martes, 15 de diciembre de 2009

Dos en la carretera


Hablando francés me hago un lío, casi tanto como interpretando los mapas de carretera. Y si el mapa está en francés mi confusión aumenta. Las cosas que serían fáciles se vuelven complicadas. Un libro de poesía es un enigma. La música, como una nube de tabaco, inunda el coche. Cruces, desvíos a izquierda y derecha. De pronto noto cómo tu mano oprime mi mano mientras cambio de marcha. Miro por el retrovisor. Veo mi ojo derecho, parte de mi cara, el pañuelo palestino que me regaló Agustín.

Nadie nos sigue y sin embargo juraría que un instante antes había visto la nube de polvo de otro coche. Sacas el brazo por la ventanilla, dibujas la línea de los cables de alta tensión que van paralelos a la carretera. El cielo es azul. Francia es un país precioso.

Y sólo dices una cosa. Ves, dices, ya nuestra vida es una película.

jueves, 10 de diciembre de 2009

OJOS


Como en un escándalo y no sé por qué, pero desde un tiempo a esta parte la gente, como en una extraña novela de Stephan Sweig, habla, sin ningún tipo de pudor y en mi presencia, de los ojos. Si fuera de los ojos de los otros lo entendería, lo aceptaría. Por ejemplo, hablar de tus ojos, de los ojos que copió Modigliani, no sólo me gusta sino que lo veo recomendable para el alma y para el cuerpo, porque son ojos que miran, que escrutan, que son piedras preciosas cuyo nombre hemos perdido, porque son sobre todo, como decía Machado, ojos no porque yo los vea sino porque me ven.

Pero mis ojos, dicen, son ojos limpios, una mirada limpia, inocente o no, puntualiza rápidamente Ángeles. Y yo le sonrío. Porque no sé hacer otra cosa en estas situaciones, me escondo detrás de la sonrisa, como una forma de decir, gracias, pero no me creo nada de lo que me dices, o sí, vale, pero sólo un poco de esas palabras.

El pequeño Frederick, en el cuento de Leo Leonni, termina reconociendo que es poeta. Pero Frederick, le dice un compañero, que días antes le echaba en cara que no hiciese nada, y ante sus palabras con las que lo conforta en los días de invierno, tú eres un poema y el pobre ratón se ruboriza antes de decir: ya lo sé.

Quizás mis ojos sean como los de ese ratón, ojos de poeta, que no sé, será por eso que miran y ven y a veces, incluso, tocan.

martes, 24 de noviembre de 2009

Cuéntame un cuento


Cuéntame un cuento, le dijo. Cuéntame una historia antes de irte o cuando llegas o ahora mismo, venga, pero cuéntame algo.

Él entornó los ojos. Su cuerpo era como un campo nevado que se adentraba en la noche, con los pasos diminutos de los lunares dispersos por su vientre. Ante la belleza de este paisaje le resultaba difícil pensar. Pero nadie quería que pensara, al contrario, ella sólo quería que inventara para ella una historia o mejor que recordara para ella un cuento, como la nieve, que volviera hacia atrás por esos pasos diminutos y trajera el cuento de entonces, ese cuento que no iba, desde luego, a competir con el que le contaba su madre, un cuento con la bruja Coruja, o con Juan Sinmiedo o con María Sarmiento. Cuenta, dijo.

Y él pensó en un cuento donde la luz fuera un tesoro y donde los dos protagonistas asustados por la incertidumbre del camino que se adentraba en el bosque tuvieran a la luz como amuleto. Zapatos rojos de charol, brujas buenas y malas, baldosas amarillas, islas con agujeros para ver las cosas desde el otro lado, huertos de lechugas, trenzas que se destrenzan y habichuelas que crecen hasta el infinito y mucho más allá.

Y él se puso sus botas de contar y la cogió de la mano y se adentraron por ese bosque que les había quitado el resuello, y llamaron a la bruja con todas sus fuerzas y la bruja apareció con sus dedos de cosquillas y los estuvo torturando hasta la luz del alba que no estaba muy lejos. Y cuando ella no pudo más, cuando su cuerpo resplandeció con esa luz, cuando su cuerpo de nieve volvió a brillar con toda su belleza él le dijo, ves cómo la luz nos iba a salvar. Y ella se levantó descalza y sonrió, porque los zapatos rojos se habían esfumado por el camino de baldosas amarillas y le había hecho gracia la ocurrencia de él, que la miró de nuevo, boquiabierto, comprendiendo que con aquel cuento había vuelto a casa y que tenía un corazón que se expandía con cada instante que estaban juntos.

Entonces ella ya había vuelto a su lado y se había hecho un ovillo. Luz y claridad y tiempo y ganas de decirle tantas cosas que cuando se separaban apenas sabía esbozar. Y pensó que éste podría ser su cuento y fue a contárselo, pero se había quedado dormida y prefirió mirarla, dejar que entrase sola en el sueño, que estaba bien lo que tan bien terminaba.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Este año largo


Ha empezado a tocar Ryuichi Sakamoto. Estamos en el Teatro Circo de Cartagena. Son las nueve y media de la noche. Ahora ya es más tarde, pero ahora ya ha pasado todo. Ha pasado el tiempo, las horas, los minutos. Y ha pasado la música aunque se ha quedado con su largo fular de nostalgia entre nosotros. La música, la evocación, el tiempo.

De pronto he cerrado los ojos ahora, tal vez para recordar cómo los he cerrado entonces. No sé si ha sido simplemente un parpadeo más acentuado, más lento que de costumbre, si he demorado el momento siguiente, con los ojos cerrados, escuchando la música que subía desde los dos pianos. Con los ojos cerrados, me miro, me veo. Suena la música y de pronto me dan ganas de sonreír. Ahí está mi vida, ahí este año largo.

Tal vez el cansancio ayuda, ayuda la música seguro, ayuda que estoy tranquilo, que ando feliz a tu lado. Y pasa este año ante mis ojos. No es una secuencia continua, al contrario, son imágenes deslavazadas, instantáneas que un fotógrafo hubiera tomado sin que tú lo supieras. Calblanque. Un día de sol, estás desnudo. Lees El Quinto hijo de Doris Lessing. Recuerdas que unos años antes, el mismo día, se habían estrellado dos aviones contra las Torres Gemelas. El sol es insoportable. Te metes en el agua, rompes su cristal y el reflejo que te ofrece eres tú en multitud de sitios.

Luego estás en Londres con Alberto, Lili, Rircado, Juanlo, Antonio... En la mente From Hell de Alan Moore. Trafalgar Square. Hace sol, os hacéis unas fotos. O suena la canción de los ColdPlay y el mundo discurre a través de la ventana de Ícaro, es carnaval, suena después otra canción que celebra la alegría de tener una vespa. Tus amigos bailan a tu alrededor, tú les dices que todas las canciones hablan de ti esa noche. Cae la tarde y sales de los baños de Granada. Te deslizas por las calles de Mazarrón, te tomas un granizado en el puerto de Mallorca, pedaleas entre los campos de un oro mecido por el viento de Dinamarca. Descubres en el paseo de Los Urrutias que las palabras de Roger Wolf cantadas por Diego Vasallo te hacen flotar, pasar suspendido entre la gente, porque Los Urrutias son por fin el espacio de tu infancia redimida.

Y abro los ojos ahora, a tiempo de no citar los nombres de quienes te han acompañado, de quienes te acompañan, de los nuevos y de los antiguos. Y te alegras de no hacerlo, de no nombrar uno a uno a tus amigos, porque se te podría olvidar alguno y sería ¿imperdonable? Has estado atinado y sonríes por ello. Pero no obstante los nombras en conjunto, mis amigos, dices Tus amigos.

Y Ryuichi Sakamoto sigue tocando el piano y yo te miro presente, momento vivo, instante de vida y sé que esto soy yo, un hombre hecho de carne y de tiempo tan sólo y no por ello menos valioso.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Regalarnos el tiempo


Mi amigo José Antonio siempre se ponía malo por estas fechas. Era una enfermedad extraña, muchos de sus síntomas coincidían con los de otras: dolor de cuerpo, leve febrícula, malestar, dolor de cabeza por las tardes. Los diagnósticos eran variados: gripe, enfriamiento, mononucleosis...
Pero la verdad la supimos después, una tarde, mientras nos tomábamos unas cervezas (que nadie se asuste, que sigue entre nosotros), era simplemente agotamiento.

Y ahí estoy, como José Antonio, agotado y deseando que llegue un puente. Menos mal que los fines de semana los dedico a la gente que quiero y eso descansa y conforta y me hace feliz. Pero hay días que las horas no dan para más y me veo cenando a las once, a las doce, a las doce y media.

Así que he decidido regalarme un poco de descanso. Empecé ayer. A las once estaba en la cama. Intenté leer, pero no pude. El amor en los tiempos del cólera. Qué hermoso. Y hoy tal vez me salte el curso, el cuarto que hago en este trimestre, y tal vez me pasee o cene contigo y luego pierda el reloj y el sinsentido del mundo medido por las horas y me quede como Marco Antonio mirando tu belleza, esa paz salvajemente felina que me emociona y me descansa.

martes, 10 de noviembre de 2009

Copenhague


Hay ciudades que uno no sabe por qué terminan siendo puntos cardinales en su vida, un lugar al que ir o un lugar del que venir. Trenes que salen de madrugada -como dice la canción de Vetusta Morla- o bicis que llegan a medio día, entre los coches y la gente que pasea, alejándose un poco del mar que te ha acompañado durante los kilómetros que separan Copenhague del castillo de Kronborg en Elsinor.

El otro día en mitad del concierto te miré. Hacía unos meses que había estado en Copenhague, que había escuchado en el móvil de Encarna, por primera vez ,esa canción y pensé, mientras los demás daban saltos, en lo preciosa que eres siempre y especialmente cuando estás feliz, cuando saltas, cuando cantas en voz baja, cuando haces palmas y el vendaval de tu mundo interior aflora en tus gestos, en tus ojos, en tu sonrisa.

Copenhague, como Madrid, una ciudad para dejarse llevar, para jugar al azar, sin saber dónde podemos terminar o empezar, o empezar.

Y es cierto, suena demasiado bien.

sábado, 31 de octubre de 2009

La empresa de los dioses

Sir Lawrence Alma Tadema

Hace unos años buscaba denodadamente la felicidad, pero un día dejé de hacerlo. No sé cuándo fue, cómo pasó, si la encontré o simplemente dejó de preocuparme. Ahora me acuerdo de aquel tiempo, de cómo también denodadamente escribía unos versos con cierto tono moral, tal vez porque me había encontrado con Hesiodo, Horacio, Píndaro, tal vez porque era más joven que ahora, porque siempre quise que la vida fuese como el guión de los libros.

Pero un día dejé de hacerlo. Ahora ya no pienso en la felicidad, al menos no sólo pienso en la felicidad, dejó de ser un punto en un mapa al que llegar. De pronto me veo un sábado por la noche. Mi corazón está expuesto, siente. Alberto me da un abrazo, me llaman unos amigos para salir, les digo que no, que esta noche tengo otros planes, que hay una rosa de los vientos en mi corazón, y sé que están ahí, que los lazos se tensan, se destensan, que viven, que se tocan, que tocan, que llaman y que en el centro de mi mundo estoy yo, no necesariamente solo, que abro las puertas y que las cierro, que digo quiero y toco, que siento, que canto, que miro el reloj sólo para saber la hora, nunca para decir es tarde, nunca para decir es pronto. Y me siento bien, me gusta donde he llegado, me miro en los espejos y me reconozco -no sé si la barba tendrá algo que ver con todo esto-.

De entonces, de aquella época he encontrado este poema, que sería también de ahora si supiera cómo escribirlo:


Leer a Píndaro de nuevo ahora,
ahora que los días vuelven lentos
de forma inesperada
a darnos la felicidad del día
que vale lo que todos esos días
oscuros del invierno.

"Tan sólo un dios culmina toda empresa
según sus esperanzas".

Ahora sé, que apenas una parte
de nuestra vida con el tiempo
será como soñamos.
Y no me importa.
Vivir como leer a Píndaro
siempre será para nosotros provechoso,
aunque el camino inesperado de los días
nos vaya sorprendiendo.
Tal vez no somos dioses
y en eso estribe la felicidad
de nuestra vida: desconocer
a pesar de los planes
y de los mapas
lo que los propios dioses no conocen.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Canciones.

Presentación de mi lectura en la Feria del Libro
Murcia, 27 de octubre de 2009


Ayer por la tarde el tiempo se me echaba encima, llegaba la hora de irme y no sabía aún cómo iba a leer, qué iba a leer, qué broma diría al principio, justo en ese momento en el que la cosa se pone seria, como ahora, y el auditorio, es decir, vosotros, piensa, bueno, ya empezamos con los poetas y su ganas de sufrir.

Pensé en narrar una historia inventada y que desde hace algún tiempo cuento como si fuera verdad, en la que mis padres me llevan al médico, alarmados, y cuando éste les pregunta por mi salud los dos se miran y dicen con cierto agobio, haga algo, doctor, el niño nos ha salido poeta.
Pero no, luego decidí que no lo iba a contar.

De pronto me acordé de una lectura a la que asistí, una lectura de Clara Janés, en la que la poeta contó su historia de amor con el también poeta checo Vladimir Holan. Después de muchas vicisitudes, consigue que la inviten a cenar con el escritor y se queda pasmada, incapaz de entender una palabra de lo que se hablaba en la mesa en una lengua que ella aún no domina. Por otro lado el ramo de flores que le ha llevado y que el poeta, algo huraño, coloca justo entre los dos no ayuda mucho.

De vuelta a Barcelona, decide que tiene que hacerle ver lo que ella siente y decide también escribir Kampa, que en realidad es la misma decisión. Y se pone a cantar para que él, que no conoce nuestra lengua, pudiera entender al menos su música y la pasión y los sentimientos que ella había puesto en cada línea, en cada nota de este libro.

Así que después de contar y de cantar esta historia, Clara, con sus ojos azules en los que podrías perderte como si fueran el canto mismo de las sirenas, empezó de nuevo a cantar los poemas y nos quedamos todos, al menos yo, con el asombro tatuado en la cara.

Y pensé ayer, justo antes de que se me hiciera tarde, al borde justo de cerrar la puerta, que no estaría mal que yo leyera unas canciones, que hiciera que mis poemas por una tarde fueran canciones, también canciones de amor.

Y al releer mis libros, mis poemas sueltos, más allá de corroborar que la vida me había hecho mayor antes de tiempo, además, digo, me encontré con que a lo largo de los años, había estado cantando, que había una música y que esa música también hablaba del amor, a veces de ese amor tan necesario por uno mismo, pero también, por qué no, de aquel que está indefinido hasta que apareces tú.

sábado, 24 de octubre de 2009

La resistencia en la Feria Regional del Libro

RECITALES POÉTICOS


El martes:

Café Shanti Vasundara. 21 h (Plaza de la Candelaria. Junto a Santa Eulalia)
Intervienen: Belén Fernández, Antonio Aguilar y Rocío Fernández Víctor.

El miércoles:

Café Ítaca. 21 h
Intervienen: José Óscar López, José Daniel Espejo y Héctor Castilla.

El jueves:

Librería Encuentros. 21 h
Intervienen: José Ramón Pastor, Natalia Carbajosa, Violeta Nicolás y Ángel Paniagua.

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Esto es una invitación, de verdad, me entacantaría que pensaras que acabas de abrir tu buzón y te encuentras esta nota y, claro, si ha llegado a tu buzón es porque me encantaría verte allí, si puedes, si tu hijo se queda con la abuela, si terminas las clases diez minutos antes, si decides combatir el cansancio con una copa, si dejas los exámenes para corregirlos otro día, si decides que a tu chica/o no le disgustaría asistir a un recital de poesía para variar, si la copa de Europa es lo mismo todos los años, si descubres que Física y Química, que 90-60-90, puedes verlos en neox a otra hora, si, en fin, si te apetece, te espero. A mí me gustaría.

sábado, 17 de octubre de 2009

Esto no es un poema

Hacía tiempo que quería colgar esta foto. Pensé en escribir un texto que hablara de los tres hermanos, de nuestra infancia en Los Rosales, de la sombra de los cerezos, delgada, sutil, que nos protegía. De mi hermano Fernando, que ahora tiene treinta y cinco años y una hija preciosa, de mi hermano Pedro, treinta y tres años, padre de Celia, de mí, treinta y seis años, tres libros. De nuestras tres vidas, tan diferentes, tan próximas.
Pero esto no es un poema. Pienso en Magritte (demasiado obvia la relación). Intelectualizo la foto. Pero enseguida lo repito, esto no es un poema. Esto no es un poema.


CAER


En los días de incertidumbre
mis padres nos llenaban los bolsillos
de sueños.

Les daba miedo
que una vez en el suelo,
no fuesemos capaces
de levantarnos.

Mi padre los traía envueltos en papel,
mi madre nos zurcía los bolsillos.


Dora García: ¿Dónde van los personajes cuando la novela se acaba? Santiago de Compostela. CGAC.

sábado, 10 de octubre de 2009

Siete días de octubre


Hace unas semanas escribí un relato que era el relato de un texto, una cosa de esas extrañas que nos gustan a los lectores de Vila-Matas, por ejemplo, un texto en el que contaba cómo contaría un argumento que había llegado a mi cabeza de forma azarosa.

Han pasado unas semanas, ha pasado el tiempo, y los dos protagonistas se encontraron, tal vez porque ella se percató de que tenía el móvil de él, que, efectivamente, se lo habían intercambiado en la habitación. Le resultó fácil marcar porque era su número en realidad al que llamaba en ese instante con el ritmo del corazón acelerado. Y él lo cogió, hablaron un rato, quedaron. Los dos sentían miedo y después de varias citas él hizo eso que nunca se hace en el juego de la seducción, le dijo todo lo que sentía por ella, todas esas cosas que creía dormidas y que de pronto se desbocaron como en un tropel de emociones incontroladas, tal vez porque para él, quizás también para ella, no se trataba de un juego de seducción, más bien era otra cosa donde la seducción intervenía pero sin ser el fin último.

De pronto, no sé, me veo con la necesidad de continuar ese relato, con los dos protagonistas sentados cara a cara, tiemblan, ¿pero por qué?, sienten cosas de una forma vertiginosa, ¿pero por qué? Ella le dice que está nerviosa, él le dice que por qué no se besan.

Y de pronto suena el teléfono y tengo que dejar el relato en suspenso. No creo que pueda terminarlo hoy, no sé qué pasará entre ellos, tal vez, pienso, con esta urgencia de poner punto final a la entrada, que no estará mal que los dos se queden un tiempo así, uno frente al otro, nerviosos, a punto de besarse y sin besarse.

Y pienso, otra vez, y no sé por qué, que debería terminar con ese verso de Lope de Vega que lleva unos días dándole vueltas a mi cabeza: "esto es amor, quien lo probó lo sabe".

Como dijo Humphrey Bogart en Casablanca, afortunadamente siempre nos quedarán los clásicos.

domingo, 4 de octubre de 2009

Canción de los gatos

Foto de Edward Weston



Nunca pensé que en una vida se pudiera
vivir dos veces. Retornar a casa,
vestir de nuevos las habitaciones,
apuntalar el corazón en el jardín,
decirte buenos días, y que sea cierto,
escuchar esa música que es nueva,
las notas de tus pasos diminutos
a media noche en el pasillo,
decirte amor a ti, de quien apenas sé nada,
amor mío, y que sea cierto.




jueves, 1 de octubre de 2009

Selin en Blanca


El sábado a las dos del medio día leo en Blanca, en la reciente Villa del Libro, junto a la poeta Katy Parra. Es una hora extraña pero no sé, podría ser interante. El acto se engloba dentro de La semana de la edición y la literatura independiente. Me encantaría compartilo con vosotros.

sábado, 26 de septiembre de 2009

En el camino

Foto de Weegee (Arthur H. Fellig)



Nunca pensé que en una vida se pudiera
vivir dos veces.


miércoles, 23 de septiembre de 2009

Tres días de septiembre


De pronto, camino de casa, descubro que Tres días de septiembre me parece un buen título para un relato. Sé más o menos qué quiero contar. Me han entrado unas ganas locas de hacerlo. Acabo de terminar un cuento, La angustia del joven pintor danés Wilhelm Hammershoi, y parece que con su escritura he desatado algo. Y pienso, por qué no seguir. En realidad no es un pensamiento, es un deseo. Y los deseos tienen una parte irrefrenable y también otra voluble. Así que no sé cuál de las dos ganará.

Voy conduciendo y pienso, Tres días de septiembre, y me parece un título interesante. Tres días de septiembre en los que cambia la vida de alguien. Podría empezar in media res. A duras penas se levanta del suelo. Está aturdido. Primero se apoya en la puerta de los aseos del aeropuerto, luego se encamina hasta los lavabos. Se moja la cara. Echa en falta el dinero y su maletín. Se lo han robado. Está algo inquieto. Sale. Se extraña de que ella no esté allí, su mujer, que tal vez piensa, se cansara de esperar, se preocupara, que llamara a la policía, pero le parece extraño. Le falla la estabilidad y trastabilla. Está a punto de caerse. Pero se apoya en una mujer. Enseguida se hace cargo de la situación. Lo sienta. Le habla. Lo atiende.

Estoy llegando a mi casa pero me demoro voluntariamente en el semáforo. Quiero terminar de esbozar el cuento. Pienso que podrían durante las horas siguientes buscar a su mujer, él intenta recordar algo, cosas concretas de las horas previas al incidente, pero no lo consigue. Pasan la noche juntos en un hotel del aeropuerto. Se besan. Terminan en la cama. Follan. A la mañana siguiente vuelven a seguir con las pesquisas. Reciben la llamada del inspector de policía.

Es sólo cuando estoy aparcando que se me ocurre el desenlace. Discuten. Tal vez por los remordimientos. No termina de perdonarse que hayan pasado la noche juntos. No puede dejar de mirarla a hurtadillas mientras se aleja por el pasillo del aeropuerto. Es frío. Es de cristal. Tiene anuncios. En la comisaría se encuentra con la incómoda sensación de que la gente lo mira de una forma extraña. Revisa su atuendo. Todo está bien. Tal vez la expresión, tal vez sólo sea que se apiadan de él, que sienten conmiseración por este hombre que no encuentra a su esposa secuestrada, desaparecida.

El inspector no sabe cómo decírselo, porque tampoco termina de entenderlo. Su mujer está muerta. Murió en un accidente aéreo. Hace seis años.

Se derrumba. Se pone a llorar. No sabe lo que pasa.

Y cuando cierro el coche caigo en la cuenta de que aún me queda un día. No sé, a estas alturas no podría llamar al relato Dos días de septiembre, demasiado tarde, así que pienso en algo, no sé, algo que cerrará el cuento. Tal vez, pienso, él recibe una llamada, tal vez ella ha vuelto a buscarlo porque se intercambiaron en la habitación del hotel las llaves, los teléfonos, quién sabe. Pero tengo claro que si hay un tercer día también habrá una esperanza. Que él lo recuerda todo. Que pese a ello la llama, que quiere estar con ella otro día, un tercer día de septiembre, aunque sea tan sólo para satisfacer a un narrador lejano, alguien que muy lejos de allí introduce la llave en la puerta de su casa, que sube las escaleras, que enciende el ordenador, que se pone a escribir.

jueves, 17 de septiembre de 2009

100 entradas en la caja de tormentas

Foto de Jan Saudek

Cien entradas, dos años y medio de mi pequeña caja de tormentas. Y sigue.

¿Y por qué un poema de Inmaculada Mengíbar para celebrarlo? ¿Y por qué no? me pregunta, con esa desazón del que espera una respuesta urgente a una cuestión de importancia. Es un juego, los dos lo sabemos, porque no hay nada apremiante en esta cuestión, sólo curiosidad por ver cómo me explico.

El azar, le digo, ha sido cuestión de azar y de suerte. Le cuento entonces cómo entré en la librería para buscar un libro que le quería regalar a una muchacha de ojos verdes y cuerpo cimbreante como un junco. Había pensado en un libro de Anne Carson que yo había leído con placer años atrás y que luego se había vuelto una metáfora de mi vida. Me movía por los anaqueles con gusto pero también con esa inquietud que siempre tengo en las librerías demasiado grandes, es una sensación engañosa, como si creyera que me puedo perder en algún libro y no regresar jamás a casa. Seguí la hilera de libros de la sección de poesía, mi camino de baldosas amarillas, y de pronto me encontré con Usted de Almudena Guzmán y me dije que qué suerte tenía, que justo habíamos estado hablando esa mañana de ese libro, de ese libro agotado. Y lo tomé como mío, como un tesoro que envolvería en papel de regalo para aquella mujer. Y más por inercia que por buscar algo concreto continué con la vista en los títulos y allí estaba Los días laborables de Inmaculada Mengíbar, y con él el recuerdo de unos días pasados en los que los libros te acercaban a las personas, que eran hilos invisibles entre nosotros, entre Ginés Sánchez y Pepa Murcia, entre Raúl González y, por otro lado, todos aquellos poetas de la nueva sentimentalidad y sobre todo aquellas poetas también de la nueva sentimentalidad que luego terminaron en las Diosas blancas y después en Ellas tienen la palabra, los dos libros de la editorial Hiperión que con su premio dio alas a la poesía.

Y así nos quedamos los dos, ella con su pregunta y yo con mi respuesta. Los dos con cierta satisfacción y sin embargo noto que le pasa algo, que aún quiere decir algo más, que no le ha parecido bien que terminara esta entrada con esa frase de la editorial que a mí, por otro lado, me parecía concluyente. Suéltalo, le digo, venga, sé que al final lo vas a decir, y me pregunta, y la chica, qué pasó con la chica, tal vez te llamó, volvisteis a veros, se acordará de ti. Y yo le sonrío, le digo que quiere saber demasiado, que quién sabe, que cien entradas merecen una celebración por sí solas, que dos años y medio son mucho tiempo. Y también se contagia de la risa, porque ya sabe que no voy a decir nada, que para bien o para mal esa pregunta se queda sin respuesta.

martes, 15 de septiembre de 2009

Canción de invierno





De pronto quieres que haga frío,
que la noche te abrace
y que llegue el invierno.

Los dedos de la escarcha,
poco más, quieres,
olor a leña
y un cuento triste.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Otra canción de cuna


Hace un año escribí varios poemas, todos bajo la misma anécdota, el mismo hecho que entonces llenaba todas las paredes de mi casa e incluso las que no eran de mi casa. Uno de esos poemas se titula Canción de cuna y me daría pudor publicarlo ahora, porque nunca sabré lo iluminado que estuve al escribirlo, en ese poema se habla de una persona, de ciertas cosas que pasaron, de la verdad y también, por qué no, de las mentiras.

Siempre que comienza el curso acudo a mi trabajo con una libreta. Siempre tengo alguna que compré en días felices en los felices comercios de los chinos. Recuerdo el año que me presenté en las oposiciones, como tribunal, tal vez por eso me permití ese gesto frívolo, con mi libreta de Lili&Lala, dos simpáticos muñequitos, que ya quisiera el Jordi Labanda. En estas libretas hay restos de vida, como las migajas que quedan sobre un mantel, páginas escritas a vuelapluma -perdóname el arcaísmo-, notas, fragmentos de poemas, ideas para cuentos que jamás se escriben porque soy casi a partes iguales perezoso y olvidadizo. Claro que estas libretas no se parecen en nada a las de José Óscar, que son verdaderos objetos de envidia, con sus dibujos y esa caligrafía nerviosa y viva que inunda cada página, el signo indescifrable de su creación. Las mías son más modestas, sobre todo, porque me aburro de ellas al tiempo o porque si son hermosas, como mi reciente moleskine, me da vergüenza escribir, cierto pudor emborronarlas con qués, paraqués y cosas así.

Hoy me he sentado a escuchar al ponente de un curso sobre alumnos disrruptivos, y claro, como tiendo siempre a empatar con la gente, me ha dado por hacer ruiditos con el boli y a pasar las hojas para atrás de mi libreta. Entonces me he encontrado con este poema, que en realidad es otro poema, otra Canción de cuna de hace muchos años, casi cuatro años atrás. Y eso es lo que quería contar hoy, simplemente, dejarte aquí este poema que nunca pasó a formar parte de ninguno de mis proyectos y que tiene el brillo de esas cosas que creíamos olvidadas y que de pronto aparecen al azar, sin un porqué.

CANCIÓN DE CUNA

De pura vida,
de pura luz, así eres,

como una fiera silenciosa
que despereza la mañana.

Manos pequeñas, cuerpo espurio y bello,
que calienta con el fulgor de un rayo.

Abres los ojos y se cierra el mundo,
de un zarpazo tú lo haces
polvo,

humo,
nada.

viernes, 7 de agosto de 2009

Flash de verano: Post-Dinamarca en bici


Con los viajes sucede esto tan curioso de que cuando regresas todo sigue igual.

viernes, 26 de junio de 2009

Júbilo de verano

Agrupación fotográfica Sartou Carreres

Vamos a ver, me digo, escribe algo que sea simpático, algo con esa chispa que en ciertos momentos tienes, pero no te lo creas tampoco, bueno o sí, creételo. Escribe algo, me digo, para despedirte este verano.

Llevo cuatro meses sin descubrir por qué la gente visita a diario una de las entradas de este blog, La tarde más disparatada del mundo, pero es así y qué le voy a hacer. He pensado: me están estudiando en una universidad del oeste de Estados Unidos. He pensado: una agencia de información secreta utiliza mi entrada para codificar sus textos. He pensado: una secta peligrosa de fieles adeptos de lo zafio lee como un mantra una y otra vez mi entrada antes de dedicarse a cometer sus terribles crímenes que consiten en comer pipas por las calles peatonales del centro de cualquier ciudad y tirar las cáscaras al suelo. Malditos. He pensado también: ¿no será que tú inconscientemente entras una y otra vez en la misma entrada y luego, como un digno ciclotímico, lo olvidas?

Llevo ocho o nueve meses dale que te pego a este blog, he contado y descontado, he negado, afirmado, retocado, remozado, reelaborado vida, ficción, verdad, mentira. Dios mío, cuántas cosas, y además he dejado por escribir varias entradas, una sobre Alburquerque y una niña murciana que quería irse a vivir a esta ciudad americana, ser negra y cantar gospel, otra sobre otra niña que quería un perro y su madre le dio una caja con un cordel primorosamente atado para que lo paseara, hoy otra sobre Michael Jackson, que se ha muerto, aunque en realidad sabía que llevaba muchos años ya en esa isla del Caribe donde vive Elvis y sus excentricidades no son más que verdaderas genialidades que los fan agrandarán y que los detractores esgrimirán para derrocar este ídolo extraño, ajeno a la vida, enfermizo y vacío.

Llevo ocho o nueve meses dale que te pego a este blog, he contado y descontado, y ahora más que nunca creo que lo voy a dejar a la sombra de estas palabras, tranquilo, a la espera de nuevos días y de nuevas historias. Y ya más tranquilo, ya más yo, solo quiero deciros que os quiero, que todo esto lo he hecho por mí y en parte, por qué no admitirlo, por vosotros. Un beso. Hasta pronto. Disfruten.

miércoles, 10 de junio de 2009

Vidas paralelas


Estoy agotado esta noche, pero quiero escribir esta entrada antes de irme a dormir. En la televisión una mujer dibuja un mundo mejor con arena o al menos más hermoso, la misma arena que este largo fin de semana se pegaba a nuestras piernas, húmedas, pequeños cubos cristalizados sobre nuestra piel.

Siempre hay mundos paralelos, por ejemplo, el lunes por la noche, eran las dos de la mañana, nos deslizábamos por las calles de Mazarrón con nuestros patines. Un mundo nuevo fluía ante nosotros. Patinando todo es diferente, las cosas tienen otro tiempo, la vida, de pronto, es fácil y el aire tiene la extraña consistencia de una blanda niebla que se abre a nuestro paso. Pero están los mundos paralelos. Así que a la misma hora y en las mismas calles, bajo la misma luna, unos zumbados van en una furgoneta y se ríen, ven a alguien patinando, vienen de fiesta, quién sabe, y deciden gastar una broma, deciden que la rubia con patines es una víctima idónea a sus propósitos y dirigen las luces de su coche y el coche detrás hacia la chica y pisan el freno de golpe, provocando un derrape que nos pone a todos el corazón en vilo. Se ríen.

Esa misma noche me detengo mirando la luna. Aparece y desaparece entre las manos verdes de las palmeras del paseo. Y siento que soy libre, que he llegado allí y que no sé qué será mañana de mí, de mi vida, de este salón de los pasos perdidos que es el presente y no me importa, estoy feliz, vivo, siento. A la misma hora un muchacho acaba de dejar al último de sus colegas en la puerta de su casa, está feliz porque ha conseguido vomitar fuera de la furgoneta de su padre. Mañana volverá sobre sus pasos, en el trabajo contará cómo echaron unas risas a costa de unos pardillos.

Mira la luna, pero no sabe que esta luna no volverá o que volverá cuando seamos otros. No sabe tampoco que yo estoy viendo la misma luna, que podría estar pensando en él. Y lo comprendo, es como el vuelo de una mariposa que provoca una tormenta. Cuanto más feliz soy, sé que él más sufre, que a veces, a la gente como él, la libertad de los demás los hace más víctimas, más esclavos de una vida que esta vez no sabrá cómo parar.

Sonrío. En mi corazón alegría y tristeza se baten por igual. Todo se desliza, puedo respirar profundo, notar el aire en mis pulmones, exhalar después, sentir cómo nada se queda dentro. Ya está, ya ha pasado. No me siento culpable. Hago lo que deseo.

martes, 2 de junio de 2009

Patinar


Animado por mi amiga Marta Zafrilla que ha descubierto esta fotico por el ciberespacio, -dios sabe cómo-, me atrevo aquí a mostrar una de mis últimas pasiones y a algunos de mis últimos amigos. He intentado unirlos a todos en este poema-haikú, aunque no sé si lo he logrado. Gracias perrillos. Por cierto, yo soy ese tan guapo del centro.


Ves que las cosas fluyen,
que el mundo se desliza.

Pasan los árboles, las estanciones,
la primavera es una veta de aire
frío sobre el sudor de la mañana.

Y todo es fácil: tienes
un deseo y las ganas
de conseguirlo, y eso es todo.

Y te deslizas, suavemente.

Sin resistirse a nada,
caen las flores del cerezo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Feliz cumpleaños

Soledad de Marisol Hume


Vienes de muy lejos, Margaret Atwood. Como la soledad, te acercas y me dices:

Encajas en mí
como el gancho en su presilla


Un anzuelo,

un ojo abierto.

Y sé que es tu manera de decírmelo, de susurrar un efusivo e inocente feliz cumpleaños, aquí tienes tu regalo, que lo disfrutes, Antonio.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Mi poema en la calle trapería



EL RAPTO DE PROSERPINA



El agua de la fuente y el verdor
de los naranjos, los geranios
en la ventana,
la luz perdida por las azoteas,
tú y el deseo,
la noche
como un fular que cubre nuestros hombros.



.

martes, 28 de abril de 2009

Cinco poemas de amor

Deja claro que no van a ser cinco poemas y que no van a ser todos de amor, me dijo, verás además como sus caras traslucen alivio, no es por ti, es que el tiempo es oro y tú tiendes a ser un poco pelmazo.

Ella de forma habitual suele ser dura conmigo, por eso no le di más importancia, aunque claro, las verdades dichas de esta manera a uno le estrujan el corazón un poquito. Y aunque no estaba del todo de acuerdo con aquella afirmación decidí que le haría caso. Había elegido el título al azar, en un pasillo del instituto, sin pensarlo mucho. Dije entonces, cinco poemas de amor, pero, claro, pensé después, qué sé yo del amor, bueno, no seas tan severo, algo sabes, me barrunté con cierto alivio. Pero Isabel me había pedido que repitiera la lectura que ya había hecho aunque con una salvedad, porque me dijo, más bien formulado como un deseo que excedía a la lectura, que fuera más feliz.

Así que en estas estaba, era un lunes por la noche y había decidido empezar a preparar la lectura para el recreo, quince, veinte minutos, no más. Y me sentí como mis alumnos. Desde hace unos meses tenemos en clase de cuarto instaurados los Cinco minutos de fama, en los que cada vez uno a uno mis alumnos disfrutan, unos con más pasión, otros, digamos, que llevados por un falso entusiasmo, de sus cinco minutos de fama, en los que hablan de aquellos libros, aquellas canciones, esa película, que les gustó especialmente y que de alguna manera los cambió de esa forma en la que el arte cambia a las personas. Así que estos son de alguna forma mis cinco minutos de fama, mis diez minutos de fama, mis cinco poemas de amor, que no son poemas y que necesariamente tampoco son de amor.

En un primer lugar me dije que cinco era un número que no estaba mal, que era plausible, cinco poemas y además de amor, y además que no fueran míos. Creo que no tengo escritos cinco poemas de amor o al menos cinco poemas de amor que ahora quisiera recordar. Desde que mi vida cambió el amor estaba siendo un estorbo, un tema esquivo, seamos sinceros. Ella me lo decía con frecuencia, me apuntaba eso, me decía, Antonio, que no escribes, Antonio, que no te enamoras de nadie, Antonio, que… Todo el santo día así, con el mismo tole tole. Menos mal que he aprendido a escucharla con una sonrisa y a no hacerle mucho caso, o al menos, a hacerle el caso necesario. Cuando escribo busco siempre una voz, alguien que cuente por mí, o alguien que cuente desde mí, el relato, el hilo de mis sentimientos, impresiones, las pesquisas de mis tribulaciones, pero en esta ocasión dije en voz alta, bajo su atenta mirada, que más que una voz tenía que encontrar un lugar. Escribiría desde un lugar y no desde una voz, además, se trataba de encontrar cinco poemas de amor que no fueran necesariamente míos, o directamente, que no fueran míos. ¿Un gesto de humildad? No creo, más bien un gesto de pasión por la lectura. Y esa pasión, en mi caso, tiene un lugar.Hacía mucho tiempo que no me sentaba a escribir en mi biblioteca, pequeña, modesta, pero biblioteca a fin de cuentas. Allí están mis libros, una historia de amor que continúa día a día, toda una biografía a través de los títulos puestos en pie en los anaqueles, como árboles que dicen esto leías entonces, aquí te detuviste mientras pasaba esto, aquellas páginas fueron tu refugio, esas otras tus cómplices. Tal vez por eso había evitado sentarme durante los últimos meses en mi mesa de color naranja, enfrentada a las estanterías donde estaban los libros leídos y también los libros por leer. Ahora estaba allí, sentando en mi silla de ikea, sobre mi mesa, con el ordenador enchufado. Oí sus pasos abajo, me dije que ojalá me dejara tranquilo por un rato, ojalá me dejara elegir si no el tema, que ya estaba formulado de antemano, sí el contenido de ese tema.

Empecé por echar una mirada rápida a las estanterías blancas donde guardo los libros de poesía, lo que me pareció lo más sensato, puesto que tenía que encontrar cinco poemas y además de amor. Tengo los libros separados por géneros, pero no por temas, lo que tal vez sería más sensato. La destrucción o el amor, Espadas como labios, Completamente viernes, La voz a ti debida, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Usted, El paseo de los tristes, La belleza del marido, Hojas de hierba, Poeta de la pasión…En cualquiera de esos libros encontraría lo que estaba buscando, pero no, no era eso de lo que quería hablar, no era eso lo que quería leer. ¿En verdad me apetecía hablar del amor, encontrar un poema que fuera una imagen del amor, o sólo un retazo, un amor concreto, o no, el amor en toda su extensión y su complejidad?

Me detuve, miré un rato por la ventana. La ventana de mi biblioteca es una ventana mágica. Desde mi silla o desde el sofá donde me gusta decir que me siento a leer, sólo se ve el cielo a través de ese recuadro, un cielo que como estamos en Murcia la mayor parte del año es azul, tal vez en alguna esquina se aprecia la estructura metálica que sustenta un toldo raído y que de vez en cuando hace zozobrar el viento. Ese ruido, el vaivén de las cuerdas tropezando unas con otras, el viento, las hojas de las plataneras que asoman como quien mira pero no quiere ser visto por el umbral de la luz, y el lejano rodar de los coches me transporta a la playa. A veces, descansando de la lectura, dejo el libro y entorno los ojos y estoy allí, en el mar, en vez de en la ciudad. Es como ese andén invisible de Harry Potter, cuestión de fe.

Entonces pensé en ese poema de Bay Yuyi, Canción de la pena sin fin, un poema chino de la era Tang, una joya, una historia de amor trepidante, pero con final triste y feliz a la vez. No te pongas pedante, me dice enseguida. Ya sabía yo que no me iba a dejar en paz. Además, me recuerda, se trata de una lectura feliz. Sé feliz, te han dicho y vas tú y te pones a pensar en la Canción de la pena sin fin, pues estamos arreglados. Busca, añade, seguro que encuentras algo que hable del amor y que no tenga que terminar en un velatorio. Y sonreí, porque aunque ese poema me encanta, la trágica muerte de la bellísima Yang Kuei Fei, Anillo de jade, favorita del Emperador Hsuan Tsung de Tang, estaba claro que no era muy feliz, salvo que seamos capaces de abstraernos a la realidad concreta del día a día y veamos el amor como algo que sabe saltar los límites de nuestra vida. Recuerdo algunos versos, el inicio:

“Sólo ellos compartían los paseos y las noches de primavera.
Tres mil bellezas habitaban el palacio, pero el amor sólo existía para ella.”

“Desde Yu Yuang los tambores de guerra
Estremecen la tierra poniendo fin a la Danza de Trajes Emplumados.
Polvo y humo cubren los nueve palacios”

Y luego continúa:

“Fue entonces cuando fue ejecutada la bella de cejas de mariposa ante los caballos.
Sus adornos floreados quedaron por el suelo,
y nadie los tocó. Nadie tocó el adorno de su pelo,
el gorrión de oro cubierto de plumas
de martín pescador, ni la horquilla de jade.”

“Cielo y Tierra cambiaron. Regresó el carro del Dragón.
Allí se detuvo el Emperador a pesar suyo,
en el barro de Me Wei Po, donde el hermoso rostro ya nunca estará,”

“El soberano y sus ministros se miran, cubiertos de lágrimas.”

“Bajo las flores de rocío, las tejas entrelazadas están frías.
¿Quién querría compartir una habitación helada?”
...............................

“¡Ay! El cielo y la tierra pasarán, pero su recuerdo será eterno.”

Seguimos, propuse. Me apetecía charlar con ella una vez que estaba claro que no me iba a dejar tranquilo. ¿Qué elegirías tú para leer, que no fuera pedante, que fuera de amor, que sean cinco textos? ¿Pero es que aún no has apuntado -me dijo- que no son cinco los poemas? Sí, sí, tranquila, ya lo he dicho, pero es que me he dejado llevar por cierto entusiasmo.

Y empecé por una de las primeras noticias de amor que tuve en mi vida. Cuando uno es pequeño quiere ser futbolista, bombero, astronauta, pero yo quería ser poeta e ingeniero, que era una forma doble de decir lo mismo, porque había elegido, de entre todas las profesiones posibles esa, la de ingeniero, sin saber lo que era, sólo por su sonido, por sus connotaciones. Mientras que los demás querían ser Quini, yo quería ser Miguel Hernández y luego Neruda. Mi padre tenía un ejemplar de la editorial seix-barral de las memorias de Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Allí cuenta cómo tuvo que esconder su vocación a su padre obstinado en que hiciera algo de provecho, en que hiciera abogacía en vez de andar perdiendo el tiempo escribiendo poemas, cosas sin porvenir. Y luego llega la adolescencia en Santiago de Chile, y el amor, bueno, los amores, la sensualidad a flor de piel, los encuentros amorosos con desconocidas, el amor fugaz, momentáneo, pasional que luego recoge en sus libros Crepusculario o Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Así que empecé, ya tenía mi primer poema de amor, mi primera historia, un punto de partida. Y seguimos y recuerdo un poema de mi libro El otoño encarnado, ese libro que escribió por mí el viejo profesor Ives de la Roca, ese poema que relata la historia de Filemón y Baucis de las Metamorfosis. Esa sí que es una historia de amor, un poema de amor. Intento convencerla, le cuento que Apolo y Mercurio, disfrazados de humildes viajeros van por el valle del Ática pidiendo asilo para la noche, y cómo uno tras otro los rechazan, hasta que llegan a la puerta de unos ancianos, un hogar sencillo, donde los acogen. Les dan de cenar, les dejan sus camas. Al día siguiente los dioses revelan su naturaleza y les conceden un deseo. Los dos ancianos se miran, no saben, o tal vez sí, tal vez la mirada es de complicidad, de saber desde hace mucho tiempo lo que desean, que ninguno vea la muerte del otro, que ninguno tenga que vivir sin el otro. En ese momento tengo que parar un instante, la emoción me encoje otro poco el corazón. Cómo tiene una persona que sentir para que no quiera vivir sin su compañera, cómo tiene que ser su amor para que entre todos los deseos del mundo sólo pida algo en apariencia tan modesto, algo que provocaría incluso la risa. Filemón y Baucis no piden oro, no piden fortuna, no desean salud, sólo quieren vivir el uno junto al otro, morir al mismo tiempo, no vivir sin el otro. Es un amor que da miedo, me dice, es un amor un poco reñido con los tiempos que corren, tan inmediatos, tan tangibles, tan de tocar, gastar, cambiar.

Y quizás de entre todas las historias de amor que me llegan de los libros me quedo con la que tiene que ver con los últimos días de la vida de Dámaso Alonso. El poeta de la generación del 27, una de las mentes más claras de nuestra crítica, un hombre lúcido, inteligente, memorioso, llegó al final de su vida aquejado de una enfermedad que lo dejó postrado en la cama, tal vez alzéhimer, no sabe nada, no reconoce a nadie. De pronto se acerca su mujer, se queda mirándola, “no sé quién eres, -le dice- pero sé que te he querido mucho”.

Hago el recuento, la Canción de la pena sin fin, los amores de Neruda, Filemón y Bacis, Dámaso Alonso, y te falta uno, me dice. Pero yo le sonrío. Sí, es cierto, le digo a mi conciencia, pero es que ese poema aún está por escribir. Tal vez, le digo, no sea el más hermoso, tal vez, pero seguro que cuando llegue el momento te gustará. Y ella que me conoce desde hace mucho tiempo, también me sonríe, porque los dos sabemos de lo que estamos hablando.

jueves, 12 de marzo de 2009

En la ciudad con Michael Nyman

Nocturno de Jorge Macchi

Me dice María Jesús que llevo unos días pajizo. Es verdad. Sólo contestaré en mi defensa que es esta vida perra que a veces te hace pasear por páramos que nunca hubieras deseado transitar. Por eso esta noche te has regalado a Michael Nyman. A Michael Nyman band y la soprano Marie Angel. No lo sabías pero de pronto te has visto en la necesidad de salir de ese claustro interminable, más de tres horas, y de llegar al auditorio donde aún quedaba por venderse tu entrada, una entrada azul que te ha abierto las puertas a dos horas de vuelo. Y además en patio de butacas. Cansado, muy cansado. Pero las expectativas son grandes. Empiezo a escribir estas notas. Me resulta curioso no conocer a nadie entre tanta gente, me resulta curioso estar solo entre tanta gente. Es una sensación rara y familiar a la vez, como si estuviera de viaje, como si me sintiera en casa.

Y me acuerdo del poema de Kavafis, La Ciudad. Ese poema que viene a decirnos que la vida que hemos malogrado en esta ciudad la hemos perdido en todas las ciudades, pues la ciudad es siempre la misma. No busques otra. Y pienso que ésta es mi ciudad, que estoy a menos de diez minutos de mi casa, que ahora podría estar viendo la tele en vez de estar aquí, en esta sala, a mil kilómetro de toda preocupación, rodeado de gente extraña -menos Isa, que llega y me saluda, cuánto tiempo, cuándo David Lynch-. Esta ciudad que fundo ahora, como en el poema de Konstantino Kavafis, pero al revés, para que la vida que aquí retoña lo haga en todas las ciudades.

Y cuando Nyman se ha retirado la gente sigue aplaudiendo. Tú aplaudes como el que más. Estás fascinado. Y solo. Y fascinado de nuevo. Entonces sale ya sin sus músicos, avanza hasta el piano, se sienta, toca. Y la lluvia empieza a caer en tu corazón.

jueves, 5 de marzo de 2009

Providence, Rhode Island


Me pregunta Rocío, así a bocajarro, sin miramientos, si no me da vergüenza hablar de mi vida aquí, contar las cosas que me pasan, ir devanando el ovillo de los días. Y no sé qué decirle, le digo que no, que por eso lo hago y luego me quedo con la pregunta, pero por qué, por qué lo hago.

Hay algo de exhibicionismo creo, pero en realidad sé que no debo contestar a la pregunta, porque es una pregunta trampa, una pregunta que me llevaría a pensar en el hecho de por qué escribo, y lo que sé es que lo hago y que, no es que me haga feliz, es que no podría dejar de hacerlo. Poco más.

Escribir sobre tantas cosas, escribir sobre lo que me pasa y lo que me podría pasar, especialmente esta semana en la que las cosas se precipitan, caen, se desportillan. Siempre he huido de dar datos concretos, fechas, nombres, pero sé que mi vida aparece, aunque velada, en estas entradas, sé que aunque defienda la ficción la gente lee, por ejemplo, por mucho que ponga La comunidad de los despechados, Antonio el despechado, o el desdeñado, como apunta el licenciado Lorente, y recrea la historia a su parecer.

Ayer me paseaba por Murcia pensando en estas cosas. Iba al programa de radio en el que colaboro desde hace tres o cuatro años. Y paré en una sala de exposiciones. Pensé en muchas cosas, pensé en que era momento de dar ese paso que no termino de dar y que, creo que voy a acometer con toda la ilusión del mundo, porque, no me engaño, se están dando todas las circunstancias necesarias. Mientras veía las imágenes que me gustaría compartir contigo, leía los pies de las fotos, leía palabras como Providence y seguidamente Rhode Island, y me emocionaba, porque ahí estaba, ese deseo, el de volver a escribir, pero de verdad, el de vivir de acuerdo con esta pasión, como recomendaba Rilke al joven poeta que le demandaba consejos. Recuerdo cuando me quedaba en casa para terminar de escribir algo, cuando no cogía el teléfono si me quedaban veinte o treinta páginas de una novela o simplemente cuando me apetecía quedarme solo, a mi aire.

Había una foto especial: una silla, una ventana, un cuerpo desnudo parcialmente, sólo los pantis, y no sé por qué -otra vez esta ignorancia en la que me refugio- pero sentí que quería ser eso, que quería vivir así, que tenía que hacerlo, sin excusas, sin paliativos para el dolor extinto, para ningún tipo de dolor y menos para el hastío. Y no sé tampoco por qué me vi pensando en Ana Martínez, la pintora, y en Concha Martínez Barreto, la otra pintora. No sé por qué me acordé de la casa de Ana, donde pinta o pintaba -hace tiempo que le perdí el rastro-, una casa vieja, algo espartana, donde sólo hay lugar para la pasión. Y no sé por qué me acordé de Concha y de su propia pasión, y de sus tardes de no salir, de no moverse, de quedarse en casa con sus cuadros, pintando.

Providence, pensé, Rhode Island. Y lo supe. Aquí hay un principio de algo. Y da igual que lo desees o que no lo hagas, porque va a suceder. Podrías dilatar la espera, complicar las circunstancias, pero da igual, si es que ya está sucediendo. Y no te preocupes. Va a ser fácil. Basta con tirar del hilo, dejar que el ovillo se deshaga.

miércoles, 4 de marzo de 2009

El peso de las palabras


No es una traición. Es solamente un juego. Me invitaron a formar parte de la mafia literaria y no sabía cómo hacerlo. Creo que he encontrado la forma. Me gusta. Me divierte. Así que por allí voy publicando este relato de cine negro, tal vez, con algo de Los soprano más que de El padrino. Con algo de la Dalia negra o tal vez de Zodiac. Mucho cine, creo y no tanta literatura.


Ahora puedes seguir, si te apetece, mi relato en el blog mafialiteraria.blogspot.com o pinchando directamente en

El peso de las palabras 1
El peso de las palabras 2
El peso de las palabras 3

jueves, 26 de febrero de 2009

La comunidad de los despechados II

Fotograma de El mago de Oz

Me había sentado frente al ordenador para reescribir la entrada de La comunidad de los despechados. No podía sospechar entonces que en mitad de la escritura recibiría una llamada. Esa llamada lo iba a cambiar todo.

Parece ser que en un lugar recóndito de Argentina existe efectivamente esta comunidad de pobres almas que además profesan una deferencia especial por Borges. La llamada era de su presidente, un tal Abilio Despechado, oficinista en horario laborable y polemista en horas libres. Y me increpa así, de buenas a primeras, que terminara el cuento con una frase de Cortázar, quizás decía, a parte de desvelar el secreto de las reuniones de la comunidad, esa era la mayor provocación que podía hacerles.

-Cortázar -dijo- señor mío, Cortázar, solo es un remedo del gran Borges.

Yo no entendía bien el objeto de su llamada, porque en ningún momento el tal Abilio se definía, se concretaba. Hubiera necesitado saber qué era exactamente lo que le había molestado de mi texto y en concreto qué deseaba de mí, una vez que el daño, como él decía, estaba hecho.

-Termine con una frase de Borges al menos, sea usted elegante. Y dé por hecho -añadió- que está usted excluido de por vida de nuestra comunidad. Despéchese con otros. Está avisado.

Yo no recordaba haber echado ninguna instancia en tan extraño club, que por otro lado pensaba que era una creación de mi cabeza, pero el tono era de amenaza y vi bien recular un poquito, darle cierta razón y credibilidad a sus palabras.

-So boludo -dijo, lo que me hizo dudar de su origen ciertamente argentino- , sea feliz, queme las cosas que le queden de su pasado, viva hacia delante. Viva hacia delante -gritó mientras su voz se perdía en una nube de ruido trasatlántica.

Yo no entendía nada, entre otras cosas porque nunca pertenecería a un club de despechados, tal vez, de despechables, pero ese es otro tema. Me quedé un rato en silencio. Cerré la ventana de mi blog y descarté reescribir la entrada, por otro lado, ya había una infinidad de ideas allí, de correcciones, de sugerencias, que andaban solas, que habían empezado a distanciarse, a cobrar vida, me barrunté, como en un jardín de senderos que se bifurcan.

domingo, 22 de febrero de 2009

La comunidad de los despechados

Foto de Francesca Woodman

Lola cambió la cerradura de la puerta. Pedro canceló la subscripción a la revista Mía. Carmen se compró otro teléfono. Juan se cortó el pelo. Marcelo se bañó en pelotas en Calblanque. Silvia decidió no escuchar nunca más esa canción de moda. Eugenio dejó la ropa que ella le había regalado en un armario sin fondo. Jose rayó todo sus discos. Carlos puso un anuncio en Meetic. Yo me dejé llevar... Distintas respuestas para una misma situación. En mi casa los platos se amontonaron en el fregadero, la ropa en el cesto, la suciedad en las esquinas del pasillo. Y sin embargo, algo había cambiado. Todos lo sabíamos. Al principio nadie dijo nada, pero todos lo sabíamos.

Llegó la hora de dormir y nadie dormía, dos tes, un café, y aquellos ruidos, que hacían nuestros cuerpos al pasar por las estancias próximas al otro lado, nuestros quejidos, nuestra forma de decir esto ha sucedido, aquí ya no esperéis nada, marchaos, la mala sombra está aquí, entre nosotros. Tres días, dijo alguien, tres días y aún no ha pasado nada. Pero pasará, sentenció Lola, pasará.

Ya era tarde, así que se puso punto final a la primera reunión de la comunidad de los despechados. Y seguimos cada uno por nuestro camino, solos, muy solos. Yo me quedé el último, tal vez, porque era mi casa. Al cerrar la puerta con llave por fuera, algo extraño recorrió mis pensamientos. Y la tiré por la alcantarilla. No fuese, pensé, que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

________
NOTA

Esta entrada irá sufriendo variaciones en los próximos días. En realidad ya está sucediendo. A veces son pequeñas matizaciones, otras cambios radicales en el argumento. Pido tu complicidad, también tu paciencia. Ah, se aceptan sugerencias.

martes, 17 de febrero de 2009

Bach


Mientras que una parte de mi vida se iba al traste, otra emergía con gran fuerza, aunque entonces no lo supiera. Hace dos años me encontré con Bach y conmigo mismo, y desde entonces he intentado escribir sobre esta coincidencia sin mucha fortuna.

De saber, me digo, en alguna ocasión, me gustaría contarlo como hace Félix Grande al final de su novela La balada del abuelo Palancas, que en su cama en Tomelloso, dice, prácticamente difunto, recibe la visita de un músico extranjero que ha venido a tocar el piano para él. Un músico anacrónico que toca y que por un momento inunda la ciudad abierta de par en par.

Fue mi asidero. Recuerdo las primeras sonatas que escuché en una grabación del Bach Collegium Japan, dirigidas por Masaaki Suzuki. Me resultaba emocionante comprobar cómo mientras cruzaba Corvera la música de Bach llegaba hasta mí, en ese viaje que a veces orienta la curiosidad. Una y otra vez sonaba el mismo cd, que había comprado con el diario El País. He leído en algún sitio que Bach es un bosque de símbolos, para mí, sin embargo, fue un bosque de emociones, aunque sé que quizás no sea uno de los músicos más apegados a las pasiones humanas. Entonces Bach no reinventaba el mundo para mí como una consolación por la desdicha. No se trataba de eso. Era como poner un papel de celofán sobre la vida, matizar los colores, el daño, las desnudez, equilibrarlo todo. Escuchar a Bach, en mi coche, camino del trabajo, era estar en mi templo, en mi cuerpo, en mi vida, de forma plena, cuando la realidad era una cosa taimada y pobre.

Pero en realidad Bach llegó a mi vida a través de los libros, especialmente a través de la Pequeña crónica de Ana Magdalena Bach y luego de la música, el Pequeño libro de Ana Magdalena, que el cantor de Leipzig compuso para su segunda esposa. Y más adelante música y literatura. Las variaciones Goldberg de Glenn Gould y de Keith Jarrett, la novela El malogrado de Thomas Bernhard, y un extrañísimo Hush con Yo Yo Ma y Bobby MacFerrin. Las cantatas grabadas por Koopman y Las pasiones, el Oratorio de navidad, las Suites de Cello interpretadas por Pablo Casals o el estuche de Rostropovich y ese poema de Javier Moreno que envidié desde el primer momento.

Cosas así que uno nunca olvida. Fue mi primera toma de contacto con la música clásica. Mi propio camino, algo perdido, tal vez orientado por algunos amigos que me grababan cosas, que me entretenían también con otras rarezas como el Snowflakes are dancing de Debussy grabado por Isao Tomita, un juguete, que en las tardes de mucho frío me consolaba posándose como copos de una extraña luz sobre los libros de mi biblioteca.

Pero era ante todo mi camino, mi camino solitario, mis primeros pasos -y no sólo por la música- en ese bosque de símbolos que ahora empiezo tímidamente a desentrañar.

sábado, 14 de febrero de 2009

El amor ciego


Una vez le ofreció a una chica cien pesetas para que le enseñara las bragas. En el barrio se propagó el escándalo. Y hubo un juicio sumario contra aquel niño que a partir de entonces decidió andar por el mundo con los ojos cerrados, de par en par. Las noches y los días se iban sucediendo sin que sus pupilas se dilataran o se contrajeran con la luz del sol. A los dieciocho años, en contra de los pronósticos del doctor Ceferino que aseguraba que los ardores de la juventud lo sanarían, decidió que el amor también sería ciego, que aquel cuerpo se individualizaría a través del tacto, a través de sus manos y de su boca, también de sus palabras. Y no tuvo miedo cuando fue a tocarla y la besó y supo cómo sonaba el almidón de su falda plisada al caer desprendido al suelo.

En sus ratos de ocio tenía la costumbre de jugar a las analogías. Tocaba una manzana e imaginaba, por ejemplo, infinidad de posibilidades: bola de billar, pomo de puerta, canto rodado... Fue de esta manera como descubrió que el amor se parecía a una cinta de seda vaporosa.

Escuchaba por un módico precio lo que la gente quería contarle. Como no veía las caras discernía la sinceridad a través de las tonalidades. Supo que la mentira adoptaba el llanto y una reiteración cansina para propagarse, que era capaz de prender una hoguera, si fuese necesario, para cegar el entendimiento con su fulgor. Y desde entonces odió la mentira.

Al final de sus días decidió abrir los ojos una última vez. Parpadeó. Y murió con una leve sonrisa de satisfacción esbozada en sus labios. Su familia se puso detrás, precavida, delante la luz de un balcón que miraba a poniente y una cuerda de tender con ropa interior colgada.

martes, 10 de febrero de 2009

Mesa de novedades

Imagen de Mar Arza

Hoy es martes, de nuevo guardia de biblioteca. Acabo de dejar el cómic de Batman Largo Halloween en la mesa de la bibliotecaria. Reviso el mostrador de novedades, como la vida misma es caótico y asombroso. Hoy no podría escribir de una sola cosa y sé que de esta manera me saldrá una entrada dispersa para la que tendré que encontrar un hilo, un hilván que le de sentido a todo y del que sería fácil tirar y deshacer el misterio. Y pienso, por qué no exponer las cosas como en esta mesa de novedades, de forma yuxtapuesta, una tras otra sin más vínculo entre ellas.

UNO: la otra noche mientras te miraba de soslayo me llamaron la atención tus ojos atentos, pendientes de la pantalla y el pespunte de luz en tu boca, algo que hilaba tu belleza a aquella ingenuidad de los años de infancia, a esa niña con uniforme de colegio de paga que mira con asombro el mundo.

DOS: ¿Qué ha sucedido con Alberto? ¿En qué momento dejé abierta la reja? ¿Estás seguro de que detrás de esta amistad no se esconde un persistente vendedor de enciclopedias, o aún peor, un predicador del fin del mundo? Se me hizo raro el domingo no verlo, después de tantos días juntos. Aún no soltaré los perros, déjalo campar por tus aledaños, ya habrá tiempo de montar la escopeta.

TRES: Antonio. Ayer jugábamos al fútbol. Colores diferentes. De pronto el partido iba por su lado. Estábamos en el centro del campo desentendidos del balón, dale que te pego, venga a hablar, es que llevábamos casi dos semanas sin vernos, una eternidad. De pronto cayó el balón en mis pies y claro tuve que meter un gol, pero él sabe que no hay nada personal en ello, que sólo lo hice por disimular.

CUATRO: Ayer volvía a trabajar en moto, el aire en mi cara y esa canción de Luna Pop, Vespa, sonando por los salones perdidos de mi memoria. Y me entraron ganas de ir más allá, siempre más allá.

CINCO: Como un colegial me pregunto, qué me pongo. Al final he decido que las premuras de la mañana tomen la decisión.

SEIS: No leo, dios mío, no leo, así que anoche subí a mi biblioteca y repasé los libros hasta que lo encontré, allí estaba, lo sabía, junto al Tristram Sandy que me compré este verano , traducción de Javier Marías, y que pronto abordaré, allí estaba, Soñar y contar. Seguro que me salvas, Hanif Kureishi, mi oído en tu corazón.