Deja claro que no van a ser cinco poemas y que no van a ser todos de amor, me dijo, verás además como sus caras traslucen alivio, no es por ti, es que el tiempo es oro y tú tiendes a ser un poco pelmazo.
Ella de forma habitual suele ser dura conmigo, por eso no le di más importancia, aunque claro, las verdades dichas de esta manera a uno le estrujan el corazón un poquito. Y aunque no estaba del todo de acuerdo con aquella afirmación decidí que le haría caso. Había elegido el título al azar, en un pasillo del instituto, sin pensarlo mucho. Dije entonces, cinco poemas de amor, pero, claro, pensé después, qué sé yo del amor, bueno, no seas tan severo, algo sabes, me barrunté con cierto alivio. Pero Isabel me había pedido que repitiera la lectura que ya había hecho aunque con una salvedad, porque me dijo, más bien formulado como un deseo que excedía a la lectura, que fuera más feliz.
Así que en estas estaba, era un lunes por la noche y había decidido empezar a preparar la lectura para el recreo, quince, veinte minutos, no más. Y me sentí como mis alumnos. Desde hace unos meses tenemos en clase de cuarto instaurados los Cinco minutos de fama, en los que cada vez uno a uno mis alumnos disfrutan, unos con más pasión, otros, digamos, que llevados por un falso entusiasmo, de sus cinco minutos de fama, en los que hablan de aquellos libros, aquellas canciones, esa película, que les gustó especialmente y que de alguna manera los cambió de esa forma en la que el arte cambia a las personas. Así que estos son de alguna forma mis cinco minutos de fama, mis diez minutos de fama, mis cinco poemas de amor, que no son poemas y que necesariamente tampoco son de amor.
En un primer lugar me dije que cinco era un número que no estaba mal, que era plausible, cinco poemas y además de amor, y además que no fueran míos. Creo que no tengo escritos cinco poemas de amor o al menos cinco poemas de amor que ahora quisiera recordar. Desde que mi vida cambió el amor estaba siendo un estorbo, un tema esquivo, seamos sinceros. Ella me lo decía con frecuencia, me apuntaba eso, me decía, Antonio, que no escribes, Antonio, que no te enamoras de nadie, Antonio, que… Todo el santo día así, con el mismo tole tole. Menos mal que he aprendido a escucharla con una sonrisa y a no hacerle mucho caso, o al menos, a hacerle el caso necesario. Cuando escribo busco siempre una voz, alguien que cuente por mí, o alguien que cuente desde mí, el relato, el hilo de mis sentimientos, impresiones, las pesquisas de mis tribulaciones, pero en esta ocasión dije en voz alta, bajo su atenta mirada, que más que una voz tenía que encontrar un lugar. Escribiría desde un lugar y no desde una voz, además, se trataba de encontrar cinco poemas de amor que no fueran necesariamente míos, o directamente, que no fueran míos. ¿Un gesto de humildad? No creo, más bien un gesto de pasión por la lectura. Y esa pasión, en mi caso, tiene un lugar.Hacía mucho tiempo que no me sentaba a escribir en mi biblioteca, pequeña, modesta, pero biblioteca a fin de cuentas. Allí están mis libros, una historia de amor que continúa día a día, toda una biografía a través de los títulos puestos en pie en los anaqueles, como árboles que dicen esto leías entonces, aquí te detuviste mientras pasaba esto, aquellas páginas fueron tu refugio, esas otras tus cómplices. Tal vez por eso había evitado sentarme durante los últimos meses en mi mesa de color naranja, enfrentada a las estanterías donde estaban los libros leídos y también los libros por leer. Ahora estaba allí, sentando en mi silla de ikea, sobre mi mesa, con el ordenador enchufado. Oí sus pasos abajo, me dije que ojalá me dejara tranquilo por un rato, ojalá me dejara elegir si no el tema, que ya estaba formulado de antemano, sí el contenido de ese tema.
Empecé por echar una mirada rápida a las estanterías blancas donde guardo los libros de poesía, lo que me pareció lo más sensato, puesto que tenía que encontrar cinco poemas y además de amor. Tengo los libros separados por géneros, pero no por temas, lo que tal vez sería más sensato. La destrucción o el amor, Espadas como labios, Completamente viernes, La voz a ti debida, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Usted, El paseo de los tristes, La belleza del marido, Hojas de hierba, Poeta de la pasión…En cualquiera de esos libros encontraría lo que estaba buscando, pero no, no era eso de lo que quería hablar, no era eso lo que quería leer. ¿En verdad me apetecía hablar del amor, encontrar un poema que fuera una imagen del amor, o sólo un retazo, un amor concreto, o no, el amor en toda su extensión y su complejidad?
Me detuve, miré un rato por la ventana. La ventana de mi biblioteca es una ventana mágica. Desde mi silla o desde el sofá donde me gusta decir que me siento a leer, sólo se ve el cielo a través de ese recuadro, un cielo que como estamos en Murcia la mayor parte del año es azul, tal vez en alguna esquina se aprecia la estructura metálica que sustenta un toldo raído y que de vez en cuando hace zozobrar el viento. Ese ruido, el vaivén de las cuerdas tropezando unas con otras, el viento, las hojas de las plataneras que asoman como quien mira pero no quiere ser visto por el umbral de la luz, y el lejano rodar de los coches me transporta a la playa. A veces, descansando de la lectura, dejo el libro y entorno los ojos y estoy allí, en el mar, en vez de en la ciudad. Es como ese andén invisible de Harry Potter, cuestión de fe.
Entonces pensé en ese poema de Bay Yuyi, Canción de la pena sin fin, un poema chino de la era Tang, una joya, una historia de amor trepidante, pero con final triste y feliz a la vez. No te pongas pedante, me dice enseguida. Ya sabía yo que no me iba a dejar en paz. Además, me recuerda, se trata de una lectura feliz. Sé feliz, te han dicho y vas tú y te pones a pensar en la Canción de la pena sin fin, pues estamos arreglados. Busca, añade, seguro que encuentras algo que hable del amor y que no tenga que terminar en un velatorio. Y sonreí, porque aunque ese poema me encanta, la trágica muerte de la bellísima Yang Kuei Fei, Anillo de jade, favorita del Emperador Hsuan Tsung de Tang, estaba claro que no era muy feliz, salvo que seamos capaces de abstraernos a la realidad concreta del día a día y veamos el amor como algo que sabe saltar los límites de nuestra vida. Recuerdo algunos versos, el inicio:
“Sólo ellos compartían los paseos y las noches de primavera.
Tres mil bellezas habitaban el palacio, pero el amor sólo existía para ella.”
“Desde Yu Yuang los tambores de guerra
Estremecen la tierra poniendo fin a la Danza de Trajes Emplumados.
Polvo y humo cubren los nueve palacios”
Y luego continúa:
“Fue entonces cuando fue ejecutada la bella de cejas de mariposa ante los caballos.
Sus adornos floreados quedaron por el suelo,
y nadie los tocó. Nadie tocó el adorno de su pelo,
el gorrión de oro cubierto de plumas
de martín pescador, ni la horquilla de jade.”
“Cielo y Tierra cambiaron. Regresó el carro del Dragón.
Allí se detuvo el Emperador a pesar suyo,
en el barro de Me Wei Po, donde el hermoso rostro ya nunca estará,”
“El soberano y sus ministros se miran, cubiertos de lágrimas.”
“Bajo las flores de rocío, las tejas entrelazadas están frías.
¿Quién querría compartir una habitación helada?”
...............................
“¡Ay! El cielo y la tierra pasarán, pero su recuerdo será eterno.”
Seguimos, propuse. Me apetecía charlar con ella una vez que estaba claro que no me iba a dejar tranquilo. ¿Qué elegirías tú para leer, que no fuera pedante, que fuera de amor, que sean cinco textos? ¿Pero es que aún no has apuntado -me dijo- que no son cinco los poemas? Sí, sí, tranquila, ya lo he dicho, pero es que me he dejado llevar por cierto entusiasmo.
Y empecé por una de las primeras noticias de amor que tuve en mi vida. Cuando uno es pequeño quiere ser futbolista, bombero, astronauta, pero yo quería ser poeta e ingeniero, que era una forma doble de decir lo mismo, porque había elegido, de entre todas las profesiones posibles esa, la de ingeniero, sin saber lo que era, sólo por su sonido, por sus connotaciones. Mientras que los demás querían ser Quini, yo quería ser Miguel Hernández y luego Neruda. Mi padre tenía un ejemplar de la editorial seix-barral de las memorias de Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Allí cuenta cómo tuvo que esconder su vocación a su padre obstinado en que hiciera algo de provecho, en que hiciera abogacía en vez de andar perdiendo el tiempo escribiendo poemas, cosas sin porvenir. Y luego llega la adolescencia en Santiago de Chile, y el amor, bueno, los amores, la sensualidad a flor de piel, los encuentros amorosos con desconocidas, el amor fugaz, momentáneo, pasional que luego recoge en sus libros Crepusculario o Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Así que empecé, ya tenía mi primer poema de amor, mi primera historia, un punto de partida. Y seguimos y recuerdo un poema de mi libro El otoño encarnado, ese libro que escribió por mí el viejo profesor Ives de la Roca, ese poema que relata la historia de Filemón y Baucis de las Metamorfosis. Esa sí que es una historia de amor, un poema de amor. Intento convencerla, le cuento que Apolo y Mercurio, disfrazados de humildes viajeros van por el valle del Ática pidiendo asilo para la noche, y cómo uno tras otro los rechazan, hasta que llegan a la puerta de unos ancianos, un hogar sencillo, donde los acogen. Les dan de cenar, les dejan sus camas. Al día siguiente los dioses revelan su naturaleza y les conceden un deseo. Los dos ancianos se miran, no saben, o tal vez sí, tal vez la mirada es de complicidad, de saber desde hace mucho tiempo lo que desean, que ninguno vea la muerte del otro, que ninguno tenga que vivir sin el otro. En ese momento tengo que parar un instante, la emoción me encoje otro poco el corazón. Cómo tiene una persona que sentir para que no quiera vivir sin su compañera, cómo tiene que ser su amor para que entre todos los deseos del mundo sólo pida algo en apariencia tan modesto, algo que provocaría incluso la risa. Filemón y Baucis no piden oro, no piden fortuna, no desean salud, sólo quieren vivir el uno junto al otro, morir al mismo tiempo, no vivir sin el otro. Es un amor que da miedo, me dice, es un amor un poco reñido con los tiempos que corren, tan inmediatos, tan tangibles, tan de tocar, gastar, cambiar.
Y quizás de entre todas las historias de amor que me llegan de los libros me quedo con la que tiene que ver con los últimos días de la vida de Dámaso Alonso. El poeta de la generación del 27, una de las mentes más claras de nuestra crítica, un hombre lúcido, inteligente, memorioso, llegó al final de su vida aquejado de una enfermedad que lo dejó postrado en la cama, tal vez alzéhimer, no sabe nada, no reconoce a nadie. De pronto se acerca su mujer, se queda mirándola, “no sé quién eres, -le dice- pero sé que te he querido mucho”.
Hago el recuento, la Canción de la pena sin fin, los amores de Neruda, Filemón y Bacis, Dámaso Alonso, y te falta uno, me dice. Pero yo le sonrío. Sí, es cierto, le digo a mi conciencia, pero es que ese poema aún está por escribir. Tal vez, le digo, no sea el más hermoso, tal vez, pero seguro que cuando llegue el momento te gustará. Y ella que me conoce desde hace mucho tiempo, también me sonríe, porque los dos sabemos de lo que estamos hablando.
Ella de forma habitual suele ser dura conmigo, por eso no le di más importancia, aunque claro, las verdades dichas de esta manera a uno le estrujan el corazón un poquito. Y aunque no estaba del todo de acuerdo con aquella afirmación decidí que le haría caso. Había elegido el título al azar, en un pasillo del instituto, sin pensarlo mucho. Dije entonces, cinco poemas de amor, pero, claro, pensé después, qué sé yo del amor, bueno, no seas tan severo, algo sabes, me barrunté con cierto alivio. Pero Isabel me había pedido que repitiera la lectura que ya había hecho aunque con una salvedad, porque me dijo, más bien formulado como un deseo que excedía a la lectura, que fuera más feliz.
Así que en estas estaba, era un lunes por la noche y había decidido empezar a preparar la lectura para el recreo, quince, veinte minutos, no más. Y me sentí como mis alumnos. Desde hace unos meses tenemos en clase de cuarto instaurados los Cinco minutos de fama, en los que cada vez uno a uno mis alumnos disfrutan, unos con más pasión, otros, digamos, que llevados por un falso entusiasmo, de sus cinco minutos de fama, en los que hablan de aquellos libros, aquellas canciones, esa película, que les gustó especialmente y que de alguna manera los cambió de esa forma en la que el arte cambia a las personas. Así que estos son de alguna forma mis cinco minutos de fama, mis diez minutos de fama, mis cinco poemas de amor, que no son poemas y que necesariamente tampoco son de amor.
En un primer lugar me dije que cinco era un número que no estaba mal, que era plausible, cinco poemas y además de amor, y además que no fueran míos. Creo que no tengo escritos cinco poemas de amor o al menos cinco poemas de amor que ahora quisiera recordar. Desde que mi vida cambió el amor estaba siendo un estorbo, un tema esquivo, seamos sinceros. Ella me lo decía con frecuencia, me apuntaba eso, me decía, Antonio, que no escribes, Antonio, que no te enamoras de nadie, Antonio, que… Todo el santo día así, con el mismo tole tole. Menos mal que he aprendido a escucharla con una sonrisa y a no hacerle mucho caso, o al menos, a hacerle el caso necesario. Cuando escribo busco siempre una voz, alguien que cuente por mí, o alguien que cuente desde mí, el relato, el hilo de mis sentimientos, impresiones, las pesquisas de mis tribulaciones, pero en esta ocasión dije en voz alta, bajo su atenta mirada, que más que una voz tenía que encontrar un lugar. Escribiría desde un lugar y no desde una voz, además, se trataba de encontrar cinco poemas de amor que no fueran necesariamente míos, o directamente, que no fueran míos. ¿Un gesto de humildad? No creo, más bien un gesto de pasión por la lectura. Y esa pasión, en mi caso, tiene un lugar.Hacía mucho tiempo que no me sentaba a escribir en mi biblioteca, pequeña, modesta, pero biblioteca a fin de cuentas. Allí están mis libros, una historia de amor que continúa día a día, toda una biografía a través de los títulos puestos en pie en los anaqueles, como árboles que dicen esto leías entonces, aquí te detuviste mientras pasaba esto, aquellas páginas fueron tu refugio, esas otras tus cómplices. Tal vez por eso había evitado sentarme durante los últimos meses en mi mesa de color naranja, enfrentada a las estanterías donde estaban los libros leídos y también los libros por leer. Ahora estaba allí, sentando en mi silla de ikea, sobre mi mesa, con el ordenador enchufado. Oí sus pasos abajo, me dije que ojalá me dejara tranquilo por un rato, ojalá me dejara elegir si no el tema, que ya estaba formulado de antemano, sí el contenido de ese tema.
Empecé por echar una mirada rápida a las estanterías blancas donde guardo los libros de poesía, lo que me pareció lo más sensato, puesto que tenía que encontrar cinco poemas y además de amor. Tengo los libros separados por géneros, pero no por temas, lo que tal vez sería más sensato. La destrucción o el amor, Espadas como labios, Completamente viernes, La voz a ti debida, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Usted, El paseo de los tristes, La belleza del marido, Hojas de hierba, Poeta de la pasión…En cualquiera de esos libros encontraría lo que estaba buscando, pero no, no era eso de lo que quería hablar, no era eso lo que quería leer. ¿En verdad me apetecía hablar del amor, encontrar un poema que fuera una imagen del amor, o sólo un retazo, un amor concreto, o no, el amor en toda su extensión y su complejidad?
Me detuve, miré un rato por la ventana. La ventana de mi biblioteca es una ventana mágica. Desde mi silla o desde el sofá donde me gusta decir que me siento a leer, sólo se ve el cielo a través de ese recuadro, un cielo que como estamos en Murcia la mayor parte del año es azul, tal vez en alguna esquina se aprecia la estructura metálica que sustenta un toldo raído y que de vez en cuando hace zozobrar el viento. Ese ruido, el vaivén de las cuerdas tropezando unas con otras, el viento, las hojas de las plataneras que asoman como quien mira pero no quiere ser visto por el umbral de la luz, y el lejano rodar de los coches me transporta a la playa. A veces, descansando de la lectura, dejo el libro y entorno los ojos y estoy allí, en el mar, en vez de en la ciudad. Es como ese andén invisible de Harry Potter, cuestión de fe.
Entonces pensé en ese poema de Bay Yuyi, Canción de la pena sin fin, un poema chino de la era Tang, una joya, una historia de amor trepidante, pero con final triste y feliz a la vez. No te pongas pedante, me dice enseguida. Ya sabía yo que no me iba a dejar en paz. Además, me recuerda, se trata de una lectura feliz. Sé feliz, te han dicho y vas tú y te pones a pensar en la Canción de la pena sin fin, pues estamos arreglados. Busca, añade, seguro que encuentras algo que hable del amor y que no tenga que terminar en un velatorio. Y sonreí, porque aunque ese poema me encanta, la trágica muerte de la bellísima Yang Kuei Fei, Anillo de jade, favorita del Emperador Hsuan Tsung de Tang, estaba claro que no era muy feliz, salvo que seamos capaces de abstraernos a la realidad concreta del día a día y veamos el amor como algo que sabe saltar los límites de nuestra vida. Recuerdo algunos versos, el inicio:
“Sólo ellos compartían los paseos y las noches de primavera.
Tres mil bellezas habitaban el palacio, pero el amor sólo existía para ella.”
“Desde Yu Yuang los tambores de guerra
Estremecen la tierra poniendo fin a la Danza de Trajes Emplumados.
Polvo y humo cubren los nueve palacios”
Y luego continúa:
“Fue entonces cuando fue ejecutada la bella de cejas de mariposa ante los caballos.
Sus adornos floreados quedaron por el suelo,
y nadie los tocó. Nadie tocó el adorno de su pelo,
el gorrión de oro cubierto de plumas
de martín pescador, ni la horquilla de jade.”
“Cielo y Tierra cambiaron. Regresó el carro del Dragón.
Allí se detuvo el Emperador a pesar suyo,
en el barro de Me Wei Po, donde el hermoso rostro ya nunca estará,”
“El soberano y sus ministros se miran, cubiertos de lágrimas.”
“Bajo las flores de rocío, las tejas entrelazadas están frías.
¿Quién querría compartir una habitación helada?”
...............................
“¡Ay! El cielo y la tierra pasarán, pero su recuerdo será eterno.”
Seguimos, propuse. Me apetecía charlar con ella una vez que estaba claro que no me iba a dejar tranquilo. ¿Qué elegirías tú para leer, que no fuera pedante, que fuera de amor, que sean cinco textos? ¿Pero es que aún no has apuntado -me dijo- que no son cinco los poemas? Sí, sí, tranquila, ya lo he dicho, pero es que me he dejado llevar por cierto entusiasmo.
Y empecé por una de las primeras noticias de amor que tuve en mi vida. Cuando uno es pequeño quiere ser futbolista, bombero, astronauta, pero yo quería ser poeta e ingeniero, que era una forma doble de decir lo mismo, porque había elegido, de entre todas las profesiones posibles esa, la de ingeniero, sin saber lo que era, sólo por su sonido, por sus connotaciones. Mientras que los demás querían ser Quini, yo quería ser Miguel Hernández y luego Neruda. Mi padre tenía un ejemplar de la editorial seix-barral de las memorias de Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Allí cuenta cómo tuvo que esconder su vocación a su padre obstinado en que hiciera algo de provecho, en que hiciera abogacía en vez de andar perdiendo el tiempo escribiendo poemas, cosas sin porvenir. Y luego llega la adolescencia en Santiago de Chile, y el amor, bueno, los amores, la sensualidad a flor de piel, los encuentros amorosos con desconocidas, el amor fugaz, momentáneo, pasional que luego recoge en sus libros Crepusculario o Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Así que empecé, ya tenía mi primer poema de amor, mi primera historia, un punto de partida. Y seguimos y recuerdo un poema de mi libro El otoño encarnado, ese libro que escribió por mí el viejo profesor Ives de la Roca, ese poema que relata la historia de Filemón y Baucis de las Metamorfosis. Esa sí que es una historia de amor, un poema de amor. Intento convencerla, le cuento que Apolo y Mercurio, disfrazados de humildes viajeros van por el valle del Ática pidiendo asilo para la noche, y cómo uno tras otro los rechazan, hasta que llegan a la puerta de unos ancianos, un hogar sencillo, donde los acogen. Les dan de cenar, les dejan sus camas. Al día siguiente los dioses revelan su naturaleza y les conceden un deseo. Los dos ancianos se miran, no saben, o tal vez sí, tal vez la mirada es de complicidad, de saber desde hace mucho tiempo lo que desean, que ninguno vea la muerte del otro, que ninguno tenga que vivir sin el otro. En ese momento tengo que parar un instante, la emoción me encoje otro poco el corazón. Cómo tiene una persona que sentir para que no quiera vivir sin su compañera, cómo tiene que ser su amor para que entre todos los deseos del mundo sólo pida algo en apariencia tan modesto, algo que provocaría incluso la risa. Filemón y Baucis no piden oro, no piden fortuna, no desean salud, sólo quieren vivir el uno junto al otro, morir al mismo tiempo, no vivir sin el otro. Es un amor que da miedo, me dice, es un amor un poco reñido con los tiempos que corren, tan inmediatos, tan tangibles, tan de tocar, gastar, cambiar.
Y quizás de entre todas las historias de amor que me llegan de los libros me quedo con la que tiene que ver con los últimos días de la vida de Dámaso Alonso. El poeta de la generación del 27, una de las mentes más claras de nuestra crítica, un hombre lúcido, inteligente, memorioso, llegó al final de su vida aquejado de una enfermedad que lo dejó postrado en la cama, tal vez alzéhimer, no sabe nada, no reconoce a nadie. De pronto se acerca su mujer, se queda mirándola, “no sé quién eres, -le dice- pero sé que te he querido mucho”.
Hago el recuento, la Canción de la pena sin fin, los amores de Neruda, Filemón y Bacis, Dámaso Alonso, y te falta uno, me dice. Pero yo le sonrío. Sí, es cierto, le digo a mi conciencia, pero es que ese poema aún está por escribir. Tal vez, le digo, no sea el más hermoso, tal vez, pero seguro que cuando llegue el momento te gustará. Y ella que me conoce desde hace mucho tiempo, también me sonríe, porque los dos sabemos de lo que estamos hablando.
10 comentarios:
Hola primo...tu vuelta ha estado bien..."pelín larga", pero bien. Un abrazo salado.
glup!
Hola, prima. Esto en realidad es una vuelta pero a otro sitio. Al final me cansé de dar señas de mi vida, porque en realidad no tenía claro por qué lo hacía ni para quién. Basta de hacerse la puñeta, me dije, vuelve este blog a sus orígenes, añadí. Y en esas estamos. Publico las cosicas que escribo para recitales, charlas, lecturas y que de otra forma quedarían en la nada. Al menos aquí alguien puede leerlas, darles una segunda vida.
Antoñico, Antoñico:
¡Que nos tienes abandonados!
Aunque no aparezcamos, te leemos...
Un saludo, perrete.
Bigardo,
me has dejado claro que tu conciencia y tú os entendeis bastante bién.
Eso es bueno en los tiempos que corren, más aún, sabiendo que las palabras escritas siempre quedan.
Me quedo mas tranquilo con las palabras que vendrán.
Un saludo.
sincronicidad de poemas, subí uno de cortázar al blog. me gustaría que lo leas.
me debés una carta?
espero
estoy de vuelta
abrazos,
fabiana
Hola amigo.
Estas bien? te noto un pelin despistado...
Mis mejores deseos, poeta.
Un beso poético.
A veces uno se encuentra comentarios como el anterior. Claramente, interpreta uno, bienintencionados, pero, cómo decirlo, terminan por molestarte, porque parece que uno sólo tuviera esta faz, esta cara, la del blog y no van por ahí las cosas, al contrario. Me encuentro muy bien o muy mal, que no viene al caso, pero desde luego nada despistado, claramente encontrado, aunque en los menesteres habituales de mi vida, que como son de mi vida he decidido que ahora me los reservo para mí. De todas maneras os doy las gracias a aquellos que desde la distancia os preocupáis, como es tu caso Isis, gracias y no tomes a mal estas palabras que llevan unos días rondándome por dentro.
Si me conocieras un pelín más, entenderias que yo no me molesto por tu respuesta. Respeto mucho las decisiones ajenas y solo quería darte ánimos, eso que todos necesitamos a veces.
Un beso de amiga.
Gracias, veo que no te has tomado a mal mis pensamientos en voz alta.
Antonio, eres un perrezno X-Darson de lo mejorcico. Te leo y me emociono. Leo "Cinco poemas de amor" y entro en ese mundo sensible, de hilos invisibles que engastan palabras derechitas au coeur d´un volcan, que diría otro poeta. Gracias por tus palabras admirables.
Publicar un comentario