Es la criatura la que sigue atentamente
La clase, la que con esmero intenta
Entender las palabras y también su cadencia.

De ella dependerá nuestro perdón.

Inédito del libro Poemas con mi hijo.

sábado, 5 de marzo de 2016

Adentrarse

Estuve dos años leyendo Cartas de cumpleaños de Ted Hughes, viajé con la joven pareja por Europa, América o España, por la cordura y por la desesperación, durante dos años, leí pausadamente esos fragmentos de biografía, aceptando la complicidad de entender que en realidad se trataba de un texto literario que se rebelaba a esa condición, dos años reconociéndome unas veces en la voz de Ted Hughes, otras en las acciones de Sylvia Plath, joven, poderosa, frágil. Ahora  he leído Una pena en obsevación de C.S. Lewis, otra manera de adentrarse en el dolor. No había visto la relación tan obvia entre los dos libros hasta el momento de ponerme a escribir. Qué diferencias también entre uno y otro, el análisis a fin de cuentas del hecho relativamente parecido de la pérdida y de la asunción de ésta, y qué diferente la forma de hacerlo. En C.S. Lewis la frialdad inicial, el bloqueo emocional aparente del escritor se va volviendo poco a poco en una extraña comprensión que es la del convencimiento de la razón. Aún no asumiendo los presupuestos religiosos del autor, termina uno emocionándose, poniéndose en su piel y entendiéndolo a través de la observación y el análisis. En el libro de Ted Hughes sucede algo similar pero los caminos son totalmente diferentes o al menos eso me parece a mí.

Dos años leyendo Cartas de cumpleaños, uno de esos libros que necesita su tiempo, ir devanando poco a poco el hilo para deshacer el sudario con el que la edad ligera nos envuelve. Dos años de aventura, de complicidad, de perplejidad también para veinticinco años de escritura. Ahora cuando lo veo en la estantería, en la hermosa edición de Lumen, noto la reciprocidad, como si durante dos años alguien hubiera igualmente estado leyendo en mi interior.

Y ahora, casi dos años después de que Nuria me lo hubiera regalado, le toca el turno a la poesía completa de la poeta de Amherst, de la que había leído una selección publicada en visor y la hermosa y breve antología, creo, que de Nórdica o el libro de Poemas a la muerte que le regalé a Diego. Y sé  con una extraña clarividencia que Emily Dickinson y yo andaremos un tiempo juntos.

lunes, 29 de febrero de 2016

Poesía popular


Le escuché al maestro José Agustín Goytisolo la última vez que vino a Murcia, apenas unos meses antes de su muerte, mientras leía sus poemas bajo la luz de un flexo que iluminaba el humo de un cigarrillo que se consumía en un cenicero que le traje dios sabe desde donde, que para él una de las cosas más hermosas que podría sucederle como poeta sería que sus versos circularan de boca en boca au que no se supiera quién los hubiera escrito. Así, con esa sencillez, nos enseñaba, en el aula de Poesía de la Universidad de Murcia, una lección de humildad. Pues eso, que llevo unos días encontrando mis versos dispersos por el mundo en boca de jóvenes que los repiten, seamos modestos, no hasta la saciedad, pero sí suyos. Y me hace muy feliz. Gracias.

miércoles, 20 de enero de 2016

La noche del incendio. Las cajas



La noche del incendio es un libro de poemas pero también es una exposición, una docena de cajas de fotos donde una docena de lectores-amigos-fotógrafos ha hecho su relectura personal, no tanto una recreación gráfica de la textura visual del poema sino una recreación de los estados de ánimo, de las asociaciones subjetivas que cada uno establece con el placer de leer en general y con la experiencia de la lectura de este libro en particular.

Yo puse el embrión de una idea, lancé unos correos, puse en aprietos incluso a personas que en un principio no conocía y a otras a las que conocía muy bien. Ellos le han dado forma, allí donde las palabras desaparecen, por tanto ellos son los protagonistas de este tránsito de un punto a otro.

El día 13 de febrero, sábado, a las 18:00 horas, será la inauguración de esta curiosa exposición que estará un par de semanas en la Cafetería Ítaca de Murcia (Calle Mariano Vergara, 6). Así que no tendrás excusa, cualquier día a cualquier hora podrías llevarte una de las cajas a tu mesa y leer los poemas y ver las fotos mientras te tomas un café o un té o un refresco, pero,

¿te perderás la inauguración?