lunes, 9 de enero de 2012

Lucía

No soy un escritor católico, ni siquiera, en el estricto sentido, un escritor creyente, pero puedo entender la devoción de ciertas personas, no ponerme en su lugar pero sí comprender hasta cierto punto su postración en la iglesia, su recogimiento en la oración. Incluso me parece loable, en una época en la que no tenemos tiempo para nada, el que haya personas que se reúnan y dediquen su tiempo a algo en lo que creen. Aunque a mí siempre me han incomodado un poco estos actos, en realidad si he seguido la homilía o he asistido a la administración de un sacramento lo he hecho movido por la devoción, digámoslo así, de los que lo celebraban, por un amor humano hacia ellos, por un deseo de estar en su felicidad.

Hace un tiempo escribí este poema para una de esas personas que sí creía y espero que siga creyendo. Así que ahora entro en una iglesia y me encuentro con esta estampa de Santa Lucía con mi poema en el reverso. No lleva firma, lo que me hace fabular con la fortuna de unas palabras que tal vez dentro de un tiempo alguien recite sin saber quién las compuso, pero que le sirven como mantra, como hilo de su devoción:

Mírame, Madre,
mírame con los ojos de la luz,

con la palma de gloria,
ofréceme tu paz,

tu mirada presente,
tus labios en silencio.

Mírame, Madre,
pon luz en esta noche,
intercede por mí,
toma mis manos, llénalas,

recrea el mundo, los relieves
de lo desconocido.

Mírame, Madre,
y méceme en el cobijo de tu noche.

1 comentario:

Dyhego dijo...

No dejas de sosprenderme, Antonio.
Saludos.