Quizás haya llovido.
Ya no lo sabremos a ciencia cierta,
tal vez con un vago temor
a equivocarnos, a meter la pata,
haremos juicios sobre el tiempo,
predicciones sobre el pasado
que, como los atardeceres
bajo una luz que nunca termina de caer,
serán verdad en una medida
importante de cosas insignificantes.
Haya llovido o no,
quién podrá decirlo entonces
con la seguridad de los aviones
levantando el vuelo
sobre la desembocadura de un pequeño río
a las afueras de la ciudad.
Esa lluvia, de haber caído,
como estos aviones,
está ya fuera y dentro
de la historia cotidiana de nuestros brazos
y de nuestras piernas cansadas,
como una puerta batiente
o como un nadador que trata de zafarse
de la quietud del fondo con sus fuertes brazadas.
Porque sólo en la certeza que sale a flote,
que bate hacia dentro,
emerge también la incertidumbre.
N 2.- NORTH BERWICK
Hace frío.
Tal vez se trata de un frío moral,
un aire seco y censurable,
como las dudas de la infancia,
como el miedo de ciertas acciones
que sabemos punibles.
Es de noche y Ana Torrent
duerme un sueño infantil en la casa abandonada
que está a las afueras del pueblo.
Este frío tiene estrellas
y manos firmes de maestro de escuela.
Es una forma de decirnos esto y aquello,
en un lenguaje que sólo los hombres entienden.
Me subo el cuello de la chaqueta,
aprieto el brazo y busco el calor
de la persona que me acompaña.
Tal vez no haya manera de combatir este frío,
hace castañetear los dientes
de puro frío,
de pura bondad,
de pura maldad,
igual que una veleta que cambia su norte
bajo el viento de las islas,
como un crisol de luces mortecinas
que te amoratan los labios.
Nadie lo sabe, me dice,
Con su pequeño cuerpo al amparo de mi axila,
de mi brazo que la rodea,
de mi exangüe aliento del sur.
Nadie lo sabe.
Antonio Aguilar Rodríguez
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