sábado, 21 de noviembre de 2015

De la lectura de El comensal


Acabo de terminar de leer El comensal de Gabriela Ybarra. El libro despertó mi curiosidad ya de una manera al menos pintoresca pero por otro lado frecuente en los últimos años, a través del muro de facebook de un amigo que te convence, que cuenta poco y que te deja ese gusto extraño de desear -mitad juego, mitad necesidad- algo que hasta hace unos minutos no sabías ni que existía. Luego compras el periódico y encuentras que un escritor de prestigio, de esos a los que les ceden una columna de opinión en la última página, y se la pagan, habla de este "cuento", crees recordar, que tú ya llevas en la bolsa porque has pasado por la librería y lo has visto en la mesa de novedades junto a un par de libros que sí sabías que te ibas a llevar.

 Unos días después alguien te hace la siguiente pregunta, que en realidad es una reflexión: cuántos libros de Caballo de troya publicados este año podrías citar, y joder, hasta te cuesta convencerlo de que no sabías que existía una editorial que se llamaba así, aunque tu amigo, con buena fe, te convence de que sí que la conocías, de que no debías dejar de conocerla y claudico y lo admito, más por ser bien mandado y por no dejar en entredicho a este amigo que me gusta que sea mi amigo, que porque realmente esté convencido de que lo supiera.

 Y ahí estás, te sientas y te pones a leer. Te encanta la idea con la que se abre el libro de la silla para el comensal que no llegará. Te recuerda muchas cosas, o establezco relaciones con muchas cosas, como la ocasión en la que estuve colaborando en la radio y alguien dejaba invariablemente, día tras días, una silla vacía para Julio Cortazar, y sobre todo y no tengo claro el porqué, se me llena la cabeza de imágenes de El festín de Babette. Hágaselo mirar. Me engancho enseguida al libro, un libro modesto, con un estilo sencillo, casi naif, salvo que las dos historias familiares que se relatan no son nada naif, porque la muerte es el asunto del libro. ¿Una pena en observación? Tampoco es eso, no llega a ser nada en concreto, es algo, tampoco es novela, que se deja leer, que pese a todo tiene un tono amable y complaciente con el lector que lo entiende todo, y que no termina de empatizar porque tampoco es un libro sentimental. Conforme avanzo en la lectura no puedo obviar una pregunta que cada vez es más acuciante, qué sentido tiene escribir un libro así, y qué sentido, que es lo que a mí me atañe, leerlo. Pero lo he leído y no he podido dejar de hacerlo.

 Al final agradeces la alusión a Robert Walser, y, pese a todo, sonríes. Todo muy raro.

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