A los trinta y cinco años me levanto un día y me doy cuenta de que estoy seriamente jodido. No me echo las manos a la cabeza por pura vagancia, pero es para eso y para más.
Un gato que me destroza los muebles, el mismo casero desde hace ya un tiempo inmemorial. Las mismas personas, las mismas cosas, que no sabes muy bien por qué siguen a tu alrededor. Tampoco es que lo sepan ellas muy bien. Qué coño haces tú con ellas. A eso lo llamas reciprocidad. Para qué quieres tú un piano o un cuadro horroroso de la noche en la que el mundo tuvo que acabarse para que el hombre pintase eso y por otro lado te sientes culpable porque sabes que ese piano no se merece que lo aporrees sólo en las noches de borrachera.
Así que tenía treinta y cinco años -me sigue-, treinta y cinco años de mierda. Y yo que siempre he sido tan vital -sin ironías- abro la ventana y salto.
O no.
Un gato que me destroza los muebles, el mismo casero desde hace ya un tiempo inmemorial. Las mismas personas, las mismas cosas, que no sabes muy bien por qué siguen a tu alrededor. Tampoco es que lo sepan ellas muy bien. Qué coño haces tú con ellas. A eso lo llamas reciprocidad. Para qué quieres tú un piano o un cuadro horroroso de la noche en la que el mundo tuvo que acabarse para que el hombre pintase eso y por otro lado te sientes culpable porque sabes que ese piano no se merece que lo aporrees sólo en las noches de borrachera.
Así que tenía treinta y cinco años -me sigue-, treinta y cinco años de mierda. Y yo que siempre he sido tan vital -sin ironías- abro la ventana y salto.
O no.
4 comentarios:
Sugerente Antonio.
Un abrazo.
Pues no, creo no salta, quizá por pura vagancia, quizá porque abajo hay gente a la que puede hacer daño, o quizá por reciprocidad, porque precisamente esa misma gente no le haría esa p... a él.
Hay tantos quizás...
Antonio por favor, échale un vistazo:
www.fundacionvicenteferrer.org
Gracias.
Sergio Pastor
Llámame, amigo, y salimos y saltamos, pero bailando.
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