lunes, 31 de marzo de 2008

cabo norte

1.- CRAMOND


Quizás haya llovido.

Ya no lo sabremos a ciencia cierta,

tal vez con un vago temor

a equivocarnos, a meter la pata,

haremos juicios sobre el tiempo,

predicciones sobre el pasado

que, como los atardeceres

bajo una luz que nunca termina de caer,

serán verdad en una medida

importante de cosas insignificantes.

Haya llovido o no,

quién podrá decirlo entonces

con la seguridad de los aviones

levantando el vuelo

sobre la desembocadura de un pequeño río

a las afueras de la ciudad.

Esa lluvia, de haber caído,

como estos aviones,

está ya fuera y dentro

de la historia cotidiana de nuestros brazos

y de nuestras piernas cansadas,

como una puerta batiente

o como un nadador que trata de zafarse

de la quietud del fondo con sus fuertes brazadas.

Porque sólo en la certeza que sale a flote,

que bate hacia dentro,

emerge también la incertidumbre.


N 2.- NORTH BERWICK


Hace frío.

Tal vez se trata de un frío moral,

un aire seco y censurable,

como las dudas de la infancia,

como el miedo de ciertas acciones

que sabemos punibles.

Es de noche y Ana Torrent

duerme un sueño infantil en la casa abandonada

que está a las afueras del pueblo.

Este frío tiene estrellas

y manos firmes de maestro de escuela.

Es una forma de decirnos esto y aquello,

en un lenguaje que sólo los hombres entienden.

Me subo el cuello de la chaqueta,

aprieto el brazo y busco el calor

de la persona que me acompaña.

Tal vez no haya manera de combatir este frío,

hace castañetear los dientes

de puro frío,

de pura bondad,

de pura maldad,

igual que una veleta que cambia su norte

bajo el viento de las islas,

como un crisol de luces mortecinas

que te amoratan los labios.

Nadie lo sabe, me dice,

Con su pequeño cuerpo al amparo de mi axila,

de mi brazo que la rodea,

de mi exangüe aliento del sur.

Nadie lo sabe.


Antonio Aguilar Rodríguez







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