martes, 23 de diciembre de 2008

Palabras para Celia


Celia, tú eres muy pequeña para saber lo que es la navidad, también para saber que las cosas terminan, como los años, y que el tiempo es una invención de los hombres que sienten que son más fáciles las cosas si se les pone nombre. Nombre a los años, nombre a los meses, a ciertos días. Nos vemos el martes, decimos, haciendo planes para dentro de unos días, hasta el año que viene, que pases una feliz navidad. Decimos cosas así, Celia, para desearnos que los tiempos que vengan sean mejores o al menos iguales que los que estamos viviendo en este instante. Nadie quiere nada que sea peor. Por eso también en estas fechas ponemos extrañas figuras en nuestras casas o compramos unos árboles fríos y verdes -aunque yo este año no lo haya puesto, y no tiene importancia, porque seguramente lo haré el año que viene y tú lo harás también al siguiente y al otro-, porque todos lo hacemos, como una especie de superstición, porque en estas fechas la gente, extrañamente, no te digo que no, nos abrazamos si nos vemos por las calles, los amigos te llaman, amigos que incluso pensabas perdidos -los que más-, los primos se reencuentran, es fácil que te hagan regalos y tú también los harás o que eches de menos a esa persona que por primera vez después de mucho tiempo no pasa las navidades contigo, las primeras navidades sin ti, le dirías. También te pasarán estas cosas, porque la vida es así y nadie está libre de los imprevistos, y para entonces ya te leeré un poema de José Agustín Goytisolo que tengo en mente mientras escribo estas palabras pensando en ti, aunque quién sabe, tal vez tú no lo necesites y entonces sólo te lo lea por el puro placer de las cosas bien dichas.

Sí, lo entiendo, yo también lo pensaba, ¿por qué sólo pasan estas cosas ahora, por qué ahora todos somos buenos, por qué ahora nos reímos, somos amables, decimos palabras como solidaridad, benevolencia...? Pues nadie lo sabe, al menos yo no, pasa, y a veces es mejor que pase ahora que nunca.

Pero además este año sucede algo especial, Celia, los días han cambiado y hay un nuevo nombre para los años, una nueva forma de medir el tiempo, es así, fácil: "la primera navidad contigo", porque el tiempo ahora se nombra como si hubiera un antes y un después de tu nacimiento, porque los días después ya no serán nunca iguales que los de antes, que aquella navidad lejana de 2007, cuando tú aún no habías nacido y yo no era tu tío y estábamos tan solos el uno sin el otro.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Odi et amo o nunca nieva dos veces sobre el mismo cuerpo

Foto de David LaChapelle


Recuerdo que hace unos años nevó en Murcia. Sé cuantos años exactamente han pasado desde el curioso incidente de la nieve a media mañana, pero no me apetece decirlo, cosas de la edad, imagino. Nevó. Como caídas del cielo, las manos blancas de un ser querido me rodeaban con su calor. Nada podía ser tan perfecto como aquellas pequeñas constelaciones de nieve por la calle del Arenal. Copos geométricos, figuras imposibles de una arquitectura fugaz y etérea.

Quizás entonces debimos entender la lección, pero éramos tan ilusos, tan frágiles, como aquella nieve blanca que no llegó a cuajar, que al rato era sólo una mancha sucia, terrosa, un oscuro charco de barro que se colaba por las alcantarillas.

(Hoy no nieva. Hace rato que cierta alegría, que no cae del cielo, juega como una muchacha por las estancias cálidas de mi corazón. No sé el porqué, pero siento que es así y no me atormento.)

viernes, 5 de diciembre de 2008

El beso provocado


Foto de Robert Doisneau. El beso del Hotel de Ville

Onda Regional. La radio se mueve (105.3 fm)
17/12/2008


No te lo dije en su momento porque pensé que no tenía importancia. En realidad no te lo dije porque tú no estabas allí y no tenía sentido que yo te lo contara después. Por eso lo he guardado durante tanto tiempo en el desván al que ahora he vuelto a subir por otros motivos, para dejar otras cajas con rótulos como días de guerra o momentos felices o actos de amor varios.

Se llamaba María -uso el pasado porque hace mucho tiempo que sucedió y no por otro motivo, aún hoy día se me encoge el corazón un poquito al contarlo, por eso tal vez debería volver a empezar en presente, como si estuviera sucediendo ahora mismo-. Se llama María, debería empezar. Tiene veinte años. Es una muchacha muy guapa. Es alta. Es poeta. Le gusta lo que tú le dices y a ti te agrada lo que ella te comenta. Habíamos quedado varias veces, una en nochevieja, tú le habías prometido que irías a verla a la entrada de la fiesta donde ella iba a recibir el año nuevo lejos de ti, y lo hiciste. Siempre has sido un hombre de palabra, luego arrastraste tu soledad por varios bares, la única vez, por cierto, que lo has hecho en tu vida. Otras veces quedabais a tomar café, sin que se acabara el siglo ni nada por el estilo. Pero un día se hizo algo más tarde y como el tiempo con ella pasaba volando te ofreciste a acompañarla a su casa, en realidad se trataba de un piso de estudiantes en la calle Mar Menor, si no recuerdo mal, que compartía con sus hermanos. A mitad de camino querías besarla, pero no veías cómo. Así que tiraste de tu corto repertorio de argucias y la llamaste, así, con cierta alarma en la voz, de forma que ella no se lo esperase, y se giró y tú entonces la besaste, sentiste su cuerpo nervioso más allá de la carpeta que sujetaba contra su pecho como una estudiante de último curso de magisterio. Así de castos. Luego la cogiste de la cintura y seguimos caminando en silencio.

Fue una de las últimas veces que la vi. Por qué. No lo sé. Uno toma decisiones y esas decisiones te alejan y te acercan a las personas. Tal vez porque tú habías pensado que no significabas nada en su vida. Pero todo eso no viene al caso, además suena a reproche y esto, a las claras, no lo es. Y un día hablando con Aurora, una amiga menor que era a su vez amiga de la hermana menor de María, te enteraste de que para ella habías sido algo especial. ¿Un novio? No lo sé, no recuerdo las palabras exactas. Ternura, es lo único que se me ocurre ahora.

No he vuelto a saber de ella. El otro día puse su nombre en el buscador de google y no encontré nada, como si la tierra se la hubiera tragado. Tal vez por eso escribo esta pequeña anécdota del beso provocado, tal vez para que sea verdad y exista. Para demostrarme que hay una línea del tiempo, que hubo un pasado más allá del presente, que habrá un futuro sin lugar a dudas. También para que este recuerdo abrigue mi corazón en estos días en los que parece que el frío hubiera llegado para quedarse siempre entre nosotros.