Esta tarde he estado viendo Odette una comedia sobre la felicidad. En realidad quería dormir un rato, descansar, porque esta tarde quería terminar un cuento en el que llevo unos días trabajando, un cuento sobre dos amantes que al besarse se... bueno, aún no saben lo que les pasa al besarse y creo que sería un poco obsceno que se enteraran al leerlo en este blog, demasiada vida propia aquí, pensarían y estarían en lo cierto. Pero no, no me he dormido. He buscando entre las películas que ponían y me he quedado con Odette, pensando que su carácter liviano me ayudaría a conciliar el sueño y en un principio creí que lo iba a conseguir pero enseguida he abierto los ojos al ver como Odette sobrevuela las calles de su pequeño pueblo y se reprende, Odette, calmate, para volver a poner los pie en el suelo.
Odette trabaja en unos grandes almacenes, vive con una extraña familia, el hijo peluquero, la hija emparejada con un extraño ser que vive entre la abulia y la exasperación, tiene colecciones de muñecas, su casa es un tanto kitch, su dormitorio está adornado con un póster de dimensiones gigantescas donde dos sombras se besan contra la luz crepuscular de un sol iridiscente. Trabaja además en casa arreglando los adornos de las bailarinas del folies bergère, asiste a toda la trupe, los cuida, vela por ellos. Aparentemente la vida de Odette es una vida anodina.
Mientras en París el escritor Balthazar Balsan asiste en televisión a una de las peores críticas sobre su obra. Un crítico enervado por los argumentos de Balthazar le acusa, entre otras cosas, de que escribe para cajeras, dependientas, peluqueras. Que escribe, en definitiva, para Odette.
Las vidas de los dos se cruzan cuando el escritor se refugia en casa de Odette deprimido. Él lo tiene todo para ser feliz pero no lo es. Ella aparentemente no tiene muchas cosas para ser feliz, pero lo es al abrigo afectuoso de sus hijos y del recuerdo de un malogrado esposo, su Antoine.
No sé por qué me han entrado unas ganas terribles de escribir sobre Odette. Es una película extraña, entre la ironía y la incredulidad. Al buscar en google el nombre del director Eric-Emmanuel Schmitt no he encontrado otros precedentes en su obra, al contrario, es un hombre de teatro, ensayista, novelista. Es por ejemplo el autor del libro El señor Ibrahim y las flores del Corán cuya adaptación cinematográfica llevó a cabo en 2003 François Dupeyron.
Odette posiblemente no sea una gran película, pero el personaje de Odette me ha emocionado. Tiene una estética cercana a los episodios de Pipi Langstrump y cierto aire a lo Amelie y, por qué no, tiene igualmente ciertas escenas que recuerdan a Dreyer, como Jesús ascendiendo unas dunas con un travesaño de madera a cuestas. De repente me he visto riendo, sonriendo, asistiendo a algo feliz, cuando hay tan pocas cosas aparentemente felices últimamente en el mundo. Contra todas mis convicciones sobre el amor, Odette despliega una serie de argumentos que no comparto pero que he disfrutado, porque Odette, la película y el personaje, no impone su discurso sino que lo ofrece, no quiere que tú pienses como ella, no es un adoctrinamiento, pues siempre deja abierta la puerta a la ironía, a que pensemos que todo es una broma infinita.
Odette, dependienta de unos grandes almacenes, madre, viuda, creyente, un día se desmaya y al abrir los ojos se encuentra con Balsan que ha aprendido, como si hubiera ido al psicólogo, que lo primero que uno tiene que hacer en la vida, para ser feliz es conocerse a sí mismo y aceptarse.
Al final se compran una casa en la playa y ascienden a la luna.
Odette trabaja en unos grandes almacenes, vive con una extraña familia, el hijo peluquero, la hija emparejada con un extraño ser que vive entre la abulia y la exasperación, tiene colecciones de muñecas, su casa es un tanto kitch, su dormitorio está adornado con un póster de dimensiones gigantescas donde dos sombras se besan contra la luz crepuscular de un sol iridiscente. Trabaja además en casa arreglando los adornos de las bailarinas del folies bergère, asiste a toda la trupe, los cuida, vela por ellos. Aparentemente la vida de Odette es una vida anodina.
Mientras en París el escritor Balthazar Balsan asiste en televisión a una de las peores críticas sobre su obra. Un crítico enervado por los argumentos de Balthazar le acusa, entre otras cosas, de que escribe para cajeras, dependientas, peluqueras. Que escribe, en definitiva, para Odette.
Las vidas de los dos se cruzan cuando el escritor se refugia en casa de Odette deprimido. Él lo tiene todo para ser feliz pero no lo es. Ella aparentemente no tiene muchas cosas para ser feliz, pero lo es al abrigo afectuoso de sus hijos y del recuerdo de un malogrado esposo, su Antoine.
No sé por qué me han entrado unas ganas terribles de escribir sobre Odette. Es una película extraña, entre la ironía y la incredulidad. Al buscar en google el nombre del director Eric-Emmanuel Schmitt no he encontrado otros precedentes en su obra, al contrario, es un hombre de teatro, ensayista, novelista. Es por ejemplo el autor del libro El señor Ibrahim y las flores del Corán cuya adaptación cinematográfica llevó a cabo en 2003 François Dupeyron.
Odette posiblemente no sea una gran película, pero el personaje de Odette me ha emocionado. Tiene una estética cercana a los episodios de Pipi Langstrump y cierto aire a lo Amelie y, por qué no, tiene igualmente ciertas escenas que recuerdan a Dreyer, como Jesús ascendiendo unas dunas con un travesaño de madera a cuestas. De repente me he visto riendo, sonriendo, asistiendo a algo feliz, cuando hay tan pocas cosas aparentemente felices últimamente en el mundo. Contra todas mis convicciones sobre el amor, Odette despliega una serie de argumentos que no comparto pero que he disfrutado, porque Odette, la película y el personaje, no impone su discurso sino que lo ofrece, no quiere que tú pienses como ella, no es un adoctrinamiento, pues siempre deja abierta la puerta a la ironía, a que pensemos que todo es una broma infinita.
Odette, dependienta de unos grandes almacenes, madre, viuda, creyente, un día se desmaya y al abrir los ojos se encuentra con Balsan que ha aprendido, como si hubiera ido al psicólogo, que lo primero que uno tiene que hacer en la vida, para ser feliz es conocerse a sí mismo y aceptarse.
Al final se compran una casa en la playa y ascienden a la luna.
3 comentarios:
Odette es una bonita película en la que uno se siente seguro. De acuerdo contigo en lo del airecillo a Amelie.
Un abrazo Antonio.
Me gustó el personaje de Odette. Quizás todo iría un poco mejor si simplificaramos un poco las cosas que nos parecen complicadas (trabajo, amor...) y valoráramos más otras que pasan desapercibidas, como vivir.
A ver si la encuentro en el videoclub y la veo un día de estos.
Salu2.
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