lunes, 31 de octubre de 2011

Un cuento improvisado


No serás capaz, le dijo, de escribir un cuento de terror. Estoy segura. Pero en su ojos ya estaba tomada la determinación de hacerlo. Sabía con qué contar. Un poco de sangre, las dosis justas de suspense y un final de infarto.

Era de noche. Se había hecho tarde. Se había quedado solo. Laura dormía desde hacía un rato Enchufó el ordenador y empezó a escribir. Puso música en el cd, algo de música clásica. El equipo estaba en la otra habitación, así que la música llegaba desde lejos, como una presencia lejana que lo abrazaba o lo azoraba, quién sabe, a esas horas. Hizo un inventario de terrores: no mirar debajo de la cama; no mirar detrás de las puertas; alguien que nos sorprende por detrás; los bichos que salen de la taza del váter.

Pero no encontraba el tono, no encontraba la tensión. Encendió un cigarrillo, que empezó a arder. Esto sí que mata, dijo y se echó a reír. Sonaba la música. Notaba la tensión creativa. El humo empezó a envolver la habitación. Pero no escribía.

De pronto, terminó el cd. Estaba cansado, se desperezó y levantó la mirada de la pantalla. Acarició a su perro que estaba junto a la silla. Fue hasta la otra habitación. El pasillo estaba a oscuras, las puertas cerradas. Crujió la madera del escritorio. Una puerta chirrió con la brisa de la noche, y cuando adentró la mano en la oscuridad del salón para encender la luz, notó algo, cómo decirlo, notó que al pulsar el interruptor se encendía la luz. Lo que, por otro lado, era normal.

Puso ese cd de Lou Reed que tanto le gustaba y volvió al cuarto. Se sentó de forma mecánica frente al ordenador y empezó de nuevo. No serás capaz le había dicho Laura, no serás capaz, y él estaba dispuesto a hacerlo. Empezó de nuevo, a ver, dijo, era una noche oscura, ella salió de su casa, avanzaba por la calle que se iluminaba a tramos, Laura, pensó, Laura se entretuvo en recoger a aquel perrito abandonado en el contenedor. Un coche se acercaba, luego se alejó.

La cosa había empezado bien esta vez. Mientras leía satisfecho los párrafos que acababa de escribir acariciaba la cabeza dócil de su perro. Tal vez pensó, el perro del relato, el perro que encuentra Laura, el perro grande y bonachón. El perro dentro y fuera del cuento. Siguió mesando sus cabellos, pero notó algo extraño, algo húmedo, la cabeza estaba fría, quieta en exceso, no respondía como otras veces a la caricia con un movimiento leve. Nada.

Miró a su lado, justo donde solía adormilarse el perro. Primero vio su mano ensangrentada, luego la cabeza. La cabeza de Laura. Y no le dio tiempo. Detrás escuchó un gruñido horrible y dejó de escribir.

miércoles, 26 de octubre de 2011

H. de José Daniel Espejo y Chema G. Arake

En Albacete, en el Festival Fractal, hubo más que poesía o poesía y algo más o poesía en ese algo más. Un ejemplo es este corto de Chema G. Arake sobre un poema de mi amigo José Daniel Espejo.

H. from Chema G. Arake on Vimeo.

jueves, 20 de octubre de 2011

Pequeña elegía

Buscando entre los libros y revistas de mi biblioteca me encontré, también tengo que decir que por azar, los viejos volúmenes de la revista Casa subterránea. Estuve hojeándolos. Daba saltos de acá por allá, saltos que de alguna manera también lo eran en el tiempo. Hace unos doce o trece años de aquella revista que José Óscar, Diego y yo empezamos a confeccionar para salir un poco del aburrimiento de las oposiciones.

De entonces encontré este poema que luego no apareció en ningún otro sitio. Aún aceptando que cambiaría algunas cosas, entre ellas ese tono tan elegíaco que gastaba entonces y con el que tanto disfrutaba, creo que merece la pena desempolvarlo. Por lo menos para mí.




Como llega el invierno a veces llega el tiempo
breve de la mudanza. Van pasando las fechas
y sientes en tu cara un frío de estaciones
que cae con las hojas del anuario. A veces
cuando era inevitable, con la voz impostada,
hablabas de pasiones pequeñas como perros
amaestrados, solías acariciar sus lomos
con el cariño afable con que un amo responde
a la fiel obediencia. Pero hoy te invade el tiempo
al pensar en las cosas pequeñas que te hicieron
más fácil la rutina, que ocupan nuestros días
con sus formas sutiles, tal vez trivializadas
por el uso constante y la mudanza que ha ido
creciendo con tu vida. Y hoy es un día de esos
con la ventana abierta de par en par al viento
del norte, al viento gélido que anuncia la derrota.
Pronto vendrá quien dé nuevas alas al viento
del sur, al viento cálido que anuncia la victoria.
Para ese tiempo breve de la frontera escribo,
por ti, mi viejo Ford del año ochenta y tres.

martes, 18 de octubre de 2011

Revistas


Mientras recoge la prensa deportiva lo ve. Siempre ha codiciado al recoger la prensa deportiva ojear, quién sabe si comprar, estas otras publicaciones, diferentes, menos masculinas, más de andar por casa, pero, también es verdad, nunca ha encontrado la oportunidad de hacerlo, de permitirse la debilidad de hacerlo. Black power, enfundado en una bolsa de plástico transparente junto a una revista de sexología está allí. España jugó bien anoche, pero black power en este instante es, como decirlo, más noticia. Porque black power es largo, es negro, es de látex y se vende por 5,95 junto con la revista. Cuando el quiosquero se queda mirándolo, con la mano extendida con las vueltas, él no sabe qué hacer, tiene miedo de decir black power, tenga usted, en vez de desearle los buenos días, muchas black power, piensa, mientras el muchacho, ya en otros asuntos, le contesta con un de nada, que más bien es un exabrupto indefinido.

No sabe qué va a pasar a partir de ahora. Anda rápido. Ha envuelto a black power con la revista. Ha tirado la bolsa de plástico transparente, ha tirado el cartón. No atiende a nada. En el primer paso de peatones a punto está de ser atropellado. Repite cada uno de los tópicos de un perseguido, salvo que en este caso, y nadie se percata, no hay perseguidor.

Cuando llega a casa comprueba que la cama está aún sin hacer, que su esposa aún no ha vuelto. Siente un escalofrío. Le pone unas pilas que encuentra en el cajón de la cocina, pero, como no van, usa las del mando de la tele. Tira la revista, se desnuda y se mete en la cama. Está excitado. Es esto justo lo que su vida necesita, algo excitante en la vida de los dos, imprevisto, consolador. Y lo coloca debajo de su cabecera. Escondido. Es su regalo. Con el primer cuarto de hora se impacienta. No sabe qué pasa, el porqué de su ausencia tan largamente prolongada. Es extraño. Pero cuando cae sobre su excitación, como una losa, la primera hora, empieza a comprenderlo. Empieza a comprender que las palabras de ella no eran en vano, que tal vez no vuelva, que el ruido de la maleta por el pasillo no era un farol.

Para el medio día ya se ha dormido. Cuando se despierta no puede evitar pensar en que todo es una mierda. Piensa que nada vale nada, que está sólo. Entonces estira el brazo y toca a black power. Black power es negro, es grande y está allí. Y entonces sonríe.

viernes, 14 de octubre de 2011

Estado de dignidad 7: vivir con la culpa diferida

María Valverde no tiene nada que ver con esto. O sí. No sé si se identificará con esta entrada. Es también un poco para compensar la foto de la entrada anterior. O no.


A María la han llamado del banco. No tiene usted ni una puñetera tarjeta de crédito, ni un préstamo, ni un plan de pensiones. Hace tanto tiempo que no la llama un hombre, que ahora la ha llamado una cajera, para no enmendar su fatalidad. No nos deja usted otro remedio, le han dicho, así no hay quién viva, le vamos a romper las piernas, ándese –y ha marcado esta palabra- con cuidado. Nos tiene muy descomisionados.

A María no dejan de instigarla. El otro día encontró por ejemplo una papeleta en su buzón. Al desplegarla comprobó que no le pedía el voto, como pensaba en un principio, al contrario, la culpaba de votar, de votar a una opción minoritaria, sea usted bipartidista, señora, decía, o hágase catalana o vasca o de coalición canaria. Luego se atenga a las consecuencias, ha leído en un último párrafo escueto. Manifiéstese todo lo que quiera, pero vote, vote A/B.

A María la ha llamado un inspector desde el colegio de unos hijos que no tiene. De añadidura le han reprochado que no participe activamente en el incremento de la natalidad, pero en realidad increparla por la mierda de educación que estaban recibiendo los hijos de España por su culpa, que se dejara de mierdas, otra vez, y que echara más gasolina, fumara a espuertas, que hiciera gasto energéticos, coño, deje las luces encendidas toda la noche, que pague los impuestos que para eso están, para ser de una puta vez solidarios con la educación de un país. Que luego no viniera a llorar por lo mal preparados que estaban nuestros jóvenes, le dice el inspector, que para más inri es otra mujer, por la mierda de ocio a las que los estábamos abocando, por el vacío existencial de los sábados por la noche.

A María la han llamado también de Hacienda, que somos todos, o eso decía el eslogan de la campaña que promovía la delación hace unos años y que hoy en día habría llevado a la cárcel a más de un consistorio, por ejemplo, que no paga las seguridad social de sus trabajadores, ni la luz ni el agua. María ha escuchado atentamente lo que le decían. Ha asentido en varias ocasiones y al final ha colgado con amabilidad.

Después se ha ido a la cocina, ha cogido una bolsa de basura, de esas que no recicla ni dios, y ha echado dentro todas las culpas que no estaba dispuesta a asumir porque no tenían que ver con ella. Luego se ha sentado tras comprobar que aún faltaba un cuarto de hora para las ocho, la hora de ir a tirar la basura.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Estado de dignidad 6: vivir en el sinvivir del robo

(Maquilló los balances y se blindó con una pensión vitalicia de 370.000 euros
María Dolores Amorós: De directora general de CAM a "lo peor de lo peor"
Con absoluta desvergüenza, ella y los directivos 'saquearon' las arcas de la entidad
Periodista Digital, 02 de octubre de 2011 a las 10:04 )


Abro el periódico y dios mío, qué susto, esto se avisa. El horror ha llegado a un grado de explicitud en los medios de comunicación que a veces uno no sabe cómo defenderse. No puedo sin embargo dejar de mirar, es como esas escenas macabras que nadie quiere ver pero que al final tú terminas viendo a través de una ventana que se abre mágicamente entre los dedos de la mano izquierda que cubre tus ojos.

Lleva un bolso de hermés (¿existe eso?), una chaqueta oscura y las gafas de sol de los que quieren ocultar algo -es tan sólo un matiz, que estriba en el ángulo de las patillas, ligeramente caídas para ver de reojo a los que llevan las gafas, como es mi caso, simplemente por coquetería-. Es la fealdad terrible de lo inmoral (a las ocho y media de la mañana de un día cualquiera).

Me sorprende el monedero en las manos. ¿Irá a pagar algo o tal vez sólo a recoger las vueltas de una compra nimia, de esas que se pueden pagar con cash?

Entonces leo otra noticia y lo pienso. No sé si soy el único que piensa en estas cosas cuando pasa las páginas del periódico y dos noticias se enfrentan casi por azar, yuxtapuestas, pero ya no me engaño, el azar es algo que no siempre es azaroso y las yuxtaposiciones adquieren valores de relación. Si la Justicia se individualizara, pienso, y defendiera desde la honradez a los que no somos parte de ese banco ni de la junta de accionistas de asesores de ningún otro banco, a los que no formamos parte de ningún partido político o de una alcaldía ni tenemos fueros extraños, ni vamos cada mañana a trabajar a ninguna sociedad de inversores.

En Gerona la dación en pago, después de Navarra. No parece mucho, pero mientras esa sea la línea, la restitución de una idea de justicia imparcial, que aúne la inmoralidad de los directores y asesores de ciertas entidades con la ilegalidad de sus acciones, estaremos a un paso de la salvación y de la redención cada vez más desesperada de la condición humana.

Después de ponerme tan sesudo levanto la vista para cruzar a través de una maraña de coches que invade la calzada y luego paso la página del mismo periódico, que leo al precio de caerme cada mañana camino del trabajo, cada mañana uno diferente, y me entretengo con las necrológicas.

lunes, 10 de octubre de 2011

Estado de diginidad 5: Vivir del cuento


Si mi hijo me dijese un día, por ejemplo, a la hora del desayuno, que quiere ser político, le daría un bofetón, así, de forma impulsiva, sin pensarlo dos veces, porque de pensarlo no lo haría, seguro. Luego le pediría perdón, me lo pediría a mí también. No volveré a hacerlo en la vida. Tal vez nunca me perdone, hasta que un día su determinación lo lleve a conseguirlo. Entonces tal vez lo entienda y gane mucho dinero al precio de malvender su alma, porque estoy seguro de que su alma será muy grande y de que cualquier precio será pequeño para ella.

Después, ya más sosegados, le diré que lo único que deseo para él es que se gane la vida de forma honrada, que en el mejor de los casos busque el bien, propio o común, que a fin de cuentas y si no se pervierte el sentido de las palabras es lo mismo, que fuera médico o maestro, carnicero, barrendero, alicatador, oficios así, de esos que siempre han querido desempeñar los críos llenos de idealismo y de sueños. Pero político no, le diría. No, por favor. Sé linotipista, albañil, ingeniero, haz pan, le diré, construye ascensores, canta o haz reír y llorar (pero de gusto, hijo mío, de gusto).

Y todo esto lo acompañaría de un gesto cariñoso ya que el cariño es algo que siempre ha sido fácil entre nosotros. Ahora, por ejemplo, desordeno su pelo y lo abrazo mientras siento que su corazón empieza a perdonarme.

viernes, 7 de octubre de 2011

Estado de dignidad 4: El almuerzo del obrero.


A mi compañera Mariado.

Mi madre me explicó, con su santa paciencia, que si batía los huevos antes de pelar las patatas, como tú pelas las patatas que hasta te remangas los pantalones con tal de no mancharte, añadía, es muy probable que termines intoxicando a tus comensales, porque, añadía, una cosa es pelar patatas y otra muy distinta quitar las mondas, así, poquito poco, con esa cachaza que te dio dios, decía, porque de mí no la has sacado.

Luego fríe las patatas en abundante aceite, me indicaba, no seas tacaño que bastante tienes con ser funcionario. Que sepa, déjate esos aceites de girasol, las mantequillas, para otros menesteres, aceite de oliva, que huela, que crezca. Eso de que el aceite crezca, debo de reconocer, siempre me ha parecido algo muy curioso, cómo de pronto llena la sartén y chispea. Y cuando estaba en estas cosas, es decir, cuando me quedaba pesando en las musarañas, me llamaba, hijo, decía, escucha, y no se te vaya a ocurrir meter el dedo para ver si está caliente. Mi madre, como se ve, nunca ha tenido un exceso de confianza en mi sentido práctico.Huélelo, míralo.

Corta las patatas finas y no las quiebres con el cuchillo, que eso está bien para el estofado pero no para una tortilla. Llegado este momento, siempre me decía, marcando después un silencio valorativo (que como era un silencio se callaba para sí y que como era valorativo me miraba de arriba a abajo), tira los huevos esos que habías cascado y batido y saca unos nuevos. Ahora. Hazlo ahora. Y luego lo dejas todo que se haga a fuego lento. Sólo entonces tendrás una buena tortilla de patatas.

La verdad, después de todo, es que no he vuelto a hacer una tortilla de patatas en mi vida, pero de lo que sí puedes estar seguro es de que cuando en mitad de la mañana, cuando paro para desayunar, me llevo a la boca una tapa de tortilla con mi cerveza al lado, esté donde esté, siempre, siempre, me acuerdo de mi madre y de aquello que me dice al final, cuando me sonríe y me regaña, pero apiadándose de mí, con un pero tú no seas tonto, hijo, y vente a casa que como en casa no se come en ningún sitio y ya me encargo yo de la tortilla.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Estado de dignidad 3: El poder de no llegar a fin de mes


Me levanto todas las mañanas. Tal vez prefiriera levantarme por la tarde o simplemente no hacerlo, o desdeslevantarme, dar dos piruetas camino del baño y volver a dormir. Preferiría no hacerlo, dice Bartleby. Pero lo hago. Desayuno. Camino del trabajo oigo la radio mientras esquivo los coches y tal vez, si es viernes, compro el periódico, me detengo en el escaparate. Hago suposiciones sobre lo que veo, sospecho, barrunto. Luego, invariablemente trabajo unas horas, que podría dedicar a otra cosa, pero que afortunadamente, me digo, dedico a trabajar, porque a final de mes tengo que pagar el gas que uso para calentar el agua y ducharme y dormir de una forma lo suficientemente confortable como para poder levantarme al día siguiente e ir a trabajar de nuevo.

También al final de mes hago mis cuentas. Como todos (ay, ingenuo). Si me queda algo me alegro, revivo el cuento de la lechera y cuento con la paga extraordinaria de final de año para planear un viaje, comprar una mampara para el baño, joder, darme un capricho. Si no me sobra nada, lo que viene siendo costumbre, me siento algo culpable, tal vez debería salir menos, recortar en gastos, pensar más en eso que llaman ahorro, austeridad, que además, según no se sabe quién, dignifica, te hace fuerte y virtuoso.

¿Puede alguien provocar una crisis económica mundial así? La verdad es que me doy miedo, tanto poder concentrado, pero luego me relajo, respiro aliviado. Coño, me digo, menos mal que no me queda tiempo para provocarla.

Pero siempre hay alguien que se encarga, por medio de una serie de estructuras que condicionan nuestro pensamiento (perdón), de consolarnos. Se trata de alguien que te dice lo hermoso que es tener una hipoteca, dos hijos, y otro par de coches en el garaje. Alguien que se encarga de decirte lo especial que es despertarse un sábado por la mañana, algo más tarde que de costumbre, ver la luz de la ciudad que se despereza y sentir, nos dice, sentir que eso te lo has ganado tú, que ese descanso es tu ganado premio por las horas de trabajo.

Y pienso, en ese mismo sábado por la mañana, con los ojos legañosos aún, dios mío, qué terrible es la ironía.

lunes, 3 de octubre de 2011

Festival Fractal en Albacete

El viernes leo en Albacete, dentro del I Festival Fractal de Poesía de Albacete, que intenta aunar poesía, música, rap, fotografía, pintura y cine.

Aquí te dejo el programa y si puedes, allí nos vemos.



sábado, 1 de octubre de 2011

Estado de dignidad 2: Vivir de alquiler


Mi padre me lo tiene dicho. No te tires por la ventana que me dejas en la ruina, hijo. Hazte un seguro de vida, que luego me dejas una herencia de mierda y con lo difícil que es vender un piso, no quiero ni pensar lo que tiene que ser vender dos (ellos tienen un piso en venta con el que quieren sanear su jubilación), seguro que se lo queda el banco y de paso me rehipotecan el mío.

Me resulta curioso que al escribir este párrafo, el programa Word, que invariablemente se autoformatea mayúsculo, me subraye de rojo la palabra “rehipotecar” (otra vez), me da miedo su tenacidad, su empeño en negar las evidencias. “Rehipotequé mi casa”, le digo, para ponerlo a prueba, y de forma invariable aparece el subrayado de error.

La verdad es que también fue mi padre el que, siempre bienintecionadamente -el que diga lo contrario es que no conoce a mi padre-, me dijo que me comprara una casa, que me comprara una casa antes que un coche, que tuviera cabeza, que no malgastara el dinero en una época en la que uno era guapo y joven y le gustaba salir y vivir eso que Ricky Martin llamaba la vida loca. La verdad es que esto no se lo creerá nadie, me dice mi madre, hijo, con lo formalito que tú eres, a ti nadie te dijo que te compraras una casa, al contrario, hubo que frenarte, sosegarte para que pensaras las cosas un par de veces al menos.

¿Pensar las cosas?, joder, cómo iba yo a pensar las cosas si las viviendas estaban subiendo a un ritmo vertiginoso. Pero mi madre insiste en exonerar su no culpa. (Tengo que aclarar una cosa, antes de seguir. En mi familia decir padre o madre, o papá y mamá, como nosotros decimos, es invariablemente usar un plural. A partir de ahí se entenderá que diga padre o madre indistintamente. También es cierto que luego, por separado, cada uno tiene su individualidad y que es agradable constatarla, abrazarla, y que, claro, de esa individualidad también vengan los síndromes que tanto ama mi psicólogo y a los que tanto tiempo dedicamos. Paradójicamente a esas individualidades también las llamamos papá y mamá, pero aseguro que si prestas atención, hay algo diferente al decirlo, como si la consonante de la segunda sílaba si diluyera un poco, haciéndola más familiar).

Pensar las cosas. Pues eso. No seré yo, que tengo casa e hipoteca, quien te diga lo que tienes que hacer, pero, joder, piensa un poco las cosas. No siempre, me digo, lo que aceptamos como una verdad lo es, ni las verdades relativas ni mucho menos esas que conocemos como absolutas, si acaso tal vez las primeras tengan más entidad de verosimilitud. Si yo, pienso, viviera de alquiler ahora, tal vez tendría menos ataduras, podría moverme, cambiar, y a fin de cuentas, con una hipoteca a veinticinco a treinta años, quién es dueño de nada más allá de sus decisiones.

Para tan poco tiempo cuantas cosas nos procuramos.