Hay ciudades que uno no sabe por qué terminan siendo puntos cardinales en su vida, un lugar al que ir o un lugar del que venir. Trenes que salen de madrugada -como dice la canción de Vetusta Morla- o bicis que llegan a medio día, entre los coches y la gente que pasea, alejándose un poco del mar que te ha acompañado durante los kilómetros que separan Copenhague del castillo de Kronborg en Elsinor.
El otro día en mitad del concierto te miré. Hacía unos meses que había estado en Copenhague, que había escuchado en el móvil de Encarna, por primera vez ,esa canción y pensé, mientras los demás daban saltos, en lo preciosa que eres siempre y especialmente cuando estás feliz, cuando saltas, cuando cantas en voz baja, cuando haces palmas y el vendaval de tu mundo interior aflora en tus gestos, en tus ojos, en tu sonrisa.
Copenhague, como Madrid, una ciudad para dejarse llevar, para jugar al azar, sin saber dónde podemos terminar o empezar, o empezar.
Y es cierto, suena demasiado bien.
El otro día en mitad del concierto te miré. Hacía unos meses que había estado en Copenhague, que había escuchado en el móvil de Encarna, por primera vez ,esa canción y pensé, mientras los demás daban saltos, en lo preciosa que eres siempre y especialmente cuando estás feliz, cuando saltas, cuando cantas en voz baja, cuando haces palmas y el vendaval de tu mundo interior aflora en tus gestos, en tus ojos, en tu sonrisa.
Copenhague, como Madrid, una ciudad para dejarse llevar, para jugar al azar, sin saber dónde podemos terminar o empezar, o empezar.
Y es cierto, suena demasiado bien.
2 comentarios:
¡Déjate de Copenhagues y norderías, no te nos vayas a marchar! ¡Quédate por aquí!
Salu2, perrete
Gusta, sí señor!
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