jueves, 11 de agosto de 2016

El sabor de las cerezas.

A mi padre, lector de estos versos.

MIENTRAS crecíamos
 crecían con nosotros
las ramas del cerezo,
la fruta en esas ramas,
la sombra en estas frutas.

 Dejábamos las bicicletas,
las canicas, la trompa
y su cordel de nailon
en la bondad de aquellos días.

Y nos subíamos
por estas ramas,
probando aquella fruta,
y saltando como funámbulos
cuya suerte pendiese
 del hilo de las nubes.

___
Las horas de la noche
se hacían largas en octubre,
 y el invierno se presentaba como un largo
túnel entre dos valles,
o entre dos calles,
o entre dos años.

___
En las noches de luna llena
del mes de enero,
los gatos tristes
merodeaban los cerezos.
Sombras oscuras
que saltaban al sueño
por las persianas de madera,
donde mis manos azoradas
abrían paso lentamente
a mis ojos abiertos como platos.

Y una vez que caía de cansancio,
con la cara desnuda
sobre el cristal helado,
daban vueltas a la memoria,
como a un ovillo,
dibujando con tinta china
sombras de tigres negros
en las paredes.

___
Por las mañanas
una rama rojiza y tensa
golpeaba el alféizar,
y yo desde muy lejos,
pero como quien mira
para ser visto, la miraba
con sus trenzas de niña
y su uniforme
del colegio de paga.

Y aunque fuimos amantes
a los doce años
y sin hablarnos,
jamás grabamos nuestros nombres
dentro de un corazón
en la corteza de aquel árbol.

___
La plaza siempre se iluminaba
en los días de marzo,
con una flores párvulas
que el viento de mediados de ese mes
barría por las calles.

___
En los días de marzo me sentaba
 cerca de los cerezos,
y con las manos limpias los tocaba, y me sentía extraño,
como si el viento entre sus hojas
 cantase una canción
con cosas que se ganan
y cosas que se pierden.

____

Y te recuerdo
Podando con tus manos
las ramas jóvenes,
guiando su sombra
que se confundiría
al cabo de los años
con nuestra propia sombra.
tus manos firmes y flexibles
como las manos del cerezo
en las mañanas
azules de septiembre.

(Allí donde no estuve. Rialp. 2004)

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