Presentar un libro, y en concreto y especialmente, un libro de poesía, es un acto literario menor, pero que está motivado precisión, sinceridad ética y gusto efectivo por la obra de su autor, elevándose a sí a una categoría pretendida.
Presentar a Antonio Aguilar Rodríguez, como poeta me es fácil, y no porque tengo yo una total conciencia de haber penetrado en complejidad del alma de su poesía, si acaso me es fácil porque en su amistad encuentro mucho de mí mismo. Por tanto, lo que de Antonio diga, y de su poesía, será, más o menos indirectamente, como una revelación de mí mismo.
"Canciones para el día de después" que viene a integrar el quinteto poético de un gran poeta en su prematura madurez, es breve (27 poemas, apretados en su intimidad). Y, como dijo Octavio Paz de Luis Cernuda, la suya es la exposición de "una orgullosa, al fin de cuentas no desprovista de humildad".
Un poeta, cualquier genuino poeta que se precie, necesita el barbecho que aparenta esterilidad. Antonio estuvo un largo espacio de tiempo en silencio (que a mí literariamente no me preocupó, aunque sí en lo emocional, porque le quiero). Desde "Allí donde no estuve" hasta la aparición de "La noche del incendio" (en esta misma editorial), porque el sesgo poético de Antonio ante la contemplación de las cosas, el trato con los seres y los momentos hermosos y trágicos de la vida, es emocional y escéptico en lo que es necesario. La palabra empleada por el poeta está revestida de belleza musical, de natural misterio, nunca de especulación evasiva. El sentimiento no es abstracto en el corazón de Antonio. Antonio como hombre y poeta ha sufrido como la mayoría de los mortales contratiempos, por así decirlo. Su gran pudor utiliza para expresar sus sensibilidad una sordina, una flauta exquisita. Su poesía, desde el principio (desde sus juveniles "El amor y los días" y "El otoño encarnado de Ives de la Roca" -Premio Antonio Oliver Belmás-, destinado a las nuevas generaciones, está ya alcance, y es historia de nuestra poesía en castellano. Y muchos de los grandes poemas de Antonio Aguilar Rodríguez están esperando y siempre a la espera de sus mejores lectores.
Quiero cerrar mis palabras con un bellísimo poema tardía del admirado Wallace Stenvens, entre los poemas aparecidos a la muerte del poeta, en 1955, cuando ya su obra estaba publicada y cerrada. El título del poema ya es bello, más lo que dice su contenido. Lo citamos entero, dada su brevedad (nueve versos perfectos en inglés); en ellos identifico a Antonio y a mí mismo. Esta es mi versión en castellano de "A children asleep in its own life":
Among the old man that you know,
There is one, unnamed, that broods
On all the rest, in heavy thought.
They are nothing, except in the universe
Of that single mind. He regard them
Outwardly and knows them inwardly,
The sole emperor of what they are.
Distant, yet close enaough to wake
The chords abode yout bed to-night.
(UN NIÑO DORMIDO EN SU PROPIA VIDA
Entre los hombres ancianos que tú conoces,
hay uno, anónimo, que rumia
sobre todo el resto, meditabundo.
Ellos no son ninguna cosa, salvo en el universo
de esa sola mente. Él los contempla
por fuera y los conoce por dentro,
único emperador de los que son
a la distancia y todavía cerca para despertar
los acordes encima de tu cama esta noche)
Soren Peñalver
(Presentación del libro de Antonio Aguilar. Expo-libro. 30 de mayo de 2018)
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