lunes, 30 de diciembre de 2013

Cuento de navidad

Pongo la tele y pienso: si yo fuera presidente de un gobierno de un país (pongamos, por ejemplo, España) y tuviera que ver todos los días estos informativos tediosos y llenos de tópicos que se repiten año tras años, no me sentiría muy orgulloso, aunque debiera parecer lo contrario, vuelvo a pensar, al ver tanta llamada a la solidaridad, a la benevolencia de los que atienden los comedores sociales, a la caridad de los que recogen alimentos en estas fechas sobre todo, donde casi siempre se ha disfrutado de la vanidad copiosa, tanta llamada a la fraternidad, a los propietarios de bares que ofrecen menús proletarios (aunque deberían llamarse de aspirantes o cesantes de la condición proletaria), a los que recogen juguetes para todos los niños, a los que no ya sientan un pobre a su mesa, sino a los que en su pobreza extrema van buscando una mesa que los acoja, a los millones (que se dice pronto) de parados, al veinte por cierto de jóvenes que pueden emanciparse y al ochenta por cierto que tienen que seguir viviendo en casa para aunar esfuerzos y llegar a mitad de mes... 

 Pues eso, pienso -también es un decir-, (e iré terminando, porque de lo contrario ni dios va a leer este cuento de navidad) que si yo fuera presidente de un gobierno de un país de un continente cualquiera, se me caería la cara de vergüenza al ver a sus ciudadanos teniendo que recurrir a ablandar el corazón del pobre Ebenezer Scrooge para sobrevivir, porque nadie velará por los ciudadanos de a pie, nadie nos rescatará, nadie nos dará un descubierto o trazará un plan coherente de gestión para el bienestar de nosotros, esa mayoría silenciosa, como me gustaría decir, si fuera presidente del gobierno de un país de un continente cualquiera, de lo que hemos dado en llamar burdamente seres humanos.