sábado, 1 de octubre de 2011

Estado de dignidad 2: Vivir de alquiler


Mi padre me lo tiene dicho. No te tires por la ventana que me dejas en la ruina, hijo. Hazte un seguro de vida, que luego me dejas una herencia de mierda y con lo difícil que es vender un piso, no quiero ni pensar lo que tiene que ser vender dos (ellos tienen un piso en venta con el que quieren sanear su jubilación), seguro que se lo queda el banco y de paso me rehipotecan el mío.

Me resulta curioso que al escribir este párrafo, el programa Word, que invariablemente se autoformatea mayúsculo, me subraye de rojo la palabra “rehipotecar” (otra vez), me da miedo su tenacidad, su empeño en negar las evidencias. “Rehipotequé mi casa”, le digo, para ponerlo a prueba, y de forma invariable aparece el subrayado de error.

La verdad es que también fue mi padre el que, siempre bienintecionadamente -el que diga lo contrario es que no conoce a mi padre-, me dijo que me comprara una casa, que me comprara una casa antes que un coche, que tuviera cabeza, que no malgastara el dinero en una época en la que uno era guapo y joven y le gustaba salir y vivir eso que Ricky Martin llamaba la vida loca. La verdad es que esto no se lo creerá nadie, me dice mi madre, hijo, con lo formalito que tú eres, a ti nadie te dijo que te compraras una casa, al contrario, hubo que frenarte, sosegarte para que pensaras las cosas un par de veces al menos.

¿Pensar las cosas?, joder, cómo iba yo a pensar las cosas si las viviendas estaban subiendo a un ritmo vertiginoso. Pero mi madre insiste en exonerar su no culpa. (Tengo que aclarar una cosa, antes de seguir. En mi familia decir padre o madre, o papá y mamá, como nosotros decimos, es invariablemente usar un plural. A partir de ahí se entenderá que diga padre o madre indistintamente. También es cierto que luego, por separado, cada uno tiene su individualidad y que es agradable constatarla, abrazarla, y que, claro, de esa individualidad también vengan los síndromes que tanto ama mi psicólogo y a los que tanto tiempo dedicamos. Paradójicamente a esas individualidades también las llamamos papá y mamá, pero aseguro que si prestas atención, hay algo diferente al decirlo, como si la consonante de la segunda sílaba si diluyera un poco, haciéndola más familiar).

Pensar las cosas. Pues eso. No seré yo, que tengo casa e hipoteca, quien te diga lo que tienes que hacer, pero, joder, piensa un poco las cosas. No siempre, me digo, lo que aceptamos como una verdad lo es, ni las verdades relativas ni mucho menos esas que conocemos como absolutas, si acaso tal vez las primeras tengan más entidad de verosimilitud. Si yo, pienso, viviera de alquiler ahora, tal vez tendría menos ataduras, podría moverme, cambiar, y a fin de cuentas, con una hipoteca a veinticinco a treinta años, quién es dueño de nada más allá de sus decisiones.

Para tan poco tiempo cuantas cosas nos procuramos.

1 comentario:

Dyhego dijo...

Real como la vida misma.
Salu2, Antoñico.