Me pregunta Rocío, así a bocajarro, sin miramientos, si no me da vergüenza hablar de mi vida aquí, contar las cosas que me pasan, ir devanando el ovillo de los días. Y no sé qué decirle, le digo que no, que por eso lo hago y luego me quedo con la pregunta, pero por qué, por qué lo hago.
Hay algo de exhibicionismo creo, pero en realidad sé que no debo contestar a la pregunta, porque es una pregunta trampa, una pregunta que me llevaría a pensar en el hecho de por qué escribo, y lo que sé es que lo hago y que, no es que me haga feliz, es que no podría dejar de hacerlo. Poco más.
Escribir sobre tantas cosas, escribir sobre lo que me pasa y lo que me podría pasar, especialmente esta semana en la que las cosas se precipitan, caen, se desportillan. Siempre he huido de dar datos concretos, fechas, nombres, pero sé que mi vida aparece, aunque velada, en estas entradas, sé que aunque defienda la ficción la gente lee, por ejemplo, por mucho que ponga La comunidad de los despechados, Antonio el despechado, o el desdeñado, como apunta el licenciado Lorente, y recrea la historia a su parecer.
Ayer me paseaba por Murcia pensando en estas cosas. Iba al programa de radio en el que colaboro desde hace tres o cuatro años. Y paré en una sala de exposiciones. Pensé en muchas cosas, pensé en que era momento de dar ese paso que no termino de dar y que, creo que voy a acometer con toda la ilusión del mundo, porque, no me engaño, se están dando todas las circunstancias necesarias. Mientras veía las imágenes que me gustaría compartir contigo, leía los pies de las fotos, leía palabras como Providence y seguidamente Rhode Island, y me emocionaba, porque ahí estaba, ese deseo, el de volver a escribir, pero de verdad, el de vivir de acuerdo con esta pasión, como recomendaba Rilke al joven poeta que le demandaba consejos. Recuerdo cuando me quedaba en casa para terminar de escribir algo, cuando no cogía el teléfono si me quedaban veinte o treinta páginas de una novela o simplemente cuando me apetecía quedarme solo, a mi aire.
Había una foto especial: una silla, una ventana, un cuerpo desnudo parcialmente, sólo los pantis, y no sé por qué -otra vez esta ignorancia en la que me refugio- pero sentí que quería ser eso, que quería vivir así, que tenía que hacerlo, sin excusas, sin paliativos para el dolor extinto, para ningún tipo de dolor y menos para el hastío. Y no sé tampoco por qué me vi pensando en Ana Martínez, la pintora, y en Concha Martínez Barreto, la otra pintora. No sé por qué me acordé de la casa de Ana, donde pinta o pintaba -hace tiempo que le perdí el rastro-, una casa vieja, algo espartana, donde sólo hay lugar para la pasión. Y no sé por qué me acordé de Concha y de su propia pasión, y de sus tardes de no salir, de no moverse, de quedarse en casa con sus cuadros, pintando.
Providence, pensé, Rhode Island. Y lo supe. Aquí hay un principio de algo. Y da igual que lo desees o que no lo hagas, porque va a suceder. Podrías dilatar la espera, complicar las circunstancias, pero da igual, si es que ya está sucediendo. Y no te preocupes. Va a ser fácil. Basta con tirar del hilo, dejar que el ovillo se deshaga.
Hay algo de exhibicionismo creo, pero en realidad sé que no debo contestar a la pregunta, porque es una pregunta trampa, una pregunta que me llevaría a pensar en el hecho de por qué escribo, y lo que sé es que lo hago y que, no es que me haga feliz, es que no podría dejar de hacerlo. Poco más.
Escribir sobre tantas cosas, escribir sobre lo que me pasa y lo que me podría pasar, especialmente esta semana en la que las cosas se precipitan, caen, se desportillan. Siempre he huido de dar datos concretos, fechas, nombres, pero sé que mi vida aparece, aunque velada, en estas entradas, sé que aunque defienda la ficción la gente lee, por ejemplo, por mucho que ponga La comunidad de los despechados, Antonio el despechado, o el desdeñado, como apunta el licenciado Lorente, y recrea la historia a su parecer.
Ayer me paseaba por Murcia pensando en estas cosas. Iba al programa de radio en el que colaboro desde hace tres o cuatro años. Y paré en una sala de exposiciones. Pensé en muchas cosas, pensé en que era momento de dar ese paso que no termino de dar y que, creo que voy a acometer con toda la ilusión del mundo, porque, no me engaño, se están dando todas las circunstancias necesarias. Mientras veía las imágenes que me gustaría compartir contigo, leía los pies de las fotos, leía palabras como Providence y seguidamente Rhode Island, y me emocionaba, porque ahí estaba, ese deseo, el de volver a escribir, pero de verdad, el de vivir de acuerdo con esta pasión, como recomendaba Rilke al joven poeta que le demandaba consejos. Recuerdo cuando me quedaba en casa para terminar de escribir algo, cuando no cogía el teléfono si me quedaban veinte o treinta páginas de una novela o simplemente cuando me apetecía quedarme solo, a mi aire.
Había una foto especial: una silla, una ventana, un cuerpo desnudo parcialmente, sólo los pantis, y no sé por qué -otra vez esta ignorancia en la que me refugio- pero sentí que quería ser eso, que quería vivir así, que tenía que hacerlo, sin excusas, sin paliativos para el dolor extinto, para ningún tipo de dolor y menos para el hastío. Y no sé tampoco por qué me vi pensando en Ana Martínez, la pintora, y en Concha Martínez Barreto, la otra pintora. No sé por qué me acordé de la casa de Ana, donde pinta o pintaba -hace tiempo que le perdí el rastro-, una casa vieja, algo espartana, donde sólo hay lugar para la pasión. Y no sé por qué me acordé de Concha y de su propia pasión, y de sus tardes de no salir, de no moverse, de quedarse en casa con sus cuadros, pintando.
Providence, pensé, Rhode Island. Y lo supe. Aquí hay un principio de algo. Y da igual que lo desees o que no lo hagas, porque va a suceder. Podrías dilatar la espera, complicar las circunstancias, pero da igual, si es que ya está sucediendo. Y no te preocupes. Va a ser fácil. Basta con tirar del hilo, dejar que el ovillo se deshaga.
7 comentarios:
Estar poseído por la escritura es lo que tiene, te escondes, te descubres un poquito y te vuelves a esconder.
Contar, contar, compartir y compartir. Que poco valorados estáis los que escribís.
Para mí el escritor es la persona más generosa del mundo, pues entrega todo lo que ES al que quiera y esté dispuesto a recibirlo.
Quizá lo realmente importante no es como se deshace el ovillo, el qué o cómo pasa lo que pasa, sino ocurra, que pase, y después la actitud que decidamos mantener ante ello. De la pasividad a la acción hay trillones de años luz, en cambio de un hecho a otro en algo que está ocurriendo muy poco.
Y por cierto, si algo deseo es mostrarme, si algo temo, mostrarme. Pero poco a poco voy aprendiendo a vencer mis miedos, gracias a maestros como tú.
Escucha Antonio.
Una amiga me dice, que casi nadie se atreve a decir en un blog, que tiene un familiar en un geriátrico
para personas con problemas mentales.
La verdad es importante, como importante es asimilar que pasa por nuestra vida.
Somos valientes y escribimos lo que nos parece bien.
Un beso.
Gracias. La verdad es que me intimidan algo vuestras palabras. Escribir. No escribir. Yo siempre he vivido en conficto con estas cosas. Y suficiente era que dijera: no vuelvo a escribir, para que no pudiera dejar de hacerlo. Ahora pensaba que no lo estaba haciendo, pensaba que no estaba escribiendo, hata que caí en la cuenta, no es que no lo estés haciendo sino que no paras, que esto también vale. Y me he animado para hacer otras cosas. Creo incluso que contaré mi vida...
La exposición de fotos en la que me detuve era la de Francesca Woodman en Espacio A/V, en la Calle Santa Teresa de Murcia.Ya he puesto varias fotos por el blog. Murió a los 22 años.
Primo, yo también voy venciendo mis miedos, gracias a maestros como TU.
glup!
Gracias. Me alegra ver que no te has tomado a mal mis pensamientos en voz alta.
Simple y humana necesidad de compartir. No pienso que este sea un caso de exhibicionismo.
Un saludo.
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