UNA LECTURA OBLICUA
A propósito de la publicación de diario oblicuo de Antonio Aguilar Rodríguez
Huerga & Fierro. Colección la rama dorada.
ANA PÉREZ Y SONIA ANGUIX
(Nº 12 de la Revista Individualia)
“La belleza es inasible sin las palabras. Cosas y palabras se desangran por la misma herida”.
Octavio Paz
Diario oblicuo es un poemario de la experiencia, donde el poeta, en el ecuador de la vida, transita por un universo plagado de recuerdos, evaluando la idoneidad del sentimiento pasado con la impresión expresiva del presente. Mediante un estilo sencillo, asistimos a reflexiones pseudofilosóficas, a poemas de corte narrativo donde pasado y presente confluyen para, acaso, intuir el futuro incierto.
Pero con todo, la poesía de Antonio Aguilar no puede encasillarse en generaciones o movimientos de forma estricta. Es una poesía que se escapa, como el pájaro que revolotea sobre un parque a la espera de atrapar los pedazos de pan que se caen del bocadillo de un niño. Un niño que corre sin mirar atrás, porque no tiene miedo, con la seguridad del que se sabe arropado por las palabras de aliento que vendrán si sucede la caída. Ese pájaro y ese niño libre esconden la esencia de la poesía que nos ocupa.
Una poesía sugerente y llena de conexiones y símbolos.
Nos encontramos con un poemario caracterizado por tratar temas cotidianos, por activar la reflexión sobre la vida y la experiencia humana desde una perspectiva individual y única, que no requiere de copias ni de imitaciones perfectas, sino de la observación de lo aparentemente insignificante que rodea al escritor.
Se distancia de ese modo de tendencias más abstractas que predominaron en décadas anteriores, y busca conectar con el lector a través de la desnudez de su expresión poética.
EL VOLCÁN
Hemos venido unos días a la costa
como cada año desde hace tantos años.
Tras el volcán se anulan las comunicaciones.
Un ruido blanco fluye por los auriculares.
Algunas veces escuchamos palabras sueltas
que apenas dan para una narración coherente.
Llega con algo más de nitidez la música
y las emisoras se solapan
como tormentas de verano.
También vivir aquí está fuera del tiempo,
es un paréntesis entre dos nadas.
Las antenas no son más que la expresión de un deseo.
No hay señal.
El mundo ha dejado de ser el significante
de algo sin significado.
En la línea de Ángel González, García Montero o Felipe Benítez Reyes, Diario Oblicuo presenta una poesía que tiende a utilizar un lenguaje claro y accesible, a menudo evitando la complejidad lingüística y las metáforas oscuras. En lugar de ello, el poeta se centra en la comunicación directa de emociones y pensamientos, haciendo hincapié en la sinceridad y la autenticidad que conducen a la verdad:
“La tarde es una piedra de ámbar
Detenida en el tiempo”.
Podríamos trazar como ejes vertebradores de la poesía que nos ocupa la poeticidad de la cotidianidad, que encuentra la belleza en lo aparentemente insignificante. En la contemplación de una tarde, no sabemos si de primavera o de otoño, o de una bandada de aves que cruza la página antes de la noche…
La familia ocupa un lugar esencial en esta poesía testimonial de lo vivido. Así, encontramos versos dedicados al recuerdo de unos padres solícitos, sacrificados y prudentes, de una abuela marcada por la vileza de la posguerra y, como no, la presencia del hijo. El amor filial, el más puro y gratuito, que engrandece al progenitor.
AMOR
Ver a tu hijo correr
ensimismado, dando brincos,
un ejercicio físico inconmensurable,
como su amor.
Él cree en ti ciegamente,
cree en ti de una manera
en la que tú,
salvo en la infancia,
nunca has creído.
Si quiere,
puede cerrar los ojos y correr.
No pide nada extraordinario,
simplemente que estés ahí
que abras los brazos,
que lo sostengas.
Otra de las señas de identidad de Diario oblicuo es la presencia, latente en cada verso, de la metapoesía. Ese diálogo eterno que establecen los escritores y sus textos entre sí permite crear conexiones intertextuales y dibujar la línea lectora del poeta.
Se cuelan entre los versos las palabras de Adam Zagajewski, de Lorca o de Jiro Taniguchi en forma, estas últimas, de luciérnagas que revolotean más extrañas que inciertas… con los que convierte la lectura en un acto puro y sugerente; cierto e inspirador.
De la mano de lo metapoético surge el escritor que se debate entre la claridad de la luz y la oscuridad de la noche. Es precisamente en la presencia de la naturaleza donde es fácil identificar la huella de Juan Ramón Jiménez, tanto a nivel estilístico como reflexivo:
Hay una relación entre el paisaje y las palabras (...)
una correspondencia,
entre la necesidad de decir y lo dicho,
entre la necesidad de aprender y lo aprendido,
se encuentra la verdad.
Confluyen entre sus versos el tiempo pretérito y el presente (como Lorca hiciera en su Romancero), desde el que se vislumbra un futuro edificado sobre los avances científicos y tecnológicos. Un futuro soñado en el que la ciencia esté al servicio de la poesía:
“Tal vez dentro de muchos años alguien
pueda extraer el ADN de este momento”
Una idea de progreso que nos puede llevar al vanguardismo … ese tendido eléctrico que invade la vida natural, en el poema Invisible, y que me lleva a evocar versos futuristas. Esa denuncia de la apariencia … “la apariencia es una forma/de la invisibilidad” que nos conduce al barroco y quizá cuestiona el progreso esencial del ser humano. El ser que modifica/moderniza la apariencia, masapenas cambia en la esencia.
“Llevan vaqueros y chaquetas quechua
los pastores. El mundo se ha globalizado,
hasta la noche que cae
como una lluvia fina
es la misma noche en todas partes”
De todos los temas que venimos comentando destacamos el recuerdo, que enfrenta a la voz poética con sus paraísos perdidos…
Alejado de la experimentación lingüística, Antonio Aguilar afronta con madurez el recuerdo de lo que fue y lo que lo define; observa con serenidad, buscando una conexión directa con el lector.
El recuerdo de lo vivido justifica la narratividad de algunos poemas, con los que nos cuenta lo importantes que eran las palabras en casa de sus padres o cómo lucía su abuelo en una fotografía vestido de militar. Poesía narrativa también para evocar el tiempo de la infancia, para recrearse en el tiempo que escapa al tiempo, el instante detenido en el que sólo cuenta la mirada del yo poético… ese romper con la dimensión temporal sólo al alcance del arte, esa eternidad de la palabra, la inmortalidad de la obra, dado que “sólo perdura entre los dedos/ la dispersión del lenguaje”, y así “descubrir la eternidad de un verso”. Todo ello sin olvidar el poder de la palabra como testimonio veraz en aras de la denuncia de la imprecisa memoria, al estar estasometida a la voluntad del deseo “El deseo reescribe como un poema el pasado”, apunta la voz poética.
CAMINO DE LA ESTACIÓN
En la niebla de la vida
hay un recuerdo persistente
de una tarde lejana ya,
unas imágenes captadas
como a través de una cámara antigua.
Los pasos se deslizan por la calle
de un pueblo de la costa inglesa.
No es tanto un texto narrativo
como la yuxtaposición
de pequeñas secuencias.
Y extrañamente siempre vamos juntos
cuando faltan aún varios años para conocernos.
El deseo reescribe como un poema el pasado.
La verdad es el aire del mar en las últimas calles
antes de adentrarnos en la estación.
La consciencia de lo perecedero se cristaliza en poemas impregnados de reflexiones filosóficas para evidenciar la certeza de la pequeñez humana, de nuestra mortalidad, de nuestros límites. Destacable es esa bella apuesta de medir el discurrir temporal con libros. “Los días se miden por libros” apunta la voz poética en “El fruto de la muerte”.
Lo imperecedero queda reflejado en textos donde el eterno presente surge con fuerza para que el vértigo de la existencia sea más llevadero, tal y como ocurre en “La verja”.
“Y con la primavera, otro año más,
Perséfone traspasa
la puerta y se reclina
sobre sus sueños
con un gesto profundo
de gratitud.”
La soledad, tema recurrente y atemporal que atormenta la existencia humana, es paliada gracias a la literatura. Literatura compañera de vida, definida por la voz poética como “un meteoro en ese gran vacío de la nada”.
“Ocupas una mesa
y un libro descansa sobre ella.
La autora posa
en una foto en blanco y negro.
Hay cierta afinidad entre la lectura y el día.
No te sientas solo.”
Soledad elegida ante la pérdida de alguien querido, claros tintes manriqueños,
“Decides no cerrar esta soledad.
No terminarla nunca, nadie, no.”
Soledad consecuencia de carencias afectivas infames, pues “No todo lo que crece tan alto tiene raíces”, leemos en el poema “El niño del chubasquero amarillo”.
No podemos terminar nuestra incursión poética sin tratar el tema de la profesión.
Y, cómo no, compañero del alma, compañero, reflejas el oficio del magisterio en “Correcciones”, donde te recreas en las dudas y miedos que acechan al buen maestro, culpando al tiempo por tejer barreras entre tú y tus alumnos; algo que también me pasa. Lo que sucede, querido compañero, es que como bien dices en “Folios”, “A veces el exceso se vuelve una pequeña condena”,exceso de vocación en este caso.
CORRECCIONES
Tienes delante de ti una treintena de exámenes.
Lees uno tras otro y enmiendas
algunos errores de ortografía,
haces listas de conceptos que faltan
o que no han sido expresados con claridad.
Piensas en sus vidas,
en si sería tan fácil subrayar los errores
o aquellos aspectos que, aun no estando mal,
podrían estar mejor, de otra manera,
y si tú serías la persona apropiada para censurarlos.
El tiempo es un amigo ingrato que te ensucia
la mirada y enturbia tu comprensión
de la vida. Lo que te aclara sobre los libros,
sobre las nociones de lengua que explicas
año tras año en la pizarra,
te lo resta de la cercanía con tus alumnos.
Quizás es eso que llamamos salto generacional.
Tengo la vista cansada
y echo de menos unas gafas
para poder ver con claridad lo que miro.
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