Érase una vez un perro que quería escribir la carta de amor más preciosa del mundo para su amada Hermenegilda, que claro, no hace falta decirlo, era una… perra.
Empezó una tarde calurosa. Se sentó en el patio, con las patas concentradas y la lengua de lado, con toda la atención del mundo en su carta. Quiso decir: “Amada Hermenegilda:” pero le salió: “guaguau guau”. Quiso continuar con una serie de adjetivos que hablaran de la belleza de su pelo, de sus orejas ligeramente caídas, de sus bigotes puntiaguados, de sus patas lanudas, y otra vez le salió: “guaguau, guau, guau”.
Así de triste estaba al medio día al ver que no había conseguido terminar su carta que se fue en busca de alguien que pudiera ayudarlo. Y sólo encontró al pato que no entendió nada de lo que había escrito su nuevo amigo. Finalmente sonriendo le pidió lápiz y papel y empezó a escribir: “cua cua cua”
Y se encontraron con el pájaro carpintero que escribió con toda su buena voluntad "toc, toc, toc", y el caballo de la granja que añadió un relincho, y el gallo del molino que escribió con una caligrafía primorosa "kikiriquí, kikiriquíiiiii", cacareando una y otra vez en la cresta de la ola.
Al final el pobre perro dejó a toda aquellos animales que discutían, unos que si “cua”, otros que si “miau”, que si “pio”, que si “muuuu”. Y echó a andar, porque se había dado cuenta de que, tanto ir de aquí para acá, no estaba tan lejos de casa de su amada. Golpeó con su pata la puerta, ella salió, se miraron a los ojos y no hicieron falta palabras esa tarde para saber lo mucho que se querían.
Y colorín colorado esta carta se ha terminado.
2 comentarios:
Hola Antonio! Qué original! Me ha gustado mucho, sobre todo el nombre de la amada. Has logrado sacarme una sonrisa. Un saludo.
Jesús, si te ha provocado una sonrisa me doy por satisfecho. Lo encontré el otro día y me hizo gracia. Son cosas que uno escribe y que pasado el tiempo no deja de sorprenderte que lo hayas hecho.
Un abrazo, poeta.
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