sábado, 24 de abril de 2010

Libros y pájaros


Aljucer
24/04/2010

A mí entre otras rarezas me gusta pensar que cuando escribo tengo algo de Enrique Vila-Matas, incluso lo imito en los gestos frente al ordenador o sobre la libreta. Me pongo interesante, me digo “esto Enrique lo haría así”, y lo tuteo porque eso me da más confianza, como si fuéramos amigos de todo la vida, compañeros de copas, inseparables confesores de nuestros pecados veniales, y lo hago porque es como si así pudiera escribir mejor, aunque a la vez me disculpo diciéndome que otros por menos se han creído Maradona y han saltado al campo de fútbol de su pueblo los lunes por la noche aún soñando con que sus regates se parecen a los de Messi, porque cada uno imita a quien puede.

Sé que si me pongo inspirado me encantaría parecerme a Gabriel García Márquez. Rilke es una cima inalcanzable, incluso para el parecido, la copia, la más pura imitación. Me pasa lo mismo con otros escritores a los que he leído, a los que leo, a los que leeré. Incluso he llegado a escribir con diversos acentos, escribir, por ejemplo, mis poemas de Ives de la Roca, ese viejo escritor hispanoargentino que habité unos días, con un acento sureño parecido al de Borges, extraño, fricativo, en el que encontraba la música de los versos.

Los escritores somos gente rara de puertas para adentro, eso es indudable, pero me imagino que no más que los no escritores; que todos dialogamos como podemos con esa voz interna que tanto y tan poco se parece a nosotros mismos.

Están los que escriben sentados frente al ordenador, los que lo hacen tumbados, como el caso del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti; luego los que escriben en el móvil - apuntan endecasílabos a una velocidad endiablada como mensajes que quedarán en la carpeta de borradores, mensajes para quién me pregunto-; y los que escriben sin saberlo, los que ponen en una nota que alguien leerá después en la puerta del frigorífico pequeños poemas urbanos, cotidianos, llenos de la belleza de la sencillez. “Hoy se he acabado la mermelada, -escriben tal vez- / y aunque la de fresa es dulce/ para desayunar prefiero la de tus labios”; están también los que nunca apuntan nada, los que repiten de memoria, canturreando en voz baja su letanía añadiéndole palabras, poco a poco, asimilando su verso a la cadencia del camino, a la cadencia de los pasos como hacía Claudio Rodríguez.

Es como los lectores. Están los que leen siempre e invariablemente tumbados y que por tanto, bajo el peso de las letras que se les vienen encima, terminan también invariablemente dormidos. Están los que leen de pie. A mí por ejemplo me encanta leer en los quicios de las ventanas, con el libro apoyado en la repisa. También están los que estropean un libro al leerlo y ya no hay manera de arreglarlo. Cuidado con lo que prestáis. Y así hasta el infinito. Escritores, lectores que hacen lo que tienen que hacer en la intimidad de esos lugares cotidianos, oficinas, dormitorios, bibliotecas y transportes públicos, espacios anodinos que convierten con el simple gesto de abrir un libro en lugares únicos y exquisitos.

Yo , imagino que ya se desprende de lo que llevo dicho, nunca tuve pudor al imitar, nunca tuve ese pudor impropio del que hace lo que hace para sí mismo. Leer y escribir son partes de la misma realidad. Leer y escribir pienso son dos cosas que van de la mano. Dos actos íntimos e indisolubles.

De repente me cambia la entonación, y me pregunto ¿Actos íntimos? Onetti además de escribir tumbado también decía, probablemente en la misma postura, que "Todo escritor escribe para sí mismo, aunque muchos lo nieguen. Se escribe buscando lo que uno quiere leer”.

Pero yo me pregunto, y no quiero convencer a nadie, si de alguna manera no es un diálogo, cosa de dos, el que yo mantengo con Enrique Vila-Matas cuando sostengo mi cabeza en mi mano imitando la foto de la solapa de su última novela. Me pregunto si no estoy hablando con Enrique, al que vuelvo a tutear, para aprender con él, si no aprendo así a escribir. Me pregunto si mis escritos serían iguales si no hubiera abierto ese diálogo, extraño, cierto es, pero diálogo a fin de cuentas con el escritor catalán. Si hablándole a él, copiándolo, no he llegado a mí mismo con su participación. Si no he hecho, en última instancia, del hecho íntimo de leer a Vila-Matas un acto de dos, si entonces no he salido de mí para el encuentro de los demás.

El otro, me gusta pensar, está en algún punto de la escritura y de la lectura. Se escribe solo, pienso, pero escribir no es sólo sentarse a aporrear teclas en un ordenador, escribir, vislumbré en un momento de mi vida, era algo más, era algo así como una actitud ante la vida, un ser que habita de una forma extraña el mundo, y que encuentra consuelo en los demás seres extraños que lo habitan como él. Y me resulta curioso escucharme estas palabras, porque yo siempre he sentido una especial prevención frente a los escritores, me he sentido incómodo a veces, me he sentido diferente también a veces, pero no siempre, no siempre ha sido así, y ha habido momentos en mi vida en los que encontrarme con gente con la que poder compartir mis inquietudes me ha hecho feliz. Mis amigos, pienso, escriben, hablo de libros con ellos, nos recomendamos autores, hablamos de música, de cine, de las cosas que nos gustan y que compartimos. Y si en esos momentos soy feliz, como cuando me pongo mi camiseta del Barcelona y me voy al bar para ver la final de la Champion entre iguales y grito y doy cauce a mis pasiones, lo de la escritura no debe de ser muy diferente, algo más o menos igual, pero más escandaloso, por supuesto, porque los poetas cuando se encuentran felices beben y se ponen eufóricos y expanden sus corazones con el vuelo de las palabras.

Y termino. Me he dado cuenta de que si eso me hace feliz, tal vez no esté mal, tal vez, más allá del ejercicio de la escritura en soledad, como acto íntimo y solitario, me guste pensar que en algún momento de este hecho feliz están los otros, como cómplices de una aventura a la que ahora tal vez pongo punto y seguido pero a la que espero tardar mucho en poner un punto final.

viernes, 23 de abril de 2010

Creactiva. Aljucer 2010.


Mañana el Salón de los pasos perdidos y su hermana la Pequeña caja de tormentas se trasladan a Aljucer invitado por la ascioación Creaticva. A las once en el Centro de la Mujer.

Hablaremos en una primera sesión de la escritura como acto íntimo o social. Después, tras un descanso retomaremos las actividades a las doce con una lectura de los escritores participantes.

Y seguro que además hace buen día.

sábado, 17 de abril de 2010

Odette una comedia sobre la felicidad


Esta tarde he estado viendo Odette una comedia sobre la felicidad. En realidad quería dormir un rato, descansar, porque esta tarde quería terminar un cuento en el que llevo unos días trabajando, un cuento sobre dos amantes que al besarse se... bueno, aún no saben lo que les pasa al besarse y creo que sería un poco obsceno que se enteraran al leerlo en este blog, demasiada vida propia aquí, pensarían y estarían en lo cierto. Pero no, no me he dormido. He buscando entre las películas que ponían y me he quedado con Odette, pensando que su carácter liviano me ayudaría a conciliar el sueño y en un principio creí que lo iba a conseguir pero enseguida he abierto los ojos al ver como Odette sobrevuela las calles de su pequeño pueblo y se reprende, Odette, calmate, para volver a poner los pie en el suelo.

Odette trabaja en unos grandes almacenes, vive con una extraña familia, el hijo peluquero, la hija emparejada con un extraño ser que vive entre la abulia y la exasperación, tiene colecciones de muñecas, su casa es un tanto kitch, su dormitorio está adornado con un póster de dimensiones gigantescas donde dos sombras se besan contra la luz crepuscular de un sol iridiscente. Trabaja además en casa arreglando los adornos de las bailarinas del folies bergère, asiste a toda la trupe, los cuida, vela por ellos. Aparentemente la vida de Odette es una vida anodina.

Mientras en París el escritor Balthazar Balsan asiste en televisión a una de las peores críticas sobre su obra. Un crítico enervado por los argumentos de Balthazar le acusa, entre otras cosas, de que escribe para cajeras, dependientas, peluqueras. Que escribe, en definitiva, para Odette.

Las vidas de los dos se cruzan cuando el escritor se refugia en casa de Odette deprimido. Él lo tiene todo para ser feliz pero no lo es. Ella aparentemente no tiene muchas cosas para ser feliz, pero lo es al abrigo afectuoso de sus hijos y del recuerdo de un malogrado esposo, su Antoine.

No sé por qué me han entrado unas ganas terribles de escribir sobre Odette. Es una película extraña, entre la ironía y la incredulidad. Al buscar en google el nombre del director Eric-Emmanuel Schmitt no he encontrado otros precedentes en su obra, al contrario, es un hombre de teatro, ensayista, novelista. Es por ejemplo el autor del libro El señor Ibrahim y las flores del Corán cuya adaptación cinematográfica llevó a cabo en 2003 François Dupeyron.

Odette posiblemente no sea una gran película, pero el personaje de Odette me ha emocionado. Tiene una estética cercana a los episodios de Pipi Langstrump y cierto aire a lo Amelie y, por qué no, tiene igualmente ciertas escenas que recuerdan a Dreyer, como Jesús ascendiendo unas dunas con un travesaño de madera a cuestas. De repente me he visto riendo, sonriendo, asistiendo a algo feliz, cuando hay tan pocas cosas aparentemente felices últimamente en el mundo. Contra todas mis convicciones sobre el amor, Odette despliega una serie de argumentos que no comparto pero que he disfrutado, porque Odette, la película y el personaje, no impone su discurso sino que lo ofrece, no quiere que tú pienses como ella, no es un adoctrinamiento, pues siempre deja abierta la puerta a la ironía, a que pensemos que todo es una broma infinita.

Odette, dependienta de unos grandes almacenes, madre, viuda, creyente, un día se desmaya y al abrir los ojos se encuentra con Balsan que ha aprendido, como si hubiera ido al psicólogo, que lo primero que uno tiene que hacer en la vida, para ser feliz es conocerse a sí mismo y aceptarse.

Al final se compran una casa en la playa y ascienden a la luna.

viernes, 2 de abril de 2010

Escribir en Verona






Yo no sé tantas cosas,
el nombre de esta plaza, por ejemplo,
si esta luz es tan sólo
aquí, ahora, una parte más
del escenario,
o si es de ti de donde fluye,
fuente de vida,
canción del agua
que se ha de silenciar
cuando te marches,
Nuria, y dejes a oscuras
las calles de Verona.