lunes, 19 de diciembre de 2011

La dura vida cultural


La otra noche coincidimos en la lectura de Alberto Chessa y la chelista Tereza Simoni. Ut música poesis, se llamaba la cosa. Todo esto estaba pasando en La Azotea, que es una asociación artística y cultural de Murcia a ras del suelo en una esquina de la Plaza de San Juan. Allí estábamos en la puerta, antes de que empezara el acto. Había que pagar, lo que me sorprendió, pero para qué engañarnos, me gustó a partes iguales. Estábamos pagando por un acto cultural y nadie protestaba, así que cuando me senté en aquella silla negra de ikea, noté que todo aquello era algo más mío que cuando entré y es que el sentido de posesión me puede. Pero estábamos en la puerta y Héctor, Héctor Castilla, citó el libro de Borja Aguiló y Ben Clark, Tengo una cita con la muerte, (Editorial Linteo poesía), vamos, que no es suyo -a vueltas con la propiedad- sino que han hecho una selección de poemas escritos por poetas soldados británicos de la Primera Guerra Mundial, que en realidad es una selección de la selección inglesa hecha por Giran Gardner bajo el título Up the Line to Death, como dicen en el prólogo. Guerra y poesía y no puedo evitarlo. Ahora es domingo por la tarde y me acabo de levantar del sofá donde me he puesto a llorar con el último episodio de la primera temporada de Treme, pura poesía en estado de guerra. Ayer, una semana después del acto, salgo a pasearme con Alberto, con el otro, con el Patxeco, y se lo cuento todo, entre otras cosas porque vamos juntos a Diego Marín a recoger el libro de los poetas británicos y pasamos por el video club café Ficciones, otros en pie de guerra y de vintage, así que nos quedamos un rato husmeando entre la ropa retro del fondo de la sala. Y también le cuento que el martes podríamos vernos de nuevo, que voy a la cafetería Ítaca, donde de pronto ha surgido otra vez la poesía. Sí, el martes a las 21 horas, le respondo. Y así vuelvo atrás, vuelvo de nuevo a la noche de Alberto Chessa y Tereza Simoni, y el campeonato de futbolín en El ladrillo y las copas en casa de Benjamín y El Chulo Bohemio y todo lo demás mientras decido que voy a seguir leyendo la biografía que Ian Gibson hizo de Antonio Machado, el capítulo que relata la llegada de Machado a Madrid desde Soria para ocupar una de las plazas de los nuevos institutos que pone en marcha con urgencia la República. Y pienso en las páginas anteriores, en el capítulo de los amores de Antonio Machado y Pilar de Valderrama y no sé, no sé, y no puedo dejar de hacer causa común con Machado, que dijo aquello de que a las historias de amor le sienta bien su poquito de exageración y no termino de verlo, y siento cierta animadversión por la autora de Sí, yo fui Guiomar, y que precavida borró con ácido las alusiones más comprometidas que el sevillano le hizo en sus cartas. Comenta Ian Gibson, como el tiempo, irónico en esta ocasión, hizo reaparecer algunos de esos pasajes con una extraña tintura roja. Y veo también a Machado en esas fotos ya tan lejos, en pie de guerra y de exilio también reapareciendo para quedarse siempre como una marea roja en nuestra conciencia.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Otro cuento de navidad

En el Museo Leopold de Viena este verano.

El año pasado le cogí prestada a mi hermano su hija. La hice un poco mayor, la traje a vivir a mi casa, fingimos que éramos padre e hija, que estábamos solos en el mundo. Entonces me dijo que le contara un cuento de navidad y lo hice y nos sentamos a escucharlo y de pronto el cuento tomó forma. Era algo especial entre nosotros, no sé si me entiendes, algo especial, un rollo padre hija que no todo el mundo podría experimentar.

Así que ahora me siento otra vez a escribir, estoy tecleando en el ordenador y pienso qué cuento de navidad podría contar en esta ocasión. Es tarde y hace frío y me siento entumecido. Tendría que estar haciendo cien mil cosas antes que escribir este cuento pero ya no puedo parar. No sé si volveré a escribir, pienso, no sé qué será de mí mañana, mucho menos dentro de un año. Pero no soy un nihilista, pienso, están ellos y entre ellos también estás tú y yo y eso me conforta, aunque ahora note que el frío me gana por los pies. Escribir un cuento de navidad es algo importante, pienso, porque es como celebrar un año nuevo, especialmente para mí que no soy creyente y que las navidades son otra cosa, que sí, que es cierto que canto villancicos y pongo un belén, pero eso también es por ti, porque ya te he dicho que no lo soy, que no soy nihilista. Es como esos poemas japoneses a la muerte, un cuento de navidad parece que tiene que decirnos que pese al frío y pese a las miserias de la vida, pese a la ausencia de editores y a la falta de dinero, pese al dolor y a las privaciones, ha merecido la pena, merece la pena vivir.

Así que hablo de un hombre tranquilo que regresa del trabajo el día de nochebuena, es algo sencillo, con las aspiraciones justas, abre su puerta y entonces lo recuerda, cuando salió de casa estaba solo, sólo en el mundo, pero algo ha sucedido porque oye ruidos en el salón y ella se acerca y lo besa con familiaridad, le ayuda a quitarse la chaqueta y le pregunta por cómo le ha ido el día. No puede entenderlo pero al rato se da cuenta de que no tiene sentido entenderlo todo, de que simplemente es así y sonríe cuando avanza hasta el dormitorio y deja sobre la cama envuelto el regalo que ha comprado para ella.

Entonces pienso en ti y pienso en que te gustaría que este año el cuento de navidad hablara de nosotros, que no tengo que irme a otra casa a robar a ninguna niña, que estás tú. Y yo te miro a los ojos. He abierto la puerta y estabas en casa. Me miras, tus ojos son mi navidad y acepto el regalo.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Los que siguen este blog ya conocen esta foto. Estamos en la puerta Falsa, hace más o menos catorce años. Ginés Sánchez, Raúl González, Fina Tafalla, yo y Javier Murcia.

Mi amigo Ginés acaba de iniciarse en su blog coleccionista de tardes perdidas. Entre fotos de sus hijos Samuel y Selene, cuados que retratan a su mujer Olaya también me ha puesto a mí, bueno, a Ives de la Roca.

Gracias Ginés.

"UN VIAJE A VALENCIA. YVES DE LA ROCA, POETA FRANCÉS
PARA MI AMIGO ANTONIO AGUILAR.

Yves de la Roca nunca existió. Antonio Aguilar ganó el premio de poesía Antonio Oliver, que se convoca cada año en Cartagena, con su libro “El otoño encarnado de Yves de la Roca”
El jurado creyó que el autor, Antonio, era Yves de la Roca, un poeta francés de edad avanzada que escribía ese libro con la memoria agujereada de los que están de vuelta; una memoria aterciopelada, marina, a veces canalla, a veces no, como escrita a destiempo, junto al mar, lejos.
Cuando se presentó él a recoger el premio, fue curiosa la extrañeza del jurado, como curiosa era la edad de Antonio, joven, veinteañero, usurpador de sueños y de vidas, autor, amigo, tan cercano y tan alto.
Fue por eso que inventamos esa vida. Él en sus poemas primero; y después los amigos. Cuando presentamos el libro, en la Puerta Falsa, era como si Yves fuese real.
Yo hablé del viejo poeta sentado junto a Antonio. Escribí lo siguiente:
Conocí a Yves de la Roca en Valencia, en 1995, en casa de una amiga, Marga, que acababa de cumplir los sesenta y cuyo cumpleaños nos unió casualmente a un grupo de amigos, Antonio, Luis y yo, que pasábamos unos días en esa ciudad.
Yo conocía la existencia del poeta, por el que sentimos desde el primer momento una extraña curiosidad. Como he dicho, Margarita acababa de cumplir sesenta años. Su mirada estaba casi dañada por el paso de esos años (alguien, en su adolescencia, había dibujado en sus ojos el azul del mar; un pintor de provincias que pasó por su vida y la dejó distinta, trastornada para siempre)
Así la conoció Yves de la Roca algunos años después y en el París de los años cincuenta, a finales tal vez, mientras ella terminaba sus estudios en la Universidad de la Sorbona. Ella siempre nos habló de él como desde la lejanía, como si él hubiese existido hace ya muchos años; pero, he aquí lo sorprendente, aún vivía y, sí, tendríamos la oportunidad de poder conocerlo. Al día siguiente llegaría desde el sur de Francia.
Cuando amaneció, o antes, los tres estábamos con Margarita en el centro. Nos invitó a café y a la ciudad, de donde se enorgullecía de ser. Hicimos unas compras y ya al medio día comimos en su casa, después de andar durante toda la mañana.
Y aún tuvimos tiempo de ver una exposición de su amigo Raimundo, y de tomarnos unas cervezas.
Fue al atardecer cuando compartimos la dicha de conocer al viejo poeta francés (aparentaba menos años de los que, sin duda, tenía) y a ella le gustaba llamarlo así, viejo poeta, por alguna razón que no sabemos, aunque la palabra “viejo” en sus labios y dirigido a él significa al mismo tiempo “joven”; un joven que ha vivido mucho tal vez, un joven lleno de encanto, que aún le regalaba poemas desde la lejanía, le acariciaba en cada encuentro sus pechos casi rotos y levísimos.
Yves tenía los ojos muy verdes y una mirada lejana, pero cálida a la vez, como la templanza del mar a esas horas últimas del atardecer.
Nos leyó poemas, bebimos, nos regaló a cada uno de nosotros una pequeña figura de barro que él mismo había hecho (eran cuerpos que ardían, torsos bellísimos que se resquebrajaban convirtiéndose en ceniza)
Antonio quiso saber más de él y quedaron para cenar. Quedamos todos después, sobre las doce, en una plaza llena de pequeños restaurantes y viejos cafés, y jugamos al billar, bebimos, caminamos por la ciudad, sin rumbo.
Yves se perdió ya con el alba y con Marga, dejándonos su dirección de Francia, y dejándonos un montón de poemas, un cuerpo de barro que ardía, la letra de una canción que hablaba de nosotros, musicada por él; y una sensación de vacío, de soledad, algo muy parecido a la tristeza.
Pero Yves De la Roca era Antonio Aguilar, y nos arrastró a todos en aquella inocente mentira literaria, como hizo Fernando Pessoa. Se desdobló ocultándose bajo otro nombre, se disfrazó, nos disfrazó a todos. Nos divertimos, reímos, e incluso lloramos con aquellos versos, la nostalgia, la tristeza de aquel poeta ya mayor que había vivido.
Han pasado los años, y Antonio Aguilar no es ya tan joven, ni nosotros. La dignidad de los años nos ha cambiado, no se si para bien, somos distintos; y hay versos de aquel libro que van haciéndose verdad en nuestras vidas."


Aquí os dejo el enlace para los que queráis ver la entrada en su estado natural.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

lunes, 31 de octubre de 2011

Un cuento improvisado


No serás capaz, le dijo, de escribir un cuento de terror. Estoy segura. Pero en su ojos ya estaba tomada la determinación de hacerlo. Sabía con qué contar. Un poco de sangre, las dosis justas de suspense y un final de infarto.

Era de noche. Se había hecho tarde. Se había quedado solo. Laura dormía desde hacía un rato Enchufó el ordenador y empezó a escribir. Puso música en el cd, algo de música clásica. El equipo estaba en la otra habitación, así que la música llegaba desde lejos, como una presencia lejana que lo abrazaba o lo azoraba, quién sabe, a esas horas. Hizo un inventario de terrores: no mirar debajo de la cama; no mirar detrás de las puertas; alguien que nos sorprende por detrás; los bichos que salen de la taza del váter.

Pero no encontraba el tono, no encontraba la tensión. Encendió un cigarrillo, que empezó a arder. Esto sí que mata, dijo y se echó a reír. Sonaba la música. Notaba la tensión creativa. El humo empezó a envolver la habitación. Pero no escribía.

De pronto, terminó el cd. Estaba cansado, se desperezó y levantó la mirada de la pantalla. Acarició a su perro que estaba junto a la silla. Fue hasta la otra habitación. El pasillo estaba a oscuras, las puertas cerradas. Crujió la madera del escritorio. Una puerta chirrió con la brisa de la noche, y cuando adentró la mano en la oscuridad del salón para encender la luz, notó algo, cómo decirlo, notó que al pulsar el interruptor se encendía la luz. Lo que, por otro lado, era normal.

Puso ese cd de Lou Reed que tanto le gustaba y volvió al cuarto. Se sentó de forma mecánica frente al ordenador y empezó de nuevo. No serás capaz le había dicho Laura, no serás capaz, y él estaba dispuesto a hacerlo. Empezó de nuevo, a ver, dijo, era una noche oscura, ella salió de su casa, avanzaba por la calle que se iluminaba a tramos, Laura, pensó, Laura se entretuvo en recoger a aquel perrito abandonado en el contenedor. Un coche se acercaba, luego se alejó.

La cosa había empezado bien esta vez. Mientras leía satisfecho los párrafos que acababa de escribir acariciaba la cabeza dócil de su perro. Tal vez pensó, el perro del relato, el perro que encuentra Laura, el perro grande y bonachón. El perro dentro y fuera del cuento. Siguió mesando sus cabellos, pero notó algo extraño, algo húmedo, la cabeza estaba fría, quieta en exceso, no respondía como otras veces a la caricia con un movimiento leve. Nada.

Miró a su lado, justo donde solía adormilarse el perro. Primero vio su mano ensangrentada, luego la cabeza. La cabeza de Laura. Y no le dio tiempo. Detrás escuchó un gruñido horrible y dejó de escribir.

miércoles, 26 de octubre de 2011

H. de José Daniel Espejo y Chema G. Arake

En Albacete, en el Festival Fractal, hubo más que poesía o poesía y algo más o poesía en ese algo más. Un ejemplo es este corto de Chema G. Arake sobre un poema de mi amigo José Daniel Espejo.

H. from Chema G. Arake on Vimeo.

jueves, 20 de octubre de 2011

Pequeña elegía

Buscando entre los libros y revistas de mi biblioteca me encontré, también tengo que decir que por azar, los viejos volúmenes de la revista Casa subterránea. Estuve hojeándolos. Daba saltos de acá por allá, saltos que de alguna manera también lo eran en el tiempo. Hace unos doce o trece años de aquella revista que José Óscar, Diego y yo empezamos a confeccionar para salir un poco del aburrimiento de las oposiciones.

De entonces encontré este poema que luego no apareció en ningún otro sitio. Aún aceptando que cambiaría algunas cosas, entre ellas ese tono tan elegíaco que gastaba entonces y con el que tanto disfrutaba, creo que merece la pena desempolvarlo. Por lo menos para mí.




Como llega el invierno a veces llega el tiempo
breve de la mudanza. Van pasando las fechas
y sientes en tu cara un frío de estaciones
que cae con las hojas del anuario. A veces
cuando era inevitable, con la voz impostada,
hablabas de pasiones pequeñas como perros
amaestrados, solías acariciar sus lomos
con el cariño afable con que un amo responde
a la fiel obediencia. Pero hoy te invade el tiempo
al pensar en las cosas pequeñas que te hicieron
más fácil la rutina, que ocupan nuestros días
con sus formas sutiles, tal vez trivializadas
por el uso constante y la mudanza que ha ido
creciendo con tu vida. Y hoy es un día de esos
con la ventana abierta de par en par al viento
del norte, al viento gélido que anuncia la derrota.
Pronto vendrá quien dé nuevas alas al viento
del sur, al viento cálido que anuncia la victoria.
Para ese tiempo breve de la frontera escribo,
por ti, mi viejo Ford del año ochenta y tres.

martes, 18 de octubre de 2011

Revistas


Mientras recoge la prensa deportiva lo ve. Siempre ha codiciado al recoger la prensa deportiva ojear, quién sabe si comprar, estas otras publicaciones, diferentes, menos masculinas, más de andar por casa, pero, también es verdad, nunca ha encontrado la oportunidad de hacerlo, de permitirse la debilidad de hacerlo. Black power, enfundado en una bolsa de plástico transparente junto a una revista de sexología está allí. España jugó bien anoche, pero black power en este instante es, como decirlo, más noticia. Porque black power es largo, es negro, es de látex y se vende por 5,95 junto con la revista. Cuando el quiosquero se queda mirándolo, con la mano extendida con las vueltas, él no sabe qué hacer, tiene miedo de decir black power, tenga usted, en vez de desearle los buenos días, muchas black power, piensa, mientras el muchacho, ya en otros asuntos, le contesta con un de nada, que más bien es un exabrupto indefinido.

No sabe qué va a pasar a partir de ahora. Anda rápido. Ha envuelto a black power con la revista. Ha tirado la bolsa de plástico transparente, ha tirado el cartón. No atiende a nada. En el primer paso de peatones a punto está de ser atropellado. Repite cada uno de los tópicos de un perseguido, salvo que en este caso, y nadie se percata, no hay perseguidor.

Cuando llega a casa comprueba que la cama está aún sin hacer, que su esposa aún no ha vuelto. Siente un escalofrío. Le pone unas pilas que encuentra en el cajón de la cocina, pero, como no van, usa las del mando de la tele. Tira la revista, se desnuda y se mete en la cama. Está excitado. Es esto justo lo que su vida necesita, algo excitante en la vida de los dos, imprevisto, consolador. Y lo coloca debajo de su cabecera. Escondido. Es su regalo. Con el primer cuarto de hora se impacienta. No sabe qué pasa, el porqué de su ausencia tan largamente prolongada. Es extraño. Pero cuando cae sobre su excitación, como una losa, la primera hora, empieza a comprenderlo. Empieza a comprender que las palabras de ella no eran en vano, que tal vez no vuelva, que el ruido de la maleta por el pasillo no era un farol.

Para el medio día ya se ha dormido. Cuando se despierta no puede evitar pensar en que todo es una mierda. Piensa que nada vale nada, que está sólo. Entonces estira el brazo y toca a black power. Black power es negro, es grande y está allí. Y entonces sonríe.

viernes, 14 de octubre de 2011

Estado de dignidad 7: vivir con la culpa diferida

María Valverde no tiene nada que ver con esto. O sí. No sé si se identificará con esta entrada. Es también un poco para compensar la foto de la entrada anterior. O no.


A María la han llamado del banco. No tiene usted ni una puñetera tarjeta de crédito, ni un préstamo, ni un plan de pensiones. Hace tanto tiempo que no la llama un hombre, que ahora la ha llamado una cajera, para no enmendar su fatalidad. No nos deja usted otro remedio, le han dicho, así no hay quién viva, le vamos a romper las piernas, ándese –y ha marcado esta palabra- con cuidado. Nos tiene muy descomisionados.

A María no dejan de instigarla. El otro día encontró por ejemplo una papeleta en su buzón. Al desplegarla comprobó que no le pedía el voto, como pensaba en un principio, al contrario, la culpaba de votar, de votar a una opción minoritaria, sea usted bipartidista, señora, decía, o hágase catalana o vasca o de coalición canaria. Luego se atenga a las consecuencias, ha leído en un último párrafo escueto. Manifiéstese todo lo que quiera, pero vote, vote A/B.

A María la ha llamado un inspector desde el colegio de unos hijos que no tiene. De añadidura le han reprochado que no participe activamente en el incremento de la natalidad, pero en realidad increparla por la mierda de educación que estaban recibiendo los hijos de España por su culpa, que se dejara de mierdas, otra vez, y que echara más gasolina, fumara a espuertas, que hiciera gasto energéticos, coño, deje las luces encendidas toda la noche, que pague los impuestos que para eso están, para ser de una puta vez solidarios con la educación de un país. Que luego no viniera a llorar por lo mal preparados que estaban nuestros jóvenes, le dice el inspector, que para más inri es otra mujer, por la mierda de ocio a las que los estábamos abocando, por el vacío existencial de los sábados por la noche.

A María la han llamado también de Hacienda, que somos todos, o eso decía el eslogan de la campaña que promovía la delación hace unos años y que hoy en día habría llevado a la cárcel a más de un consistorio, por ejemplo, que no paga las seguridad social de sus trabajadores, ni la luz ni el agua. María ha escuchado atentamente lo que le decían. Ha asentido en varias ocasiones y al final ha colgado con amabilidad.

Después se ha ido a la cocina, ha cogido una bolsa de basura, de esas que no recicla ni dios, y ha echado dentro todas las culpas que no estaba dispuesta a asumir porque no tenían que ver con ella. Luego se ha sentado tras comprobar que aún faltaba un cuarto de hora para las ocho, la hora de ir a tirar la basura.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Estado de dignidad 6: vivir en el sinvivir del robo

(Maquilló los balances y se blindó con una pensión vitalicia de 370.000 euros
María Dolores Amorós: De directora general de CAM a "lo peor de lo peor"
Con absoluta desvergüenza, ella y los directivos 'saquearon' las arcas de la entidad
Periodista Digital, 02 de octubre de 2011 a las 10:04 )


Abro el periódico y dios mío, qué susto, esto se avisa. El horror ha llegado a un grado de explicitud en los medios de comunicación que a veces uno no sabe cómo defenderse. No puedo sin embargo dejar de mirar, es como esas escenas macabras que nadie quiere ver pero que al final tú terminas viendo a través de una ventana que se abre mágicamente entre los dedos de la mano izquierda que cubre tus ojos.

Lleva un bolso de hermés (¿existe eso?), una chaqueta oscura y las gafas de sol de los que quieren ocultar algo -es tan sólo un matiz, que estriba en el ángulo de las patillas, ligeramente caídas para ver de reojo a los que llevan las gafas, como es mi caso, simplemente por coquetería-. Es la fealdad terrible de lo inmoral (a las ocho y media de la mañana de un día cualquiera).

Me sorprende el monedero en las manos. ¿Irá a pagar algo o tal vez sólo a recoger las vueltas de una compra nimia, de esas que se pueden pagar con cash?

Entonces leo otra noticia y lo pienso. No sé si soy el único que piensa en estas cosas cuando pasa las páginas del periódico y dos noticias se enfrentan casi por azar, yuxtapuestas, pero ya no me engaño, el azar es algo que no siempre es azaroso y las yuxtaposiciones adquieren valores de relación. Si la Justicia se individualizara, pienso, y defendiera desde la honradez a los que no somos parte de ese banco ni de la junta de accionistas de asesores de ningún otro banco, a los que no formamos parte de ningún partido político o de una alcaldía ni tenemos fueros extraños, ni vamos cada mañana a trabajar a ninguna sociedad de inversores.

En Gerona la dación en pago, después de Navarra. No parece mucho, pero mientras esa sea la línea, la restitución de una idea de justicia imparcial, que aúne la inmoralidad de los directores y asesores de ciertas entidades con la ilegalidad de sus acciones, estaremos a un paso de la salvación y de la redención cada vez más desesperada de la condición humana.

Después de ponerme tan sesudo levanto la vista para cruzar a través de una maraña de coches que invade la calzada y luego paso la página del mismo periódico, que leo al precio de caerme cada mañana camino del trabajo, cada mañana uno diferente, y me entretengo con las necrológicas.

lunes, 10 de octubre de 2011

Estado de diginidad 5: Vivir del cuento


Si mi hijo me dijese un día, por ejemplo, a la hora del desayuno, que quiere ser político, le daría un bofetón, así, de forma impulsiva, sin pensarlo dos veces, porque de pensarlo no lo haría, seguro. Luego le pediría perdón, me lo pediría a mí también. No volveré a hacerlo en la vida. Tal vez nunca me perdone, hasta que un día su determinación lo lleve a conseguirlo. Entonces tal vez lo entienda y gane mucho dinero al precio de malvender su alma, porque estoy seguro de que su alma será muy grande y de que cualquier precio será pequeño para ella.

Después, ya más sosegados, le diré que lo único que deseo para él es que se gane la vida de forma honrada, que en el mejor de los casos busque el bien, propio o común, que a fin de cuentas y si no se pervierte el sentido de las palabras es lo mismo, que fuera médico o maestro, carnicero, barrendero, alicatador, oficios así, de esos que siempre han querido desempeñar los críos llenos de idealismo y de sueños. Pero político no, le diría. No, por favor. Sé linotipista, albañil, ingeniero, haz pan, le diré, construye ascensores, canta o haz reír y llorar (pero de gusto, hijo mío, de gusto).

Y todo esto lo acompañaría de un gesto cariñoso ya que el cariño es algo que siempre ha sido fácil entre nosotros. Ahora, por ejemplo, desordeno su pelo y lo abrazo mientras siento que su corazón empieza a perdonarme.

viernes, 7 de octubre de 2011

Estado de dignidad 4: El almuerzo del obrero.


A mi compañera Mariado.

Mi madre me explicó, con su santa paciencia, que si batía los huevos antes de pelar las patatas, como tú pelas las patatas que hasta te remangas los pantalones con tal de no mancharte, añadía, es muy probable que termines intoxicando a tus comensales, porque, añadía, una cosa es pelar patatas y otra muy distinta quitar las mondas, así, poquito poco, con esa cachaza que te dio dios, decía, porque de mí no la has sacado.

Luego fríe las patatas en abundante aceite, me indicaba, no seas tacaño que bastante tienes con ser funcionario. Que sepa, déjate esos aceites de girasol, las mantequillas, para otros menesteres, aceite de oliva, que huela, que crezca. Eso de que el aceite crezca, debo de reconocer, siempre me ha parecido algo muy curioso, cómo de pronto llena la sartén y chispea. Y cuando estaba en estas cosas, es decir, cuando me quedaba pesando en las musarañas, me llamaba, hijo, decía, escucha, y no se te vaya a ocurrir meter el dedo para ver si está caliente. Mi madre, como se ve, nunca ha tenido un exceso de confianza en mi sentido práctico.Huélelo, míralo.

Corta las patatas finas y no las quiebres con el cuchillo, que eso está bien para el estofado pero no para una tortilla. Llegado este momento, siempre me decía, marcando después un silencio valorativo (que como era un silencio se callaba para sí y que como era valorativo me miraba de arriba a abajo), tira los huevos esos que habías cascado y batido y saca unos nuevos. Ahora. Hazlo ahora. Y luego lo dejas todo que se haga a fuego lento. Sólo entonces tendrás una buena tortilla de patatas.

La verdad, después de todo, es que no he vuelto a hacer una tortilla de patatas en mi vida, pero de lo que sí puedes estar seguro es de que cuando en mitad de la mañana, cuando paro para desayunar, me llevo a la boca una tapa de tortilla con mi cerveza al lado, esté donde esté, siempre, siempre, me acuerdo de mi madre y de aquello que me dice al final, cuando me sonríe y me regaña, pero apiadándose de mí, con un pero tú no seas tonto, hijo, y vente a casa que como en casa no se come en ningún sitio y ya me encargo yo de la tortilla.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Estado de dignidad 3: El poder de no llegar a fin de mes


Me levanto todas las mañanas. Tal vez prefiriera levantarme por la tarde o simplemente no hacerlo, o desdeslevantarme, dar dos piruetas camino del baño y volver a dormir. Preferiría no hacerlo, dice Bartleby. Pero lo hago. Desayuno. Camino del trabajo oigo la radio mientras esquivo los coches y tal vez, si es viernes, compro el periódico, me detengo en el escaparate. Hago suposiciones sobre lo que veo, sospecho, barrunto. Luego, invariablemente trabajo unas horas, que podría dedicar a otra cosa, pero que afortunadamente, me digo, dedico a trabajar, porque a final de mes tengo que pagar el gas que uso para calentar el agua y ducharme y dormir de una forma lo suficientemente confortable como para poder levantarme al día siguiente e ir a trabajar de nuevo.

También al final de mes hago mis cuentas. Como todos (ay, ingenuo). Si me queda algo me alegro, revivo el cuento de la lechera y cuento con la paga extraordinaria de final de año para planear un viaje, comprar una mampara para el baño, joder, darme un capricho. Si no me sobra nada, lo que viene siendo costumbre, me siento algo culpable, tal vez debería salir menos, recortar en gastos, pensar más en eso que llaman ahorro, austeridad, que además, según no se sabe quién, dignifica, te hace fuerte y virtuoso.

¿Puede alguien provocar una crisis económica mundial así? La verdad es que me doy miedo, tanto poder concentrado, pero luego me relajo, respiro aliviado. Coño, me digo, menos mal que no me queda tiempo para provocarla.

Pero siempre hay alguien que se encarga, por medio de una serie de estructuras que condicionan nuestro pensamiento (perdón), de consolarnos. Se trata de alguien que te dice lo hermoso que es tener una hipoteca, dos hijos, y otro par de coches en el garaje. Alguien que se encarga de decirte lo especial que es despertarse un sábado por la mañana, algo más tarde que de costumbre, ver la luz de la ciudad que se despereza y sentir, nos dice, sentir que eso te lo has ganado tú, que ese descanso es tu ganado premio por las horas de trabajo.

Y pienso, en ese mismo sábado por la mañana, con los ojos legañosos aún, dios mío, qué terrible es la ironía.

lunes, 3 de octubre de 2011

Festival Fractal en Albacete

El viernes leo en Albacete, dentro del I Festival Fractal de Poesía de Albacete, que intenta aunar poesía, música, rap, fotografía, pintura y cine.

Aquí te dejo el programa y si puedes, allí nos vemos.



sábado, 1 de octubre de 2011

Estado de dignidad 2: Vivir de alquiler


Mi padre me lo tiene dicho. No te tires por la ventana que me dejas en la ruina, hijo. Hazte un seguro de vida, que luego me dejas una herencia de mierda y con lo difícil que es vender un piso, no quiero ni pensar lo que tiene que ser vender dos (ellos tienen un piso en venta con el que quieren sanear su jubilación), seguro que se lo queda el banco y de paso me rehipotecan el mío.

Me resulta curioso que al escribir este párrafo, el programa Word, que invariablemente se autoformatea mayúsculo, me subraye de rojo la palabra “rehipotecar” (otra vez), me da miedo su tenacidad, su empeño en negar las evidencias. “Rehipotequé mi casa”, le digo, para ponerlo a prueba, y de forma invariable aparece el subrayado de error.

La verdad es que también fue mi padre el que, siempre bienintecionadamente -el que diga lo contrario es que no conoce a mi padre-, me dijo que me comprara una casa, que me comprara una casa antes que un coche, que tuviera cabeza, que no malgastara el dinero en una época en la que uno era guapo y joven y le gustaba salir y vivir eso que Ricky Martin llamaba la vida loca. La verdad es que esto no se lo creerá nadie, me dice mi madre, hijo, con lo formalito que tú eres, a ti nadie te dijo que te compraras una casa, al contrario, hubo que frenarte, sosegarte para que pensaras las cosas un par de veces al menos.

¿Pensar las cosas?, joder, cómo iba yo a pensar las cosas si las viviendas estaban subiendo a un ritmo vertiginoso. Pero mi madre insiste en exonerar su no culpa. (Tengo que aclarar una cosa, antes de seguir. En mi familia decir padre o madre, o papá y mamá, como nosotros decimos, es invariablemente usar un plural. A partir de ahí se entenderá que diga padre o madre indistintamente. También es cierto que luego, por separado, cada uno tiene su individualidad y que es agradable constatarla, abrazarla, y que, claro, de esa individualidad también vengan los síndromes que tanto ama mi psicólogo y a los que tanto tiempo dedicamos. Paradójicamente a esas individualidades también las llamamos papá y mamá, pero aseguro que si prestas atención, hay algo diferente al decirlo, como si la consonante de la segunda sílaba si diluyera un poco, haciéndola más familiar).

Pensar las cosas. Pues eso. No seré yo, que tengo casa e hipoteca, quien te diga lo que tienes que hacer, pero, joder, piensa un poco las cosas. No siempre, me digo, lo que aceptamos como una verdad lo es, ni las verdades relativas ni mucho menos esas que conocemos como absolutas, si acaso tal vez las primeras tengan más entidad de verosimilitud. Si yo, pienso, viviera de alquiler ahora, tal vez tendría menos ataduras, podría moverme, cambiar, y a fin de cuentas, con una hipoteca a veinticinco a treinta años, quién es dueño de nada más allá de sus decisiones.

Para tan poco tiempo cuantas cosas nos procuramos.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Estado de dignidad 1


Ni macroeconomía, ni crisis mundial, si supra ni micro mercados, lo que realmente está en peligro es la dignidad del ser humano, algo que para la bolsa tal vez nunca haya existido o no como un valor al alza o tal vez sí y por eso estamos como estamos.

A partir de ahora este blog estará en lo que podríamos llamar ESTADO DE DIGNIDAD, de la dignidad humana. Prometo, en la medida en la que uno pueda no serlo, no ser demagogo y reconocer llegado el caso, que llegará, las equivocaciones. No te preocupes, que aunque me ponga serio -más serio- (hubo una chica que me dejó precisamente por eso, pero tú por favor no me dejes) no perderé el sentido del humor.

Obviamente entraré en el plano personal, porque se trata de una cuestión personal, no lo olvido, de dignidad personal. Y te invito a que participes, a que comentes o a que me envíes directamente un texto para que lo suba como entrada, a que me enlaces y a que si quieres y no te parece una chorrada (a mí posiblemente me lo hubiera parecido de haber llegado a estas alturas de una entrada ajena titulada así) declares también tu blog en estado de dignidad.

Me olvido por un momento de ciertas terminologías, olvido eso de la clase media, por ejemplo, olvido lo de la crisis del mercado, la "innecesidad" de la bolsa, la inflación, las regulaciones salariales. Aquí se trata de algo más sencillo. Se trata de ti y de mí, en concreto, y de lo que toca con nuestras vidas, de lo que somos, de si albergamos una esperanza, tal vez ser algo más que consumidores programados, algo más que un medio para el fin de la gran manzana, y lo más importante, me digo, de si sabemos todo esto o lo hemos, desgraciadamente, olvidado.

lunes, 26 de septiembre de 2011

FOTO 1

Camera: Canon EOS 500 D
Lens: Canon EF 16-35mm f/2.8 L II USM
Focal length: 27 mm
Aperture: f/6,3
ISO: 100


Son dos ancianos. Ella va de negro, recoge el luto del invierno en sus ropas, pero aún es verano. Hace calor. Él lleva una gorra roja y un peto amarillo, de esos que se ven a kilómetros en caso de emergencia. Andan escorados, con pasos pequeños que apenas acompasan con el balanceo del cuerpo. Las piernas, los brazos envarados.

Empujan el carro de unos grandes almacenes por un camino que en realidad es una explanada de tierra irregular. Se atasca. Ella se adelanta unos metros y recoge del suelo una cuerda que ata a la parte delantera del carro y tira mientras él empuja. No sé a dónde van. Cruzan de esta manera el terreno en barbecho. Al final hay una alambrada, al otro lado discurre la autovía. Les empuja una ciega determinación.

Paso la página del libro que estoy leyendo apoyado en el alféizar de la ventana. Dos jóvenes se hacen confidencias de amor.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Guldrum y las horas extrañas


Guldrum -es en realidad un nombre encubierto- vivía en una isla. Rodeada de sal. Usaba los platos para comer, los días para descansar, la vida para acumular cosas, por ejemplo, amantes, camisetas, cosas que sí y cosas que no, amigos en el facebook, enemigos en el facebook, cosas cuyo valor era un secreto en la bolsa de sus emociones, valores potenciales, de recuerdo o de acto.

En aquella isla, Guldrum lo notó un día que iba de camino a casa, no había tiempo. Esa sensación, la constatación de que el tiempo había desaparecido en algún momento, le hizo sentirse agobiada y abocada a un caos sin precedentes. Siguió haciendo lo mismo que había hecho siempre, pero tuvo que ceder a la tentación y empezó a crear lo más parecido al tiempo que pudo. Empezó a repetir cosas, todos los días, secuencias de cosas en el mismo orden. Aún tengo que hacer esto y aquello antes de comer, leer cincuenta páginas antes de dormir, se decía, aún me queda que hacer la comida, preparar la mesa, y ya será medio día, y luego descansar la siesta, recoger la colada, leer un rato y será la noche. Y así empezó a sentirse poco a poco de nuevo como en casa.

No es que podamos suponer un final feliz a la historia de Guldrum, tampoco uno que sea muy triste. Ustedes decidan.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Septiembre también


Fue ayer. Serían las cuatro de la tarde. El viaje desde Norfolk no había sido especialmente tedioso. La siesta envilece la conducción. Llegamos a la Torre derribada, donde los camaleones viven su paciente invisibilidad. Había oleaje. El mar había levantado una pátina oscura de algas. ¿Es el mar un camaleón? Y nos adentramos hacia el norte entonces.

Pasamos unas viejas casas frente al pequeño malecón que resiste al azul y al mar.

Como un guijarro, canto rodado, las olas nos zarandeaban.

Y no nos importó.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Mapas en Ida y Vuelta


Begoña Callejón dirige la editorial Fin de viaje de Granada. Para iniciar su andadura ha recurrido a una antología sobre el viaje, Ida y vuelta. En esa ida y vuelta está mi poema El Mapa. Soplan vientes propicios.


EL MAPA


De pronto tienes que construir un mapa,
doblar la superficie del papel
de tal manera que parezca viejo,
dibujar unas manchas de café,
el trazo de los dedos,
cruces, un punto de partida, extrañas
complicaciones que llamar el tiempo
pasado, el tiempo que vivimos.

Pero un mapa también
debe tener sus puntos cardinales,
no lo olvides, un punto al menos
al que poder llegar, de noche,
con los ojos cerrados
como quien vuelve a casa.

viernes, 9 de septiembre de 2011

El movimiento perpetuo de las cosas


Este blog solía ser otra cosa, me dice, solías hablar más en primera persona, era, cómo decirlo, más íntimo, añade mientras apoya uno de los dedos de su mano izquierda sobre su labio superior. Y es verdad, le digo, así de pronto, y ya no sé si para que se calle o porque lo crea así. En los dos casos no se trata de que la ningunee, es simplemente que necesito unos segundos para pensar.

Más que verdad, reconsidero, es cierto, lo que parece tener otros matices. Hace unos años este blog se convirtió en una especie de diario encubierto del alquimista. No sé si has leído el libro de Coelho, el autor que ahora se atreve con el Aleph de Borges -primero Fernández Mallo, ahora Coelho. ¿Se podría decir que la cosa va de mal en peor?-, pero entonces El Alquimista me pareció un libro bonito, de esos sobre la búsqueda del sentido de la vida, libros que por cierto con el tiempo he terminado por odiar, como los de Jorge Bucay, al que tengo en el sancta sanctorum de mi papelera. ¿La salvación como negocio, como encubrimiento de la carencia artística?, me vuelvo a preguntar. Aunque la verdad es que también cuentan cosas que más allá de la calidad o no literaria son un punto de empatía con personas que están también en ese camino. Yo prefiero el poema de Palabras para Julia de José Agustín Goytisolo, incluso cantado por Los Suaves, que me pone.

Pues eso, que aparecía por aquí y por allá notas dispersas sobre una vida en expansión y a la vez, aunque parezca paradójico, de recogimiento y concentración. Lo dejaré aquí, que al final termino pareciéndome a Bucay. Y será cierto, me barrunto. Y hago acto de constricción y me prometo volver a contar cosas de esas, siempre a mi manera, porque el mundo, al menos el interior, siempre está en perpetuo movimiento.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

De bares y premios literarios


Hace unos días recibo por error un correo electrónico que iba dirigido al ayuntamiento, pienso, de Almendralejo. No lo sé a ciencia cierta, pero es lo más probable por los datos que da y por las circunstancias. En un primer momento decido borrarlo, presionar el botón. Delete. Olvidarme. Pero no sé por qué enseguida pienso que a lo mejor no es tan azaroso que ese correo haya llegado a mi bandeja de entrada y decido, tal vez movido por el cansancio y cierta premura por irme a la cama, publicarlo en este blog. Darle al botón. Control+V.

Buenos días, hace unos meses, movido por cierta ilusión, imprudente, también hay que decirlo, decidí presentarme a los premios literarios que promueve su ayuntamiento. Di por finalizado mi libro –cosa que en realidad nunca sucede-, hice cinco copias y las encuaderné (unos treinta euros aproximadamente), fui posteriormente a una estafeta de correos, amablemente, tras guardar cola, compré un sobre (cinco euros), metí dentro las cinco copias con el sobre de la plica, los cerré, cerré el sobre de la plica y el otro más grande, retirando la tira de papel que salva la zona encolada para tal efecto. Pagué el envío, (otros diez euros). Cuando salía de la oficina decidí tomarme un café o un refresco, algo tranquilo, y poner cara de escritor del diecinueve, tal vez del veinte, mientras el camarero solícito me ponía la coca-cola (dos euros), así de esa manera tal vez concitara a las musas, pero está visto que la coca-cola y las musas no se entienden del todo. En vez de eso sentí un profundo dolor de estómago, un subir y bajar súbito de tripas que no auguraban nada bueno. Y así hasta hoy. Dos meses y medio después de la fecha prevista para el fallo la cosa sigue igual. En su página suspenden el acto de entrega sine die. Releo las bases y no encuentro el punto donde dice que las contingencias políticas podrían alterar el devenir de la poesía, es decir, que la política jodiera a la poesía. Pues eso. Señores, que en su prestigio lo llevan. Por mi parte, me doy por desconcursado, aunque eso, creo, ya lo han decidido ustedes.

Atentamente, J. A. G.

Por cierto, Antonio -concluye con una postdata- no creo que pueda pagarte el dinero de las cervezas de la otra noche.

sábado, 3 de septiembre de 2011

El camaleón


Llegué al lavapiés. Después de la última tabla del pasadizo desde la playa estaba el lavapiés, metálico, de líneas rectas, con surtidores de agua para quitarte la arena de entre los dedos, la arena de los talones, del empeine. De pronto veo que en la maleza que invade parte de la plataforma de cemento algo se mueve, es un pequeño camaleón. Yo no sé qué hace ahí. Tal vez tenga, en el mejor de los casos, una vaga idea de lo que yo hago. Nos miramos. Al principio sólo lo miro yo, él parece no percatarse de mi presencia, pero algo hay en sus movimientos que lo delatan. Se gira lentamente, duda pero alarga sus pies, extiende sus músculos con una seguridad pegajosa y de pronto me mira, primero con un ojo, luego con el otro.

Detrás de nosotros un hombre mayor espera a que nos quitemos la arena. Nos mira preocupado, cuidado, dice, que vienen los salvajes. Un grupo de niños avanza con sus cubos de agua y sus palas. Vuelvo a mirar al camaleón, pero ya no está. Y pienso mejor estos salvajes que un concejal de ayuntamiento, un consejero de medio ambiente, un constructor. Joder, pienso, lo que podría haber pasado, pero me siento un poco incómodo porque quién nos asegura que estos niños no llegarán a ser equivocadamente concejales de esos ayuntamientos, consejeros de medio ambiente, constructores de dúplex con vistas a la playa.

Y entonces lo comprendo. Me mimetizo con el paisaje. Y lo hago.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Los amores del pulpo



Painlevé me explica, a su manera, que los motores a reacción están inspirados en las larvas de las libélulas. Es cosas extraña, pero lo es. Painlevé me explica también que él no come pulpo, porque sus ojos lo miran con una expresividad también extraña y cambia de color si está triste o nada alegre entre los corales del fondo del mar.

Es Painlevé quien, hablando así, desde el más allá, llena dos páginas del periódico sosteniendo una estrambótica cámara de cine submarina o subido en un avión de papel con Einsenstein. Son cosas de Peinlevé. Hace unas horas no sabía ni quién era este Peinlevé ni a qué dedicaba su tiempo libre, pero en verano se cuelan en las páginas de los periódicos estas cosas y de pronto es noticia que el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) de París le dedique una exposición importante, como ellos dicen, a Jean Painlevé, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Y leo estas páginas que de no ser así estarían ocupadas por el careto de un político o lo que es peor por un político entero.

miércoles, 27 de julio de 2011

De libros y rebeldía


Mi biblioteca sufrió el ataque. Los libros empezaron a desaparecer o bien se cambiaban de sitio por extrañas afinidades. De lo que no había duda era de que estaba sucediendo. En mi propia casa y ante mis propias narices. Primero fue un libro de Vila-Matas. Preferiría no haberlo hecho, pero tuve que deshacerme de él tras la insistencia de su movilidad desacostumbrada. su rebeldía llegó hasta tal punto que se hizo insostenible, un mal ejemplo para el resto de los libros. La película de plástico de la portada le quitó un poco de solemnidad al asunto con esa leve mancha de humo negro apetrolado, el resto del libro se consumió presa de las llamas perfectamente. El contagio no obstante cundió desaforadamente y aunque hoy las baldas llenas de polvo parecen algo menos que un aleph, me quedaba la tranquilidad de que hice lo que cualquier otro hombre sensato habría hecho en mi lugar.

jueves, 21 de julio de 2011

Historia de un meñique


Al ver la foto de la entrada anterior he visto algo extraño. Coño, me he dicho, si me falta un dedo, así que he dejado el ordenador sobre la mesa y me he mirado la mano, pero no la de la foto, sino la real, la de carne y hueso y efectivamente había un dedo de menos. Los he contado, recontado, a ver si las matemáticas solventaban lo que la realidad hacía evidente, y siempre obtenía el mismo resultado. Al principio me he puesto nervioso, pero al rato no sabía ya si estaba bien o si estaba mal. Cuáles serían las consecuencias de un dedo menos. De momento no era ni capaz de nombrarlo, nombrar el dedo ausente, el que me faltaba, lo que hasta cierto punto era razonable -porque para qué quiere uno un nombre para algo que no existe- y he repasado los nombres de los dedos con una letanía infantil de esas de el pulgar se fue a la escuela, etcétera. Y he tardado un rato porque era el último, el meñique, el más pequeño. Así que después he vuelto a leer el texto y joder, al principio no me había dado cuenta, pero al caer en la certeza de que me faltaba el meñique de la mano izquierda también me he dado cuenta de que al escribir igualmente me faltaban las aes, las cues, que me fallaban las mayúsculas, y entonces sí que me he azorado, porque he tenido que desplazar los dedos un espacio en el teclado para poder terminar esta frase de una forma más o menos solvente. Joder, mi dedo. Ya no me hacía tanta gracia, porque no sólo me había visto desposeído de mi dedo sino que también carecía de mi lenguaje tal y como hasta entonces lo había conocido. Y todo por encubrir mi barba, por tapar mi cara en una foto de nada, una boutade que ahora me había dejado huérfano de algo más que un dedo.

Pero al final se me ha ocurrido y lo he vuelto a hacer, he vuelto a fotografiarme, y esta vez me he asegurado de que todos los dedos aparecieran bien claros, no fuera que la ficción terminara por comerse a la realidad.

jueves, 14 de julio de 2011

Un yo sin barba me persigue


Un yo sin barba me persigue. Desde hace unos días lo he notado. No es nadie especial, pero es un yo incómodo. Hoy estaba viendo la televisión, el escarabajo verde, esperando que el sueño me llegara pronto y pudiera echarme una siesta del borrego antes de comer cuando de pronto veo que en una manifestación contra la utilización de la piel de los animales aparece desfallecido en una escalinata, entre una centena de personas desnudas y embadurnadas de sangre, mi yo, un yo extraño porque no lleva barba, lo que hace que de alguna manera sea un yo menos yo o un yo diferente. Lo he visto claro, un yo batiéndose por los derechos de los animales, desprovisto de su piel, de su barba, de mi barba. Es un yo extraño que se mete en líos, que es pendenciero, que no se deja pisar, y no sé. Es algo peliagudo, porque yo estoy a gusto con mi barba siendo como soy. Sin embargo al verlo he sentido un algo que podríamos llamar vértigo y que me ha hecho avanzar hasta el baño con urgencia. Así que he cogido la maquinilla de afeitar y después de un rato lo he vuelto a ver, salvo que en esta ocasión ya no sabía cual de los dos era el que estaba mirando.

lunes, 4 de julio de 2011

La inspección


No debió tomárselo a broma, corrige ella mientras arranca el coche. La soberbia pensó, lo soberbio que puede llegar a ser un hombre en determinados momentos. Mira por donde, al final no le salieron bien las cosas, la manera en la que desviaba la atención de las cosas realmente importantes, cómo decía esto no pasará, al menos no me pasará a mí, porque cómo me va a pasar, y si se sentía terriblemente generoso, recordó, también te incluía a ti, también decía, ni a ti cariño, ni a ti te pasará, pero eso ya era un añadido porque él estaba ya en otras cosas, en otros asuntos.

Por eso he jugado con él un poco, por eso he entornado los ojos como si estuviera a punto de decirle algo, de decirle que sí, que lo reconocía, que era yo. En realidad no ha sido ensañamiento, pensó, porque para qué distraerlo de su realidad, no está tan mal, en su justa medida, me ha llevado el carro hasta el coche, se ha quedado con el euro. Lo que no le iba a pasar le pasó y bueno, todo por esa entrevista, creo que la barba no le queda mal, que esa camisa raída es apropiada, pensó, después de todo qué le puede pasar a él que nada le pudo pasar.

viernes, 24 de junio de 2011

Radiacción


Otra vuelta de tuerca y volvió a girar el dial. Eran las siete de una mañana gris y calurosa. Los coches pasaban en largas hileras hacia el trabajo, se abalanzaban hacia un poniente aún inconcebible, un far west. En algún lugar del mundo las calles ardían. La noche era un trozo de bolsa de basura retirándose con los camiones hacia el vertedero.

La fanfarria de la emisora terminó por crisparle los nervios. Se giró en la cama y tuvo que contener el resuello, que se le aceleraba. No sé quién eres, pensó sin entrar en más supuestos filosóficos, sólo que no la reconocía, no acertaba a ver los lunares del cuello o el extraño pliegue de su oreja. Buenos días amor, pensó, esta vez en voz alta, y se adentró en el baño como quien entra en una niebla que por un momento abole tiempo y espacio. Todavía se escuchaba la radio a través de las paredes y de la mampara de la bañera. Rasuró su barba sin saber para quién lo hacía, con quién se encontraría al cruzar de nuevo el umbral de su habitación.

No encendió la luz. Se sentó en el borde de la cama y enlazó el cordón de los botines. Ella se levantó por su lado, se puso el camisón -que no podría jurar que era suyo-. Lo único que escuchó después fue el agua de la ducha entremezclada con las opiniones de los tertulianos. Giró la cabeza y vio el display parpadeante del radio despertador, las voces incesantes, el agua de la ducha. Extendió la mano y la apagó.

Ella ya no volvió del baño.

lunes, 20 de junio de 2011

Desintonizarse


Avestruces, todo el día veo avestruces. Esta mañana he girado la rueda de mi radio-despertador, como una brújula ha dado vueltas, ha recorrido en unos segundos geografías posibles e imposibles, dialectos que a través de las ondas eléctricas han rodeado el cuerpo de mujeres y hombres lejanos, pero en los que me reconocería a poco que mirara, cuerpos, bosques, bloques de edificios, también distintas lenguas a través de cámaras amplias, salones vacíos donde hacían eco, atmósferas, mataderos, museos, el páncreas de un funcionario que segregaba bilis al organismo; hasta que de pronto ha encontrado su norte y ha empezado a sonar una música distinta, algo que yo podía y sabía tararear.

La noticia del mundo era la luz de sol -a las siete de la mañana la luz del sol siempre es una bendición-, coches en una voraz carrera al trabajo, el bostezo de un perro con el dogal laso, como una gorguera señorial, olfateando alrededor de un tocón de madera, la lectura de dos páginas de la biografía de Emil Zápotek, qué tío, mientras me tomo el café, el dinero del autobús, el autobús, los pantalones cortos o largos, la comida, que si tu padre tal, que si tu hermano esto, que si lo mucho que te echo de menos, que si rozar con los dedos las paredes de ladrillos, la porosidad del mundo, los bordes que se quiebran.

Así que he pensado, a la mierda los especuladores, los bancos centrales, los políticos, todo eso de lo que hablan los informativos y las radios que no ponen música y los creadores de opinión. Mamma mía. Todos los que con la cabeza hundida en esa mierda, hocican, venden, compran, hablan, regatean, estafan, engañan y manipulan en mi nombre.

Entonces he girado también la rueda de la vida y por un momento otro mundo ha sido posible.

jueves, 9 de junio de 2011

La noche doble

Foto de Gerald Uferas

Estaba limpiando, ya lo sabes, cuando la encontré. ¿Por qué estaba guardada, me dije, por qué esta caja de música estará en el altillo de un armario? Después de limpiarla cuidadosamente me di cuenta de que estaba rota. Una hendidura recorría la parte de atrás.

Le di cuerda y escuché la música. Era un sonido sencillo, una pestaña, un torno dentado. Envolví el resto de objetos y los guardé. Sin embargo, la caja de música se quedó fuera, sobre la mesilla.

¿Qué es esto? –me dijiste– ¿Y qué hace aquí? No sirve para nada. No sé si fue por esas palabras por lo que me vi en la obligación de demostrarte que sí servía, que pese al tiempo y a la hendidura aquella caja servía para algo. Me pareció divertido aventurar que aquella fisura no era azarosa, que estaba allí porque tenía que estarlo. Pues, –empecé – esta hendidura no es obra casual, muy al contrario de lo que pudieses pensar es una puerta, más que una puerta –corregí –
el ojo de la cerradura que cierra esa puerta.

Cierra, dije, porque sabía que inmediatamente ibas a saltar. O abre. O abre, asentí. Sin embargo la dificultad no estriba en que te lo creas o no, aún más, ni siquiera que te lo plantees, no, la dificultad estriba en encontrar la llave.

Miré alrededor buscando algo con lo que continuar. Entonces me acordé de un cuento de Borges, más bien de una idea de un cuento de Borges. La única palabra –dije- que no puede aparecer en una adivinanza es la propia palabra que se oculta. Así que la llave de esta hendidura es otra hendidura. Sonreíste de inmediato. Aquella historia no podía llevarnos a la cama así como así. Entre otras cosas, –añadiste– Porque creo que te estás esforzando muy poco.

Volvamos al principio. Bien, –continué– era una caja de música y a la vez no lo era. Era una caja de música en manos de una niña y a la vez no era una caja de música en manos de esa misma niña. Aquella noche la niña se quedó dormida con la caja en su regazo. Imaginó que por aquel espacio minúsculo, de una forma vaporosa, se iría filtrando todo un mundo fantástico procedente del otro lado. Pero eso fue sólo una visión, ya que cuando se despertó en mitad de la noche
comprobó que todo seguía igual. Avanzó descalza hasta la cocina para beber un poco de agua
y al volver a la habitación sintió curiosidad de mirar por la abertura, curiosidad de asomarse al otro lado. Había encontrado la llave.

Tal vez porque aún estaba dormida no se planteó que aquello era absurdo y miró durante un rato. ¿Y sabes lo que vio? Se vio tumbada en la cama, igual que estás tú, mayor, treinta o cuarenta años mayor. Se vio como una mujer madura, tumbada con la caja de música entre sus manos, y un hombre también mayor a su lado, contándote milongas que no lo son, igual que la caja, que es una caja y no lo es.

Entonces comprobé que tú también te habías quedado dormida, podría decir que abrazada a la caja de música, a aquella caja de música que yo había sacado del altillo y sobre la que tú me habías pedido que te contara una historia, tal vez porque la historia auténtica no te satisfacía o la hubieras, voluntariamente, olvidado, quién sabe. Pero no, eso no es cierto. La caja había caído al suelo, y la bailarina se había desencajado. La recogí y apagué la luz. Luego me fui al estudio en silencio y escribí este poema, extraño, largo, narrativo, para que cuando despertases pudieras recordar todo lo que había pasado.

lunes, 6 de junio de 2011

Largo fin de semana literario

Ginés Sánchez, Raúl González, Fina Tafalla, Antionio Aguilar y Javi Murcia en Lugarextraño hace muchos años.


Desde aquí os escribo. Es un lugar extraño -dios mío, cómo me gusta esta palabra-. No sé por donde empezar, aunque sí por donde terminar. Pero todavía es pronto. Desde Lugarextraño pienso en lo que mueve la amistad (la de tantos, pero sobre todo la de Tomás y Carmen y Alberto...) El viernes leí en Sangonera la Verde, un sitio extraño donde mis padres han puesto su primera residencia, dicen, aunque hacienda no esté de acuerdo. Un pianista-alpinista, ocho años, interpretó una pieza entre las lecturas de los poetas -que éramos numerosos, pero no tantos como en Cieza, al día siguiente-, ocho años, un metro de estatura, las piernas le colgaban del banco, pero ahí estaba, interpretando una pieza de Mozart, y claro no pude dejar de acordarme también de Charly García, que a esa edad, según dicen las crónicas, ya daba clases de piano.


Un momento de mi lectura en Sangonera la Verde. Foto de Sebastián Mondejar

El sábado nos embarcamos para Cieza, Olaya pilota la nave espacial y Ginés copilota. Es un ser extraño también, que teme que el coche tome las curvas y lo transmite, dos metros de tío, que no se curva con la carretera, que permanece recto, pese a que su poesía es flexible, como una ola entre las cañas de la orilla, expansiva, cimbreante. Curvas, rectas. De pronto el tiempo sí que toma una curva y me golpea la espalda, me dice a que no sabes quién soy, que es casi tanto como decirme a que no sabes quién eres, porque el recuerdo es parte de nosotros, pero es esa voz la que me canta una canción de entonces y me alegro de reencontrarme con Francisco León y con Juan Carlos, que se han casado, que están en Archena, que les apetecía vernos y nos vamos de tapas y de cascaruja y los ilustro sobre el lanzamiento de huesos de oliva y las marineras. Y hablo con Fina, que sí, que leímos hace muchos años en la puerta falsa los poemas de mi amigo Ives de la Roca. Y está Soren que se declara del PP... P, es decir, de Pier Paolo Pasolini. Y yo que aparezco en el cartel de la entrada como Antionio Aguilar, que me gusta, porque me recuerda a Antinoo. Y así van pasando las cosas entre otras cosas más que me callo porque son de otro sitio menos extraños, más íntimos.

Y bueno, hemos llegado al final, al final de todo esto y eso es lo que quería decir, que después del final, está también el principio, porque las cosas se curvan y los extremos se tocan como un arco que nos lanza después hacia el futuro y más allá.

sábado, 4 de junio de 2011

Nuevo número de la Revista Periplo

Acaba de salir una nueva entrega de la Revista Periplo. Es el volúmen IX. Este número está dedicado al humor y recoge dos micro-relatos míos entre otras cosas más que me parecen realmente interesantes.
Los relatos (no se asusten) son: El lémur de mi vida y Si te comes un limón.

A mí me haría ilusión que los leyeran a ustedes no lo sé, pero seguro que consiguen al menos esbozar una sonrisa.

Para leerlos basta con sumergirse entre las páginas digitales de


miércoles, 1 de junio de 2011

Diálogos de las tres culturas


Se acaba de publicar el libro que recoge las ponencias presentadas el año pasado en Las noches de las Tres Culturas que coordina mi amigo Soren Peñalver. Entonces yo leí un texto titulado Una cosa increible y cierta de contar, donde intenté emular con este título, creo, algo cervantino, a Enrique Vila-Matas, enredando al cantante argentino Charly García con la dibujante iraní Marjane Satrapi, Israel y una extraña y confabuladora sociedad de escritores por la multiculturalidad literaria. No sé si salió algo que mereciera la pena, pero salió.

En su día lo publiqué en mi blog, ahora lo enlazo de nuevo, por si os atrevéis, por si tenéis tiempo y cariño y aprecio por estas palabras que puestas unas detrás de otras están dedicadas, todas y cada una, a mi amigo Antonio Sánchez-Carrasco, que aguardó estoicamente con su familia a que terminase el acto que no fue cosa vana.

Basta con pinchar aquí.

Gracias, a todos gracias. También a mi Nuria, a Diego Morales que se fue furtivamente, como siempre, a Isabel, Felipe y Ana, y no sé, pero seguro que me dejo a alguien, pues a ti también, de quien seguro que me acuerdo en cuanto ponga punto final.

lunes, 30 de mayo de 2011

lunes, 23 de mayo de 2011

Berlín de J, Enríquez Sánchez


Cortometraje "Berlin" por CanalFriki

En desagravio


Todo empezó como una broma. De pronto quiso cambiar los hechos, dijo trece y añadió de abril. Lo siento, se excusó, ya hace más de un mes y fingió cierto rubor, como dando a entender que le abrumaba que alguien se acordara de su cumpleaños. Dos días después en el trabajo lo interrogó una compañera sobre el mismo asunto. Y volvió a hacerlo. No, que va, apostilló, mi cumpleaños es en septiembre, el catorce, no te preocupes y otra vez se ruborizó levemente.

Al abrir su correo electrónico esa semana tuvo que contestar a varios email. De una forma que ya iba siendo invariable comenzaba: lo siento, mi cumpleaños fue el dos de mayo, el siete de julio, el cuatro de abril.

Ahora pasa las páginas del calendario con angustia, intenta recordar la fecha, el día concreto en el que nació. Y no lo sabe. Está perdido. Entre todos los días del año, piensa, sólo necesita uno. Al preguntárselo a sus padres, éstos lo han dado por caso perdido. El otro día entre lágrimas su madre le dijo que lo sentía mucho, insinuó que nunca nadie le había hecho tanto daño y que si quería olvidar ese día era problema suyo, pero que ella no iba a entrar al trapo, que no iba a aceptar su juego, que allá él.

Así que ahora en desagravio ha decidido celebrar su santo y le resultaría fácil, piensa, si fuese capaz de recordar su nombre.

viernes, 20 de mayo de 2011

Eufemismos y perversiones 2


PERVERSIÓN

Cada día se hace más difícil ser ciudadano en un país como España. Las calles están llenas de caretos descoloridos, ni siquiera ya nos tomamos la molestia de dibujarles un bigote o decorarlos obscenamente, un photoshop en condiciones. Se lo decía el otro día a mi hijo , mientras dejaba sobre la mesa un spray, a ver si picaba, a ver si por eso de llevarme la contraria le daba por salir a la calle y hacer un Basquiat sobre el careto de Valcárcel o la jeta de la Retegui. Pero nada.

Me miró de soslayo, sin hacerme mucho caso. No, papá, me dijo, que eso ya no se puede hacer, que ahora son ellos los que te sacan el dedo como diciéndote que te den por el culo o hacen ruedas de prensa sin prensa, los que dicen barbaridades y te obligan a comer entre exabruptos.

Ah, perdona, le dije, no lo sabía. Alabé su actitud política y volvimos a nuestros quehaceres.

Eufemismos y perversiones 1


"La decisión de prohibir las protestas de la Junta se tomó por cinco votos a favor, cuatro en contra y una abstención. Los magistrados del Tribunal Supremo Luciano Varela (progresista e instructor del caso contra Garzón por la memoria histórica) y José Manuel Maza (conservador) redactaron sendos particulares discrepantes. Entre los cuatro en contra de la prohibición se incluyen catedráticos propuestos en su momento por el PSOE".

Extracto de la noticia El Movimiento 15-M mantiene el pulso ante el veto a las manifestaciones de El país digital. 20/05/2011

Eufemismos: "progresista", "conservador", "¿Partido obrero?"

Me resulta curioso, al menos, que una junta electoral esté compuesta por una serie de personas que se declaran "progresistas", "conservadores" o que hayan sido propuestos por uno u otro partido. No sé, pero habrá que revisar eso también, también hay una intención política ahí. ¿O no?

domingo, 15 de mayo de 2011

Domingo por la noche

Bosque encantado de Antonio Comenge

La noche de los domingos es una noche breve, extraña. No es más que un parpadeo. Las cosas que pasan la noche de los domingos no suelen ser referidas en las historias, son simplemente cosas que pasan. El domingo por la noche preparé la comida del lunes, te dices, o el domingo por la noche escuché la radio hasta que pude conciliar el sueño, cosas así, sin importancia en apariencia.

Nunca pasa nada un domingo por la noche. Ni siquiera esta entrada.

viernes, 6 de mayo de 2011

Teclear tu nombre en el trabajo


Estoy en mi oficina. En las mesa de al lado mi compañera habla por teléfono. De la otra habitación llega una música. Yo me relajo, me quito los cascos, me detengo a pensar un segundo, quizás un poco más. Y empiezo a teclear, no sé por qué, pero tecleo, voy dándole a cada tecla, esbozando un texto imposible, pero escribo en el vacío, como en esos juegos simulacros de guitarra de la adolescencia, porque el ordenador está apagado, porque escribo sobre un silencio que empieza a coincidir con cada tecla, cada palabra en ausencia, inventada, recreada en sus sonidos metálicos. Plástico. Esto no lo estás diciendo, lo estás sonando.

Suena esto. Suena tu nombre, cinco teclas, cinco letras, cinco deseos y todos giran en torno a ti esta mañana.

lunes, 2 de mayo de 2011

Golondrinas y verano (remake)

Antonio López


Cuando era pequeño sabía que había llegado el verano por el vuelo de las golondrinas. Entonces los calendarios no siempre regían las estaciones, al contrario, otras cosas más livianas en apariencia decían estamos aquí, ha llegado el verano, ya es primavera. Así, por ejemplo, una camiseta corta regalada en febrero hacía que quisiéramos ser verano, un poco de ese verano en el que por otra parte el simple anhelo de una manga larga a su vez adelantaba en varios meses el invierno siguiente. Las golondrinas entraban en la plaza de los cerezos, volaban, trazaban giros imposibles, piaban de una forma viva y enérgica. ¿Cómo volar así? Pura energía. Y yo me quedaba mareado -en parte por la astenia primaveral- respirando esa luz que ya olía de otra forma, como si el verano pudiera tener un olor y el olor fuera ése. De pronto las noches se hacían cortas, de pronto hacía mucho calor, el cuerpo traspiraba, tenías unas ganas terribles de vivir. Y pensé en cómo una cosa tan pequeña y tan oscura podía traer el verano infinito y luminoso. Y no encontraba nunca respuesta. Han pasado los años y sigo sintiendo lo mismo. Hoy me he dado cuenta, de pronto, al salir al mundo por mi calle, que de nuevo estaba el verano aquí. Las he visto, me he vuelto hacia atrás, a los diez años, cuando el mundo aún era interesante sin esfuerzos, lleno de asociaciones sorprendentes, de significados no siempre posibles para los significantes del mundo. Y las he visto revolotear por mi calle. Es verano, me he dicho, es verano de nuevo. Y cuando he vuelto a casa he buscado un poema que había esbozado hace seis o siete años en la Residencia de estudiantes de Madrid, porque sabía que esto ya lo había escrito:


Entre las copas de los árboles –dice el poema-

la mano del invierno se despereza.

Sobre los edificios,

a los lejos, se escuchan

los cantos estridentes de las aves

que hilvanan un zurcido negro

en el azul de la mañana.

La fresca vaharada de la acequia

canta su cantinela:

es la luz del verano

la que se escapa entre los dedos.


Y al terminar de releerlo me he sentido feliz. Hay cosas que no cambian, me he dicho, y está bien que no lo hagan.