Mi abuela María cumple hoy ochenta y cuatro años, uno detrás de otro, no todos igualmente felices imagino, pero hoy cuando la he llamado para felicitarla me ha deseado algo que me ha hecho pensar. Ella que ha vivido momento duros, que perdió a su padre en la Guerra Civil y que lo reencontró dos años después corriendo desde el penal donde estuvo preso y sin atreverse a mirar hacia atrás; la misma mujer que se escondía en los bolsillos de su chaquetón las mondas de las naranjas que robaba para ir esparciéndolas de forma discreta; la que se deslizó por una piedra de las lavanderas y cayó al río Segura y consiguió salir arrastrándose de los pelos, pensaba ella, mientras se desenredaba de un sedal que milagrosamente la arrastró hasta la orilla; la que sirvió en casa de unos señoritos, a la que se llevó mi abuelo y se casó muy temprano antes del culto y perdió un hijo y ganó ocho.
Al despedirse me ha dicho que me desaba que yo también llegara a los ochenta y cuatro años y tuviera la suerte de ver a mi hijo casado y a sus hijos y disfrutar de mis nietos y biznietos. Después de tantas cosas, la vida siempre merece la pena.
Así que eso se ha pegado a una frase que el otro día le escuché a un escritor, algo así como que la literatura nos permite evadirnos de unas vidas mediocres y aburridas, y he sonreído porque hay personas que han aprendido de una forma sencilla que pese a todo la vida siempre merece la pena.
Al despedirse me ha dicho que me desaba que yo también llegara a los ochenta y cuatro años y tuviera la suerte de ver a mi hijo casado y a sus hijos y disfrutar de mis nietos y biznietos. Después de tantas cosas, la vida siempre merece la pena.
Así que eso se ha pegado a una frase que el otro día le escuché a un escritor, algo así como que la literatura nos permite evadirnos de unas vidas mediocres y aburridas, y he sonreído porque hay personas que han aprendido de una forma sencilla que pese a todo la vida siempre merece la pena.
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