viernes, 22 de junio de 2012

Encontrándose con Robert Lowell


Hace unos meses llenaban (es un decir) los suplementos culturales las reseñas más o menos afortunadas, de una novela también más o menos afortunada, de un autor emergente de la cultura norteamericana, con el cuño ese que tanto mola de las segundas o las terceras generaciones de emigrantes asentadas en Seattle o Massachusetts o Amherst -con o sin Emily Dickinson- de no más de veinte años. Eso es importante. Al caso, la novela llevaba por título el nombre del novelista Richard Yates. Al final tomé un atajo y terminé leyendo directamente a Richard Yates. Tuve suficiente con cuatro páginas de la novela original, la del casi-veinteañero, en la revista Clarín, creo. Uno de mis descubrimientos de este año o del anterior, el Richard Yates, el novelista. 

Las referencias literarias surgen en cualquier sitio, en cualquier momento e incluso de la mediocridad. Hay una traducción de Marcel Schwob que lleva en la portada la cara de la traductora. Pues eso. Anoche retomé la lectura de la poesía de Sylvia Plath, el año 1961. Y me encontré con el Soy vertical, joder, me quedé de piedra y me recosté en la cama para seguir leyendo. Últimamente me gusta leer en la mesa de trabajo y tomando notas (empecé con Olvido García Valdés). No plagio.  Acabo de abrir la página de verkami y he visto el proyecto de Conrad Roset, coño, he pensado en Egon Shiele, pero mucho.

Así que he abierto la puerta de Sylvia Plath. He entrado en su casa y lo primero que he encontrado ha sido a Robert Lowell. Mis años de universidad con Por los muertos de la Unión y otros poemas, la antología de sus poemas en Cátedra. Y he vuelto a sentir el escalofrío de lo que verdaderamente importa.

(P.d. Al terminar de escribir esta entrada he pensado a quién puede interesarle esto. Ahí sigue la pregunta).

jueves, 21 de junio de 2012

La presentación del libro Dame tus manos







Video realizadoy subido a youtube por ibrujo666

jueves, 7 de junio de 2012

Ya hace quince años de todo

Hace unos años alguien ya me dijo que hacía mucho tiempo de todo. Veinte años ya de todo, decía ella. Yo no sabía exactamente a qué se refería. Entendía la frase pero no cierto brillo en la voz matizado por la pérdida. Y no era pérdida y no era brillo.

Hace quince años que mi libro El amor y los días se quedó finalista de los Premios Federico García Lorca. Era pobre y era universitario. Cogí un autobús para Granada por la mañana y volví por la noche en otro autobús en un viaje interminable con una parada igualmente infinita en Vélez Rubio o Vélez Blanco - a veces pienso que he perdido el autobús y que sigo allí, en aquella barra de bar metálica, mirando el suelo y viendo pasar las cucarachas. De esa imagen surgió un cuento de navidad varios años después-.

Más allá de esa parada de intendencia, lo recuerdo todo como algo especial que en el memoria confundo con los exámenes de la universidad y con unos jovencísimos José Óscar López, Diego Sánchez, María Luisa Castellón y Lola Llamas (que también hace quince años de todo ya para ellos). Son como imágenes que van enlazadas a este recuerdo, con un pespunte al aire pero que persiste después de los años. Allí conocí a Luis Muñoz, que formaba parte del jurado y que luego me publicó unos poemas en la revista Hélice, y por otro lado a Carlos Pardo, que por entonces estaba en Granada, Andrés Neuman, con el que coincidí después en Madrid en la Residencia de estudiantes donde estábamos hospedados para la presentación de la antología de Josep M. Rodríguez Yo es otro y luego, con Marga Blanco, a la que siempre tendré un cariño especial pese al tiempo y a la distancia, y que invité junto a Milena Rodríguez para participar en el Encuentro de revistas de creación en el ámbito universitario y que coordiné en la Universidad de Murcia junto a Isabelle García Molina, varios años después. Tengo fotos de una noche de fiesta en Granada, pero ahora que lo recuerdo es de después, de cuando presenté en el Madraza El otoño encarnado, En la foto aparecen Luis Muñoz, Carlos Pardo, Marga Blanco, Diego y María Luisa y mis amigos de Granada Paco y Juan Carlos. De Murcia no tengo fotos, una pena que entonces no existiesen, porque hubo un tiempo en el que no existieron, las cámaras digitales, de haber existido aparecerían Antonio Rodríguez -que acaba de publicar libro en pre-textos-, Pedro Gascón (Revista La isla desnuda de Albacete), Josep M. Rodríguez (Némesis de Lérida), Milena, Marga (Letra Clara de Granada) Cristina Morano, Andrés García Cerdán, Joaquín Baños (Thader de Murcia), Isabelle y Mamen Piqueras (Dáctilo de Murcia), entre otros.

Un año después se presentó el libro, también el 6 de junio pero esta vez de 1998, coincidiendo con el centenario de Federico García Lorca, pero esa ya es otra historia.

lunes, 4 de junio de 2012

Gaviotas desde el Ariel


Subidos al Ariel, leo que el amor es un deseo inalcanzable, que posiblemente tuvo su tiempo pero es ahora, en el presente del lenguaje poético, donde se puede amar y perder de nuevo. Ángel Paniagua publicó en 2005 Gaviotas desde el Ariel (pre-textos). Empecé a leerlo ayer, sentado en la terraza de la cafetería El Arco, como solía hacer antes. Han pasado ya siete años de la publicación. Estaba buscando un libro en Diego Marín, para Luz, cuando he visto el libro de Ángel. No sé por qué no lo compré en su día, ahora me alegro, porque es ahora cuando estaba preparado para leerlo. El tono es medido y la pasión por el lenguaje se aprecia -o mejor- se siente en el cuidado del poema, en su medida y en su concepción cernudiana de la belleza y de la elegía. En este libro hay un poema en el que Shelley, en el que Paniagua, evoca al amante, encuentra su nombre en los libros que lee. De pronto me he visto en las reuniones de la revista Thader, hace ya tanto tiempo y he sentido la mirada de Ángel guiándome, redactando, junto a Joaquín Baño y Antonio Jiménez Robles, una lista interminable de libros que tendría que leer y que leí, ya sólo me faltaba éste, no estaba en la lista pero pudo, de estar escrito, haber aparecido allí.


Tengo en algunos libros señalado
tu nombre: a veces sólo unas palabras
una frase sin nada peculiar,
llamaba mi atención y la marcaba
antes de proseguir con la lectura.

Pero no los recuerdo. No sé cuáles
conservarán memoria entre sus páginas
de aquellos nombres tuyos escondidos
allí, pora que yo los encontrara.

No sé siquiera si algo tuyo entonces
me guiaba, o si tú –tal cual ahora
creo sentirte junto a mí- ya habías
abandonado el no-lugar tan dulce
para venir a amarme, a acompañarme
en la celebración de los misterios.

Si no estabas allí ni te sentía,
¿por qué recuerdo ahora aquellas frases,
palabras o alusiones
que no puedo encontrar y las asocio
contigo?
.                ¿Por qué ahora
me devuelve esta tarde la evidencia
de tus huellas en años anteriores,
cuando nada podía yo saber?

¿Habías trazado ya tu territorio
lindando con el mío?
¿Y dónde estaba yo, si eras tú sola
quién sabía de mí, de mi presencia?