martes, 23 de diciembre de 2008

Palabras para Celia


Celia, tú eres muy pequeña para saber lo que es la navidad, también para saber que las cosas terminan, como los años, y que el tiempo es una invención de los hombres que sienten que son más fáciles las cosas si se les pone nombre. Nombre a los años, nombre a los meses, a ciertos días. Nos vemos el martes, decimos, haciendo planes para dentro de unos días, hasta el año que viene, que pases una feliz navidad. Decimos cosas así, Celia, para desearnos que los tiempos que vengan sean mejores o al menos iguales que los que estamos viviendo en este instante. Nadie quiere nada que sea peor. Por eso también en estas fechas ponemos extrañas figuras en nuestras casas o compramos unos árboles fríos y verdes -aunque yo este año no lo haya puesto, y no tiene importancia, porque seguramente lo haré el año que viene y tú lo harás también al siguiente y al otro-, porque todos lo hacemos, como una especie de superstición, porque en estas fechas la gente, extrañamente, no te digo que no, nos abrazamos si nos vemos por las calles, los amigos te llaman, amigos que incluso pensabas perdidos -los que más-, los primos se reencuentran, es fácil que te hagan regalos y tú también los harás o que eches de menos a esa persona que por primera vez después de mucho tiempo no pasa las navidades contigo, las primeras navidades sin ti, le dirías. También te pasarán estas cosas, porque la vida es así y nadie está libre de los imprevistos, y para entonces ya te leeré un poema de José Agustín Goytisolo que tengo en mente mientras escribo estas palabras pensando en ti, aunque quién sabe, tal vez tú no lo necesites y entonces sólo te lo lea por el puro placer de las cosas bien dichas.

Sí, lo entiendo, yo también lo pensaba, ¿por qué sólo pasan estas cosas ahora, por qué ahora todos somos buenos, por qué ahora nos reímos, somos amables, decimos palabras como solidaridad, benevolencia...? Pues nadie lo sabe, al menos yo no, pasa, y a veces es mejor que pase ahora que nunca.

Pero además este año sucede algo especial, Celia, los días han cambiado y hay un nuevo nombre para los años, una nueva forma de medir el tiempo, es así, fácil: "la primera navidad contigo", porque el tiempo ahora se nombra como si hubiera un antes y un después de tu nacimiento, porque los días después ya no serán nunca iguales que los de antes, que aquella navidad lejana de 2007, cuando tú aún no habías nacido y yo no era tu tío y estábamos tan solos el uno sin el otro.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Odi et amo o nunca nieva dos veces sobre el mismo cuerpo

Foto de David LaChapelle


Recuerdo que hace unos años nevó en Murcia. Sé cuantos años exactamente han pasado desde el curioso incidente de la nieve a media mañana, pero no me apetece decirlo, cosas de la edad, imagino. Nevó. Como caídas del cielo, las manos blancas de un ser querido me rodeaban con su calor. Nada podía ser tan perfecto como aquellas pequeñas constelaciones de nieve por la calle del Arenal. Copos geométricos, figuras imposibles de una arquitectura fugaz y etérea.

Quizás entonces debimos entender la lección, pero éramos tan ilusos, tan frágiles, como aquella nieve blanca que no llegó a cuajar, que al rato era sólo una mancha sucia, terrosa, un oscuro charco de barro que se colaba por las alcantarillas.

(Hoy no nieva. Hace rato que cierta alegría, que no cae del cielo, juega como una muchacha por las estancias cálidas de mi corazón. No sé el porqué, pero siento que es así y no me atormento.)

viernes, 5 de diciembre de 2008

El beso provocado


Foto de Robert Doisneau. El beso del Hotel de Ville

Onda Regional. La radio se mueve (105.3 fm)
17/12/2008


No te lo dije en su momento porque pensé que no tenía importancia. En realidad no te lo dije porque tú no estabas allí y no tenía sentido que yo te lo contara después. Por eso lo he guardado durante tanto tiempo en el desván al que ahora he vuelto a subir por otros motivos, para dejar otras cajas con rótulos como días de guerra o momentos felices o actos de amor varios.

Se llamaba María -uso el pasado porque hace mucho tiempo que sucedió y no por otro motivo, aún hoy día se me encoge el corazón un poquito al contarlo, por eso tal vez debería volver a empezar en presente, como si estuviera sucediendo ahora mismo-. Se llama María, debería empezar. Tiene veinte años. Es una muchacha muy guapa. Es alta. Es poeta. Le gusta lo que tú le dices y a ti te agrada lo que ella te comenta. Habíamos quedado varias veces, una en nochevieja, tú le habías prometido que irías a verla a la entrada de la fiesta donde ella iba a recibir el año nuevo lejos de ti, y lo hiciste. Siempre has sido un hombre de palabra, luego arrastraste tu soledad por varios bares, la única vez, por cierto, que lo has hecho en tu vida. Otras veces quedabais a tomar café, sin que se acabara el siglo ni nada por el estilo. Pero un día se hizo algo más tarde y como el tiempo con ella pasaba volando te ofreciste a acompañarla a su casa, en realidad se trataba de un piso de estudiantes en la calle Mar Menor, si no recuerdo mal, que compartía con sus hermanos. A mitad de camino querías besarla, pero no veías cómo. Así que tiraste de tu corto repertorio de argucias y la llamaste, así, con cierta alarma en la voz, de forma que ella no se lo esperase, y se giró y tú entonces la besaste, sentiste su cuerpo nervioso más allá de la carpeta que sujetaba contra su pecho como una estudiante de último curso de magisterio. Así de castos. Luego la cogiste de la cintura y seguimos caminando en silencio.

Fue una de las últimas veces que la vi. Por qué. No lo sé. Uno toma decisiones y esas decisiones te alejan y te acercan a las personas. Tal vez porque tú habías pensado que no significabas nada en su vida. Pero todo eso no viene al caso, además suena a reproche y esto, a las claras, no lo es. Y un día hablando con Aurora, una amiga menor que era a su vez amiga de la hermana menor de María, te enteraste de que para ella habías sido algo especial. ¿Un novio? No lo sé, no recuerdo las palabras exactas. Ternura, es lo único que se me ocurre ahora.

No he vuelto a saber de ella. El otro día puse su nombre en el buscador de google y no encontré nada, como si la tierra se la hubiera tragado. Tal vez por eso escribo esta pequeña anécdota del beso provocado, tal vez para que sea verdad y exista. Para demostrarme que hay una línea del tiempo, que hubo un pasado más allá del presente, que habrá un futuro sin lugar a dudas. También para que este recuerdo abrigue mi corazón en estos días en los que parece que el frío hubiera llegado para quedarse siempre entre nosotros.

sábado, 29 de noviembre de 2008

El juego de los Antonios

Onda Regional. La radio se mueve. (105.3 FM)
3/12/08


Este post es un juego de la oca. Va de Antonio Lorente a Antonio Lorente. Porque está en los extremos y en el centro de las palabras.

La primera casilla está en Grecia, en Tesalónica, camino de la tumba de Filipo. Nos paramos en un puesto de frutas junto a la carretera. En principio era parecido a los que aparecen en la costa española, con melones, sandías, melocotones, albaricoques... Quizás la única diferencia eran las pequeñas hornacinas que jalonan los caminos griegos con flores y exvotos. Era una carretera secundaria, lejos de la ciudad. Aquel puesto lo regentaba un hombre maduro, cincuenta, sesenta años tal vez, vestía con una camisa a cuadros y unos pantalones cortos, las manos agrietadas, la piel seca y curtida. En un momento dado, tal vez al verse animado por la conversación con Antonio, sacó un instrumento musical y se puso a cantar. Antonio iba traduciendo las letras. De pronto dijo aquella frases que recordamos con una sonrisa todos los que estábamos allí -María José, Antonio, Rafa, Mar, Anabel, yo- en los días siguientes. Señaló la casa cercana y dijo que antes vivía con sus cuatro hijos y que cada uno tenía su parecer pero que él les había enseñado que verdad sólo había una, y luego añadió que ahora, entonces, vivía sólo, pero que a veces eran demasiados.

La segunda casilla de esta oca está en Murcia, en un libro de Tabucchi que Antonio me regaló hace unos días en el programa de radio en el que colaboramos desde hace años. En las páginas de Se está haciendo cada vez más tarde, el escritor italiano habla de una pequeña isla griega de apenas cincuenta kilómetros de diámetro, una isla anacrónica o pancrónica, -pero para desentrañar esa duda habrá que leerse el libro completo-. En un momento dado habla de varios visitantes célebres, uno era el novelista griego Nikos Kazantzakis, cuyo epitafio reza "No espero nada. No temo nada. Soy libre" (Δεν ελπίζω τίποτα. Δε φοβούμαι τίποτα. Είμαι λεύτερος).

Recuerdo la camiseta que me compré en aquel viaje, con quién me la compré, cómo fueron esos días, por las calles de Plaka, "No espero nada. No temo nada. Soy libre" se podía leer en mi pecho de hombre feliz, cuando aún dos no éramos muchos para una casa y Grecia nos bendecía con su luz, su calor y su verdad.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Tú, tú


Salimos por la calle hasta la esquina. Nunca más allá. Nunca más acá. Desde allí yo observaba atentamente sus pasos como puntadas de hilo sobre el camisón de verano de mamá. El aire de la tarde inflaba sus formas y se convertía en un globo a punto de ascender. Ver a mamá venir de la playa con su camisola ponía los pelos de punta. La reina en el cabaret del edicicio de inquilinos itinerantes del verano. Tan hermosa como el sol.


Nunca llegué a entender cómo dos seres tan hermosos eran antagonistas.


Pese a mamá yo sólo tenía ojos para ella, para su paso menudo y volátil y su importancia menguante. Y justo cuando pasaba a mi lado abría el bote de cristal. Nunca antes. Nunca más allá. Su cabeza negra, sus alas acrisoladas por la luz. La reina en el cabaret de los insectos.



sábado, 15 de noviembre de 2008

Louise Glück de nuevo contra mi corazón

Foto de Joan Fontcuberta

No sé qué he visto en esta escritora, no es Anne Carson, pero es Luoise Glück, las dos escritoras que más me han emocionado en los últimos años. ¿Algo más modesto? No lo tengo tan claro. Anne es increíble, te dice las cosas como nadie antes te las había dicho, pero con el aliento de las palabras de siempre. La belleza del marido, tan presente estos días en mi vida, o Hombres en sus horas libres, con esas galerías de voces que descubren la verdad de todos como un cesto de manzanas, para moderlas.

El iris salvaje es un libro cruel, es un libro religioso, es un libro de arrepentimientos y de reafirmación, es un libro de búsqueda, atormentado, áspero, pero también de deseos, de anhelos, de esperanza.


Deberíais saber
que esperaba más de dos criaturas

a quienes les fue dado pensar: si no
os váis a cuidar realmente el uno al otro,
al menos podríais comprender
que el dolor se reparte
entre ambos

(Abril)


Si adoras a un dios, necesitas
sólo a un enemigo. (Mala hierba)

Después de ocurrirme todo,
me ocurrió el vacío.


(Final del verano)

Para mí la felicidad
es el sonido de tu voz

cuando me llamas, aun cuando

estás desesperada; mi dolor lo aceptas

como mío cuando no puedo
responderte con palabras.

(Puesta de sol)

sábado, 8 de noviembre de 2008

la tarde más disparatada del mundo


Llegaron las siete de la tarde y aún no había fregado el baño, es de creer. Enchufé el ordenador, que hay que ver lo sensible que se pone. Que si ahora debe usted suscribrise, que si está en peligro, que si además no debe(de)dejar de contactar con todo el mundo a través de una red de enlaces que tú, también es verdad, has elegido libremente. Luego avisos de recados pendientes, de mensajes no necesariamente de amor en tu buzón, de acciones perentorias de actualización -ha dejado usted de estar al día, que lo sepa-.

Y luego la colada, el otro plano, lo que podríamos llamar el real world, una especie de realidad que a fuerza de pantallas se está volviendo cada vez más lejana. Venía de comer con unos amigos, gente honrada de vida sencilla, de esa que aún cree en el matrimonio y en los hijos. En estos casos habría que preguntarse siempre, como parte de un proceso de higiene mental, si ambos, matrimonio e hijos, creen a su vez en ellos. Venía de una mañana soleada, de un estado de ánimo total, pero para qué engañarnos, llegan las siete y empezamos con el ordenador y no empezamos con la colada. Ayer estuviste de cena con lo que tú, con lo que yo, vienes llamando, la pandi y vaya cuadro. Uno que si gris, otra que si te dije diego, otra que morena y el marido recordándoselo, la Concha con su cámara de fotos, tú, bueno de ti mejor no hablar, a tu lado ese ser, apenas veintisiete años, al que conocías pero al que has vuelto a conocer, y el anfitrión, pues eso, atendiendo a sus amigos. Consecuencia de todo, que como te has ido a comer con el tiempo justo, ahora te encuentras con una silla llena de ropa que apesta a tabaco de anoche. La colada en su cesto también apesta a tabaco. Uno, dos, tres, cuatro, y quién sabe si cinco cafés, tienen la culpa de todo. O fue del chachachá. Pues sigo sin saberlo, y aún nos queda la noche.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Jueves, una del mediodía


Quizás esto es lo más parecido al espacio y al tiempo de la felicidad. Pero te falta alguien. La gente pasa, dialoga, interceden unos por otros, a veces sin mucha fortuna y otras veces con clara maledicencia, que nos gusta. Los teléfonos móviles se llevan el primer puesto de objetos felices.

La gente también come. Es una hora propicia para la cerveza, sin ir más lejos tú estás tomando una, en ayunas. La posas sobre la mesa donde has puesto el portátil nuevo. Tantas cosas nuevas últimamente, tantas adquisiciones en los últimos días, moto, portátil, chaqueta, y por otro lado tantas pérdidas. Miras atrás y descubres qué compulsivas fueron las acciones que te llevaron a tener esos objetos, pero ahora te hacen feliz, extrañamente te siguen haciendo feliz.

Has pedido unas patatas, las rompes en la boca.

¿Y qué más?

Es la ciudad que amas, la de siempre, eso demuestra que eres un hombre fiel, que no te asusta el mismo rostro distinto de cada día, que la novedad del mundo es algo que depende de ti y no del mundo. De pronto te viene a la cabeza un poema de Cavafis, por ejemplo, y lo usas para argumentar a tu favor. Hoy nada está en tu contra. Hace sol. La gente pasa, dialoga, come, vive, tiene hijos, tal vez luego se muera. Y tú con tu disfraz de hombre te has deslizado por una fisura de la mañana. Pero te falta alguien.

martes, 4 de noviembre de 2008

Binomio fantástico



Onda Regional. La radio se mueve. (105.3 FM)
19/11/08

Había empezado a llover. Una nube gris, oscura, densa, avanzaba sobre el pueblo. Enseguida se encendieron las luces de la calle. Se hizo el silencio. Parecía que los coches habían desaparecido, que los viejecillos del parque habían desaparecido, que vosotros y que yo habíamos desaparecido.

Fue un segundo. Me acerqué a la ventana para cerrar la cristalera y que no entrase el agua de la lluvia. Un segundo y se fue la luz. Dos y volvió, pero no volvió la luz de la casa sino que un terrible rayo iluminó el firmamento. ¿Que qué es el firmamento?, es la bóveda del cielo que en aquel momento fue recorrida por la claridad de un rayo, de un terrible relámpago que había caído sobre la ermita, tal vez friendo al gallo de la veleta.

Cerré los ojos por el miedo, y creí oler a lo lejos el aroma de los pollos asados, pero no podía ser, porque el gallo de la veleta de la ermita del pueblo seguía allí cuando los abrí de nuevo. Pero algo más extraño llamó mi atención, el relámpago que había dibujado una línea de luz cegadora, de luz blanca, hasta caer desde la bóveda del cielo hasta el gallo de la veleta de la bóveda de la ermita del pueblo, se había deshecho en miles de fragmentos de luz, de trozos rectangulares, del tamaño de unas cuartillas, trozos blancos que caían poco a poco, o como la nieve, copo a copo, sin peso, mecidos por el viento que vino después de la luz y del ruido.

Saqué la mano por la ventana, la extendí lo más que pude. Ya no llovía, aunque eso no me habría importado. Me estiré de puntillas y al final alcancé uno de eso fragmentos del relámpago, una de esas partes pequeñas, blancas, rectangulares, que se mecía dando vaivenes a menos de un metro de la pared de mi casa.

No podía creerlo, era, efectivamente, una hoja de libreta, una hoja de una libreta blanca, sin una línea, sin dos líneas, sin cuadros, sin nada, o con nada, o como quieras. Lo que estaba claro es que estaba clara, limpia, blanca. Sin embargo, en el borde aún se encontraban los flecos que le salen al papel cuando lo arrancas de la espiral de alambre, con cuidado o sin cuidado, que da igual.

Así que cuando tuve entre las manos aquel papel blanco que había sido parte de la luz blanca del rayo blanquísimo que había a su vez cruzado la bóveda del cielo oscuro hasta caer sobre el gallo más oscuro de la cúpula oscurísima de la ermita del pueblo, se hizo de nuevo la luz en la casa, se encendieron las bombillas y el frigorífico empezó a hacer ese ruido que al rato ya no es ruido ni es nada. Pero además se encendió otra luz en mi cabeza, una gran luz, una gran metáfora de la luz, que despertó a mis neuronas que dormían tan plácidamente que hubiera sido un delito de haber existido un guardia en mi cabeza.

Hice “zas” con los dedos y ahí estaba. Un relámpago y una libreta, dije. Si no lo veo no lo creo, y cuando me di cuenta, o sin darme cuenta, miré aquella hoja tan blanca, tan limpia, tan luminosa, tan… de libreta, y me encontré con que había terminado, así de fácil, mi binomio fantástico, que si lo piensas, que si lo pensáis, al final de cuentas y de este cuento, no es ni tan binomio ni tan fantástico.

jueves, 30 de octubre de 2008

El cuerpo




Se puede amar a una persona por su cuerpo. Igual que se la puede amar por su inteligencia. A veces hay un cuerpo que se independiza y no es que la persona de la que forma parte sea una extraña o lo desmerezca, en absoluto. Pero el cuerpo a veces sutilmente se declara en rebeldía, cobra una vida propia, su propia dirección, su pasado, su presente. Hay cuerpos blancos de piel sedosa, con pechos que flotan en el agua, que parecen cambiar de forma y se mueven más lentos en la densidad del líquido, que se endurecen, que bailan, que te reciben, cuerpos que tienen párpados y vientre, que tienen boca y labios y hombros torneados, que huelen, que saben, que te marcan el camino con sus lunares, que te dicen toca aquí, pon tus manos, siente.

De entre todas las cosas del mundo
-parecen decirte con sus ojos entornados, con su sonrisa- esto es lo que quieres y yo te lo voy a dar.

sábado, 25 de octubre de 2008

El origen cierto de las cosas inciertas

Foto tomada del blog almaack.blogspot.com

Empiezo esta entrada sin saber lo que voy a decir. Empiezo esta entrada, sin embargo, sabiendo sobre lo que quiero decir. No siempre sabemos a dónde vamos, dónde vamos a parar, qué o quién nos esperará al final, pero es más fácil saber de dónde venimos, desde dónde partimos, qué hay detrás que nos empuja hacia delante. Eso también pasa con las palabras. Aunque parezca extraño, sabiendo de dónde venimos es más fácil saber dónde vamos a parar. Sabiendo de dónde vienen las palabras es más fácil saber dónde van a parar ellas y nosotros, usándolas, beneficiándonos aún del aliento de la primera persona que las pronunció o las esbozó sobre una libreta, para comprar una barra de pan o para escribir un poema en un avión de papel que arribe en la ventana de una joven con pecas.

Recordar viene del término latino recordari, y este a su vez de la palabra cor, corazón, dice Joan Coromines en el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, que estos días se puede comprar conjuntamente con varios periódicos, los sábados con La verdad, los domingos, con el ABC.

Hoy he llamado a una amiga por teléfono y me ha hecho recordar quién fui, cómo me sentía hace años, cuando era más joven y más audaz y más tonto. Y de pronto me sucede lo mismo que con las palabras, que nunca sé dónde voy a terminar, que nunca sé dónde vamos a terminar, por eso he buscado su nombre en el diccionario y he encontrado nuestro origen, hace unos días, apenas unas semanas, un tiempo relativo y entonces he escrito esto, sobre el futuro y las cosas por venir.

lunes, 13 de octubre de 2008

Los viajes virtuales


Aunque quede cursi hay que decirlo, a veces uno viaja en la ilusión de los demás. Por ejemplo, coges el teléfono y llamas, y luego, lo más normal, alguien descuelga y contesta. Seguidamente escuchas una voz dulce que te encanta y esa voz y no otra te transmite la ilusión del viaje, de partir a otros destinos, que sí, es cierto, la alejan de ti, pero claro, tampoco es esa voz algo que puedas considerar tuyo, o que consideras algo tuyo pero en un grado íntimo y privado. En otras ocasiones abres el correo y ves un mensaje, ves que el mensaje cita Groenlandia, que habla de julio, de diecisiete días, que quieren que vayas, o simplemente otro día te sorprendes desplazando el dedo sobre la cornisa cantábrica de un mapa siguiendo el camino de los peregrinos hasta el finis mundi.

Hace unos años asistí a uno de estos viajes virtuales, como espectador. Habíamos programado una excursión a Almagro, al Corral de Comedias, para ver una obra de teatro y convivir con nuestro alumnos por las Lagunas de Ruidera o el Castillo de la Orden de Calatrava que está en Aldea del Rey y al que fue imposible llegar. Como me gustan las bibliotecas tengo alumnos-amigos lectores, gente friki, no nos engañemos, y ese año conocí a dos personas muy especiales. Uno se apuntó sin pensarlo, pero yo veía al otro indeciso. Al final se quedó en tierra, con una excusa que parecía poco convincente, pero sus razones tendría.

A lo largo del viaje yo observaba cómo su amigo le mandaba mensajes de forma continua. Me di cuenta de que estaban viajando los dos. El que se había quedado estaba sentado frente al ordenador e iba introduciendo en los buscadores de internet los lugares donde recalábamos, y así leía y miraba las imagenes, seguía las geografías planas de los mapas, dándoles los volúmenes que su imaginación suponía, se adelantaba a los lugares, a las paradas previstas, aprovechaba las informaciones más pequeñas, los detalles que pasaban desapercibidos para los demás.

Siempre he tenido el recuerdo de que viajó con nosotros. Otra manera de faltar a la verdad. Como la de este fin de semana. A veces uno está en Cabo de Palos con Diego y María Luisa, con Javi y Laura, con Tole y José Óscar, pero en realidad, para qué engañarnos, está en otras partes, en viajes virtuales hacia los que ya hace unos días que ha partido o hacia los que pronto partirá.

sábado, 4 de octubre de 2008

Las mujeres infinitas


Una noche me salvó del aburrimiento Robert Crumb. Me salvó del aburrimiento o de algo peor, la nada cotidiana. Mis problemas con las mujeres cuenta desde cierta ironía la relación del dibujante con esas mujeres hiperbólicas que lo habían enamorado, ignorado, pataleado, excitado, a lo largo de su vida.


Me sonroja leer a Robert Crumb cuando hay gente alrededor, igual que me sonroja quedar con una chica -no sé, cierta infancia que aún se cuela por los patios de mi vida como un niño que entra en las estancias más oscuras buscando una pelota-. Así que esa noche me fui pronto a dormir alejándome de mi familia con el álbum debajo del brazo. Y entonces lo vi. Yo no era, por supuesto, Robert Crumb, ni siquiera creo que fuera posible que nos pareciéramos, pero hubo algo que me llamó la atención, algo en lo que sí que éramos iguales, porque no sé cómo, pero había notado ya desde la adolescencia que cuando quedaba con una chica, a tomar café, por ejemplo, me veía después como un crío pequeño hablándole a una mujer infinita.


Hoy se lo he dicho a mi amiga María Dolores, con la que comparto algunas cionfidencias, mientras iba creciendo poco a poco, estirándome, llenando de nuevo la camisa con mis brazos que poco a poco iban cogiendo su musculatura, sus manchas, la marca del reloj. Durante un rato había sido un niño y ahora estaba volviendo a la madurez, adoptando de nuevo los vicios de la edad en este cuerpo de treinta y tantos años, dejándome crecer la barba, hasta el momento exacto en el que escribo esto.


Tenía que decírselo a ella, mi amiga, tenía que decirle que esta tarde la vida había sido un jardín donde me estuve tirando por el tobogán de un sueño infinito. Y Robert Crumb lo sabía.

martes, 30 de septiembre de 2008

Anónimos



A veces uno lanza sus tristes redes a estos ojos oceánicos de internet. Luego, como un pescador, las recoge pacientemente. En algunas de estas ocasiones le complace irse a google, a su buscador de imágenes y escribir nombres de personas que conoce, otras veces se los inventa, en otras intenta conocer el perfil de unas narices concretas, las formas puntiagudas de un omóplato, el canto de las uñas a la francesa de una gatita o de una princesa canaria. Cosas así que a veces no se alcanzan, porque en lugar de la imagen previsible aparece el retrato de personas anónimas, seres extraños que desconocemos, con sus añoranzas, sus sueños, sus odios. A veces son amas de casa que han hecho un curso de internet en la asociación de mujeres de su barrio, otras asesinos que quieren la fama que se les debe por sus hechos, otras carniceros orgullosos con sus mandiles manchados de sangre. Gente, como nosotros, como ese hombre que ha enchufado el ordenador y ve la imagen que ha captado la web cam. Por un momento un rey en su soledad, luego un ser anónimo que podría salir con el traje nuevo del emperador a pedir limosna sin que nadie se percatara de ello.

sábado, 27 de septiembre de 2008

reinventar el pasado

Abrí la imagen y no vi nada extraño. Como estamos siempre juntos no caí en la cuenta. Miré la foto y sonreí. Recordaba perfectamente el momento en que la hicimos. Falta el fotógrafo, David, que presumiendo de cámara quiso retratarnos para la posteridad. Así que nos tiramos al suelo delante de una composición. Estábamos en Arco y acabábamos de comernos un horroroso bocadillo de calamares rebozados. No sé muy bien a quién se le ocurrió la idea, pero nos hizo felices a todos, total ya habíamos estado tirados en el suelo un rato antes, recuperando fuerzas.

Sin embargo, al rato vuelvo sobre la foto. Hay algo extraño. Una luz esquiva en los ojos de Antonio, tal vez algo de nostalgia, como si estuviera ausente. Es el único que está en cuclillas con su camisa a cuadros y su recado de fumar entre los dedos, a punto de irse, tal vez recién llegado. Pero a qué engañarnos, es un montaje, hay muchos detalles que lo demuestran, pero la verdad que transmite es irrefutable e irreemplazable ya.

He olvidado como fueron las cosas. Dicen que Antonio no estuvo allí, pero eso son habladurías. Ha sucedido como en los buenos cuentos, cuando la ficción no suplanta a la realidad sino que se confunde con ella.

Así que yo prefiero recordarlo de esta manera. Es, de una forma curiosa, mucho más real.



Algunos miembros de la pandi, también conocidos como "minipandi":
Concha, María, Antonio, yo, Salva y María Dolores.
De fondo un conjunto playero.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Mirando contra la pared


Estos días estoy recordando cosas del pasado, de cuando yo era más yo o menos el yo de ahora. No se trata de una vuelta nostálgica, que, no nos engañemos, estoy muy a gusto con la persona en quién me he convertido con los años.

Me he encontrado con la página de mi blogamigo Tucumán846, y he leído una de sus entradas, la del día 23 de septiembre de este año. Quizás haya sido eso y la necesidad de escribir algo o el deseo de abandonar una desidia momentánea que me tiene como a un niño castigado frente a esta pantalla, paralizado, esperando respuesta. Al leerla he recodado un ejercicio que proponía en mis talleres de creación literaria del centro cultural de El Carmen.

Recuerdo una tarde lluviosa, como ésta, una tarde de invierno en la que el cielo reparte las últimas migajas de su limosna en forma de oscuridad. Nos levantamos y miramos por las ventanas. Teníamos que estar en silencio, teníamos que ver, mirar con la conciencia de que el mundo estaba allí afuera, frente a nosotros. Luego en silencio volvimos a nuestros puestos en la mesa y empezamos a escribir, yo también. Jesús Bastida escribió un poema precioso sobre la vida que supo ver en el bloque de enfrente, supo encontrar las fisuras de esa limosna de la noche, supo sacar partido al momento.

Mirando contra la pared el mundo parece un castigo, pero no siempre.

Así que entorno los ojos y supero este muro de imágenes e información. Me voy al buscador, miro la cartelera y elijo un pase y una película -otra clase de muro que no es un castigo-.

Me pongo la chaqueta y echo a andar. Adiós.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Sexo

Bien, empecemos por los principios de este blog que claramente no los tiene. Uno escribe para sí mismo, al menos eso dice el cincuenta por cierto de mis amigos escritores (el otro cincuenta ni siquiera escribe -sector con el que cada día más me identifico, tal vez por el exceso de Vila-Matas en mi vida). Pues ese cincuenta por ciento que escribe para sí mismo ha terminado teniendo un blog. Seamos sinceros, nadie se lo ha pedido. Nadie nos lo ha pedido. Pero ahí que nos lanzamos. A blogear. Al principio empezamos colocando post prácticamente todos los días, luego pasamos a uno semanal y después, en muchos casos, se termina por olvidar la clave y se deja el blog en manos de los servidores, con la esperanza de que algún día un alma caritativa les dé el final que se merecen, algo digno y discreto.

Pero hay algunos que persisten. Para dos años va mi pequeña caja de tormentas, casi un año hace que empecé con este salón de los pasos perdidos. Pero aquí llega el segundo problema, ¿qué sentido tiene un blog que nadie comenta? ¿No deberíamos abandonar un medio que estaba pensado para el intercambio de ideas si no suscitamos ni un comentario? ¿Será verdad que terminamos escribiendo para nosotros mismo -pero no como principio sino como imposición-?

Tal vez por eso acompañaré esta entrada con una foto escandalosa y con un pie para esa foto algo más escandaloso, de esos que incluye alguna de las palabras más buscadas en google. A ver.

Foto de Helmut Newton que explicita la virulencia de la atracción sexual


Sólo me resta decir una cosa, bueno, dos: que yo no escribo sólo para mí; y en segundo lugar, MARIQUITA EL QUE NO COMENTE.

viernes, 29 de agosto de 2008

No eran tan fieros




Siempre había visto por fotos, por palabras propias y por ajenas, que los escritores eran gente seria, profunda o ligeramente tristes, según el momento de su vida, imbuidos de la solemnidad que su trabajo les imponía de una forma irremediable. Hombres que en realidad eran pararayos de dios, portadores del fuego prometeico, transmisores de las palabras de la tribu… Pero anoche, al entrar en mi blog de lecturas, cajadetormentas, revisé la columna de la derecha, y deslicé el curso hacia abajo, de una forma rápida. No me detuve a leer nada, sólo veía las fotos de los autores que han aparecido a lo largo de estos dos años en una sucesión que los mostraba -lejos de hombres y mujeres con ese sobrio y responsable ceño de los que han luchado con el ángel para vencerlo- como una galería de personas normales, padres de familia, oficinistas, directores de cine, mensajeros, atareados compañeros que vienen del supermercado con la compra para el fin de semana, que bajan la basura. Gente normal que experimenta alegría en unos casos, satisfacción en otros o aventura como en la foto de Vila Matas. Hombres aparentemente tranquilos como Julio Verne en la costa con su familia, cómplices como Raymond y Tess, o como Eugenio de Andrade y el Micky de Cántico, su gato negro o evadidos en la indiferencia como el caminar de Pessoa.

Quizás si algo había en común a todos era la moderada manifestación de esos sentimientos, como si el exceso de vida de sus libros apenas quedara esbozado en sus caras. Pero, no cabía duda, estaba allí, como una revelación final del oficio de escribir, no tan fiero, claramente humano, creando un lugar también para la alegría, la satisfacción, la complicidad, la amistad, el orgullo de ser lo que son.

lunes, 25 de agosto de 2008

Confesiones de un niño católico

Al leer el prefacio del libro de Michel Onfray La fuerza de existir, mientras el escritor recorre sus años infantiles en una institución de educación francesa, regida por los padres salesianos, me he dado cuenta, bajo la atenta luz de sus palabras, de un hecho que hasta ahora nunca había formulado pero que había intuido, que mi formación fue una formación religiosa y no porque hubiera estudiado en un colegio de curas sino porque yo era un alumno enteramente católico. Lo curioso es que mi formación estuvo aparentemente apartada de los valores de una vida trascendente ya que mis padres en cuanto pudieron burlar las estrecheces de la economía familiar nos cambiaron a los tres hermanos de un colegio público, donde aún había crucifijos en las clases, a una cooperativa con cierto sabor de izquierdas, algo más libre, algo menos prejuiciosa, un colegio que habría hecho en cierta medida las delicias de Rodari.



Mis padres no iban a misa y en casa las cuestiones religiosas se trataban de una forma velada, como sucede con las supersticiones. Mi madre a su manera era creyente entonces, aunque ella siempre ha preferido cuidar las cuestiones del alma a través del cuerpo, con leche y galletas a media tarde. Mi padre no hablaba de esas cosas y cuando lo hacía lo hacía desde la nostalgia de la vida de su padre y de su propia vida, sometidas a un régimen dictatorial católico e intransigente que acabó con las esperanzas del primero y condicionó la actitud vital del segundo hacia lo que en mi familia se llama ser de izquierda genético, algo, parece ser, incompatible con la iglesia. Así que no sé claramente de dónde saqué yo esos hábitos y aspiracones creyentes que amoldaron mi persona en los años de la infancia y de la pubertad, y creo que hasta hoy mismo. La rectitud me persiguió siempre, la culpa aún me reconcome, el deber y lo indebido, y especialmente el temor, forman parte de un bagaje moral que hubiera deseado perder en alguna fonda a lo largo de estos treinta y cinco años.

En algún lugar he oído que todo buen creyente es temeroso. Tal vez esas frases anodinas, que se dicen por decir, como salidas de la lengua piadosa de las beatas de barrio que las repiten como letanías de iglesia, o como cuando un niño dice, noche tras noche, a sus padres que pasan la velada en el salón, “hasta mañana si dios quiere a todos”, tal vez, decía, esas frases, esos gestos, no sean tan banales. Los crucifijos, los cuentos infantiles, los ángeles de la guarda, ideas como el paraíso y el infierno, que nos asustan en la infancia, las vidas de los santos –recuerdo un poema de Ana Rossetti en el que evoca cómo prefería los martirologios a los cuentos de Lovecraft-, son la superficie de un mundo que creíamos abolido y que sin embargo tiene sus valores profundamente enraizados en nuestra cultura.


Por eso, creo, pasaba por los colegios laicos de una comunidad obrera con mi visión católica, digamos “innata”, y desde ese cristal observaba la realidad deformándola para que el deseo de ser monaguillo, que albergaba aquel niño que era yo entonces, no fuera en balde. Tal vez por eso sufrí con AMDG de Pérez de Ayala o con otros relatos tan propios de nuestra literatura anticlerical y ahora simpatizo con el terror y el temor del niño Michel Onfray.

Temor y terror han guiado en parte mi vida, lo veo con claridad pero no sin inquietud. Ahora, acostumbrado a las cosas más modestas, espero que el libro de Onfray me depare otras sorpresas que hablen de mí aunque sea en voz baja.

jueves, 21 de agosto de 2008

Los Teutul viajan por Europa


Uno tiene sus aficiones y estas aficiones se acentúan en verano. Quién sabe por qué un día decidí seguir las peripecias de la familia Teutul, la familia que dirige o.C.c., una curiosa fábrica de motos por encargo de la antigua escuela. Ahora están de gira por Europa y montados en unas impresionantes Triumph, buscan la esencia del espíritu europeo sin desprenderse de su temperamento norteamericano.

Turistas lo que se llama turistas no son. Algo peculiares los Teutul viajan por Inglaterra, por Escocia y por Francia, realizando un itinerario que ha planeado el pequeño de la familia, Michael, un rubio con tirabuzones de ciento veinte kilos, más o menos, que en realidad se dedica a agradar a su padre y a facilitar la comunicación entre los Teutul con métodos no del todo ortodoxos como sus curiosas técnicas antiestrés que terminaron con la puerta mecánica del taller de Orange Country Choppers o su manera peculiar de hacer los recados como cuando en compañía de uno de sus amigos fue a la casa de su padre a recoger la figura de madera del querido perro de Paul y terminó metiendo una furgoneta en una estanque en obras, cosas así que al mayor de la familia, una fiera imitación de Hull Hogan, le hacen desternillarse de risa.

Ellos tienen su forma de ser, es decir, ellos tienen claro que son norteamericanos, o quizás, no lo saben, o no saben que son como son, ya que viven desde la normalidad más absoluta su curiosa manera de habitar este mundo. Su paso no deja indiferente a nadie, aunque a ellos las costumbres de los distintos lugares no parecen afectarles demasiado. En Londres chirrían ruedas ante los impávidos gentleman del centro del mundo anglosajón o se aburren a lo Homer Simpson en el autobús turístico y ante el nada atónito guía que no pierde ni en un solo momento la compostura. En Edimburgo se llevan de paseo en una escooter al gaitero que ameniza la entrada al castillo y en Francia llegan a la conclusión de que los gabachos tienen un problema serio con su idioma.

Pero no nos engañemos, al final los Teutul son entrañables. Es esa ingenuidad de los pueblos jóvenes lo que los hace encantadores. Yo he empezado a decir que no veo el programa que se emite en uno de los canales más terribles de documentales de nuestra televisión, Discovery channel, y he aquí el problema, me inquieta tener que afirmar que ya no veo American Chooper, the series, cuando de una u otra manera, al final termino a las ocho y media sentado en el sofá de casa y cambiando de canal por azar hasta llegar al dial 90. Ellos homenajean todo lo que ven, a su manera, Edimburgo es para ellos el escenario de una película de Meg Gibson, Francia Salvar al soldado Ryan, Londres Mary Poppins. Así van las cosas. Pero qué le vamos a hacer, ellos no dejan de ser lo que son y en el fondo es una autenticidad envidiable, sana, capaces de pasar con indiferencia ante Stonehenge y, sin embargo, de perder la color frente a un monolito de cemento que conmemora las bajas norteamericanas producidas en el desembarco de Normandía.

Y yo sin saber quién soy.

lunes, 28 de julio de 2008

Lectura de Louise Glück



Escritora norteamericana. Nació en la ciudad de Nueva York en 1943. De formación académica, ha ganado premios de prestigio como el Pulitzer por su poemario The Wild Iris (El iris Salvaje), el Nacional Book Cristics Circle Award, entre otros.Actualmente trabaja de docente en Massachussets y en la Universidad de Yale.

Ha publicado una decena de libros de poesía. En castellano contamos con dos traducciones:

-El iris salvaje, traducción de Eduardo Chirinos.

-Ararat, traducido por Abraham Gragera.

Los dos libros editados por la editorial valenciana Pre-textos.


Cuando leo, subrayo los títulos de los poemas que me han gustado especialmente, pero el lápiz también se desliza por los márgenes señalando versos sueltos que por diversos motivos me gustaría pensar que son memorables. Aquí unos ejemplos de mi lectura de este Ararat.


"Y algo cambió: al morir mi hermana

el corazón de mi madre se volvió

muy frío, muy rígido,

como un pequeño medallón de acero.


Me pareció entonces que el cuerpo de mi hermana

era un imán. Lo sentía atraer

el corazón de mi madre hacia la tierra,

para hacerlo crecer."


(De Amor perdido)

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"En realidad es lo mismo ayudar a una persona

a dormir que a morir. Las nanas dicen

no tengas miedo, parafraseando los latidos

Del corazón de la madre.

Así los vivos lentamente se serenan; sólo

los que van a morir son incapaces, se resisten".


(De Nana)

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"Y por eso no soy de fiar.

Porque una herida en el corazón

Es también una herida en la mente."


(De El hablante indigno de confianza).

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"A mi modo de ver,

mi madre estuvo siempre oprimida

por mi padre, como si él

hubiera atado con plomo sus tobillos."


(De Nuevo mundo)

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"Debería herirse

Solamente algo a lo que se le pudiera dar

el corazón entero."


(De Animales)


Podrás leer varios poemas de Louise Glück

cajadetormentas.blogspot.com.

martes, 15 de julio de 2008

Lectura en La puerta falsa



Hace muchos años, a finales de 1997, antes de editarse el libro El otoño encarnado de Ives de la Roca, un grupo de amigos asistimos a la cafetería La puerta falsa de Murcia para leer los poemas del autor hispano-francés que había excusado su ausencia por una enfermedad. Nadie sospechó lo que había detrás. Así empezó a vivir Ives de la Roca. Poco a poco tomó cuerpo como esas mentiras que a fuerza de repetirse se vuelven verdad.


Los cómplices: Ginés Sánchez, Raúl González, Fina Tafalla, yo y Javier Murcia.


La calle

Miro desde mi casa de Lubéron

El mercado, la gente gris

Con metáforas en la voz:

Jengibre, mirra, muérdago.

La alegría parece un juego fértil

Para este otoño de la edad.



Filemón y Baucis

Es lúdico que te ame,

Que en este piso la estrechez

Haga el roce.

Que yo no vea tu sepelio,

Que tú el mío tampoco,

Hemos convenido.

Es lúdico y amable

Que tú me ames,

Si acaso me amas.

Abres de par en par

Las puertas del balcón,

Y en esa claridad

Lees a Ovidio,

Das cobijo a los dioses.

Tal vez esté en su voluntad

Concedernos la vida que nos quede.

La saveur des cerises

À mon père, lecteur de ces vers.

TANT que nous grandissions
Gradissaient aussi
Les branches du cerisier,
Les fruits de ces branches
Et l’ombre sur ces primeurs.
Nous oublions nos vélos,
Nos billes, notre toupie
Avec sa ficelle de nylon
Pendant la douceur de ces jours-là.


Et nous grimpions
Sur ces branches,
Goûtant ces fruits,
Et sautant comme des funambules
Dont le sort pendait
Du fil des nuages.

_________


Les heures de la nuit
Devenaient longues en octobre,
Et l’hiver se présentait comme un long
Tunnel entre deux vallées,
Ou entre deux rues,
Ou entre deux années.


Les nuit de pleine lune
Du mois de janvier,
Les chats tristes
Rôdeaient auprès des cerisiers.
Des ombres obscures
Qui sautaient dans le rêve
À travers les stores de bois,
Où mes mains pressées
Ouvraient lentement le pas
À mes yeux ouvers comme des assiettes.


Et une fois vaincu par la fatigue,
Le visage nu
Sur le cristal gelé,
Ils virevoltaient dans la mémoire,
Comme une pelote,
En dessinant, avec de l’encre de Chine,
Des ombres de tigres noirs
Sur les murs.

_________



Le matin,
Une branche rougeâtre et raide
Tapait sur le rebord
Et moi, de très loin,
Mais comme qui regarde
Pour être vu, je la regardais
Avec les tresses d’une petite fille
Et son uniforme
D’école des filles.


Et bien que nous fûmes des amants
À douze ans
Et sans nous parler,
Jamais nous n’avons gravé nos noms
Dans un coeur
Sur l’écorce de cet arbre-là.
_________


La place s’illuminait
Dans les jours de mars,
Avec des fleurs tout petites
Que le vent de la mi-mars
Balayait dans les rues


Dans les jours de mars, je m’asseyais
Aurprès des cerisiers,
Et, les mains toutes propres, je les touchais
Et je me sentais étranger,
Comme si le vent entre ses feuilles
Chantait une chanson
Avec des choses qu’on gagne
Et des choses qu’on perd.

__________

Et je te rappelle,
Taillant de tes mains
Les branches jeunes,
Guidant leur ombre
Qui se confondrait
Au bout des années
Avec notre propre ombre.
Tes mains firmes et flexibles
Comme les mains du cerisier
Dans les matins
Bleus de septembre.




Traducción al francés de Diego Morales

























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El sabor de las cerezas

A mi padre, lector de estos versos.

MIENTRAS crecíamos / crecían con nosotros/las ramas del cerezo,/la fruta en esas ramas,/la sombra en estas frutas. // Dejábamos las bicicletas,/las canicas, la trompa/y su cordel de nailon/en la bondad de aquellos días.// Y nos subíamos/ por estas ramas,/ probando aquella fruta,/ y saltando como funámbulos/ cuya suerte pendiese/ del hilo de las nubes.

Las horas de la noche/ se hacían largas en octubre,/ y el invierno se presentaba como un largo/ túnel entre dos valles, / o entre dos calles,/ o entre dos años. // En las noches de luna llena/ del mes de enero,/ los gatos tristes / merodeaban los cerezos. / Sombras oscuras / que saltaban al sueño/ por las persianas de madera, / donde mis manos azoradas / abrían paso lentamente/ a mis ojos abiertos como platos.// Y una vez que caía de cansancio,/ con la cara desnuda/ sobre el cristal helado, / daban vueltas a la memoria,/ como a un ovillo,/ dibujando con tinta china/ sombras de tigres negros/ en las paredes.

Por las mañanas/ una rama rojiza y tensa/ golpeaba el alféizar, / y yo desde muy lejos,/ pero como quien mira/ para ser visto, la miraba / con sus trenzas de niña / y su uniforme / del colegio de paga.// Y aunque fuimos amantes/ a los doce años/ y sin hablarnos,/ jamás grabamos nuestros nombres/ dentro de un corazón/ en la corteza de aquel árbol.

La plaza siempre se iluminaba/ en los días de marzo,/ con una flores párvulas/ que el viento de mediados de ese mes/ barría por las calles.// En los días de marzo me sentaba/ cerca de los cerezos,/ y con las manos limpias los tocaba,/ y me sentía extraño,/ como si el viento entre sus hojas/ cantase una canción/ con cosas que se ganan/ y cosas que se pierden.

Y te recuerdo/ Podando con tus manos/ las ramas jóvenes,/ guiando su sombra/ que se confundiría/ al cabo de los años/ con nuestra propia sombra./ tus manos firmes y flexibles /como las manos del cerezo /en las mañanas / azules de septiembre. (Allí donde no estuve. Rialp. 2004)

domingo, 6 de julio de 2008

Presentación de "Diario de las bestias blancas" de Diego Sánchez Aguilar

24/06/2008

Hemiciclo de la Facultad de Letras

(Universidad de Murcia)



En 1901 nace en Suiza Alberto Giacometti. Este pintor y escultor se forma en París con los primeros movimientos de vanguardias, pero a partir de los años cuarenta da un giro a su carrera y emprende un camino absolutamente al margen. El mundo ha conocido la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración, la bestia sin colores de la muerte.

En Montparnasse, a medio camino entre la cueva troglodita y el estudio de un artista, empieza a crear un universo personal poblado por pequeñas figuras casi invisibles -de hecho cuando viajaba a Zurich, las llevaba en los bolsillos de su chaqueta-. Las construye primero en arcilla o escayola, pero antes de fundirlas en bronce las figuras van perdiendo consistencia física, prácticamente se quedan en hilos verticales que se sostienen por la costumbre más que por las leyes físicas. Giacometti quita y quita hasta dejarlas en la mínima expresión. Son casi ilusiones ópticas que pueden desaparecer en cualquier momento.

Estas figuras, que aparecen en unos pocas situaciones que se repiten, como la de un hombre andando o la de pequeños grupos de seres extrañamente aislados, son humanas, filiformes, desnudas a veces y extremadamente delgadas, figuras como escapadas de Dachau, según señaló la crítica en su momento. Estos hombres son frágiles pero enormemente expresivos, están en actitudes cotidianas, como el Hombre cruzando la calle de 1960, muestran el sentido débil de la existencia humana, bajo la amenaza de destrucción por el parte del espacio que lo rodea.

En 1974, un año después del memorable 1973, nace en Cartagena Diego Sánchez Aguilar. Pasa , por lo que sabemos y por algunas fotos vistas en casa de sus padres, una adolescencia marcada por el rock, veranea en Los Urrutias, luego en Cabo de Palos, donde ahora vive, y viste camisas a cuadros y lleva tupé. No sé por qué, pero la experiencia como docente te muestra que los jóvenes rebeldes, los que no encuentran el espacio en la cotidianidad para sus inquietudes, se refugian en la música, en las camisetas negras, en los pelos largos. En Diego ya está despierta la curiosidad, su manera de aprender casi enciclopédica. Después no abandona sus gustos musicales, sino que los asume dentro de una realidad cultural más amplia. Y llega la Universidad, y Diego se alarga como las figuras de Giacometti, -pero no es ésta la analogía que quiero mostrar-. Quizás de entonces viene mi primer recuerdo de Diego, entrando a clase, espigado, con su chaqueta negra de cuero, un hombre adelgazado, como salido de un cuadro de El Greco. Más tarde supimos que hacía el servicio militar, uno de los últimos. Y a partir de ahí llegó la amistad, poco a poco, como las cosas que merecen la pena. La amistad de Diego es extraña, porque es silenciosa. Recuerdo cuando ese verano me visitó en Los Urrutias, llegaba en su coche vestido con un bañador sobrio, siempre colores oscuros y la camiseta de invariable estilo ferrys con bolsillo para el tabaco de liar (sólo el tiempo y María Luisa han conseguido meter el color en la estética diaria de este hombre), iba descalzo, tal vez por la imposibilidad de encontrar unas zapatillas de su medida. Recuerden que José Daniel Espejo en su blog Famosos en acción define a Diego como el poeta con los pies más grandes de España. Nos sentamos en una terraza y la mayor parte del tiempo estuvimos en silencio, pero a gusto, en una placentera armonía que fluye del corazón. Los que lo conocen saben que donde está Diego no hay conflicto, que donde dijo es capaz de decir digo y que si hay alguien que pueda exprimir el meollo de una noche de verano de absoluta normalidad ese es Diego.


Presentar un libro cada vez se me hace algo más extraño. Los libros como la amistad están por encima de los prejuicios, como cuando nos conocimos Diego y María Luisa y Anabel y José Óscar. Los libros están algo más allá, son algo que sólo se puede conocer viviéndolo.

En su libro, como en su vida, una de las cosas que me llama la atención de Diego es que, a diferencia de otros escritores, su poesía parece evocar una concepción no exclusivamente literaria del mundo. Añadía José Daniel Espejo en la breve reseña que antecede a la entrevista que le dedica que Diego ha escuchado más música y ha visto más cine que nadie, y que la probabilidad de equivocarse en esta afirmación es de un 0,1 por ciento. El arte, la cultura aparece por todos lados. Y toda la cultura y todo el arte. En este libro, su primer libro después de la plaquet, Desde el vientre de la ballena, y de los poemas de Lindero de tinieblas, publicados en el Murcia Joven de 2002, encontramos la cultura filtrada a través de la televisión, del cine, de la música.

Pero lo que más me llama la atención es el lugar desde donde se escribe este diario. Cuando Diego ha hablado de este libro en otros momentos, como la presentación del número cinco de la Revista Hache, o en la carpa de cool-tura presentando el número veinte de El coloquio de los perros, mostraba el autoengaño de los hombres al dividir el tiempo en fracciones aprehensibles, una manera de olvidar lo que hay debajo, el vacío. Y eso es quizás lo más inquietante de este libro, la verticalidad, como en la poesía de Juarroz, sobre el que versa su tesis, el vacío, el hombre de Giacometti que viaja el lunes por la mañana en su coche camino del trabajo, que transmite una incómoda sensación de soledad, una inquietud filiforme, como un hilo a punto de quebrarse entre la esperanza fingida y el vacío, en caída, como Altazor.

Es ese hombre de Giacometti, adelgazado, rodeado de una soledad terrible quien esboza los poemas, alguien anónimo que camina o que señala o que simplemente pasa. Ese hombre para el que posaba en infinidad de ocasiones otro Diego, Diego Giacometti, su hermano, y que ahora aparece en este diario, pero tomado de la realidad, porque el mundo parece habitado por estos hombres frágiles y hastiados, casi ilusiones ópticas a punto de desaparecer.

Giacometti despertó el interés de Sastre y de Genet, sobre todo, el hombre petrificado, no ya por la escultura sino por la sociedad. Giacometti coincide con Diego en hacer objeto de su obra a ese hombre extraño, sensible pero aislado, frágil, inerme. El hombre que camina, el hombre que señala, el hombre rodeado por el absurdo.

Lo que veo me preocupa, dijo Giacometti. No sé si Diego coincide con esta afirmación en su libro. Hay como en El Quijote, como en las figuras del suizo, una distancia irónica respecto a sus personajes.

Por mi parte para terminar podría decir que lo que veo me enseña, que lo que veo me gusta. Lo que veo me emociona. Y lo que veo es el Diario de las bestias blancas de Diego Sánchez.

Diego dedicando libros a un público entregado.