miércoles, 29 de diciembre de 2010

Mediodía


Eran las doce del mediodía. Una multitud de manifestantes pasó frente a los grandes almacenes donde pasaba el rato ojeando las carátulas de los cedés de música clásica, más por rutina que por interés.

Quizás fue alguien o una necesidad imperiosa de que se me oyera a mí también, pero de repente una fuerza irrefrenable me impelió a salir corriendo, a mezclarme con la muchedumbre que gritaba consignas. Me abalance hacia la calle, en mi carrera tiré una columna de cedés mal apilados, en desorden sobre una estantería. Llegué hasta la puerta, pero la puerta estaba cerrada. Golpeé el cristal, intenté accionar los mandos de apertura de emergencia, pero nada. Todos los que estaban allí seguían a lo suyo. Me vi solo. Estaba solo en esa lucha que al tiempo se volvió absurda.

Cuando al fin se accionó la apertura automática de la puerta la realidad retomó un curso pausado. Salí a la calle pero ya no había rastro de los manifestantes.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Jodidas navidades

Este señor es Ramón Luis Valvárcel. Presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia. Perdonen por la foto.


Anoche antes de acostarme miré el correo electrónico y tal vez debería no haberlo hecho, de todas formas, hoy me habría enterado a primera hora. Escuchamos la lotería de navidad por la radio, parece que el mundo tiene que sonreír, coño, que es navidad.

Yo soy un trabajador de la administración pública. Aprobé unas oposiciones hace once años. Tengo unos jefes que no conozco en la administración, políticos, gente a la que suponemos una cualificación pero que no siempre la tienen, que habrán opositado a algo, es probable, pero a qué. Y a los que además dudo que les hayan afectado los cambios económicos y de afectarles, digan lo que digan, serán en el sueldo, pero no en las dietas, ni en los incentivos, o en todo eso que ellos se embolsan porque son ellos, los elegidos. Así que me voy a la cama pero leo antes el correo de mi compañero Diego Reina que está en un sindicato y me entero de que a partir de enero cobraré 175€ menos, así, sin más explicaciones, sin otro argumento que la necesidad de ajustar las cuentas de una Comunidad Autónoma que hace un dispendio continuado sobre todo en lo concerniente a autobombo. No sé los datos económicos del Manifesta 8, tampoco los he encontrado por internet. No sé la necesidad de un SOS 4.8 al que este año la Región de Murcia aportará, de momento, aproximadamente 1.4000.000 €, según decía la prensa ayer. Tampoco sé que nos cuesta que aparezca no-typical en un coche de fórmula 1, a la velocidad que van. Cosas así, que se ven, o no tanto, y que posiblemente escondan otras tantas que seguro que son más flagrantes.

Cuando en junio nos recortaron a instancias del gobierno central unos 90 €, creí que era, de alguna manera, necesaria nuestra aportación, pero luego los hechos hablan por sí solos, y en un país con un 20 % de la población activa en paro, los gestos de nuestros políticos dejan bastante que desear. Sueldos vitalicios, condiciones laborales que no se ciñen al mismo régimen que el de los demás mortales. Cosas así, de las que encontramos ejemplos a diario. El día de la huelga general escuchaba en casa radio nacional 3 y me llamó la atención enterarme de que a los congresistas que ese día, como yo, no asistirían a su trabajo, no les descontarían la parte proporcional, porque en resumen, no tenían contrato de trabajo. En esta comunidad autónoma se blindaron una serie de puestos de asesores ante los primeros recortes. En un acto académico de mi instituto el Consejero correspondiente, que asistía a lo que no dejaba de ser un acto íntimo de celebración del 40 aniversario de la fundación de ese centro, acudió en su coche oficial con su jefa de protocolo, dios mío, una jefa de protocolo para un acto escolar, y que se encargó de enseñarnos a todos los que estábamos entre bambalinas que a un consejero no se le puede poner el botellín de agua cerrado, que tiene que estar abierto y ella misma con sus manos lo abrió a expensas de su señoría.

Pues eso, que empezamos bien las navidades, que espero que este recorte sinceramente sirva para algo. Detrás de este recorte hay otros de menor repercusión mediática en la asistencia social, aumento de la jornada laboral, supresión del plan de pensiones... Tal vez ahora empiezo a moderar mis sentimientos, sigo pensando en el imbécil que ha escrito el proyecto de decreto y en los argumentos absurdos que arguye, pero en fin de cuentas, como dice la canción de Bonnie M que suena en el spotify, es navidad y que tendrá que ser feliz, porque ellos lo dicen con insistencia, feliz navidad, feliz navidad.

martes, 21 de diciembre de 2010

El cuento de navidad


Así que va y me dice que le escriba un cuento de navidad y me mira con esos ojos, que no sé qué hacer, no sé cómo quitármela de encima, cómo escamotear el asunto, porque de querer podría, es tan pequeña, que a poco que le de la vuelta a la conversación termina olvidándose, seguro, no hay más que intentarlo y lo intento, le digo que no, que los cuentos de navidad le sientan mal a la luna y que ella no querrá que la luna se entristezca, le cuento que la luna está allí arriba velando para que nadie cuente historias de navidad, porque se pone celosa, porque no quiere que hagamos otra cosa que mirar su gran ombligo cósmico que oscurece a cualquier astro que pasa a su lado. Me ríe la gracia, porque sabe que es mentira y porque además sabe que la luna no tiene nada que ver con todo esto, simplemente que estamos en la terraza y no podemos dejar de hablar de ella. De pronto noto cómo ha bajado la intensidad de su deseo, antes era diferente, tardaba más en olvidarse de estas cosas. Hace frío, no es muy tarde, pero es tarde. Estamos hablando de otra cosa, hablando del instituto, de un cuento de O. Henry que ha tenido que leer en inglés y del que apenas se ha enterado, hablamos de lo que hará en nochevieja, le pregunto, ¿qué harás en nochevieja? y sonríe, porque lo sabe. Yo no lo tengo tan claro, recuerdo cómo eso me azoraba de más joven, de qué manera me entraba el prurito de hacer esto o aquello, de ir de acá para allá. Como aquella nochevieja, cuando nos quedamos por primera vez solos y me empeñé en ver amanecer. Llegamos a casa tarde, era otra noche fría y oscura. La eché en su camita y me fui al salón. Eran las tres o las cuatro de la mañana. Puse la tele, estuve viendo una película antigua, una de esas que sólo ponen en navidad y a horas intempestivas. Luego me puse una copa, miré el reloj, las horas no pasaban. Sentí frío y pereza. Al final tiritando me acosté a las siete y media, sin ver amanecer, hecho polvo y con unos escalofríos terribles que me tuvieron en cama durante dos días.

Todo lo malo no tiene por qué pasar en navidad, me digo después cuando me he quedado solo, cuando se ha dormido a mi lado en el sofá después de cenar y la he llevado en brazos como aquella noche hasta su cama. Ahora es más grande, pero pesa lo mismo. Me hace gracia constatar que la extraña gravedad de su cuerpo se contrarresta con su cabeza a pájaros. Es algo físico, creo, y mágico a la vez. Recojo del suelo el libro que leía, otra vez ese O. Henry, otra vez el cuento de navidad. Lo ojeo, paso las páginas, los dibujos se alternan contando una historia, por un momento el libro me recuerda un bibelot, si lo agitas aparece la nieve y el hambre atosiga al protagonista, no tiene qué llevarse a la boca, intenta delinquir para que lo encierren y así pasar la nochebuena caliente, tal vez con el estómago lleno, pero está visto que todo le sale mal.

Y no sé por qué de pronto me vuelvo a sentar en el salón. Hace tiempo que la luna en su recorrido errático nos dejó a oscuras. Me pongo a leer. ¿Un cuento de navidad? La casa está en silencio, sé que ella está en la otra habitación, que duerme y que yo estoy pensando todo esto por ella, que este es su cuento de navidad, algo sencillo que, como el cuento de O. Henry, termina bien y entonces lo veo, se acerca a través de la venta, un fundido en negro que pone punto final.

lunes, 13 de diciembre de 2010

¿Quién es quién?


Rudolf Wagner vive en un pueblo bávaro, no muy lejos de Munich. Apellidos como el suyo pesan, parecen marcar con esa gravedad que los nombres de pila como Juan o María no poseen. Tampoco apellidos como López o García o Martínez. Los apellidos son una cosa y otra distinta son las personas. Eso es una cosa que sabe casi todo el mundo. Pero algunos nombres lo olvidan, dejan su peso sobre las personas, se solapan, se apoderan con su sonoridad del silencioso cadáver desposeído.

Un día los seguidores de un extraño botánico, un tal Rudolf Wagner, micólogo de afición, aporrearon su puerta. Hasta altas horas de la noche hicieron guardia en la entrada de su casa, al segundo día desaparecieron. Rudolf Wagner no abrió la puerta, no se atrevió, jamás supo por qué lo perseguían, con el tiempo, incluso, llegó a dudar de que lo hubieran hecho.

Pero a partir de entonces no pudo dormir en paz, desazonado buscó su nombre en internet y una vaga nebulosa de identidad se ciñó sobre su vida. No tardó en comprender que ya no era sólo su nombre lo que estaba en juego.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Oficio de domingo


Esta mañana, tan de invierno encendido en la espesura del otoño, es fácil sentir el movimiento triste de los domingos, el haz de unas hojas en la ropa tendida, los zapatos limpios debajo de la cama, el búcaro con crisantemos.

Está sentada frente al televisor, repite en voz baja las letanía que se sabe de memoria, con el cuerpo de Cristo consustanciado en rebanada de pan, en leche tibia, en café soluble.

Tal vez su corazón guarde algún secreto, pero la luz de esta mañana lo ha olvidado.