Uno tiene sus aficiones y estas aficiones se acentúan en verano. Quién sabe por qué un día decidí seguir las peripecias de la familia Teutul, la familia que dirige o.C.c., una curiosa fábrica de motos por encargo de la antigua escuela. Ahora están de gira por Europa y montados en unas impresionantes Triumph, buscan la esencia del espíritu europeo sin desprenderse de su temperamento norteamericano.
Turistas lo que se llama turistas no son. Algo peculiares los Teutul viajan por Inglaterra, por Escocia y por Francia, realizando un itinerario que ha planeado el pequeño de la familia, Michael, un rubio con tirabuzones de ciento veinte kilos, más o menos, que en realidad se dedica a agradar a su padre y a facilitar la comunicación entre los Teutul con métodos no del todo ortodoxos como sus curiosas técnicas antiestrés que terminaron con la puerta mecánica del taller de Orange Country Choppers o su manera peculiar de hacer los recados como cuando en compañía de uno de sus amigos fue a la casa de su padre a recoger la figura de madera del querido perro de Paul y terminó metiendo una furgoneta en una estanque en obras, cosas así que al mayor de la familia, una fiera imitación de Hull Hogan, le hacen desternillarse de risa.
Ellos tienen su forma de ser, es decir, ellos tienen claro que son norteamericanos, o quizás, no lo saben, o no saben que son como son, ya que viven desde la normalidad más absoluta su curiosa manera de habitar este mundo. Su paso no deja indiferente a nadie, aunque a ellos las costumbres de los distintos lugares no parecen afectarles demasiado. En Londres chirrían ruedas ante los impávidos gentleman del centro del mundo anglosajón o se aburren a lo Homer Simpson en el autobús turístico y ante el nada atónito guía que no pierde ni en un solo momento la compostura. En Edimburgo se llevan de paseo en una escooter al gaitero que ameniza la entrada al castillo y en Francia llegan a la conclusión de que los gabachos tienen un problema serio con su idioma.
Pero no nos engañemos, al final los Teutul son entrañables. Es esa ingenuidad de los pueblos jóvenes lo que los hace encantadores. Yo he empezado a decir que no veo el programa que se emite en uno de los canales más terribles de documentales de nuestra televisión, Discovery channel, y he aquí el problema, me inquieta tener que afirmar que ya no veo American Chooper, the series, cuando de una u otra manera, al final termino a las ocho y media sentado en el sofá de casa y cambiando de canal por azar hasta llegar al dial 90. Ellos homenajean todo lo que ven, a su manera, Edimburgo es para ellos el escenario de una película de Meg Gibson, Francia Salvar al soldado Ryan, Londres Mary Poppins. Así van las cosas. Pero qué le vamos a hacer, ellos no dejan de ser lo que son y en el fondo es una autenticidad envidiable, sana, capaces de pasar con indiferencia ante Stonehenge y, sin embargo, de perder la color frente a un monolito de cemento que conmemora las bajas norteamericanas producidas en el desembarco de Normandía.
Y yo sin saber quién soy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario