Cien entradas, dos años y medio de mi pequeña caja de tormentas. Y sigue.
¿Y por qué un poema de Inmaculada Mengíbar para celebrarlo? ¿Y por qué no? me pregunta, con esa desazón del que espera una respuesta urgente a una cuestión de importancia. Es un juego, los dos lo sabemos, porque no hay nada apremiante en esta cuestión, sólo curiosidad por ver cómo me explico.
El azar, le digo, ha sido cuestión de azar y de suerte. Le cuento entonces cómo entré en la librería para buscar un libro que le quería regalar a una muchacha de ojos verdes y cuerpo cimbreante como un junco. Había pensado en un libro de Anne Carson que yo había leído con placer años atrás y que luego se había vuelto una metáfora de mi vida. Me movía por los anaqueles con gusto pero también con esa inquietud que siempre tengo en las librerías demasiado grandes, es una sensación engañosa, como si creyera que me puedo perder en algún libro y no regresar jamás a casa. Seguí la hilera de libros de la sección de poesía, mi camino de baldosas amarillas, y de pronto me encontré con Usted de Almudena Guzmán y me dije que qué suerte tenía, que justo habíamos estado hablando esa mañana de ese libro, de ese libro agotado. Y lo tomé como mío, como un tesoro que envolvería en papel de regalo para aquella mujer. Y más por inercia que por buscar algo concreto continué con la vista en los títulos y allí estaba Los días laborables de Inmaculada Mengíbar, y con él el recuerdo de unos días pasados en los que los libros te acercaban a las personas, que eran hilos invisibles entre nosotros, entre Ginés Sánchez y Pepa Murcia, entre Raúl González y, por otro lado, todos aquellos poetas de la nueva sentimentalidad y sobre todo aquellas poetas también de la nueva sentimentalidad que luego terminaron en las Diosas blancas y después en Ellas tienen la palabra, los dos libros de la editorial Hiperión que con su premio dio alas a la poesía.
Y así nos quedamos los dos, ella con su pregunta y yo con mi respuesta. Los dos con cierta satisfacción y sin embargo noto que le pasa algo, que aún quiere decir algo más, que no le ha parecido bien que terminara esta entrada con esa frase de la editorial que a mí, por otro lado, me parecía concluyente. Suéltalo, le digo, venga, sé que al final lo vas a decir, y me pregunta, y la chica, qué pasó con la chica, tal vez te llamó, volvisteis a veros, se acordará de ti. Y yo le sonrío, le digo que quiere saber demasiado, que quién sabe, que cien entradas merecen una celebración por sí solas, que dos años y medio son mucho tiempo. Y también se contagia de la risa, porque ya sabe que no voy a decir nada, que para bien o para mal esa pregunta se queda sin respuesta.
¿Y por qué un poema de Inmaculada Mengíbar para celebrarlo? ¿Y por qué no? me pregunta, con esa desazón del que espera una respuesta urgente a una cuestión de importancia. Es un juego, los dos lo sabemos, porque no hay nada apremiante en esta cuestión, sólo curiosidad por ver cómo me explico.
El azar, le digo, ha sido cuestión de azar y de suerte. Le cuento entonces cómo entré en la librería para buscar un libro que le quería regalar a una muchacha de ojos verdes y cuerpo cimbreante como un junco. Había pensado en un libro de Anne Carson que yo había leído con placer años atrás y que luego se había vuelto una metáfora de mi vida. Me movía por los anaqueles con gusto pero también con esa inquietud que siempre tengo en las librerías demasiado grandes, es una sensación engañosa, como si creyera que me puedo perder en algún libro y no regresar jamás a casa. Seguí la hilera de libros de la sección de poesía, mi camino de baldosas amarillas, y de pronto me encontré con Usted de Almudena Guzmán y me dije que qué suerte tenía, que justo habíamos estado hablando esa mañana de ese libro, de ese libro agotado. Y lo tomé como mío, como un tesoro que envolvería en papel de regalo para aquella mujer. Y más por inercia que por buscar algo concreto continué con la vista en los títulos y allí estaba Los días laborables de Inmaculada Mengíbar, y con él el recuerdo de unos días pasados en los que los libros te acercaban a las personas, que eran hilos invisibles entre nosotros, entre Ginés Sánchez y Pepa Murcia, entre Raúl González y, por otro lado, todos aquellos poetas de la nueva sentimentalidad y sobre todo aquellas poetas también de la nueva sentimentalidad que luego terminaron en las Diosas blancas y después en Ellas tienen la palabra, los dos libros de la editorial Hiperión que con su premio dio alas a la poesía.
Y así nos quedamos los dos, ella con su pregunta y yo con mi respuesta. Los dos con cierta satisfacción y sin embargo noto que le pasa algo, que aún quiere decir algo más, que no le ha parecido bien que terminara esta entrada con esa frase de la editorial que a mí, por otro lado, me parecía concluyente. Suéltalo, le digo, venga, sé que al final lo vas a decir, y me pregunta, y la chica, qué pasó con la chica, tal vez te llamó, volvisteis a veros, se acordará de ti. Y yo le sonrío, le digo que quiere saber demasiado, que quién sabe, que cien entradas merecen una celebración por sí solas, que dos años y medio son mucho tiempo. Y también se contagia de la risa, porque ya sabe que no voy a decir nada, que para bien o para mal esa pregunta se queda sin respuesta.
3 comentarios:
Querido primo, felidcidades!
glup!
Antoñico, Antoñico, Antoñico...
Hola Antonio¡¡¡
Felicidades y que sigas paseando por el salon camino a donde desees.
Besos.
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