jueves, 4 de noviembre de 2010

Entrada en préstamo del blog Un mundo flotante de José Óscar López


UN BOSQUE


Revuelvo entre mis libros más viejos, estos días, para llevar a mis alumnos de bachiller ejemplos de procedimientos narrativos. Después de años, sacarlos de sus estantes, hojearlos en el tren, llevarlos hasta el centro, mostrarlos ante los chicos... Es como devolverlos a la luz que no ven salvo aquella que tímidamente reciben en el encierro de casa, para que yo los relea de vez en cuando o, en muchos casos, que al fin los lea.

Pero algo me llama la atención en todos ellos, y es la forma en que el papel ha envejecido. Haciéndose más oscuro, regresan a su origen; como quiso de todas las cosas Anaximandro. Vuelven a la madera de la que una vez partieron. Pienso en mi casa, cuyas paredes van forrándose de libros desde hace años, desde que mi padre me inoculara, cuando yo era niño, el respeto y el amor por los libros, y pienso que todos estos años he estado construyendo un bosque muerto a mi alrededor, una tumba en la que yo acabaré poco a poco, espero que lo suficientemente despacio.

Madera vieja, una cobertura. Como una barrica en la que el vino de la imaginación y el pensamiento ajeno envejece despacio para uno; para que uno lo deguste; y enmende en parte, en lo posible, la insuficiencia de la imaginación y el pensamiento de uno.

No seré enterrado aquí. Pero, con suerte, sí lo hará mi inteligencia: irá desvaneciéndose, espero -poco a poco, ojalá- en esta tumba de madera que va siendo mi casa desde siempre, en esos libros que van siendo mi hogar. En esta tumba que es también un bosque, senderos abiertos, caminos de madera. El bosque multiplicado en el que quiero seguir perdiéndome, y envejeciendo.

José Óscar López

lunes, 1 de noviembre de 2010

Aquel salón de los pasos perdidos


Al otoño mi padre lo llama el pela cañas, no siempre, sólo algunas veces. Es una estación dura, no tan terrible como era la primavera para Eliot, pero dura para los días reales.

Menos luz, frío, tardes que se deprimen por el peso de la noche, lluvia y sobre todo el viento, ese invitado desapacible que puede estar durante horas, durante días, inquietándote, cantándote una canción con su estribillo sordo.

Para mí el otoño algunas veces, no siempre, está relacionado con una sensación. Después de las largas tardes, infinitas tardes de verano, recuerdo a un muchacho de apenas ocho, nueve años, sentado en la cuneta de la carretera, viendo pasar los coches, contándolos, haciendo predicciones de esto y de aquello en función del color, de la matrícula, de las marcas. Pero sobre todo, recuerdo el sonido, la llegada lejana, el zumbido creciente a nuestro lado, su largo y decreciente fular de melancolía. Era triste, pero había un placer en estar allí solo escuchando sin hacer nada más, pura pereza del otoño.

Este blog empezó para combatir ese ruido. El ruido de los coches no ha cesado, pero ya no inquieta a mi corazón.

Seguiré dando noticias por aquí de las cosas que haga, espero que las compartamos juntos. No es un abandono, no es una derrota, al contrario, es un punto final sencillo, feliz, a falta de nuevas expectativas literarias, que llegarán, espero.

Mientras, ahí se queda mi silenciosa y humilde caja de tormentas, un intento de algo hermoso para este mundo que no siempre lo es.