
A veces uno lanza sus tristes redes a estos ojos oceánicos de internet. Luego, como un pescador, las recoge pacientemente. En algunas de estas ocasiones le complace irse a google, a su buscador de imágenes y escribir nombres de personas que conoce, otras veces se los inventa, en otras intenta conocer el perfil de unas narices concretas, las formas puntiagudas de un omóplato, el canto de las uñas a la francesa de una gatita o de una princesa canaria. Cosas así que a veces no se alcanzan, porque en lugar de la imagen previsible aparece el retrato de personas anónimas, seres extraños que desconocemos, con sus añoranzas, sus sueños, sus odios. A veces son amas de casa que han hecho un curso de internet en la asociación de mujeres de su barrio, otras asesinos que quieren la fama que se les debe por sus hechos, otras carniceros orgullosos con sus mandiles manchados de sangre. Gente, como nosotros, como ese hombre que ha enchufado el ordenador y ve la imagen que ha captado la web cam. Por un momento un rey en su soledad, luego un ser anónimo que podría salir con el traje nuevo del emperador a pedir limosna sin que nadie se percatara de ello.