lunes, 28 de julio de 2008

Lectura de Louise Glück



Escritora norteamericana. Nació en la ciudad de Nueva York en 1943. De formación académica, ha ganado premios de prestigio como el Pulitzer por su poemario The Wild Iris (El iris Salvaje), el Nacional Book Cristics Circle Award, entre otros.Actualmente trabaja de docente en Massachussets y en la Universidad de Yale.

Ha publicado una decena de libros de poesía. En castellano contamos con dos traducciones:

-El iris salvaje, traducción de Eduardo Chirinos.

-Ararat, traducido por Abraham Gragera.

Los dos libros editados por la editorial valenciana Pre-textos.


Cuando leo, subrayo los títulos de los poemas que me han gustado especialmente, pero el lápiz también se desliza por los márgenes señalando versos sueltos que por diversos motivos me gustaría pensar que son memorables. Aquí unos ejemplos de mi lectura de este Ararat.


"Y algo cambió: al morir mi hermana

el corazón de mi madre se volvió

muy frío, muy rígido,

como un pequeño medallón de acero.


Me pareció entonces que el cuerpo de mi hermana

era un imán. Lo sentía atraer

el corazón de mi madre hacia la tierra,

para hacerlo crecer."


(De Amor perdido)

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"En realidad es lo mismo ayudar a una persona

a dormir que a morir. Las nanas dicen

no tengas miedo, parafraseando los latidos

Del corazón de la madre.

Así los vivos lentamente se serenan; sólo

los que van a morir son incapaces, se resisten".


(De Nana)

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"Y por eso no soy de fiar.

Porque una herida en el corazón

Es también una herida en la mente."


(De El hablante indigno de confianza).

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"A mi modo de ver,

mi madre estuvo siempre oprimida

por mi padre, como si él

hubiera atado con plomo sus tobillos."


(De Nuevo mundo)

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"Debería herirse

Solamente algo a lo que se le pudiera dar

el corazón entero."


(De Animales)


Podrás leer varios poemas de Louise Glück

cajadetormentas.blogspot.com.

martes, 15 de julio de 2008

Lectura en La puerta falsa



Hace muchos años, a finales de 1997, antes de editarse el libro El otoño encarnado de Ives de la Roca, un grupo de amigos asistimos a la cafetería La puerta falsa de Murcia para leer los poemas del autor hispano-francés que había excusado su ausencia por una enfermedad. Nadie sospechó lo que había detrás. Así empezó a vivir Ives de la Roca. Poco a poco tomó cuerpo como esas mentiras que a fuerza de repetirse se vuelven verdad.


Los cómplices: Ginés Sánchez, Raúl González, Fina Tafalla, yo y Javier Murcia.


La calle

Miro desde mi casa de Lubéron

El mercado, la gente gris

Con metáforas en la voz:

Jengibre, mirra, muérdago.

La alegría parece un juego fértil

Para este otoño de la edad.



Filemón y Baucis

Es lúdico que te ame,

Que en este piso la estrechez

Haga el roce.

Que yo no vea tu sepelio,

Que tú el mío tampoco,

Hemos convenido.

Es lúdico y amable

Que tú me ames,

Si acaso me amas.

Abres de par en par

Las puertas del balcón,

Y en esa claridad

Lees a Ovidio,

Das cobijo a los dioses.

Tal vez esté en su voluntad

Concedernos la vida que nos quede.

La saveur des cerises

À mon père, lecteur de ces vers.

TANT que nous grandissions
Gradissaient aussi
Les branches du cerisier,
Les fruits de ces branches
Et l’ombre sur ces primeurs.
Nous oublions nos vélos,
Nos billes, notre toupie
Avec sa ficelle de nylon
Pendant la douceur de ces jours-là.


Et nous grimpions
Sur ces branches,
Goûtant ces fruits,
Et sautant comme des funambules
Dont le sort pendait
Du fil des nuages.

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Les heures de la nuit
Devenaient longues en octobre,
Et l’hiver se présentait comme un long
Tunnel entre deux vallées,
Ou entre deux rues,
Ou entre deux années.


Les nuit de pleine lune
Du mois de janvier,
Les chats tristes
Rôdeaient auprès des cerisiers.
Des ombres obscures
Qui sautaient dans le rêve
À travers les stores de bois,
Où mes mains pressées
Ouvraient lentement le pas
À mes yeux ouvers comme des assiettes.


Et une fois vaincu par la fatigue,
Le visage nu
Sur le cristal gelé,
Ils virevoltaient dans la mémoire,
Comme une pelote,
En dessinant, avec de l’encre de Chine,
Des ombres de tigres noirs
Sur les murs.

_________



Le matin,
Une branche rougeâtre et raide
Tapait sur le rebord
Et moi, de très loin,
Mais comme qui regarde
Pour être vu, je la regardais
Avec les tresses d’une petite fille
Et son uniforme
D’école des filles.


Et bien que nous fûmes des amants
À douze ans
Et sans nous parler,
Jamais nous n’avons gravé nos noms
Dans un coeur
Sur l’écorce de cet arbre-là.
_________


La place s’illuminait
Dans les jours de mars,
Avec des fleurs tout petites
Que le vent de la mi-mars
Balayait dans les rues


Dans les jours de mars, je m’asseyais
Aurprès des cerisiers,
Et, les mains toutes propres, je les touchais
Et je me sentais étranger,
Comme si le vent entre ses feuilles
Chantait une chanson
Avec des choses qu’on gagne
Et des choses qu’on perd.

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Et je te rappelle,
Taillant de tes mains
Les branches jeunes,
Guidant leur ombre
Qui se confondrait
Au bout des années
Avec notre propre ombre.
Tes mains firmes et flexibles
Comme les mains du cerisier
Dans les matins
Bleus de septembre.




Traducción al francés de Diego Morales

























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El sabor de las cerezas

A mi padre, lector de estos versos.

MIENTRAS crecíamos / crecían con nosotros/las ramas del cerezo,/la fruta en esas ramas,/la sombra en estas frutas. // Dejábamos las bicicletas,/las canicas, la trompa/y su cordel de nailon/en la bondad de aquellos días.// Y nos subíamos/ por estas ramas,/ probando aquella fruta,/ y saltando como funámbulos/ cuya suerte pendiese/ del hilo de las nubes.

Las horas de la noche/ se hacían largas en octubre,/ y el invierno se presentaba como un largo/ túnel entre dos valles, / o entre dos calles,/ o entre dos años. // En las noches de luna llena/ del mes de enero,/ los gatos tristes / merodeaban los cerezos. / Sombras oscuras / que saltaban al sueño/ por las persianas de madera, / donde mis manos azoradas / abrían paso lentamente/ a mis ojos abiertos como platos.// Y una vez que caía de cansancio,/ con la cara desnuda/ sobre el cristal helado, / daban vueltas a la memoria,/ como a un ovillo,/ dibujando con tinta china/ sombras de tigres negros/ en las paredes.

Por las mañanas/ una rama rojiza y tensa/ golpeaba el alféizar, / y yo desde muy lejos,/ pero como quien mira/ para ser visto, la miraba / con sus trenzas de niña / y su uniforme / del colegio de paga.// Y aunque fuimos amantes/ a los doce años/ y sin hablarnos,/ jamás grabamos nuestros nombres/ dentro de un corazón/ en la corteza de aquel árbol.

La plaza siempre se iluminaba/ en los días de marzo,/ con una flores párvulas/ que el viento de mediados de ese mes/ barría por las calles.// En los días de marzo me sentaba/ cerca de los cerezos,/ y con las manos limpias los tocaba,/ y me sentía extraño,/ como si el viento entre sus hojas/ cantase una canción/ con cosas que se ganan/ y cosas que se pierden.

Y te recuerdo/ Podando con tus manos/ las ramas jóvenes,/ guiando su sombra/ que se confundiría/ al cabo de los años/ con nuestra propia sombra./ tus manos firmes y flexibles /como las manos del cerezo /en las mañanas / azules de septiembre. (Allí donde no estuve. Rialp. 2004)

domingo, 6 de julio de 2008

Presentación de "Diario de las bestias blancas" de Diego Sánchez Aguilar

24/06/2008

Hemiciclo de la Facultad de Letras

(Universidad de Murcia)



En 1901 nace en Suiza Alberto Giacometti. Este pintor y escultor se forma en París con los primeros movimientos de vanguardias, pero a partir de los años cuarenta da un giro a su carrera y emprende un camino absolutamente al margen. El mundo ha conocido la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración, la bestia sin colores de la muerte.

En Montparnasse, a medio camino entre la cueva troglodita y el estudio de un artista, empieza a crear un universo personal poblado por pequeñas figuras casi invisibles -de hecho cuando viajaba a Zurich, las llevaba en los bolsillos de su chaqueta-. Las construye primero en arcilla o escayola, pero antes de fundirlas en bronce las figuras van perdiendo consistencia física, prácticamente se quedan en hilos verticales que se sostienen por la costumbre más que por las leyes físicas. Giacometti quita y quita hasta dejarlas en la mínima expresión. Son casi ilusiones ópticas que pueden desaparecer en cualquier momento.

Estas figuras, que aparecen en unos pocas situaciones que se repiten, como la de un hombre andando o la de pequeños grupos de seres extrañamente aislados, son humanas, filiformes, desnudas a veces y extremadamente delgadas, figuras como escapadas de Dachau, según señaló la crítica en su momento. Estos hombres son frágiles pero enormemente expresivos, están en actitudes cotidianas, como el Hombre cruzando la calle de 1960, muestran el sentido débil de la existencia humana, bajo la amenaza de destrucción por el parte del espacio que lo rodea.

En 1974, un año después del memorable 1973, nace en Cartagena Diego Sánchez Aguilar. Pasa , por lo que sabemos y por algunas fotos vistas en casa de sus padres, una adolescencia marcada por el rock, veranea en Los Urrutias, luego en Cabo de Palos, donde ahora vive, y viste camisas a cuadros y lleva tupé. No sé por qué, pero la experiencia como docente te muestra que los jóvenes rebeldes, los que no encuentran el espacio en la cotidianidad para sus inquietudes, se refugian en la música, en las camisetas negras, en los pelos largos. En Diego ya está despierta la curiosidad, su manera de aprender casi enciclopédica. Después no abandona sus gustos musicales, sino que los asume dentro de una realidad cultural más amplia. Y llega la Universidad, y Diego se alarga como las figuras de Giacometti, -pero no es ésta la analogía que quiero mostrar-. Quizás de entonces viene mi primer recuerdo de Diego, entrando a clase, espigado, con su chaqueta negra de cuero, un hombre adelgazado, como salido de un cuadro de El Greco. Más tarde supimos que hacía el servicio militar, uno de los últimos. Y a partir de ahí llegó la amistad, poco a poco, como las cosas que merecen la pena. La amistad de Diego es extraña, porque es silenciosa. Recuerdo cuando ese verano me visitó en Los Urrutias, llegaba en su coche vestido con un bañador sobrio, siempre colores oscuros y la camiseta de invariable estilo ferrys con bolsillo para el tabaco de liar (sólo el tiempo y María Luisa han conseguido meter el color en la estética diaria de este hombre), iba descalzo, tal vez por la imposibilidad de encontrar unas zapatillas de su medida. Recuerden que José Daniel Espejo en su blog Famosos en acción define a Diego como el poeta con los pies más grandes de España. Nos sentamos en una terraza y la mayor parte del tiempo estuvimos en silencio, pero a gusto, en una placentera armonía que fluye del corazón. Los que lo conocen saben que donde está Diego no hay conflicto, que donde dijo es capaz de decir digo y que si hay alguien que pueda exprimir el meollo de una noche de verano de absoluta normalidad ese es Diego.


Presentar un libro cada vez se me hace algo más extraño. Los libros como la amistad están por encima de los prejuicios, como cuando nos conocimos Diego y María Luisa y Anabel y José Óscar. Los libros están algo más allá, son algo que sólo se puede conocer viviéndolo.

En su libro, como en su vida, una de las cosas que me llama la atención de Diego es que, a diferencia de otros escritores, su poesía parece evocar una concepción no exclusivamente literaria del mundo. Añadía José Daniel Espejo en la breve reseña que antecede a la entrevista que le dedica que Diego ha escuchado más música y ha visto más cine que nadie, y que la probabilidad de equivocarse en esta afirmación es de un 0,1 por ciento. El arte, la cultura aparece por todos lados. Y toda la cultura y todo el arte. En este libro, su primer libro después de la plaquet, Desde el vientre de la ballena, y de los poemas de Lindero de tinieblas, publicados en el Murcia Joven de 2002, encontramos la cultura filtrada a través de la televisión, del cine, de la música.

Pero lo que más me llama la atención es el lugar desde donde se escribe este diario. Cuando Diego ha hablado de este libro en otros momentos, como la presentación del número cinco de la Revista Hache, o en la carpa de cool-tura presentando el número veinte de El coloquio de los perros, mostraba el autoengaño de los hombres al dividir el tiempo en fracciones aprehensibles, una manera de olvidar lo que hay debajo, el vacío. Y eso es quizás lo más inquietante de este libro, la verticalidad, como en la poesía de Juarroz, sobre el que versa su tesis, el vacío, el hombre de Giacometti que viaja el lunes por la mañana en su coche camino del trabajo, que transmite una incómoda sensación de soledad, una inquietud filiforme, como un hilo a punto de quebrarse entre la esperanza fingida y el vacío, en caída, como Altazor.

Es ese hombre de Giacometti, adelgazado, rodeado de una soledad terrible quien esboza los poemas, alguien anónimo que camina o que señala o que simplemente pasa. Ese hombre para el que posaba en infinidad de ocasiones otro Diego, Diego Giacometti, su hermano, y que ahora aparece en este diario, pero tomado de la realidad, porque el mundo parece habitado por estos hombres frágiles y hastiados, casi ilusiones ópticas a punto de desaparecer.

Giacometti despertó el interés de Sastre y de Genet, sobre todo, el hombre petrificado, no ya por la escultura sino por la sociedad. Giacometti coincide con Diego en hacer objeto de su obra a ese hombre extraño, sensible pero aislado, frágil, inerme. El hombre que camina, el hombre que señala, el hombre rodeado por el absurdo.

Lo que veo me preocupa, dijo Giacometti. No sé si Diego coincide con esta afirmación en su libro. Hay como en El Quijote, como en las figuras del suizo, una distancia irónica respecto a sus personajes.

Por mi parte para terminar podría decir que lo que veo me enseña, que lo que veo me gusta. Lo que veo me emociona. Y lo que veo es el Diario de las bestias blancas de Diego Sánchez.

Diego dedicando libros a un público entregado.