sábado, 18 de enero de 2014

El club de los libros secretos




Hace unos años creé una sociedad secreta, de la que obviamente no puedo dar más datos porque dejaría de ser secreta y hasta la fecha no me consta que siguiendo ninguno de sus estatutos también secretos se haya disuelto. Secreta y mía, esa sociedad se encargaba o encarga aún hoy día de animar literariamente la ciudad. Es también subterránea, cultura clandestina y secreta, subterránea e imposible, pero posible en un mundo de senderos que se bifurcan.
La culpa de que existiera esta sociedad y de que organizara estas cosas tan extrañas pero posibles habría que atribuírsela al propio Jorge Luis Borges o a Cortázar o a ninguno de los dos o a Alberto Manguel, al que tuve la ocasión de conocer en Cartagena hace seis o siete años con motivo de la sesión de apertura de una edición del premio Mandarache. La historia, o la no historia, porque los libros de historia no suelen recoger hechos clandestinos de sociedades secretas, consistía en una apropiación o relectura de esa frase de Borges. En alguno de esos senderos convinimos los miembros, o miembro o comisión secreta, que se podrían realizar las conferencias, las lecturas, los recitales protagonizados por autores que por motivos que sólo se avenían de una forma nimia a la imposibilidad física no se habrían realizado en el plano más realista de ese mundo. Decesos, fallecimientos inoportunos, que no iban a privarnos de escuchar a Octavio Paz o al propio Jorge Luis Borges en nuestra pequeña república subterránea. 

Así que un día sin más empezamos a concitar a un publico curioso a dichos actos con carteles que aparecían por las calles de una u otra ciudad con textos que más o menos venían a decir: Conferencia de Marcel Duchamp. Siete de la tarde. Cafetería Los libros secretos. Fernando Pessoa y la poesía actual portuguesa, asistirá al acto su mentor Alberto Caeiro. Cómo amar a Glenda. Ocho de la tarde, cafetería Lo imposible, taller de escritura impartido por Julio Cortázar… 

Pero como sucede con todas las buenas ideas, chocamos con la incomprensión de un grupo más o menos académico de hiperrealistas, que aceptaban que por puro error cronológico no se hubieran podido celebrar estos actos, pura e insignificante cuestión de tiempo. Esa incomprensión hizo que las convocatorias fueran cada vez más sutiles y cada vez más secretas a aquellos que no querían ni pensar en algo que repudiaba a sus razones bastante atrofiadas por el empirismo y el puro dato constatable. Y surgió una sutil inquisición que deterioraba los carteles, los solapaba con publicidad de conciertos de, por ejemplo, Shakira o Carlos Baute, con carteles de políticos engordados y demacrados después de unas semanas al sol, pero precisamente eso fortaleció nuestra determinación, ya éramos bastantes e incluso empezaron a oírse voces discordantes en las secretas reuniones, pero todos, y en esto sí que había unanimidad estábamos determinados a continuar exhumando a quien hiciera falta y cuando lo hiciera. Como Antoine de Saint-Exupéry con su ovejita empezamos a esconder los carteles dentro de cajas que no necesitábamos destapar para conocer su contenido, la información que su abultado cuerpo de cartón ocultaba. Llegamos, en un giro curioso de apropiación indebida, a aplicar este método a escritores completos, ocultos detrás de un conferenciante anodino y gris. Acudíamos y ocupábamos las primeras filas, sin reconocernos, sin darnos a conocer entre nosotros como miembros de un club secreto, hubiera sido embarazoso saludar de una manera cómplice a alguien que no hubiera sido tan cómplice y que sólo hubiera advertido en nosotros a un antiguo compañero de carrera, demasiadas explicaciones, demasiadas pistas a la inquisición. Mientras el conferenciante leía de forma gris o roja o anaranjada sus apuntes, sólo nosotros sabíamos ver lo que había detrás, quién se escondía solapado por aquel contorno y sólo nosotros sabíamos entender lo que en realidad debíamos de estar escuchando en lugar de aquello que para todos era el discurso real. 

Próximos eventos: 
Rilke. Café de los Libros secretos. Conversaciones con la esencia. 
Critícame. Conferencia por T.S. Elliot. Salones de la Editorial Murciana. 
De jóvenes atletas, Lectura de A. E. Housman. Café-Librería. 
Encuentros con Juan Gelman
Recital de Miguel Hernández en el Café Laboral. …

1 comentario:

Dyhego dijo...

Lo malo de tanto secretismo es que nadie se entera... ¿o no?
Salu2 secretos.