Estuve dos años leyendo Cartas de cumpleaños de Ted Hughes, viajé con la joven pareja por Europa, América o España, por la cordura y por la desesperación, durante dos años, leí pausadamente esos fragmentos de biografía, aceptando la complicidad de entender que en realidad se trataba de un texto literario que se rebelaba a esa condición, dos años reconociéndome unas veces en la voz de Ted Hughes, otras en las acciones de Sylvia Plath, joven, poderosa, frágil. Ahora he leído Una pena en obsevación de C.S. Lewis, otra manera de adentrarse en el dolor. No había visto la relación tan obvia entre los dos libros hasta el momento de ponerme a escribir. Qué diferencias también entre uno y otro, el análisis a fin de cuentas del hecho relativamente parecido de la pérdida y de la asunción de ésta, y qué diferente la forma de hacerlo. En C.S. Lewis la frialdad inicial, el bloqueo emocional aparente del escritor se va volviendo poco a poco en una extraña comprensión que es la del convencimiento de la razón. Aún no asumiendo los presupuestos religiosos del autor, termina uno emocionándose, poniéndose en su piel y entendiéndolo a través de la observación y el análisis. En el libro de Ted Hughes sucede algo similar pero los caminos son totalmente diferentes o al menos eso me parece a mí.
Dos años leyendo Cartas de cumpleaños, uno de esos libros que necesita su tiempo, ir devanando poco a poco el hilo para deshacer el sudario con el que la edad ligera nos envuelve. Dos años de aventura, de complicidad, de perplejidad también para veinticinco años de escritura. Ahora cuando lo veo en la estantería, en la hermosa edición de Lumen, noto la reciprocidad, como si durante dos años alguien hubiera igualmente estado leyendo en mi interior.
Y ahora, casi dos años después de que Nuria me lo hubiera regalado, le toca el turno a la poesía completa de la poeta de Amherst, de la que había leído una selección publicada en visor y la hermosa y breve antología, creo, que de Nórdica o el libro de Poemas a la muerte que le regalé a Diego. Y sé con una extraña clarividencia que Emily Dickinson y yo andaremos un tiempo juntos.
Dos años leyendo Cartas de cumpleaños, uno de esos libros que necesita su tiempo, ir devanando poco a poco el hilo para deshacer el sudario con el que la edad ligera nos envuelve. Dos años de aventura, de complicidad, de perplejidad también para veinticinco años de escritura. Ahora cuando lo veo en la estantería, en la hermosa edición de Lumen, noto la reciprocidad, como si durante dos años alguien hubiera igualmente estado leyendo en mi interior.
Y ahora, casi dos años después de que Nuria me lo hubiera regalado, le toca el turno a la poesía completa de la poeta de Amherst, de la que había leído una selección publicada en visor y la hermosa y breve antología, creo, que de Nórdica o el libro de Poemas a la muerte que le regalé a Diego. Y sé con una extraña clarividencia que Emily Dickinson y yo andaremos un tiempo juntos.
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