miércoles, 27 de julio de 2011

De libros y rebeldía


Mi biblioteca sufrió el ataque. Los libros empezaron a desaparecer o bien se cambiaban de sitio por extrañas afinidades. De lo que no había duda era de que estaba sucediendo. En mi propia casa y ante mis propias narices. Primero fue un libro de Vila-Matas. Preferiría no haberlo hecho, pero tuve que deshacerme de él tras la insistencia de su movilidad desacostumbrada. su rebeldía llegó hasta tal punto que se hizo insostenible, un mal ejemplo para el resto de los libros. La película de plástico de la portada le quitó un poco de solemnidad al asunto con esa leve mancha de humo negro apetrolado, el resto del libro se consumió presa de las llamas perfectamente. El contagio no obstante cundió desaforadamente y aunque hoy las baldas llenas de polvo parecen algo menos que un aleph, me quedaba la tranquilidad de que hice lo que cualquier otro hombre sensato habría hecho en mi lugar.

jueves, 21 de julio de 2011

Historia de un meñique


Al ver la foto de la entrada anterior he visto algo extraño. Coño, me he dicho, si me falta un dedo, así que he dejado el ordenador sobre la mesa y me he mirado la mano, pero no la de la foto, sino la real, la de carne y hueso y efectivamente había un dedo de menos. Los he contado, recontado, a ver si las matemáticas solventaban lo que la realidad hacía evidente, y siempre obtenía el mismo resultado. Al principio me he puesto nervioso, pero al rato no sabía ya si estaba bien o si estaba mal. Cuáles serían las consecuencias de un dedo menos. De momento no era ni capaz de nombrarlo, nombrar el dedo ausente, el que me faltaba, lo que hasta cierto punto era razonable -porque para qué quiere uno un nombre para algo que no existe- y he repasado los nombres de los dedos con una letanía infantil de esas de el pulgar se fue a la escuela, etcétera. Y he tardado un rato porque era el último, el meñique, el más pequeño. Así que después he vuelto a leer el texto y joder, al principio no me había dado cuenta, pero al caer en la certeza de que me faltaba el meñique de la mano izquierda también me he dado cuenta de que al escribir igualmente me faltaban las aes, las cues, que me fallaban las mayúsculas, y entonces sí que me he azorado, porque he tenido que desplazar los dedos un espacio en el teclado para poder terminar esta frase de una forma más o menos solvente. Joder, mi dedo. Ya no me hacía tanta gracia, porque no sólo me había visto desposeído de mi dedo sino que también carecía de mi lenguaje tal y como hasta entonces lo había conocido. Y todo por encubrir mi barba, por tapar mi cara en una foto de nada, una boutade que ahora me había dejado huérfano de algo más que un dedo.

Pero al final se me ha ocurrido y lo he vuelto a hacer, he vuelto a fotografiarme, y esta vez me he asegurado de que todos los dedos aparecieran bien claros, no fuera que la ficción terminara por comerse a la realidad.

jueves, 14 de julio de 2011

Un yo sin barba me persigue


Un yo sin barba me persigue. Desde hace unos días lo he notado. No es nadie especial, pero es un yo incómodo. Hoy estaba viendo la televisión, el escarabajo verde, esperando que el sueño me llegara pronto y pudiera echarme una siesta del borrego antes de comer cuando de pronto veo que en una manifestación contra la utilización de la piel de los animales aparece desfallecido en una escalinata, entre una centena de personas desnudas y embadurnadas de sangre, mi yo, un yo extraño porque no lleva barba, lo que hace que de alguna manera sea un yo menos yo o un yo diferente. Lo he visto claro, un yo batiéndose por los derechos de los animales, desprovisto de su piel, de su barba, de mi barba. Es un yo extraño que se mete en líos, que es pendenciero, que no se deja pisar, y no sé. Es algo peliagudo, porque yo estoy a gusto con mi barba siendo como soy. Sin embargo al verlo he sentido un algo que podríamos llamar vértigo y que me ha hecho avanzar hasta el baño con urgencia. Así que he cogido la maquinilla de afeitar y después de un rato lo he vuelto a ver, salvo que en esta ocasión ya no sabía cual de los dos era el que estaba mirando.

lunes, 4 de julio de 2011

La inspección


No debió tomárselo a broma, corrige ella mientras arranca el coche. La soberbia pensó, lo soberbio que puede llegar a ser un hombre en determinados momentos. Mira por donde, al final no le salieron bien las cosas, la manera en la que desviaba la atención de las cosas realmente importantes, cómo decía esto no pasará, al menos no me pasará a mí, porque cómo me va a pasar, y si se sentía terriblemente generoso, recordó, también te incluía a ti, también decía, ni a ti cariño, ni a ti te pasará, pero eso ya era un añadido porque él estaba ya en otras cosas, en otros asuntos.

Por eso he jugado con él un poco, por eso he entornado los ojos como si estuviera a punto de decirle algo, de decirle que sí, que lo reconocía, que era yo. En realidad no ha sido ensañamiento, pensó, porque para qué distraerlo de su realidad, no está tan mal, en su justa medida, me ha llevado el carro hasta el coche, se ha quedado con el euro. Lo que no le iba a pasar le pasó y bueno, todo por esa entrevista, creo que la barba no le queda mal, que esa camisa raída es apropiada, pensó, después de todo qué le puede pasar a él que nada le pudo pasar.