sábado, 29 de noviembre de 2008

El juego de los Antonios

Onda Regional. La radio se mueve. (105.3 FM)
3/12/08


Este post es un juego de la oca. Va de Antonio Lorente a Antonio Lorente. Porque está en los extremos y en el centro de las palabras.

La primera casilla está en Grecia, en Tesalónica, camino de la tumba de Filipo. Nos paramos en un puesto de frutas junto a la carretera. En principio era parecido a los que aparecen en la costa española, con melones, sandías, melocotones, albaricoques... Quizás la única diferencia eran las pequeñas hornacinas que jalonan los caminos griegos con flores y exvotos. Era una carretera secundaria, lejos de la ciudad. Aquel puesto lo regentaba un hombre maduro, cincuenta, sesenta años tal vez, vestía con una camisa a cuadros y unos pantalones cortos, las manos agrietadas, la piel seca y curtida. En un momento dado, tal vez al verse animado por la conversación con Antonio, sacó un instrumento musical y se puso a cantar. Antonio iba traduciendo las letras. De pronto dijo aquella frases que recordamos con una sonrisa todos los que estábamos allí -María José, Antonio, Rafa, Mar, Anabel, yo- en los días siguientes. Señaló la casa cercana y dijo que antes vivía con sus cuatro hijos y que cada uno tenía su parecer pero que él les había enseñado que verdad sólo había una, y luego añadió que ahora, entonces, vivía sólo, pero que a veces eran demasiados.

La segunda casilla de esta oca está en Murcia, en un libro de Tabucchi que Antonio me regaló hace unos días en el programa de radio en el que colaboramos desde hace años. En las páginas de Se está haciendo cada vez más tarde, el escritor italiano habla de una pequeña isla griega de apenas cincuenta kilómetros de diámetro, una isla anacrónica o pancrónica, -pero para desentrañar esa duda habrá que leerse el libro completo-. En un momento dado habla de varios visitantes célebres, uno era el novelista griego Nikos Kazantzakis, cuyo epitafio reza "No espero nada. No temo nada. Soy libre" (Δεν ελπίζω τίποτα. Δε φοβούμαι τίποτα. Είμαι λεύτερος).

Recuerdo la camiseta que me compré en aquel viaje, con quién me la compré, cómo fueron esos días, por las calles de Plaka, "No espero nada. No temo nada. Soy libre" se podía leer en mi pecho de hombre feliz, cuando aún dos no éramos muchos para una casa y Grecia nos bendecía con su luz, su calor y su verdad.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Tú, tú


Salimos por la calle hasta la esquina. Nunca más allá. Nunca más acá. Desde allí yo observaba atentamente sus pasos como puntadas de hilo sobre el camisón de verano de mamá. El aire de la tarde inflaba sus formas y se convertía en un globo a punto de ascender. Ver a mamá venir de la playa con su camisola ponía los pelos de punta. La reina en el cabaret del edicicio de inquilinos itinerantes del verano. Tan hermosa como el sol.


Nunca llegué a entender cómo dos seres tan hermosos eran antagonistas.


Pese a mamá yo sólo tenía ojos para ella, para su paso menudo y volátil y su importancia menguante. Y justo cuando pasaba a mi lado abría el bote de cristal. Nunca antes. Nunca más allá. Su cabeza negra, sus alas acrisoladas por la luz. La reina en el cabaret de los insectos.



sábado, 15 de noviembre de 2008

Louise Glück de nuevo contra mi corazón

Foto de Joan Fontcuberta

No sé qué he visto en esta escritora, no es Anne Carson, pero es Luoise Glück, las dos escritoras que más me han emocionado en los últimos años. ¿Algo más modesto? No lo tengo tan claro. Anne es increíble, te dice las cosas como nadie antes te las había dicho, pero con el aliento de las palabras de siempre. La belleza del marido, tan presente estos días en mi vida, o Hombres en sus horas libres, con esas galerías de voces que descubren la verdad de todos como un cesto de manzanas, para moderlas.

El iris salvaje es un libro cruel, es un libro religioso, es un libro de arrepentimientos y de reafirmación, es un libro de búsqueda, atormentado, áspero, pero también de deseos, de anhelos, de esperanza.


Deberíais saber
que esperaba más de dos criaturas

a quienes les fue dado pensar: si no
os váis a cuidar realmente el uno al otro,
al menos podríais comprender
que el dolor se reparte
entre ambos

(Abril)


Si adoras a un dios, necesitas
sólo a un enemigo. (Mala hierba)

Después de ocurrirme todo,
me ocurrió el vacío.


(Final del verano)

Para mí la felicidad
es el sonido de tu voz

cuando me llamas, aun cuando

estás desesperada; mi dolor lo aceptas

como mío cuando no puedo
responderte con palabras.

(Puesta de sol)

sábado, 8 de noviembre de 2008

la tarde más disparatada del mundo


Llegaron las siete de la tarde y aún no había fregado el baño, es de creer. Enchufé el ordenador, que hay que ver lo sensible que se pone. Que si ahora debe usted suscribrise, que si está en peligro, que si además no debe(de)dejar de contactar con todo el mundo a través de una red de enlaces que tú, también es verdad, has elegido libremente. Luego avisos de recados pendientes, de mensajes no necesariamente de amor en tu buzón, de acciones perentorias de actualización -ha dejado usted de estar al día, que lo sepa-.

Y luego la colada, el otro plano, lo que podríamos llamar el real world, una especie de realidad que a fuerza de pantallas se está volviendo cada vez más lejana. Venía de comer con unos amigos, gente honrada de vida sencilla, de esa que aún cree en el matrimonio y en los hijos. En estos casos habría que preguntarse siempre, como parte de un proceso de higiene mental, si ambos, matrimonio e hijos, creen a su vez en ellos. Venía de una mañana soleada, de un estado de ánimo total, pero para qué engañarnos, llegan las siete y empezamos con el ordenador y no empezamos con la colada. Ayer estuviste de cena con lo que tú, con lo que yo, vienes llamando, la pandi y vaya cuadro. Uno que si gris, otra que si te dije diego, otra que morena y el marido recordándoselo, la Concha con su cámara de fotos, tú, bueno de ti mejor no hablar, a tu lado ese ser, apenas veintisiete años, al que conocías pero al que has vuelto a conocer, y el anfitrión, pues eso, atendiendo a sus amigos. Consecuencia de todo, que como te has ido a comer con el tiempo justo, ahora te encuentras con una silla llena de ropa que apesta a tabaco de anoche. La colada en su cesto también apesta a tabaco. Uno, dos, tres, cuatro, y quién sabe si cinco cafés, tienen la culpa de todo. O fue del chachachá. Pues sigo sin saberlo, y aún nos queda la noche.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Jueves, una del mediodía


Quizás esto es lo más parecido al espacio y al tiempo de la felicidad. Pero te falta alguien. La gente pasa, dialoga, interceden unos por otros, a veces sin mucha fortuna y otras veces con clara maledicencia, que nos gusta. Los teléfonos móviles se llevan el primer puesto de objetos felices.

La gente también come. Es una hora propicia para la cerveza, sin ir más lejos tú estás tomando una, en ayunas. La posas sobre la mesa donde has puesto el portátil nuevo. Tantas cosas nuevas últimamente, tantas adquisiciones en los últimos días, moto, portátil, chaqueta, y por otro lado tantas pérdidas. Miras atrás y descubres qué compulsivas fueron las acciones que te llevaron a tener esos objetos, pero ahora te hacen feliz, extrañamente te siguen haciendo feliz.

Has pedido unas patatas, las rompes en la boca.

¿Y qué más?

Es la ciudad que amas, la de siempre, eso demuestra que eres un hombre fiel, que no te asusta el mismo rostro distinto de cada día, que la novedad del mundo es algo que depende de ti y no del mundo. De pronto te viene a la cabeza un poema de Cavafis, por ejemplo, y lo usas para argumentar a tu favor. Hoy nada está en tu contra. Hace sol. La gente pasa, dialoga, come, vive, tiene hijos, tal vez luego se muera. Y tú con tu disfraz de hombre te has deslizado por una fisura de la mañana. Pero te falta alguien.

martes, 4 de noviembre de 2008

Binomio fantástico



Onda Regional. La radio se mueve. (105.3 FM)
19/11/08

Había empezado a llover. Una nube gris, oscura, densa, avanzaba sobre el pueblo. Enseguida se encendieron las luces de la calle. Se hizo el silencio. Parecía que los coches habían desaparecido, que los viejecillos del parque habían desaparecido, que vosotros y que yo habíamos desaparecido.

Fue un segundo. Me acerqué a la ventana para cerrar la cristalera y que no entrase el agua de la lluvia. Un segundo y se fue la luz. Dos y volvió, pero no volvió la luz de la casa sino que un terrible rayo iluminó el firmamento. ¿Que qué es el firmamento?, es la bóveda del cielo que en aquel momento fue recorrida por la claridad de un rayo, de un terrible relámpago que había caído sobre la ermita, tal vez friendo al gallo de la veleta.

Cerré los ojos por el miedo, y creí oler a lo lejos el aroma de los pollos asados, pero no podía ser, porque el gallo de la veleta de la ermita del pueblo seguía allí cuando los abrí de nuevo. Pero algo más extraño llamó mi atención, el relámpago que había dibujado una línea de luz cegadora, de luz blanca, hasta caer desde la bóveda del cielo hasta el gallo de la veleta de la bóveda de la ermita del pueblo, se había deshecho en miles de fragmentos de luz, de trozos rectangulares, del tamaño de unas cuartillas, trozos blancos que caían poco a poco, o como la nieve, copo a copo, sin peso, mecidos por el viento que vino después de la luz y del ruido.

Saqué la mano por la ventana, la extendí lo más que pude. Ya no llovía, aunque eso no me habría importado. Me estiré de puntillas y al final alcancé uno de eso fragmentos del relámpago, una de esas partes pequeñas, blancas, rectangulares, que se mecía dando vaivenes a menos de un metro de la pared de mi casa.

No podía creerlo, era, efectivamente, una hoja de libreta, una hoja de una libreta blanca, sin una línea, sin dos líneas, sin cuadros, sin nada, o con nada, o como quieras. Lo que estaba claro es que estaba clara, limpia, blanca. Sin embargo, en el borde aún se encontraban los flecos que le salen al papel cuando lo arrancas de la espiral de alambre, con cuidado o sin cuidado, que da igual.

Así que cuando tuve entre las manos aquel papel blanco que había sido parte de la luz blanca del rayo blanquísimo que había a su vez cruzado la bóveda del cielo oscuro hasta caer sobre el gallo más oscuro de la cúpula oscurísima de la ermita del pueblo, se hizo de nuevo la luz en la casa, se encendieron las bombillas y el frigorífico empezó a hacer ese ruido que al rato ya no es ruido ni es nada. Pero además se encendió otra luz en mi cabeza, una gran luz, una gran metáfora de la luz, que despertó a mis neuronas que dormían tan plácidamente que hubiera sido un delito de haber existido un guardia en mi cabeza.

Hice “zas” con los dedos y ahí estaba. Un relámpago y una libreta, dije. Si no lo veo no lo creo, y cuando me di cuenta, o sin darme cuenta, miré aquella hoja tan blanca, tan limpia, tan luminosa, tan… de libreta, y me encontré con que había terminado, así de fácil, mi binomio fantástico, que si lo piensas, que si lo pensáis, al final de cuentas y de este cuento, no es ni tan binomio ni tan fantástico.