LA LUZ DE LAS PALABRAS
Entre Letras
Francisco Javier Díez de Revenga
Antonio Aguilar Rodríguez (Murcia, 1973), tras una sólida trayectoria como poeta prudente acaba de publicar en Huerga y Fierro (La Rama Dorada) su último libro de poemas, Diario oblicuo, que reúne un centenar de poemas agrupados en cuatro amplias secciones numerada con romanos. Lo cierto es que todo el libro se muestra fuertemente cohesionado porque descubre las reflexiones de un caminante detenido en el tiempo, que observa su alrededor y recapacita sobre el sentido de la existencia, entrando en la madurez, cuando la memoria, los recuerdos, las vivencias lejanas, recuperadas con una serena emoción, descubren trozos de una existencia que han de atraer al lector. Porque todo es posible en este diario oblicuo y todo penetra en sus páginas como objeto de evocación de existencia, porque cada una de las estancias de este diario constituye una consagración del tiempo recuperado desde los recuerdos y la memoria. Si la cohesión del libro está garantizada por la compacidad de esos objetivos, no está reñida con la expresiva variedad de las representaciones que construyen el intenso y bien nutrido universo poético de este libro.
Un libro que se titula diario, aunque ese diario sea oblicuo, es un libro que ha de contener en sus páginas el sentido del tiempo revelado en el trascurrir de los días evocados en cada uno de sus poemas, porque, en efecto, los días protagonizarán reflexiones para revelar los cambios acaecidos a consecuencia del tiempo y de la edad de un poeta que inevitablemente está entrando en una fecunda madurez. El día, la noche, la luz, unos paisajes familiares, espacios que sobrevienen con las sucesivas evocaciones, ponen todos de manifiesto que el poeta quiere legar fragmentos de su existencia envueltos en las escenas retenidas del paso de los días, desde su propia infancia a la infancia creciendo de su propio hijo, protagonista de algunas de las estancias. Porque de lo que se trata es de ver pasar el tiempo y el mundo a través de la ventana y descubrir que todo merece ser retenido y eternizado por una palabra tan fértil como la de este poeta tan original.
El lector recorrerá las estancias de este libro acompañado de muchos personajes que han enriquecido la vida intelectual, el mundo y el pensamiento del escritor, como si fueran dioses protectores, manes que comparecen porque contribuyen con su estela a entender el mundo, aunque sea con las gotas con las que se construye una pintura mítica, o los dibujos japoneses de un artista enigmático, mientras suena el Bolero de Ravel, con su aceleración, desde la batuta insolente de Frank Zappa, y contraste con la evocación de los versos indelebles de Leopardi o Emily Dickinson, plenos de sosiego y sentimiento. Es el mundo propio del poeta en el que se divisan los retratos de sus héroes particulares, cada uno evocado con una devoción especial.
Le interesa a Antonio Aguilar, poeta y desde luego filólogo y profesor de Lengua, investigar sin descanso sobre el milagro de la palabra, sobre la labor y la función ser poeta, el sentido de los nombres o la indagación de la metáfora exacta. Muchas de las composiciones de este libro descubrirán la metapoética implícita de un escritor anonadado ante el milagro de la escritura y la afirmación de la eternidad de un verso, indeleble como un tatuaje, surgido del chispazo instantáneo que enciende con su palabra el poema. Porque a la poesía atribuye nuestro autor la capacidad de detener el tiempo, aunque sea tan solo un instante, como en un parpadeo, porque luego la vida continúa. Conjuntar las letras para crear mundos nuevos y para revelar la necesidad imperiosa de decir y de escribir diariamente, como muy bien surgiere el título de este libro, como diario oblicuo. Porque ser poeta es vaciarse y ser poeta es ser otros, y seguir viviendo y seguir leyendo hasta alcanzar el mundo alumbrado con la luz de las palabras.
La vida continúa hasta el final y la realidad del designio la conoce bien el poeta que acaba de leer a Francisco Brines y sabe que hay un destino al que se ha de llegar imparablemente. Por eso no ha de extrañar al lector que también la muerte esté presente en este diario, porque el trascurrir de las jornadas conduce imparablemente a su final, tal como en otro poema se avisa; y es que tras la luz y cuando esta se extingue viene la noche. Son evocaciones de autenticidad que dotan poesía de este Diario oblicuo de mucha verdad, que solo es posible conseguir cuando el poeta protagoniza su propia historia y hace suyo el dolor de sentir trascurrir los días que construyen este hermoso poemario.
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