lunes, 30 de enero de 2012

De Los inmortales a La dama de blanco

Estoy leyendo una novela de Philip Roth, llevo unas cincuenta páginas, en esas cincuenta páginas hay más literatura que en las últimas diez, veinte, treinta últimas novelas que he leído. Desde Las hermanas Grimes de Richard Yates no había vuelto a disfrutar con una buena novela. En el peor de los casos me encuentro con un libro sin voluntad, me da pereza explicar esto, la verdad, porque todos en algún momento nos hemos encontrado con libros así, la sección de novedades de los grandes almacenes está llena de este tipo de libros, también las librerías. Tienen su sentido, su momento y sobre todo  su público. Ya no  es que cuenten mal o que no hayan encontrado una trama interesante, es que lo están haciendo de una manera llana, sin ningún deseo ni aspiración, puro relato sin voluntad, que no imita el discurso cotidiano sino que es simple y llanamente discurso llano. Poco más. 

José María Pozuelo hace en el cultural del ABC la crítica de la última novela de Manuel Vilas, Los inmortales,  y termina con una coda interesante. Aunque la reseña es favorable, critica algunos momentos en los que Vilas, siempre según la opinión del profesor Pozuelo, no está a la altura de sus lectores de verdad aquellos que son los que a la larga importan más allá de las modas del momento o del chiste que intenta epatar con determinada estética. Por otro lado, veo en uno de esos grandes almacenes España de Vilas publicado en bolsillo. Otra colección de cuentos con voluntad de novela.

El sábado en El País encuentro un artículo de opinión que vuelve a matar a la novela. Se queja alguien de que no han desaparecido las novelas sino los lectores de novela. Joder cómo está el patio. Y nosotros entretanto le regalamos a Laura, que aguarda en el hospital a su criatura, La dama de blanco de Wilkie Collins.

jueves, 26 de enero de 2012

Diez minutos para una rectificación

Esta mañana me he levantado con una canción de Belle and Sebastian. Cuando pertrechado del frío iba por la calle la canción continuaba a mi lado, de pronto era un extraño pájaro en mi hombro, desde allí proporcionaba a la realidad una luz mortecina de felicidad y pérdida y también de reencuentro y de tristeza. Todo eso y un poco más.

Hace unos años publiqué en  La Opinión de Murcia un artículo en el que ponía a parir a Isabelle García Molina. Me ahorro los detalles que me llevaron a escribirlo, porque si los relato parecerá que me exonero de aquellas palabras, que, también es cierto, escribí con la premura de lo que consideraba una injusticia y la falta de meditación de la juventud. Entonces me preguntaba, ¿Es Isabelle uno de ellos?, en alusión a esos gestores de la cultura a los que la cultura les importa una mierda y lo único que quieren es hacerse un nombre.

Hoy tengo que decir que no, que Isabelle no es uno de ellos. Que pasados diez, quince años, de aquello Isabelle sigue en su línea, chaqueta abotonada sobre su camisa blanca, con la honradez del cariño que destilan sus palabras, pocas, pero concisas y siempre bienintencionadas, con una voluntad limpia que a veces incluso abruma a la propia Isabelle. Ahora sé que me merezco que me salude con reticencia, pero eso es otra historia, la historia de un desacuerdo.

Ayer leyó en el Aula de Poesía Soren Peñalver, y leyó sólo durante media hora, sin esos excesos a los que nos ha acostumbrado, emotivo, inteligente, intuitivo. Lo presentó Isabelle. Fue un disfrute, pese al gallinero de figurines que van a estos actos a hacerse ver.

No sé qué dirán los Belle and Sebastian de todo esto, la verdad, pero a quién le importa. Ya no son las ocho de la mañana, hace sol y me siento bien.

martes, 24 de enero de 2012

Sobre las aguas de César Cerón


Mi amigo César Cerón ha elegido mi poema Sobre las aguas para acompañar  una de sus fascinantes fotos.Puedes verla aquí pero te aconsejo que cotillees por su página.



Aunque siente la luz entre sus manos,
y el vacío del mundo,
y el anverso y reverso de las cosas.
Aunque es áspero y suave,
y tiene en torno al corazón
capas de luz,
y adopta las posturas del hastío,
y las del sueño,
y las de la memoria.
Siempre escribe su nombre
sobre las aguas,
y como ellas es una paradoja,
una forma sin forma
porque es todas las formas.


Antonio Aguilar
Sobre las aguas en Allí donde no estuve. Rialp. 2004.

lunes, 16 de enero de 2012

Greenaway en Málaga


Termino de leer Pan comido. Estoy en mi casa, en Murcia, empecé a leer el libro en Málaga junto al mercado de las Atarazanas. Yo me compré un libro de Rafael Pérez Estrada, Nuria me regaló éste de Isabel Bono publicado en Bartleby. Últimamente llevo muchos libros entre manos. Es una cuestión puramente de apetencia. Ian McEwan y su última novela, digo, tienen la culpa. Porque me aburrí infinitamente con ese científico de Solar que ve cómo su mujer le es infiel sistemáticamente y él sólo espera encontrar con quién devolvérsela ¿o lo consigue? No lo recuerdo, porque a eso de la página 100 más o menos lo dejé aparcado. Acababa de volver del polo norte y se había incorporado al centro donde, este premio Nobel, dedica todo su esfuerzo a la producción de una turbina de viento, que seguramente abandonará a favor de otras energías. ¿El sexo?, me pregunto.

Así que estoy terminando de leer Pan comido de Isabel Bono y sucede. Una de esas casualidades, de alguna manera como una de esas piezas de puzzle que colecciona Javier Moreno.

“Escribe tus iniciales en mi espalda con un pincel
como en aquella película de Greenaway
que nunca llegué (ahora) a entender.”

Hace un par de años me dio por ver películas de Greenaway. De unas disfruté más, de otras menos y de otras no sabría definir qué tipo de experiencia me proporcionaron. Sólo recuerdo que no dejé de acordarme de El vientre el arquitecto cuando estuve cenando en Roma enfrente del Panteón de Agripa, en la misma trattoría donde cena el protagonista con sus invitados. En fin, de Greenaway, entre otras cosas, me quedó una escena de The Pillow book, la del anciano que dibuja sobre la espalda desnuda de una joven oriental. La tengo como fondo de escritorio.

Ahora sólo falta que abra el correo y me encuentre un mensaje de Andrés García Cerdán, que hace unos años, bastantes ya, decía en un poema aquello de que Greenaway es un gilipollas.

lunes, 9 de enero de 2012

Lucía

No soy un escritor católico, ni siquiera, en el estricto sentido, un escritor creyente, pero puedo entender la devoción de ciertas personas, no ponerme en su lugar pero sí comprender hasta cierto punto su postración en la iglesia, su recogimiento en la oración. Incluso me parece loable, en una época en la que no tenemos tiempo para nada, el que haya personas que se reúnan y dediquen su tiempo a algo en lo que creen. Aunque a mí siempre me han incomodado un poco estos actos, en realidad si he seguido la homilía o he asistido a la administración de un sacramento lo he hecho movido por la devoción, digámoslo así, de los que lo celebraban, por un amor humano hacia ellos, por un deseo de estar en su felicidad.

Hace un tiempo escribí este poema para una de esas personas que sí creía y espero que siga creyendo. Así que ahora entro en una iglesia y me encuentro con esta estampa de Santa Lucía con mi poema en el reverso. No lleva firma, lo que me hace fabular con la fortuna de unas palabras que tal vez dentro de un tiempo alguien recite sin saber quién las compuso, pero que le sirven como mantra, como hilo de su devoción:

Mírame, Madre,
mírame con los ojos de la luz,

con la palma de gloria,
ofréceme tu paz,

tu mirada presente,
tus labios en silencio.

Mírame, Madre,
pon luz en esta noche,
intercede por mí,
toma mis manos, llénalas,

recrea el mundo, los relieves
de lo desconocido.

Mírame, Madre,
y méceme en el cobijo de tu noche.