martes, 26 de enero de 2010
Poema hallado en una libreta
A media tarde dejas que la luz
roce tu piel, que deje el oro espurio
de sus manos de trigo
sobe tu cuerpo.
Tan sólo un poco más de luz,
te dices, de esta luz benigna,
para dejar el mundo de las sombras
cuando se abre de par en par la noche.
domingo, 24 de enero de 2010
martes, 19 de enero de 2010
Virus
De pronto aparece en la vida un virus. El ordenador se bloquea. La vida se bloquea. Te paras, miras a un lado y a otro, no sabes qué hacer, pero es normal, porque no estás acostumbrado. En realidad sí sabes lo que hacer pero no sabes cómo hacerlo.
Es un virus. Los técnicos llaman así a las anomalías. Formatear o aceptar los cambios, contar con ellos, aceptar la nueva realidad.
Una anomalía para la normalidad de los días, pero no para la vida, porque la vida es un virus. Y no existe antivirus capaz de detenerla.
Es un virus. Los técnicos llaman así a las anomalías. Formatear o aceptar los cambios, contar con ellos, aceptar la nueva realidad.
Una anomalía para la normalidad de los días, pero no para la vida, porque la vida es un virus. Y no existe antivirus capaz de detenerla.
domingo, 10 de enero de 2010
Abriga mi corazón
De pronto todo coincide. La realidad hilvana nuestros costados, da puntadas que nos unen y a la vez nos hacen libres de una manera paradójica. Entonces tú y yo somos como las dos alas que se necesitan unidas a la espalda de la vida, dos alas que se apoyan la una en la otra, para levantar el vuelo.
Y todo viene de este azar que roza la vida con la cada vez más inquietante sensación de que no hay azar en la vida. Como en tantas cosas.
Llego a casa, tengo los pies helados, he puesto la calefacción, pero es tarde y hace mucho frío. Me conecto a internet y repaso mi correo. Hago cosas que podría hacer mañana, pero que me apetece hacer ahora, como llamarte, simplemente, para decirte que te quiero. Es domingo por la noche y hay que entrar después en el sueño de una manera decente y ésta, me parece a mí entonces, es una manera de hacerlo. Y de pronto encuentro un power point de esos que te envía un amigo que te quiere mucho -sin ironías- y aparece un texto y lo lees, y aunque normalmente suelo cerrarlos a partir de la segunda diapositiva, esta vez no, sigo hasta el final y veo que es un poema. Hasta ahí nada especial, pero de pronto leo quién lo ha escrito y me sobresalto a la vez que siento un calor tibio como si alguien me frotarse los pies. Veo el nombre de nuevo, un nombre que hace diez días no significaba nada para mí, pero que de pronto aparece en mi vida, Idea, Idea Vilariño.
No puede ser. Busco -otra vez azarosamente- los libros que saqué prestados de la biblioteca este fin de semana, y lo encuentro, la poesía completa de Idea Vilariño. Y releo, con el recuerdo aún del calor de tus palabras mientras hojeabas el sábado antes de comer el libro de tapas marrones que había sacado prestado, ese poema que te llamó la atención y me sorprendo porque entre tanto frío al ver de nuevo el nombre de Idea he sentido ese calor, el mismo que tú pusiste en cada verso. De pronto todo se enlaza con el libro de Raquel Lanseros, Croniria, que acabo de leer, y ya no me parece tan escandaloso el recuerdo de ese fulgor tan sorprendente entre mis manos al leer la cita de la poeta uruguaya, fulgor que esta vez era como un fular que me envolvía.
Y entonces caigo en la cuenta. Lo recuerdo y pienso que no puede ser. Esa señora en la cola del supermercado. Pienso que, siendo imposible como es, podría también ser posible. Pienso en cómo me sentí extrañamente reconfortado cuando se giró para mirarme desde sus noventa años. Y me voy a google y busco entre las imágenes su rostro, el rostro de Idea Vilariño y sí, no puede ser, pero, cómo decirlo sin levantar escepticismo, lo es.
Y todo viene de este azar que roza la vida con la cada vez más inquietante sensación de que no hay azar en la vida. Como en tantas cosas.
Llego a casa, tengo los pies helados, he puesto la calefacción, pero es tarde y hace mucho frío. Me conecto a internet y repaso mi correo. Hago cosas que podría hacer mañana, pero que me apetece hacer ahora, como llamarte, simplemente, para decirte que te quiero. Es domingo por la noche y hay que entrar después en el sueño de una manera decente y ésta, me parece a mí entonces, es una manera de hacerlo. Y de pronto encuentro un power point de esos que te envía un amigo que te quiere mucho -sin ironías- y aparece un texto y lo lees, y aunque normalmente suelo cerrarlos a partir de la segunda diapositiva, esta vez no, sigo hasta el final y veo que es un poema. Hasta ahí nada especial, pero de pronto leo quién lo ha escrito y me sobresalto a la vez que siento un calor tibio como si alguien me frotarse los pies. Veo el nombre de nuevo, un nombre que hace diez días no significaba nada para mí, pero que de pronto aparece en mi vida, Idea, Idea Vilariño.
No puede ser. Busco -otra vez azarosamente- los libros que saqué prestados de la biblioteca este fin de semana, y lo encuentro, la poesía completa de Idea Vilariño. Y releo, con el recuerdo aún del calor de tus palabras mientras hojeabas el sábado antes de comer el libro de tapas marrones que había sacado prestado, ese poema que te llamó la atención y me sorprendo porque entre tanto frío al ver de nuevo el nombre de Idea he sentido ese calor, el mismo que tú pusiste en cada verso. De pronto todo se enlaza con el libro de Raquel Lanseros, Croniria, que acabo de leer, y ya no me parece tan escandaloso el recuerdo de ese fulgor tan sorprendente entre mis manos al leer la cita de la poeta uruguaya, fulgor que esta vez era como un fular que me envolvía.
Y entonces caigo en la cuenta. Lo recuerdo y pienso que no puede ser. Esa señora en la cola del supermercado. Pienso que, siendo imposible como es, podría también ser posible. Pienso en cómo me sentí extrañamente reconfortado cuando se giró para mirarme desde sus noventa años. Y me voy a google y busco entre las imágenes su rostro, el rostro de Idea Vilariño y sí, no puede ser, pero, cómo decirlo sin levantar escepticismo, lo es.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)