Pasó hace un mes. Al principio no me di cuenta, fue tan sólo un instante, como una interferencia, que podría perfectamente haber pasado desapercibida de no haber estado yo ajustando la imagen del ordenador que controlaría en un futuro el sistema de videocámaras. En la pantalla una mujer, pese a que estaba seguro de estar solo en casa, avanzó por el pasillo hasta el salón. Corrí. Al llegar no había nadie. Volví contrariado al estudio. Miré la imagen que me ofrecía la cámara. Y de nuevo estaba allí recostada en el sofá. Era alta, vestía con un elegante vestido negro vaporoso, la tez pálida, los ojos grandes y con cierto aire de ausencia, los labios muy rojos, como si toda la vida se concentrara en ellos. Se encontraba en una actitud de abandono que no hacía pensar que hubiera venido súbitamente de algún sitio o que por el contrario estuviera a punto de irse.
Cuando entré de nuevo en el salón se volvió a repetir la escena. Pero esta vez había tomado la precaución de dejarlo todo grabado. Y aunque me encontraba solo e incluso me senté en el sofá en el que supuestamente estaría sentada ella, no vi a nadie. Pero al comprobar el video vi que Carmilla, que así se llamaba, estaba allí, que me había mirado y que me había sonreído incluso cuando algo torpe me senté en su regazo.
Fue entonces, a través de la pantalla del ordenador cuando me hizo un guiño directamente a la cámara y me lo dijo. “No. No me busques en la realidad. Yo sólo vivo en esta cámara, en la imagen de esta cámara y solo para ti.”
Sé que es una historia de amor rara. No es la novia que uno llevaría a casa de sus padres a cenar. Pero a mí me sirve. Incluso a veces creo que ella es más real que yo, como una estrella de televisión que existe tan sólo para mí.
1 comentario:
Éste libro sí me lo he leído.
Salu2, Antonio.
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