Una vez le ofreció a una chica cien pesetas para que le enseñara las bragas. En el barrio se propagó el escándalo. Y hubo un juicio sumario contra aquel niño que a partir de entonces decidió andar por el mundo con los ojos cerrados, de par en par. Las noches y los días se iban sucediendo sin que sus pupilas se dilataran o se contrajeran con la luz del sol. A los dieciocho años, en contra de los pronósticos del doctor Ceferino que aseguraba que los ardores de la juventud lo sanarían, decidió que el amor también sería ciego, que aquel cuerpo se individualizaría a través del tacto, a través de sus manos y de su boca, también de sus palabras. Y no tuvo miedo cuando fue a tocarla y la besó y supo cómo sonaba el almidón de su falda plisada al caer desprendido al suelo.
En sus ratos de ocio tenía la costumbre de jugar a las analogías. Tocaba una manzana e imaginaba, por ejemplo, infinidad de posibilidades: bola de billar, pomo de puerta, canto rodado... Fue de esta manera como descubrió que el amor se parecía a una cinta de seda vaporosa.
Escuchaba por un módico precio lo que la gente quería contarle. Como no veía las caras discernía la sinceridad a través de las tonalidades. Supo que la mentira adoptaba el llanto y una reiteración cansina para propagarse, que era capaz de prender una hoguera, si fuese necesario, para cegar el entendimiento con su fulgor. Y desde entonces odió la mentira.
Al final de sus días decidió abrir los ojos una última vez. Parpadeó. Y murió con una leve sonrisa de satisfacción esbozada en sus labios. Su familia se puso detrás, precavida, delante la luz de un balcón que miraba a poniente y una cuerda de tender con ropa interior colgada.
En sus ratos de ocio tenía la costumbre de jugar a las analogías. Tocaba una manzana e imaginaba, por ejemplo, infinidad de posibilidades: bola de billar, pomo de puerta, canto rodado... Fue de esta manera como descubrió que el amor se parecía a una cinta de seda vaporosa.
Escuchaba por un módico precio lo que la gente quería contarle. Como no veía las caras discernía la sinceridad a través de las tonalidades. Supo que la mentira adoptaba el llanto y una reiteración cansina para propagarse, que era capaz de prender una hoguera, si fuese necesario, para cegar el entendimiento con su fulgor. Y desde entonces odió la mentira.
Al final de sus días decidió abrir los ojos una última vez. Parpadeó. Y murió con una leve sonrisa de satisfacción esbozada en sus labios. Su familia se puso detrás, precavida, delante la luz de un balcón que miraba a poniente y una cuerda de tender con ropa interior colgada.
11 comentarios:
Ojos cerrados de par en par.
Muy bueno.
Hola Antonio.Es de valientes no tener miedo, y sobre todo de tocar y besar si amas, deseas o quieres.
Podemos hacer eso con personas u objetos.Se puede tocar y besar una flor...un niño y por supuesto, a la persona que amas.Un beso.
No me preguntes por qué, no sabría responder pero me he quedado tremendamente relajado al terminar de leer..., que sensación tan...¿"suave"?. Quizá "placentera" quizá es menos abstracta.
Hola amigos. Con mi corazón abierto de par en par, me he dado cuenta de que no os tengo enlazados. Así que a partir de ahora os pondré donde os corresponde. Querido Granito, es usted una sorpresa. ¿Quién será? Imagino que no deseas dar más pistas. Te respetaremos. Me gusta tu blog, pero ya te lo diré por allí. No sé qué sensación deja la lectura de esta entrada. La escribí tarde, sin saber muy bien hacia donde iba, pero después me gustó.
plas, plas, me ha gustado, el giro final me ha parecido de lo más inesperado.
A veces dejarse llevar es la mejor forma de expresar algo, No entiendo mucho de jazz, pero creo que en parte consiste en practicar y practicar hasta encontrar esos sublimes momentos en que uno no tiene más que soltarse y dejarse llevar.
Y te sigo desde antes de reencarnarme en Granito, desde tu mapa. Y sigo sin encontrar una poesía sobre el duelo tan buena como la tuya.
Desde mi retiro fisico-mental entro de vez en cuando en este mar de palabras tuyo. Y me sirve para perderme y a la vez encontrarme. Si de todas tus composiciones, en todas, encajas las palabras para que suenen en su justa medida... en esta, eso de "los ojos cerrados de par en par", es superior...
La luz ademas de ser luminosa se condensa en la intensidad de lo que se desprende de este escrito, y por ende que me vuelvo a sentir un "poquín" identificado, hodo, (lease aspirando la hache) como dicen en Hellín...
Ah, vaya, lo sé, hace algún tiempo fui algo injusto con usted, señor Granito, quizás confundí algunas cosas. Muchas gracias por tu comentario en las Afinidades electivas. ¿Porque era de usted?
Gracias por vuestras palabras. Veo que lo de los ojos cerrados de par en par ha gustado. Sin embargo, tengo que decir que en realidad es un logro azaroso, pues como casi todo. El final me parecía un tipo de justicia que no se da en la realidad pero que en la ficción me parecía razonable. Un poco chicho terremoto.
Querido José Antonio, no te preocupes, cuidate, y no tengas prisas, tu vaticinio sobre tu sustituta se ha cumplido.
Si Antonio, efectivamente era yo. Y tranquilo, todos somos injustos a veces, especialmente con nosotros mismos, además de que yo aún no me manejaba bien en este mundo y me equivoqué en las formas. Un abrazo.
Querido Antonio Aguilar,tal vez te sorprenda este comentario porque no sabes quien soy, pero te puede decir que soy ese chico timido al que no le sale decir una palabra más alta que otra o ese chico pálido que parece un vampiro,seguro que con estas pistas sabes quien soy,jeje, un cordial saludo de uno de tus alumnos.
Ps: felicitarte por tus cuentos de los viernes,son geniales.;-)
Querido Vampiro, ya notaba yo algo. Me parece que eres una persona excepcional, cada día me ratifico más en ese pensamiento. Detrás de las bromas también sé ver la verdad. Pero no te creas que este comentario te exime de hacer bien el examen.
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