Antonio se llama mi amigo Sánchez-Carrasco y también Antonio se llama mi amigo Lorente. Hoy en un curso sobre expresión y comprensión oral, que estamos realizando en el centro donde eventualmente trabajo, me ha preguntado Fuensanta Muñoz Clares que por qué me llamaba Antonio. Antes le había preguntado a Loli que por qué se llamaba Loli, que si podía contar la historia de su nombre. Su abuela, dijo, su abuela se llamaba Loli. Mi abuelo se llamaba Antonio, he pensado yo inmediatamente.
De pronto he pensado que mi nombre era algo más que un nombre, y al contar su historia, la historia de mi nombre propio me he dado cuenta de que no siempre había sido así, de que había sido también mi nombre ajeno, el nombre de otro. A mí Antonio me parecía demasiado nombre para un crío, pero crecí con él. Antonio como mi abuelo, pensaba y cuando murió me di cuenta de que Antonio también era el nombre, un poquito, de aquella muerte. Mi abuelo sólo tuvo una hermana que huelga decir se llama Antonia. Nuestra tía Antonia que vino de Málaga para quedarse. Gracias a que a mi abuelo -por una extraña insistencia de mi padre- lo llamábamos don Antonio, siempre antes de tutearlo, yo tenía sitio en ese mundo para ser Antonio, simplemente Antonio. Y me sentaba bien, como un guante.
Desde pequeño había pensado que Antonio era nombre de romano, de péplum. Pensaba en Ben Hur, en Espartaco, en Quo Vadis? o en Los diez mandamientos, que año tras año iba a ver al cine de verano con mi abuela María y mi tía Ana, que por aquel entonces era sólo nueve meses mayor que yo. Antonio como uno de los Machado, también he pesando, como el primer Machado que me gustó, pero también Antonio como Claudio Rodríguez o Pessoa. Antonio como Pablo Neruda, Pablo Casals y Pablo Picasso, que tanto me han fascinado después y que murieron el mismo año que yo nací. Posiblemente demasiados Antonios en el mundo.
Y bueno Antonio también como mi padre, que si bien es Fernando yo sé que a él le gusta fantasear con que se llama también Antonio, porque, ¿para qué le vamos a dar más vueltas?, pudiendo uno llamarse Antonio, ¿por qué querría llamarse de otra manera?
De pronto he pensado que mi nombre era algo más que un nombre, y al contar su historia, la historia de mi nombre propio me he dado cuenta de que no siempre había sido así, de que había sido también mi nombre ajeno, el nombre de otro. A mí Antonio me parecía demasiado nombre para un crío, pero crecí con él. Antonio como mi abuelo, pensaba y cuando murió me di cuenta de que Antonio también era el nombre, un poquito, de aquella muerte. Mi abuelo sólo tuvo una hermana que huelga decir se llama Antonia. Nuestra tía Antonia que vino de Málaga para quedarse. Gracias a que a mi abuelo -por una extraña insistencia de mi padre- lo llamábamos don Antonio, siempre antes de tutearlo, yo tenía sitio en ese mundo para ser Antonio, simplemente Antonio. Y me sentaba bien, como un guante.
Desde pequeño había pensado que Antonio era nombre de romano, de péplum. Pensaba en Ben Hur, en Espartaco, en Quo Vadis? o en Los diez mandamientos, que año tras año iba a ver al cine de verano con mi abuela María y mi tía Ana, que por aquel entonces era sólo nueve meses mayor que yo. Antonio como uno de los Machado, también he pesando, como el primer Machado que me gustó, pero también Antonio como Claudio Rodríguez o Pessoa. Antonio como Pablo Neruda, Pablo Casals y Pablo Picasso, que tanto me han fascinado después y que murieron el mismo año que yo nací. Posiblemente demasiados Antonios en el mundo.
Y bueno Antonio también como mi padre, que si bien es Fernando yo sé que a él le gusta fantasear con que se llama también Antonio, porque, ¿para qué le vamos a dar más vueltas?, pudiendo uno llamarse Antonio, ¿por qué querría llamarse de otra manera?