Mi biblioteca sufrió el ataque. Los libros empezaron a desaparecer o bien se cambiaban de sitio por extrañas afinidades. De lo que no había duda era de que estaba sucediendo. En mi propia casa y ante mis propias narices. Primero fue un libro de Vila-Matas. Preferiría no haberlo hecho, pero tuve que deshacerme de él tras la insistencia de su movilidad desacostumbrada. su rebeldía llegó hasta tal punto que se hizo insostenible, un mal ejemplo para el resto de los libros. La película de plástico de la portada le quitó un poco de solemnidad al asunto con esa leve mancha de humo negro apetrolado, el resto del libro se consumió presa de las llamas perfectamente. El contagio no obstante cundió desaforadamente y aunque hoy las baldas llenas de polvo parecen algo menos que un aleph, me quedaba la tranquilidad de que hice lo que cualquier otro hombre sensato habría hecho en mi lugar.
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