viernes, 29 de agosto de 2008

No eran tan fieros




Siempre había visto por fotos, por palabras propias y por ajenas, que los escritores eran gente seria, profunda o ligeramente tristes, según el momento de su vida, imbuidos de la solemnidad que su trabajo les imponía de una forma irremediable. Hombres que en realidad eran pararayos de dios, portadores del fuego prometeico, transmisores de las palabras de la tribu… Pero anoche, al entrar en mi blog de lecturas, cajadetormentas, revisé la columna de la derecha, y deslicé el curso hacia abajo, de una forma rápida. No me detuve a leer nada, sólo veía las fotos de los autores que han aparecido a lo largo de estos dos años en una sucesión que los mostraba -lejos de hombres y mujeres con ese sobrio y responsable ceño de los que han luchado con el ángel para vencerlo- como una galería de personas normales, padres de familia, oficinistas, directores de cine, mensajeros, atareados compañeros que vienen del supermercado con la compra para el fin de semana, que bajan la basura. Gente normal que experimenta alegría en unos casos, satisfacción en otros o aventura como en la foto de Vila Matas. Hombres aparentemente tranquilos como Julio Verne en la costa con su familia, cómplices como Raymond y Tess, o como Eugenio de Andrade y el Micky de Cántico, su gato negro o evadidos en la indiferencia como el caminar de Pessoa.

Quizás si algo había en común a todos era la moderada manifestación de esos sentimientos, como si el exceso de vida de sus libros apenas quedara esbozado en sus caras. Pero, no cabía duda, estaba allí, como una revelación final del oficio de escribir, no tan fiero, claramente humano, creando un lugar también para la alegría, la satisfacción, la complicidad, la amistad, el orgullo de ser lo que son.

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